Te regalo toda una vida de amor Capítulo 344

Santiago rara vez expresaba sus pensamientos, mucho menos hablaba con tanta humildad. Sentí que el corazón me dolía por él, pero todavía no podía descifrarlo. Quería una confirmación de su parte. ¡Quería una posición donde pudiera pararme a su lado! Pero eso podía complicarlo demasiado. ¡Porque su madre biológica lo había amenazado de muerte! De repente me vi en una situación sin salida.

Con fuerza, me separé de los brazos de Santiago. Sabía muy bien que estaba resistiendo ahí dentro, entonces dejó de apretarme. Salí de su abrazo, volví a entrar en la habitación y me senté en la cama. Mi vestido era corto y fino, entonces, cuando me senté, la postura dejó ver a los ojos de Santiago mis piernas largas y pálidas. Tal vez sintiéndose halagado, él se acercó hacia mí y se agazapó a mi lado. Bajé la vista hacia él. Su palma cubrió mi rodilla despacio mientras preguntaba gentilmente:

—¿Sigues enojada, cariño? —¿Pensaría que con eso ya me había explicado lo suficiente, entonces debería perdonarlo? Replegué la mirada y endurecí la expresión, ignorándolo. Santiago se levantó y me tomó en sus brazos. Yo estaba sentada, pero él estaba erguido, entonces mi cabeza descansaba sobre la parte caliente de su cuerpo. ¡Mi cara de repente quemó un poco! La palma de Santiago me rozó despacio la mejilla. Las acciones eran en especial suaves, y dijo en un tono bajo—: Cariño, es mi culpa por no decirte la verdad aquella noche. También es mi culpa no admitir de inmediato que había recuperado la memoria. Estoy disculpándome ahora. ¿Qué puedo hacer para que me perdones? —Las disculpas implacables de Santiago me hicieron dudar. ¡No podía ser cruel con él! Apreté los labios y dije con tristeza:

—No quiero estar enojada contigo. Solo me siento indefensa en este mundo. —Al final, no podía ser su esposa oficial. David se refería a mí como si fuera su esposa, pero todavía pensaba en mí como una extraña, al final. Me dijo:

—Discúlpame, por favor.

Antes de que pudiera aceptar o declinar sus disculpas, se inclinó de repente y me besó los labios. Sus acciones fueron suaves y de a poco se fueron volviendo pasionales. No tenía opción de rechazarlo. Mientras me sumergía en su presencia, no pude reaccionar a tiempo, y mi vestido ya estaba desabotonado y había caído sobre la cama. Me miró con pasión en los ojos. Jadeando, dije su nombre:

—Santiago.

No lo llamé Santi porque todavía estaba un poco enojada con él. Todavía no podía entender. Pero tampoco podía apartarlo de mí. Siempre era así con el hombre que amaba. Siempre me convencía y nunca podía ser fría y cruel por completo. Santiago se agazapó y se estiró para tocarme la cara. Lo miré en silencio, sin detenerlo, mientras dejaba que su mirada leyera todo mi cuerpo.

—Reina, ¿nos casamos? —Mencionó el casamiento de la nada. Le pregunté indecisa:

—¿Y tu madre?

Con ligereza cerró sus labios.

—No puede tomar decisiones por mí —repuso. Levanté la mano para tocar su mejilla. No pude evitar suspirar e insistí:

—Pero sigue siendo tu madre. ¡No puedes apostar tu vida! Santiago, ya has perdido una madre por culpa de este incidente.

Santiago abrió la boca para decir algo, pero al final, se quedó callado. Al verlo dubitativo, le pregunté:

—¿Qué pasó?

—Estaba pensando en hacer un certificado de matrimonio contigo en Irlanda y mantenerlo en secreto de ella, pero no estaría tratándote bien, y tampoco podría darte la boda que te mereces, ni los derechos maritales. Solo David, Dante, Lucas y los otros sabrían de esto. —Después de una pausa, levantó la cabeza y me besó la palma. Con una amarga insinuación, dijo—: Yo nunca quise hacerte infeliz, y nunca pensé que mi mujer estaría errada de ninguna manera. Gina, ella es una madre cabeza dura y toda su vida la pasó con tu padre. Ahora que tu padre partió, perdió todas las esperanzas. Solo una delgada línea separa la vida de la muerte y, desde su perspectiva, ella puede dejar este mundo cuando quiera. Por desgracia, esa es también su mejor carta para lidiar conmigo. No importa cuánto la aborrezca u odie sus amenazas, no puedo negar que es mi madre, la que me dio la vida. Ella es carne de mi carne, y al final, simplemente no puedo ser indiferente con ella. Pero contigo, nunca quise que estuvieras equivocada. —¡Santiago nunca antes había confiado así en mí! ¡Podía entender, y lo entendía todo! ¡También odiaba a la madre por amenazar a su hijo de esa manera! ¿Pero qué podía hacer? Había romance por un lado y familia por el otro. En aquella balanza, no podía inclinarme hacia ningún lado. Con los ojos rojos, presioné los labios con fuerza y me quedé en silencio. Los labios finos y fríos seguían rozando contra mi palma mientras me hablaba tranquilo—: Reina, ¿te casarías conmigo? Sé mi esposa y la madre de mis hijos. En el futuro, ten por seguro que vamos a organizar la boda que corresponde, pero por ahora, tendrás que lidiar con esto por un tiempo. —Luego de una pausa, me preguntó—: ¿Podrás?

—¿Que si podré?

De repente, ya no tenía tantas ganas. Después de todo, las cosas podían escaparse de alguna manera. La madre se enteraría tarde o temprano. Cuando eso pasara, nadie sabía cómo podían terminar las cosas. De repente, me vi atrapada entre la espada y la pared. Santiago y yo nunca seríamos esposos de verdad. No pude decirle lo que había dicho David.

Me quedé en silencio. Cuando Santiago notó que no había respondido, su expresión se volvió un poco fría y me preguntó con delicadeza:

—Cariño, ¿por qué no dices nada? —Mantuve la boca cerrada con firmeza mientras hacía mi mejor esfuerzo para mantener las lágrimas en los ojos. Al verme así, Santiago me miró con compasión amorosa—. ¿Qué pasa?

Su voz era muy cálida, excepcional. ¡Era como si estuviera asustado por algo!

Pero yo todavía no podía hablar. Santiago me abrazó con firmeza entre sus brazos y de repente dije:

—No quiero casarme contigo.

Conocía a Santiago muy bien. Estaría nervioso por las amenazas de la madre, pero también era cabezadura. Se casaría si decía que lo haría, pero ¿y si ella se enteraba al final? Santiago no temía que alguien lo abandonara, y tampoco le temía a Jeremías, porque, en sus ojos, ¡yo era todo para él! ¡Y temía por esa faceta suya!

Aunque odiaba a su madre, no quería dejar a Santiago, porque él, en algún momento, había tenido esperanzas con ella. La familia era lo primero. Si en verdad ella dejaba este mundo, Santiago no me culparía, y seguiría pasando su vida conmigo en paz, pero igual la lloraría. Así como con su primera madre, diría que la persona que mejor lo había tratado había sido la que falleció. No quería que estuviera triste en el futuro. Tampoco quería que decidiera entre su madre y yo. No quería que perdiera a otra madre. Anonadado, Santiago preguntó:

—¿Por qué?

—¿Por qué? —¿Qué razones debería darle para que me rechazara? Me aparté de su abrazo y me paré en la puerta. Tenía la espalda contra él y dije con calma:

—¡Dijiste antes que una mujer divorciada como yo no era digna de tu amor! Santiago, estoy asustada de casarme contigo ahora. Esos tres años han sido el infierno para mí, y ahora estoy especialmente asustada por el casamiento. Temo que me pueda deprimir después de casarme, y estoy más asustada aún de que tu madre muera por mi culpa. ¡Aunque no soy tan generosa como uno podría pensar, no quiero que una vida desaparezca de este mundo por mi culpa!

—Entonces me estás rechazando por culpa de mi madre.