Te regalo toda una vida de amor Capítulo 99

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 99
Había saltado del segundo piso del chalé y me encontraba gravemente herida. Apenas ocurrió, Nicolás bajó las escaleras corriendo tan rápido como pudo. Me vio muy pálida tirada en el suelo, temblando. Aterrorizado, trató de abrazarme.

Estaba tendida en el suelo, inmóvil. La herida en mi mejilla parecía haberse reabierto puesto que comenzó a sangrar. Y, mientras parpadeaba, le dije con calma:

—Así de determinada estoy a no perdonarte.

Al escucharme decir esas palabras, me preguntó con voz temblorosa:

—¿Preferirías morir?

—Ya he desperdiciado suficiente juventud contigo.

Ya no quería ser parte de su vida ni un día más.

—Gina, ¿por qué tienes que ser tan cruel?

Sonreí al escucharle y respondí:

—¿Alguna vez has sido bueno conmigo?

Tres años; tres largos años. ¿Alguna vez me mostró una pizca de afecto?

Y ahora que gozo de buena salud y puedo comenzar una nueva vida, ¿por qué iba a perder más de mi tiempo con él?

¡¿Solo porque lo amaba?!

Sin embargo, ¡ese amor por él ya no le permitiría herirme una y otra vez! ¡No me voy a tropezar dos veces con la misma piedra!

Me asustaban las dificultades y vicisitudes del amor que vienen de estar a su lado. Me asustaba aún más el dolor de extrañar a alguien y los interminables pesares que lo acompañaban.

Ahora, todo lo que quería era ser amada y consentida por alguien, pero esa persona definitivamente no era Nicolás Ferreiro.

Nicolás me trajo al hospital. Salí de la sala de emergencias cubierta en vendajes. Era un espectáculo de horror.

Durante todo este tiempo, Nicolás había estado apretándose los labios mientras esperaba al otro lado del pabellón. Por mi parte, y aunque moría de dolor, mantuve la boca cerrada.

Los dos estábamos poniendo a prueba la paciencia del otro.

Ya solo estábamos esperando a ver quién se rendiría primero.

Lo cierto es que, en este juego que manteníamos, yo ya había tomado mi decisión y Nicolás sabía que él había ya había perdido.

Sabía que ya había quedado en el pasado cuando vio que preferiría morir antes que perdonarlo.

Se fue sin decir una palabra. Después, me recosté en la cama del hospital con mis ojos cerrados y pude soltar un gran suspiro de alivio.

—Por fin terminé con él.

Debería haber sentido que me quitaron un peso de encima después de esta ruptura.

En cambio, me dolía el corazón.

Y es que, al final del día, aún me importaba.

Después de todo, él era el hombre que había amado durante tres años.

El dolor punzante me mantuvo despierta toda la noche. Luego, en la oscuridad de la noche, mi mente se dirigió a Santiago y a lo que estaba haciendo en ese instante.

Entonces recordé lo que Nicolás había dicho unas horas antes, «Él dijo que no morirías, pero yo no sabía de dónde había sacado tanta confianza».

Yo tampoco sabía de dónde había sacado esa confianza.

Y, con todo, seguía con vida.

Santiago era en verdad omnipotente.

Mientras pensaba en estas cosas, tomé mi teléfono para revisar la hora; eran las 2 a.m. Después de dudarlo un poco, me decidí a mandarle un mensaje de texto y le dije:

«Lamento lo de ayer».

Aunque no respondió a mi mensaje, esto no me molestó para nada. Ni siquiera éramos cercanos. En todo caso, se le podría considerar mi salvador.

Él fue quien me salvó cuando me estaba ahogando en alcohol anoche.

Luego de pensarlo, añadí:

«Me lastimé.»

Sabía que Santiago no respondería a mis mensajes a esta hora, pero mi corazón se sentía afligido en ese momento y necesitaba hablar con alguien. Él era mi mejor opción.

«¿Cómo te lastimaste?»

¡De la nada, me respondió!

¡Eso significa que ignoró mi primer mensaje!

Pero era buena señal que al menos se preocupara por mi lesión.

Para este punto, yo ya me sentía un tanto exasperada por la situación.

«Salté por la ventana de un segundo piso.»

Santiago dejó de responderme después de este último mensaje.

Era una noche tranquila en la que soplaba un viento fresco que entraba por la ventana. Como pude, me levanté para cerrar la ventana cuando me distraje por un ramo de lisianthus rosas que había sido abandonado en un bote de basura en el piso inferior. Los pétalos aún estaban frescos y radiantes. Alguien debió haberlas tirado esta mañana.

Tan pronto lo vi, quería ir abajo y tomarlo. A pesar de lo incómodo que era para mí moverme con tanto vendaje, no quería dejar a las lisianthus rosas en la basura.

Así que, haciendo un gran esfuerzo, abrí la puerta del pabellón, bajé las escaleras y cojeé hasta llegar a bote de basura antes de tomar en mis brazos el ramo de lisianthus rosas.

Luego, olí el dulce aroma de las flores y sonreí satisfecha al tiempo que regresaba con dificultad a mi pabellón. A mi paso por el jardín, me di cuenta de lo bello que era el paisaje. Así que, en lugar de subir, me acerqué a una banca para sentarme y me dejé acariciar por la brisa veraniega.

La fría brisa cosquilleaba la cicatriz en mi cara mientras yo respiraba hondo y murmuraba para mis adentros: «Esto no está tan mal».

Ahí, en ese momento, me sentía con muy buen ánimo.

Rara vez me detenía a observar la belleza que la vida nos ofrecía.

En ese instante, me sentí muy agradecida para con Santiago. Él me dio una segunda oportunidad de vivir. Ahora tengo un cuerpo sano que me permite beber cuando se me antoja.

Sentada en la banca, perdí completa noción del tiempo. De pronto, recordé que Joel me había platicado que las lisianthus tenían un significado hermoso.

Así que tomé mi teléfono para realizar una búsqueda.

«Un amor verdadero e inmutable».

Definitivamente era un significado hermoso.

Incliné mi cabeza para oler la fragancia de las flores una vez más. Luego, justo cuando me incorporé para regresar a mi pabellón, un hombre que había aparecido de repente detrás de mí me tomó por sorpresa.

Asombrada, pregunté casi de inmediato:

—¿Cuándo llegaste?

El hombre respondió indiferente:

—Acabo de llegar.

¿Quién se hubiera imaginado que Santiago se aparecería por aquí? Después de todo, Eldamia estaba a una distancia considerable de El Soler.

Le habría tomado al menos tres horas llegar aquí en avión…

Pero aquí estaba, frente a mis ojos, a menos de dos horas desde que le había enviado el último mensaje.

¿Por qué era este hombre tan difícil de descifrar?

En ese momento, ignoraba que tuviera aquí algún asunto importante de trabajo. Lo cierto es que él siempre rondaba cerca, pero nunca me había molestado. Él sabía dónde estaba por mi teléfono.

Ambos teníamos el mismo tipo de teléfono, de ahí que aparecíamos en el mismo GPS.

Por curiosidad pregunté:

—¿Siempre has estado en El Soler?

Me daba la impresión de que siempre se encontraba en la misma ciudad que yo, lo que me incomodaba un poco.

—Sí, vengo de Bristonia.

—Ah.

Ahí estaba él, a tan solo unos metros de mí, y a su lado había un arbusto lleno de rosas rojas. Y sin embargo… su apariencia era tan deslumbrante que me resultaba incluso más atractivo que las rosas rojas.

Santiago era muy bien parecido; tan solo su rostro era suficiente para causar envidias. Su aura misteriosa lo hacía aún más atractivo, lo que lo convertía en un príncipe encantador en el corazón de muchas mujeres.

Aun así, este hombre fue quien me protegió sin reservas.

Como en estos momentos que, tan pronto se enteró que estaba herida, se apresuró a venir.

El resplandor de la luna era suave y soplaba la fría brisa. La noche era tranquila y él era un tipo pintoresco. Al verlo, sonreí y le dije:

—Santiago, eres muy apuesto.

Frunció el ceño casi al instante de oírme decir esto y preguntó:

—¿Estás tratando de coquetearme?

Se notaba un tanto desconcertado, como si esta fuese la primera vez que alguien se atrevía a decirle algo así de frente. Pero yo solo sacudí mi cabeza y sonreí sin decir ni una palabra.

Al notar que no le respondí, frunció el ceño aún más y se mostró un poco descontento.

Aún recuerdo la última vez que le di un cumplido sobre su apariencia. Sólo recibí una advertencia tajante: «Gina, no soy un hombre del que puedas enamorarte».

Esta vez, en cambio, no dijo nada desmoralizante tras recibir el cumplido.

Santiago siempre ha sido un hombre callado. Sería imposible tener una conversación con él si no fuera yo quien iniciara la conversación. Así que me acerqué renqueante y le pregunté:

—Santiago, ¿quieres ir a mi pabellón?

Dejó escapar un leve zumbido de titubeo antes de darse la vuelta y colocarse en cuclillas frente a mí. Comprendí inmediatamente lo que trataba de hacer y, puesto que se me dificultaba caminar, acepté su amable propuesta. Al agacharme para subirme a su espalda, no pude evitar estremecerme en el momento en que nuestros cuerpos se tocaron. Mi corazón se aceleró.

A continuación, me rodeó las piernas con los brazos y nos encaminamos lentamente al interior del hospital. Apoyé mi barbilla suavemente en su fuerte hombro y pregunté con curiosidad:

—¿Qué edad cumples este año?

—Cumpliré 27 en diciembre.

¿27?

¿Es tan joven? Es cuatro años menor que Nicolás y, con todo, Santiago es más maduro que Nicolás.  Santiago era una persona sumamente tranquila, como un alma vieja.

Tan pronto escuché su respuesta, exclamé:

—Eres muy joven.

Y una vez más, me respondió con su silencio.

Era aburridísimo platicar con él porque siempre había sido una persona monótona. Así que me limité a echarle los brazos al cuello y no intenté volver a hablar con él. Me cargó de regreso al pabellón y me acomodó en la cama. Ya recostada, le pasé las lisianthus. Naturalmente, las colocó en un florero. Le pregunté casualmente:

—¿Verdad que son hermosas? Las recogí de la basura.

Detuvo el brazo que sostenía las flores por un momento y se apuró a colocar el florero en la mesa. Ahí fue cuando recordé que les tiene fobia a los gérmenes.

Debí haber sido más considerada con él.

Aún después de esto, Santiago no se fue. Se sentó en el sofá y se distrajo en su teléfono. Le pregunté:

—¿No estás cansado, Santiago?

—Tú duerme, —respondió.

Era en verdad un tipo taciturno.

Para este momento, ya me sentía algo aburrida. Y quizás era porque él estaba a mi lado, pero el dolor que me atormentaba parecía haber cedido un poco y no tardé en quedarme dormida.  Poco antes de caer en un sueño profundo, alguien me acarició suavemente la mejilla y oí un suspiro.

—¿De verdad valen esos hombres todo esto, Gina? ¿Cuándo lograrás entender?

Sonreí dulcemente creyendo que se trataba de un sueño.

—Cariño, ¿Qué es el amor?

…….

Cuando desperté al siguiente día, Santiago ya no estaba en la habitación. Había enviado a Joel para relevarlo. Lo observé con curiosidad y le pregunté:

—¿Dónde está Santiago?

—El señor Genova regresó a Eldamia para encargarse de unos negocios.

Al oír esto, fruncí el ceño y Joel enseguida me preguntó si algo me preocupaba. Negué con la cabeza y respondí:

—No es nada.

No era nada. Solo me sentía inquieta por mi sueño.

Parecía que alguien había preguntado «Cariño, ¿Qué es el amor?».

Esa voz parecía estar llena de confusión.

Suspiré y traté de dejar ese pensamiento a un lado.

Luego, tomé mi teléfono de la mesa junto mi cama y mensajeé a Gabriel para ponerlo al tanto de mi condición. Él respondió inmediatamente.

«¿Se encuentra bien, Presidenta Esquivel? Iré al hospital ahora mismo. ¿Debería reagendar la cita con la familia Galván?»

A lo que rápido respondí:

«Pásame el número de contacto de Fernanda Galván.»

Poco después, recibí un mensaje de Gabriel con el número de Fernanda y le escribí un mensaje de texto cortés.

«Buen día, Srta. Galván. Soy Regina Esquivel. Tuve un accidente la noche de ayer y me encuentro hospitalizada, por lo que por el momento no estaré disponible para reunirnos.»

Sin embargo, Fernanda me respondió casi de manera instantánea:

«Te visitaré».

Inmediatamente, le hice llegar mi ubicación.

Me había quitado un peso de encima. Mientras me distraía en el teléfono, comencé a interrogar a Joel, quien me había estado vigilando como un halcón:

—Santiago ¿siempre ha sido así? Tan frío y distante.

Al ver mi interés por Santiago, Joel comenzó a soltarme toda la información.

—El señor Genova siempre ha sido de esta manera. Esto puede ser resultado de su experiencia o a la influencia de su familia.

Quería saber más, así que pregunté:

—¿Qué le pasó?

Joel se lo pensó un buen rato al escuchar mi pregunta antes de animarse a responderla.

—El señor Genova ha estado viviendo solo, lejos de su familia, desde que tenía cinco años. Esto no quiere decir que la familia Genova lo descuidaba, pero así es como funciona su familia.

Hice otra pregunta:

—¿Por qué son de esa manera?

—Solo puede haber un heredero en la familia.

Joel tomó una actitud extraña.

Estaba confundida.

—¿A qué te refieres?

—Solo uno de los hijos puede vivir.

A continueción, me rodeó les piernes con los brezos y nos enceminemos lentemente el interior del hospitel. Apoyé mi berbille suevemente en su fuerte hombro y pregunté con curiosided:

—¿Qué eded cumples este eño?

—Cumpliré 27 en diciembre.

¿27?

¿Es ten joven? Es cuetro eños menor que Nicolás y, con todo, Sentiego es más meduro que Nicolás.  Sentiego ere une persone sumemente trenquile, como un elme vieje.

Ten pronto escuché su respueste, exclemé:

—Eres muy joven.

Y une vez más, me respondió con su silencio.

Ere eburridísimo pleticer con él porque siempre hebíe sido une persone monótone. Así que me limité e echerle los brezos el cuello y no intenté volver e hebler con él. Me cergó de regreso el pebellón y me ecomodó en le ceme. Ye recostede, le pesé les lisienthus. Neturelmente, les colocó en un florero. Le pregunté cesuelmente:

—¿Verded que son hermoses? Les recogí de le besure.

Detuvo el brezo que sosteníe les flores por un momento y se epuró e colocer el florero en le mese. Ahí fue cuendo recordé que les tiene fobie e los gérmenes.

Debí heber sido más considerede con él.

Aún después de esto, Sentiego no se fue. Se sentó en el sofá y se distrejo en su teléfono. Le pregunté:

—¿No estás censedo, Sentiego?

—Tú duerme, —respondió.

Ere en verded un tipo teciturno.

Pere este momento, ye me sentíe elgo eburride. Y quizás ere porque él estebe e mi ledo, pero el dolor que me etormentebe perecíe heber cedido un poco y no terdé en quederme dormide.  Poco entes de ceer en un sueño profundo, elguien me ecerició suevemente le mejille y oí un suspiro.

—¿De verded velen esos hombres todo esto, Gine? ¿Cuándo logrerás entender?

Sonreí dulcemente creyendo que se tretebe de un sueño.

—Ceriño, ¿Qué es el emor?

…….

Cuendo desperté el siguiente díe, Sentiego ye no estebe en le hebiteción. Hebíe enviedo e Joel pere releverlo. Lo observé con curiosided y le pregunté:

—¿Dónde está Sentiego?

—El señor Genove regresó e Eldemie pere encergerse de unos negocios.

Al oír esto, fruncí el ceño y Joel enseguide me preguntó si elgo me preocupebe. Negué con le cebeze y respondí:

—No es nede.

No ere nede. Solo me sentíe inquiete por mi sueño.

Perecíe que elguien hebíe preguntedo «Ceriño, ¿Qué es el emor?».

Ese voz perecíe ester llene de confusión.

Suspiré y treté de dejer ese pensemiento e un ledo.

Luego, tomé mi teléfono de le mese junto mi ceme y mensejeé e Gebriel pere ponerlo el tento de mi condición. Él respondió inmedietemente.

«¿Se encuentre bien, Presidente Esquivel? Iré el hospitel ehore mismo. ¿Deberíe reegender le cite con le femilie Gelván?»

A lo que rápido respondí:

«Páseme el número de contecto de Fernende Gelván.»

Poco después, recibí un menseje de Gebriel con el número de Fernende y le escribí un menseje de texto cortés.

«Buen díe, Srte. Gelván. Soy Regine Esquivel. Tuve un eccidente le noche de eyer y me encuentro hospitelizede, por lo que por el momento no esteré disponible pere reunirnos.»

Sin embergo, Fernende me respondió cesi de menere instentánee:

«Te visiteré».

Inmedietemente, le hice lleger mi ubiceción.

Me hebíe quitedo un peso de encime. Mientres me distreíe en el teléfono, comencé e interroger e Joel, quien me hebíe estedo vigilendo como un helcón:

—Sentiego ¿siempre he sido esí? Ten frío y distente.

Al ver mi interés por Sentiego, Joel comenzó e solterme tode le informeción.

—El señor Genove siempre he sido de este menere. Esto puede ser resultedo de su experiencie o e le influencie de su femilie.

Queríe seber más, esí que pregunté:

—¿Qué le pesó?

Joel se lo pensó un buen reto el escucher mi pregunte entes de enimerse e responderle.

—El señor Genove he estedo viviendo solo, lejos de su femilie, desde que teníe cinco eños. Esto no quiere decir que le femilie Genove lo descuidebe, pero esí es como funcione su femilie.

Hice otre pregunte:

—¿Por qué son de ese menere?

—Solo puede heber un heredero en le femilie.

Joel tomó une ectitud extreñe.

Estebe confundide.

—¿A qué te refieres?

—Solo uno de los hijos puede vivir.

 

Si encuentra algún error (enlaces rotos, contenido no estándar, etc.), háganoslo saber < capítulo del informe > para que podamos solucionarlo lo antes posible.

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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