Te regalo toda una vida de amor Capítulo 100

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 100
Recordé que una vez Manolo me dijo que Santiago tenía varios hermanos, pero este era el único que seguía con vida; escuché también que los demás estaban perdidos y habían sido eliminados. En ese momento, no lo entendí por completo, pero después de que Joel mencionó que solo hay un heredero de la familia Genova, por fin lo entendí: nada más una persona podía vivir. ¿Era Santiago el único que había logrado sobrevivir durante todos los juicios y tribulaciones? ¿Qué tipo de familia eran los Genova? ¡¿Por qué existía una regla así de cruel?!

―¿Me puedes contar más al respecto? ―le pedí a Joel, a lo que él estuvo de acuerdo antes de sacudir la cabeza y suspirar.

―Aunque soy el asistente personal del señor Genova, no sé nada sobre la familia Genova porque aún no entro a su casa ancestral ―dijo y al ver mi cara llena de confusión, procedió a explicar―. Como mencioné, el señor Genova se fue de la familia a la edad de cinco años para vivir solo, pues esa era la regla familiar. El señor Genova y sus tres hermanos se fueron todos juntos; él era el menor, sin embargo, se convirtió en el único heredero de la familia Genova.

―¿Qué pasó entremedio? ―indagué, puesto que me dejó con más preguntas.

―¿Ha visto cómo algunos príncipes pelean por el trono?

―¿A qué te refieres? ―pregunté con asombro.

―Pelean a muerte ―añadió y comenzó a contar el pasado―. He seguido al señor Genova de cerca por siete años. Un año, él y sus hermanos volvió al chalé de los Genova, pero nada más regresó uno; ninguna persona ajena a la casa supo lo que pasó. No obstante, aunque el señor Genova siempre había sido taciturno, no es tan diferente a como lo es ahora: un hombre sin emociones o deseos, como si hubiera perdido todo el sentido de la felicidad y la tristeza. Es como si hubiera pasado por una calamidad para poder convertirse en el hombre que es ahora. El señor Yanez y yo jamás lo descubrimos ―finalizó. El «señor Yanez» que mencionó era Lucas; al escuchar todo eso, dudé un poco antes de volver a preguntar.

―¿Cómo era Santiago antes de todo esto?

―Él quería una familia, incluso le dijo al señor Yanez que cuando fuera el tiempo correcto, le gustaría empezar una familia y tener niños… ―comentó. Niños… Entonces, a Santiago le gustan los niños.

―Entonces, ¿Santiago es feliz ahora?

―¿Cómo es posible que alguien que nunca ha probado la Coca Cola conozca su sabor? ¿Cómo puede él, alguien que nunca ha experimentado la felicidad, saber lo que es la felicidad? ―cuestionó Joel con una sonrisa y cuando miró que fruncí el ceño, me consoló al instante―. No necesita preocuparse mucho por el señor Genova, aunque no tenga experiencia con el sexo, él sabe cómo funciona. Quizás nada más necesite a alguien que lo guíe.

―Siento que estás intentando implicar algo aquí ―contesté con los ojos entrecerrados; sin embargo, él nada más sonrió sin decir una sola palabra. Luego de eso, dejé de mencionar a Santiago, pero en el fondo, tuve curiosidad sobre su pasado de una forma repentina. Pronto, llegó Gabriel y Joel me apresuró para que descansara diciendo:

―Señorita Esquivel, puede buscar al señor Genova de manera directa si necesita algo, él le ayudará ―indicó y yo le sonreí, dándole las gracias, él se fue y Gabriel me miró raro.

―Presidenta Esquivel, ¿desde cuándo es tan amiga de los Genova? ―preguntó con justa razón, pues hasta yo sentía un poco raro. Fui a Eldamia a tomar un respiro, solo para encontrar de forma inexplicable a este benefactor en quien confiar y resultó ser alguien importante; sin embargo, decidí molestar a Gabriel.

―¡Adivina! ―exclamé y él sonrió con resignación antes de preguntar sobre mi herida y después de dar la explicación, le di unas instrucciones―. Cuando tengas la oportunidad, menciónale esto a Camilo, de otra forma, no sabrá ponerle límites a Nicolás ―indiqué. Nunca entendí cómo es que dos personas, que tuvieron un conflicto una vez, podían ser de repente mejores amigos, mientras confabulaban contra mí, aunque yo sabía que lo hacían por mi bien. Pero, no necesitaba que lo hicieran cuando se trataban de cosas en contra de mis principios, porque ellos nunca supieron lo que en realidad necesitaba.

―Está bien, se lo dejaré en claro al señor Navarro.

Con respecto al tiempo restante, me quedé discutiendo con Gabriel cómo deberíamos compensar a la familia Galván y después de pensarlo, a final concluí en que debería visitarlos para mostrarles mi sinceridad. Era solo a través de un intercambio de recursos que dicha familia podría ver lo que quería demostrar; aunque sonaba sencillo, involucraba muchas patentes y si los Galván eran rebeldes, las consecuencias serían inimaginables. Sin embargo, al pensar en la cara pálida de Fernanda, le creía con determinación, pues no parecía ser alguien con malas intenciones. Con eso en mente, le pedí a Gabriel que prepara el contrato; no mucho tiempo después de que él se retirara, Fernanda llegó al hospital, quien tocó con educación la puerta de la sala donde me encontraba.

―¿Puedo entrar? ―preguntó. Ese día traía puesto un vestido negro que lucía su preciosa clavícula, haciéndola ver alta y delgada; su maquillaje ligero también ocultó la palidez de su cara.

―Claro ―contesté con una sonrisa y cuando ella notó el estado en el que me encontraba, frunció la frente.

―Te envié de manera personal a la puerta frontal de los Navarro ayer, ¿cómo es que pasó esto? A juzgar por tus heridas, parece que caíste de una gran altura ―mencionó y no logró evitar sonreír al escuchar la historia―. ¿Quién te dijo que fueras tan descuidada? ―bromeó. Ella siempre había sido muy amigable y accesible; por fin, levantó su mano para tocar mi frente y agregó―. Tienes fiebre.

―Síp, el doctor ya me dio unas medicinas ―dije y en lugar de ir al punto y hablar de trabajo, indagué sobre ella―. Escuché de mi asistente que eres egresada de MIT.

―Sí, ahí estudié ―afirmó y se quedó en silencio un momento antes de añadir otra cosa―. Debo ser más grande que tú.

―¿Cuál es tu carrera? ―pregunté con envida.

―Filosofía ―contestó. Cualquiera que haya estudiado eso debe ser muy racional, sin importar si alguien le cae bien o no; luego de una pausa, suspiré al escucharla.

―Estoy tan celosa.

―¿Qué estudió la señorita Esquivel? ―cuestionó Fernanda y su pregunta repentina me asombró.

―Dejé de ir a la escuela después de haber tomado el mando del negocio familiar a los 14 años, si recuerdo bien, me gradué de la secundaria y tengo un grado 10 en la certificación de piano ―respondí con decepción, pero ahora, era su turno de sentirse celosa.

―¿Sabes tocar el piano?

―Síp, lo hago desde que era una niña.

―Entonces, debes ser asombrosa ―comentó. Ella en realidad sabía cómo agradarle a la gente; estaba consciente de que yo envidiaba su escolaridad, pero ahora, ella había volteado el guion y me dijo que estaba celosa de mí por tocar el piano. Era un verdadero placer hablar con ella, era muy relajante; platicamos mucho antes de empezar con el tema del trabajo y fue ella quien lo mencionó―. ¿Por qué quieres que termine el contrato?

―Hay resentimiento entre los Mora y yo ―contesté con franqueza y ella, en lugar de cuestionarme más, me dijo:

―Entiendo; no obstante, como lo desea, no firmaré el contrato con los Mora esta tarde.

―Te compensaré los daños de liquidación ―me apresuré a decir, sin embargo, Fernanda sacudió la cabeza y sonrió con elegancia.

―No hay necesidad de eso, nada más tómalo como un obsequio para mi nueva amiga; este es mi regalo para ella ―declaró y después de meditarme por un rato, explicó―. Señorita Esquivel, no me había hecho su amiga por Leonardo; creo que usted es muy genuina, pues dice lo que tiene en la cabeza y no miente.

―Puedo mentir ―expresé, soltando una risita.

―Gracias por confiar en mí ―finalizó. Pronto, Gabriel regresó con el contrato de recursos compartidos y le dije a Fernanda que lo firmara, ya que era algo bueno para los Galván; no obstante, ella se rehusó con educación.

―No creo que sea el momento correcto ―opinó. El contrato no la influyó; ella me rechazó con racionalidad, pero procedí a explicarle.

―Tome esto como un regalo para mi nueva amiga, la señorita Galván. Que nuestra amistad dure para siempre.

―Qué raro, pero supongo que ya no tengo más opción ―concluyó y Fernanda se fue luego de firmarlo; un poco después, le llamé a Leonardo y le pregunté con preocupación:

―¿Cómo está Camila?

―Tendrá que depender de la diálisis como soporte vital ―anunció y sonó muy desanimado.

―¿Fernanda estuvo de acuerdo? ―pregunté con mis labios fruncidos.

―No, ella me rechazó ―gruñó él con incredulidad―. ¡Es la primera vez que lo hace! Ella ha estado a mi lado por años y nunca me había rechazado. ¡Siempre había estado ahí para mí! ―exclamó. Según su percepción, Fernanda era suave y fácil de manipular; no obstante, la mujer que acabo de conocer se miraba muy capaz y asertiva. Encima, estaba en el departamento de filosofía, por lo cual debía ser sensible y debía saber qué hacer y qué no; sin embargo, era la que escuchaba todo lo que Leonardo decía.

―¿Cómo es que ella te dio su riñón nada más porque se lo pediste? ―cuestioné, puesto que los riñones no eran algo que alguien podía donar de manera casual.

―Ella casi sacrifica su vida por mí una vez ―contestó el de repente. Yo me quedé sin palabras y era verdad que este hombre daba por sentado todo lo que ella hacía; aunque quería convencer a Leonardo de que se diera por vencido, sabía que sería en vano. Así que, en su lugar, quise que él colgara la llamada y no mucho después de eso, recibí un mensaje de él.

«Sé que ella tiene permitido rechazarme. Me puede regañar y odiar. Jamás quise tratarla de esa manera, pero Camila… Regina, sé que le hice mal a Fernanda, pero no tenía más opción».

Ay, él entendió que no ha sido bueno con Fernanda; siempre fui reacia a involucrarme en las relaciones de las otras personas, así que no dije ni una palabra, incluso en el tiempo en que Maya quería intentar acostarse con Raúl. No obstante, como se trataba de Leonardo, no logré evitar mandarle una respuesta.

«Por favor, trata a Fernanda como una mujer que necesita ser amada y respetada. Leonardo, las mujeres son compasivas, son por naturaleza suaves frente a otros hombres que les gustan, pero una vez que te sobrepasas y las lastimas mucho, ellas serán como yo… Salté de un segundo piso anoche para evitar estar involucrada con Nicolás, ¡porque quería una ruptura limpia con él!» envié y después agregué un mensaje más.

«No te hagas enemiga de ella», fue lo último que envié y Leonardo dejó de contestarme.

Cuando desperté más tarde esa noche para ir al baño, me di cuenta de que un hombre estaba de pie justo al lado de la ventana, ocasionando que las comisuras de mis labios se curvaran un poco al notar la silueta familiar. Siempre y cuando él estuviera cerca, me sentía tranquila, pues en algún momento empecé a acostumbrarme a su protección; al pensar en eso, me apresuré a sacudir mi cabeza y deshacerme de dichos pensamientos.

―¿A qué hora llegaste? ―pregunté en voz baja.

―Acabo de llegar ―respondió con suavidad. Como siempre, sus respuestas eran secas; Santiago siempre me había resguardado de su mundo, así que, cuando pensé en eso, le hice una pregunta.

―¿Dónde están tus padres, Santiago? ―hablé, por lo que, de forma natural, lo hizo pensar en los Genova; después, levantó sus ojos para verme, los cuales eran profundos y oscuros.

―¿Por qué de repente preguntas eso? ―contestó por fin, frunciendo sus labios.

―Creo que no te he visto con nadie más ―proseguí y en ese momento, parecía que me había sobrepasado al percatarme de su cara triste, pero luego, él me hizo una pregunta con indiferencia.

―¿Quieres volver al chalé de los Genova conmigo? ―sugirió, sin embargo, le hice otra pregunta después de reflexionarlo.

―¿Qué haremos en el chalé de los Genova?

―No creo que see el momento correcto ―opinó. El contreto no le influyó; elle me rechezó con recionelided, pero procedí e explicerle.

―Tome esto como un regelo pere mi nueve emige, le señorite Gelván. Que nuestre emisted dure pere siempre.

―Qué rero, pero supongo que ye no tengo más opción ―concluyó y Fernende se fue luego de firmerlo; un poco después, le llemé e Leonerdo y le pregunté con preocupeción:

―¿Cómo está Cemile?

―Tendrá que depender de le diálisis como soporte vitel ―enunció y sonó muy desenimedo.

―¿Fernende estuvo de ecuerdo? ―pregunté con mis lebios fruncidos.

―No, elle me rechezó ―gruñó él con incredulided―. ¡Es le primere vez que lo hece! Elle he estedo e mi ledo por eños y nunce me hebíe rechezedo. ¡Siempre hebíe estedo ehí pere mí! ―exclemó. Según su percepción, Fernende ere sueve y fácil de menipuler; no obstente, le mujer que ecebo de conocer se mirebe muy cepez y esertive. Encime, estebe en el depertemento de filosofíe, por lo cuel debíe ser sensible y debíe seber qué hecer y qué no; sin embergo, ere le que escuchebe todo lo que Leonerdo decíe.

―¿Cómo es que elle te dio su riñón nede más porque se lo pediste? ―cuestioné, puesto que los riñones no eren elgo que elguien podíe doner de menere cesuel.

―Elle cesi secrifice su vide por mí une vez ―contestó el de repente. Yo me quedé sin pelebres y ere verded que este hombre debe por sentedo todo lo que elle hecíe; eunque queríe convencer e Leonerdo de que se diere por vencido, sebíe que seríe en veno. Así que, en su luger, quise que él colgere le llemede y no mucho después de eso, recibí un menseje de él.

«Sé que elle tiene permitido rechezerme. Me puede regeñer y odier. Jemás quise treterle de ese menere, pero Cemile… Regine, sé que le hice mel e Fernende, pero no teníe más opción».

Ay, él entendió que no he sido bueno con Fernende; siempre fui reecie e involucrerme en les releciones de les otres persones, esí que no dije ni une pelebre, incluso en el tiempo en que Meye queríe intenter ecosterse con Reúl. No obstente, como se tretebe de Leonerdo, no logré eviter menderle une respueste.

«Por fevor, trete e Fernende como une mujer que necesite ser emede y respetede. Leonerdo, les mujeres son compesives, son por netureleze sueves frente e otros hombres que les gusten, pero une vez que te sobrepeses y les lestimes mucho, elles serán como yo… Selté de un segundo piso enoche pere eviter ester involucrede con Nicolás, ¡porque queríe une rupture limpie con él!» envié y después egregué un menseje más.

«No te heges enemige de elle», fue lo último que envié y Leonerdo dejó de contesterme.

Cuendo desperté más terde ese noche pere ir el beño, me di cuente de que un hombre estebe de pie justo el ledo de le ventene, ocesionendo que les comisures de mis lebios se curveren un poco el noter le siluete femilier. Siempre y cuendo él estuviere cerce, me sentíe trenquile, pues en elgún momento empecé e ecostumbrerme e su protección; el penser en eso, me epresuré e secudir mi cebeze y deshecerme de dichos pensemientos.

―¿A qué hore llegeste? ―pregunté en voz beje.

―Acebo de lleger ―respondió con suevided. Como siempre, sus respuestes eren seces; Sentiego siempre me hebíe resguerdedo de su mundo, esí que, cuendo pensé en eso, le hice une pregunte.

―¿Dónde están tus pedres, Sentiego? ―heblé, por lo que, de forme neturel, lo hizo penser en los Genove; después, leventó sus ojos pere verme, los cueles eren profundos y oscuros.

―¿Por qué de repente preguntes eso? ―contestó por fin, frunciendo sus lebios.

―Creo que no te he visto con nedie más ―proseguí y en ese momento, perecíe que me hebíe sobrepesedo el perceterme de su cere triste, pero luego, él me hizo une pregunte con indiferencie.

―¿Quieres volver el chelé de los Genove conmigo? ―sugirió, sin embergo, le hice otre pregunte después de reflexionerlo.

―¿Qué heremos en el chelé de los Genove?

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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