Te regalo toda una vida de amor Capítulo 72

No sabía con quién estaba hablando, pero me rompió su promesa, no importaba a quien se lo estaba diciendo. Estaba aturdida y me sentí perdida. Era como si estuviera reviviendo el pasado. La distancia entre Nicolás y yo de pronto se volvió larga, y toda mi felicidad en estos dos días se volvió en desesperación.

―¿Cuándo volverás?

Podía escuchar la impaciencia en la voz de Nicolás, como si la mujer del otro lado de la línea fuera importante para él. Sentí tristeza en mi corazón y quería llorar de la pena. ¡No le importo en lo absoluto! En ese momento, me arrepentí mucho de mi decisión de estar con él.

―De acuerdo. Te recogeré en un par de días.

Esas palabras apuñalaron mi corazón como un cuchillo filoso. Me giré con rapidez y me fui para conducir de vuelta a la empresa. Estaba desconcertada mientras me sentaba en mi oficina. De pronto, parecía que había perdido todo mi mundo. En ese momento, Gabriel regresó. Abrió la puerta, solo para verme sentada en un estado de trance. Y así que, me preguntó con preocupación:

―¿Qué le sucedió, presidenta Esquivel?

Me contuve, negué con la cabeza y dije:

―Estoy bien.

Después de haber pasado por tantas cosas, había aprendido a controlar mis emociones desde hace mucho tiempo. Sin embargo, la tristeza en mi corazón era clara como el agua.

―Lo siento mucho, Presidenta Esquivel.

Gabriel lo admitió, pero no me dio una explicación. Cerré mis ojos y dije:

―Dime la razón.

La voz de Gabriel temblaba porque mi expresión era demasiado tranquila.

―De hecho, todo el dinero se envió a Sislandia.

―¿Qué vas a hacer con eso? ―pregunté con tranquilidad.

―No lo sé. No se ha donde se fue el dinero, pero el señor Bernal me dijo que lo hiciera antes de que fallecerá hace siete años. Dijo que era la «voluntad» de sus padres.

Eduardo Bernal era el secretario de mi padre. Después de que mi papá falleció, Eduardo renunció a su trabajo y regresó a su ciudad natal. Abrí mis ojos con sorpresa y pregunté:

―Una larga suma de dinero va a Sislandia cada año. ¿No sospechabas nada en lo absoluto? ¿Por qué no me lo informaste?

―Presidenta Esquivel, para nada tuve dudas. Seguí las instrucciones del señor Bernal de borrar el paradero del dinero. Si él estaba haciendo eso, era porque no quería atraer la atención de la empresa, ya que indicaba que el dinero se enviaba a alguien llamada Regina Esquivel.

Me quedé callada al caer en la cuenta. Finalmente, supe a donde fue Camila. ¡Comprendí por qué se me ocultó este secreto! Miré a Gabriel con una sonrisa. Me llamó con nerviosismo, pero negué con la cabeza y dije:

―¿Has encontrado a Camila?

Gabriel negó con la cabeza y contestó:

―No hay manera de investigar su paradero.

Al inicio quería decir en voz alta y pedirle que buscara a Camila en Sislandia. Sin embargo, las palabras cambiaron al salir de mi boca y le ordené:

―Has tu trabajo. Necesito un tiempo a solas.

Después de que Gabriel se fue, parecía que había perdido toda mi energía. Me quedé recostada en la silla de la oficina sin moverme. Tal vez era por mis emociones, pero no tenía hambre, hasta que mi teléfono sonó seis veces, no tenía que adivinar quien estaba llamado.

Tomé el teléfono y lo apagué. Después de un tiempo, Gabriel abrió la puerta con el teléfono en mano y dijo:

―Presidenta Esquivel, tengo al señor Ferreiro en la línea y pregunta cuando regresará a casa.

Aunque llovía seguido en Bristonia, la vista de la noche era hermosa. Desde mi oficina, uno podía tener una vista panorámica de toda la ciudad. De pronto, recordé esas palabras de nuevo.

«Mientras que tú…todo vaya bien, mantendré la promesa de casarme contigo».

¿Cómo se atreve a hacerle una promesa a otra mujer? No sabía a lo que se refería Nicolás con que, si todo va bien, pero sabía que María me lo había advertido.

«¡No puedes ganar para siempre!».

Tenía razón. Al ver que no había hablado, Gabriel me llamó de nuevo y dijo:

―Presidenta Esquivel, el señor Ferreiro está abajo esperándola.

La oficina estaba inusualmente silenciosa. Giré mi cabeza para mirar a Gabriel y sonreí.

―Gabriel, hazle una pregunta por mí.

―Aún tengo al presidente Ferreiro en la línea.

Si lo estaba, Nicolás podría escuchar mis palabras desde esta distancia. Me reí y dije:

―Pregúntale… ¿A qué se refiere que mantendrá la promesa de casarse con ella? ¿Me estás traicionando?

Gabriel se sorprendió al escuchar eso. No se oyó ningún sonido desde el otro lado de la línea tampoco, pero creo que Nicolás lo escuchó claramente. Me puse de pie y tomé el teléfono de la mano de Gabriel para colgar. Después, dije tranquilamente:

―A partir de este momento el corporativo Esquivel cortará lazos con el corporativo Ferreiro. No vayas a buscarlo para pedirle ayuda, incluso si no puedes resolver algo.

Al final, Gabriel respondió:

―Sí, presidenta Esquivel.

―Se está haciendo tarde. Ya puedes marcharte.

Después de que Gabriel se fue, me quedé de pie frente a las ventanas. Ya que estaba demasiado alejada del suelo, no podía verlo con claridad. Sin embargo, vagamente podía ver un Maybach negro estacionado en la entrada. Probablemente, era el auto de Nicolás. Lo miré con tranquilidad, regresé a escritorio y me senté. Me sentí incómoda, pero, aun así me quedé profundamente dormida.

Cuando desperté, era medianoche y me estaba muriendo de hambre. Tomé las llaves de mi auto y bajé, solo para descubrir que el Maybach negro aún seguía ahí. Nicolás estaba recargado en el auto. Respiré profundo, bajé mi cabeza y caminé hacia mi auto. Sin embargo, me detuvo y preguntó:

―¿Estás enojada?

Eso era quedarse corto. Me quedé quieta y lo miré. El rostro del hombre estaba escondido en la oscuridad, pero lo escuché suspirar y preguntó:

―¿Por qué no me llamaste antes de venir?

Lo dijo como si nada hubiera pasado. Fruncí los labios y lo escuché decir de nuevo:

―Es un malentendido.

―¿Un malentendido dices? ¿Entendí mal que llamaste a otra mujer y le dijiste que mantendrías la promesa de casarte con ella?

Nicolás se quedó callado. Me estaba poniendo más furiosa por su actitud y dije:

―A partir de ahora, no hay nada entre nosotros.

Me giré y me subí al auto, pero Nicolás se acercó e impidió que cerrará la puerta. Me suplicó con una voz profunda:

―Gina, por favor confía en mí.

¿Cómo se atreve a pesar de que no confiaba en él, después de haber traicionado esa confianza? A lo cual dije:

―¡Te escuché con claridad! ¿Cómo puedo confiar en ti después de haber escuchado esas palabras salir de tu boca? Dime esto…¿mantendrás la promesa y te casarás con ella?

Nunca pregunté quién era la mujer, ya que no quería parecer desesperada y seguir discutiendo con él.

Nicolás hizo una pausa y dijo:

―Lo siento. No puedo decirte quien es ella, pero tengo mis razones

¡Consiguió evadir mi pregunta al decir que tenía una razón! Nicolás Ferreiro, ¡realmente eres increíble!

―Está bien. Terminamos.

Me acerqué para empujarlo, pero tomé mi mano y me estrechó entre sus brazos.

―Confía en mí, ¡no te defraudaré! ―replicó.

Sin embargo, esas palabras eran demasiado superficiales para mí, y también era presuntuoso.

―¡Púdrete!

No pude controlar mi temperamento y no estaba dispuesta a contener mi ira hacia Nicolás, así que lo pateé entre las piernas. Me soltó de manera abrupta y dio un paso hacia atrás. Su rostro se torció en una expresión de dolor, pero siguió viéndome con una mirada tranquila y serena. Era su hombría, así que me arrepentí de haberlo hecho. Sin embargo, el arrepentimiento se vio ahogado por su traición.

―Nicolás Ferreiro, te preguntaré solo una cosa.

Hizo un sonido con su garganta en forma de respuesta.

Anuncié lentamente, palabra por palabra.

―¿Te casarás con ella?

―Lo haré si regresa a Bristonia.

Nicolás tenía una expresión de determinación, mientras decía esas palabras con firmeza. Por lo tanto, me burlé y dije:

―Nuestra relación termina aquí. Espero que puedas alcanzar una gran felicidad en el futuro.

―Gina.―Me llamó tranquilamente.

¿Aún me llama Gina como si me quisiera? Al demonio con Gina. Estaba furiosa, sin embargo, mi enseñanza y fortaleza me dijeron que tenía que resistir y bendecirlo con generosidad. No debo enojarme; no debo volverme loca. Incluso si no puedo ganarme su amor, no debo perder la cordura. Finalmente, subí al auto y me marché. No obstante, miré por el espejo retrovisor que Nicolás aún seguía de pie ahí, y sentí lo mismo como con Cristóbal ayer. Este será nuestro último encuentro. Mis lágrimas no paraban de caer mientras estaba sentada en el auto. Pero, aun así, actué de manera obstinada y con rudeza frente a él. Siempre tenía un ego alto y nunca dejé que nadie me viera como una persona débil.

Al final, lloré demasiado. Después de llorar, perdí la fe en el mundo de nuevo. No entendía la alegría de estar vivo. Parecía que mi propósito en vivir era salir lastimada una y otra vez. Pasé por un bar, entré y ordené muchos platillos. Sin embargo, no pedí alcohol, ya que no quería dañar mi cuerpo. Después de todo, aún quería seguir viviendo.

Aunque la vida era difícil, la esperanza era inalcanzable. Incluso fui lastimada por Mi propio amor, aun así, quería seguir viviendo. Tenía que seguir, y hacerlo con fe. Pero, ¿Qué era mi fe? Antes de esto, podía seguir viviendo por mi amor. Sin embargo, dado que mi amor era una basura, ¿Dónde debería depositar mi fe? ¿Por qué tenía que ir a enamorarme de una basura? ¡Ahora, no tengo a nadie con quien contar cuando estoy triste!

Seguía llorando y estaba agobiada. Al final, Salí del bar, con mi cabeza hecha un embrollo. No tomé nada de alcohol, pero aún me sentía mareada. Tal vez era causado por tanta tristeza. Caminé hacia el río más largo de Bristonia. Me senté ahí y disfruté del viento de la noche, de pronto me sentí nostálgica.

No obstante, no tenía el derecho de estarlo. Escogí a Nicolás en lugar de su hermano. Yo había traicionado a Cristóbal, así que no podía reconfortarme con el cariño de hace nueve años. No podía encontrar a nadie de quien depender, y se acabaron los recuerdos. Bajé mi cabeza y mi mente estaba llena de emociones. ¿Con quién estaba hablando Nicolás? ¿Por qué me estaba engañando de nuevo? ¿Realmente soy una mujer tan mala?

Saqué mi teléfono del bolsillo y lo encendí. Miré que había más de una docena de llamadas perdidas. Dos eran de Maya, seis de Nicolás antes de la pelea, y el resto de Leonardo. Después de pensarlo por un tiempo, llamé a Leonardo de regreso. Él nunca me llamaría si no fuera una emergencia, sin embargo, su teléfono estaba apagado. Guardé mi teléfono y dejé salir un largo suspiro, mientras me sentía aún más deprimida. Suspiré un par de veces más, pero el sentimiento de depresión no se iba.

De pronto, no pude evitar llorar otra vez. En ese momento, mi teléfono sonó de nuevo. Era de alguien que creí que nunca me llamaría. Pero, sonó y rompió el silencio en la fría y larga noche. Además, era la primera llamada que me hacía. Mordí mi labio, no estando segura si debía responder. Era porque sentí que nunca lo vería de nuevo. Sin embargo, no pude resistir la tentación. Llevé el teléfono a mi oreja, solo para escuchar su gentil voz.

―Chiquilla, ¿Dónde estás?