Te regalo toda una vida de amor Capítulo 66

«Solo porque yo le gusto no significa que tenga que corresponderle», me quedé pensando en la respuesta de Cristóbal, pero no sabía qué contestarle. Él suspiró y retomó su actitud amable, diciendo:

—Hay muchas cosas que no puedes conseguir solo porque las quieras, chiquilla. Sé que te preocupas por Olivia; yo la veo como una hermana y también me preocupa, pero hay cosas que no puedo hacer. No puedo evitar que me vea como un interés romántico, pero puedo quitarle la esperanza. Si no lo hago, creerá que tiene oportunidad.

Cristóbal tenía razón: el amor mutuo era importante en las relaciones. Si él no sentía eso por Olivia, lo correcto sería alejarse de ella y no engañarla. Ella sabía por qué lo hacía, pero no se rendiría y no creo que lo haga. Me sentía mal por Olivia, sobre todo después de que me salvara. El hecho de que Cristóbal se negara a darle una oportunidad me ponía sentimental.

—Siento haberte molestado —le dije—. Lamento no haberlo pensado bien. Tomaste tu decisión y eso lo respeto.

—Está bien —hizo el tema a un lado—. ¿Cómo te has sentido?

—Bien —respondí de manera cortante.

—Ya veo. Iré a Bristonia si tengo que… —Cristóbal pausó por un momento y se rio—. Felicidades por dejar tu pasado atrás, chiquilla. Por fin pudiste perdonar a Nick.

«Oh, entonces sabe que regresamos. Estoy segura de que Nicolás se lo contó durante su viaje a Gretaña», pensé. Nicolás Ferreiro era un hombre territorial; estaba claro que se lo contaría a todos. Al final, renuncié al sueño que tuve hace nueve años, pero el hombre de mis sueños de aquella época seguía arrastrado en esto por un giro del destino.

Nunca podré olvidar cómo Cristóbal me prometió que me esperaría para siempre. Los ojos se me llenaron de lágrimas y le dije:

—Lo lamento, Cristóbal.

—No tienes por qué lamentarte.

Nicolás tenía razón: Cristóbal y yo teníamos un lazo implícito, como si fuéramos amigos de toda la vida y como si pudiéramos confiar en el otro. Me tapé los ojos y me quedé callada, pero Cristóbal no me colgó. Al final, yo terminé la llamada y volví a la sala de Olivia, quien se quedó dormida. Mientras tanto, Nicolás me miró con curiosidad.

—Te tomaste tu tiempo.

—Me dolía el estómago —le mentí. Nicolás me miró un largo rato, pero no dijo nada.

Después de eso, volvimos a Bristonia, pero no me llevó al chalé Esquivel, sino al chalé en las montañas. Salí del coche y vi aquel gato naranja echado junto a la piscina; también había un gato blanco al lado. Cuando el gato naranja vio a Nicolás, vino a frotarse contra su pierna; sin embargo, él lo ignoró y me llevó al chalé, donde lo siguió el gato y se tumbó al suelo de forma perezosa.

—De verdad me ves como tu amo, ¿no? —le sonrió. El gato lo maulló, pero Nicolás no le hizo caso y me llevó al dormitorio. La cobija seguía siendo la misma que la de hace dos días. Nicolás miró al cielo nocturno y dijo—: Son las 3:00 a. m., así que duerme un poco.

Fui a asearme al baño. Cuando salí, Nicolás no estaba por ninguna parte; miré por la ventana y lo vi jugando con el gato junto a la piscina. Me tumbé en la cama y lo miré hasta que me quedé dormida. El ruido de la lluvia se volvió tan fuerte y ya no lo soporté, así que abrí los ojos y volteé la cabeza. Aunque Nicolás estaba dormido profundo, lo desperté y me abrazó para susurrarme:

—Estás despierta.

—¿Por qué está lloviendo de nuevo? —pregunté, atontada. Aquella noche había llovido mucho y no cesó por un rato mientras Olivia estaba en el hospital, pero una vez más caía a cántaros.

—Bristonia es una ciudad lluviosa —explicó Nicolás, dándome palmaditas en la cabeza—. Se pondrá mejor después. En el verano es cuando llueve de verdad.

Como la brisa fría me rozó la piel, abracé a Nicolás con fuerza y me quejé:

—Tengo frío.

—¿Estás resfriada? —preguntó, poniéndome la mano en la frente.

—Eso creo. Estoy mareada.

Cuando tomó un termómetro y me lo puso en la boca, resultó que estaba un poco resfriada. Entonces, Nicolás me dio unos medicamentos que sacó del botiquín e hirvió dos huevos como remedio para los moretones. Los golpes me hincharon la mejilla, así que Nicolás frotó los huevos hervidos contra ella.

—El moretón desaparecerá por la mañana —me aseguró.

—Bien —contesté con suavidad.

Entonces, presionó sus labios contra los míos y, por alguna razón, unos instantes después estábamos desnudos. Era lo mejor que un humano pudiera experimentar, sobre todo cuando la pareja está enamorada el uno del otro. Cerré los ojos y me preguntó:

—¿Te gusta?

«Ah, conque quieres provocarme, ¿no? Bueno, ¡veamos qué te parece esto!».

—Puedes ser muy descarada, mujer —jadeó él.

Estuvimos así hasta que amaneció. Quedé tan agotada que estuve recostada y cerré los ojos. Nicolás me besó en la frente y se levantó de la cama.

—Quédate en casa, ¿sí? —Un momento después, puso su mano en mi frente y, con ligereza, añadió—: Si corres por allí, te castigarán. Le temes a mi padre, ¿verdad? —No le tenía miedo al director, pero sí podía regañarme si quería; me llamaría y hablaríamos de todo. Entonces, añadió—: Te llevaré con él si me fallas.

Me quedé sin palabras. En ese momento, se fue en su coche. Aun así, pensé que se estaba preocupando demasiado, pues nunca podría bajar la montaña sin un coche; además, seguía lloviendo, de ninguna forma saldría con este tiempo. Al final, me despertó una llamada. No era Leonardo, sino una mujer.

—Hola, ¿eres Regina?

Como acababa de despertarme, seguía algo atontada.

—¿Quién habla?

—Soy la novia de Leonardo. Vinieron unos policías y lo arrestaron. Por favor, ¿puedes pagar su fianza? ¡Tiene muchos cargos a su nombre y podría pasar años en la cárcel!

Con el ceño fruncido, pregunté:

—¿Qué ocurrió?