Te regalo toda una vida de amor Capítulo 580

Roberto sonaba irritable y fue grosero con su hermano Nataniel. Él, por su parte, lo instó a que se calmara:

—Roberto, una señorita vino a verte. —Roberto no se amilanó, y siguió maldiciéndolo.

—¿No me escuchaste? ¡Vete! ¡Si no, te tiro por la ventana ahora!

—¿Por qué siempre eres tan feroz conmigo? —La voz de Nataniel sonaba angustiada y con un dejo de añoranza por su hermano.

En ese momento, se me ocurrió que Nataniel aún pensaba en Roberto como su hermano y lo respetaba, aunque su madre lo despreciara. Él quería acercarse a su hermano y ser unido con él, pero Roberto no lo dejaba entrar en su corazón. De todas maneras, era natural que tratara así a su hermano, dado que su madre tenía preferencia.

—¿Quién te crees que eres? ¡Vete!

Entonces, Nataniel salió de la habitación de Roberto y corrió hacia mí. Cuando me vio, hizo puchero y lloriqueó:

—Siempre me está retando. No sé qué hice mal.

—Aún es un niño —contesté sonriendo tras escuchar eso.

—Pero es unos años mayor que yo. —Me quedé muda con su respuesta. «¿Cómo puedo consolar a este niño? ¿Debo consolarlo?», me pregunté. Luego, le expliqué:

—Tu hermano en verdad tiene mal genio, pero también es una buena persona.

—Ajá, ¡tiene razón!

Justo después, Nataniel se fue. Me quedé parada en el pasillo un buen rato, pero no pude armarme de valor para encontrarme con Roberto. «Olvídalo. Hablaré con él más tarde», me dije. Luego, salí de allí y fui de prisa hacia la madre de Roberto y Nataniel. Ella frunció el ceño y le preguntó a su hijo:

—¿Por qué tu cara se ve tan amargada? ¿Ese tarado te retó de nuevo? —Llamaba tarado a su hijo, Roberto. Entonces, llamé a mis guardias a un costado del jardín para observar la expresión de Nataniel. Cuando su madre criticó a Roberto de nuevo, él lo defendió con rapidez:

—No, Roberto no me retó, solo me pidió que no interrumpiera su sueño. Hasta me elogió.

—¿Cómo lo hizo, Nat?

—Dijo que estaba más alto —contestó el joven con una sonrisa.

Sin embargo, Roberto no había dicho eso. Nataniel solo estaba intentando poner algunas palabras buenas en su boca. Respetaba a su hermano mayor en forma genuina, sin ningún indicio de hipocresía o pretensión. En la familia Fontana, era considerado como alguien que quería a Roberto, y yo esperaba que no fuera el único.

Después de eso, la madre se inclinó, le revolvió el pelo a Nataniel y le recordó con amabilidad:

—¿No te he dicho repetidas veces que no vayas a su casa? ¡No le prestes atención! Nat, hay una brecha enorme entre tú y él. Tú serás el heredero legítimo de la empresa de la familia en el futuro, mientras que él es un hijo enfermo. Si te acercas a él, perderás tu identidad. ¿Entiendes? —Pero él no podía comprenderlo.

—Él es mi hermano y también tu hijo. Además, es mayor que yo, así que él debería ser el heredero legítimo. —Era tranquilizador saber que Nataniel era consciente de eso. Por desgracia, las palabras de su madre eran, en verdad, duras. No pude evitar sentir pena por Roberto.

Suspiré y me estaba dando vuelta para irme cuando me di cuenta de que mi hermano adoptivo estaba parado entre los arbustos, anonadado. De repente, tuve un mal presentimiento en mi corazón. Luego, escuché decir a la madre de Roberto:

—Él no es tu hermano ni mi hijo. ¡Nunca será el heredero de nuestra familia! Recuerda eso, Nat. La familia Fontana nunca reconocerá su existencia y estoy segura de que tu papá ya te lo habrá explicado. Roberto se está quedando aquí solo porque es testarudo e insiste en quedarse. —¡¿Cómo una madre podía decir cosas tan crueles?! ¡Roberto no se merecía que lo trataran así! Incapaz de reprimir la ira que estaba conteniendo, Roberto se burló:

—¡Ja! ¿Estás diciendo que soy testarudo porque insisto en quedarme aquí? Tú siempre has sido cruel con tus palabras, madre. —Su voz sonaba distante y fría. Aturdido, caminó hacia su madre a paso fuerte. La voz de Roberto sobresaltó a la mujer, que, deprisa, tomó la mano de Nataniel para irse. Cerrando los ojos, Roberto la cuestionó—: ¿Siempre vas a evitar cualquier oportunidad que tengamos para hablar? Solo me has dicho cosas hirientes a lo largo de los años, mientras que todo lo que he dicho yo se ha hundido en el mar. —Luego, suspiró y continuó—: Nunca me das ninguna respuesta.

—Roberto, mamá no quiso decir eso…

—Cierra la boca. ¡¿Estoy hablando contigo?! —Roberto aborrecía la sinceridad de Nataniel hacia él. Cuando su madre lo escuchó retar a Nataniel, levantó la voz de inmediato:

—Roberto, desde el momento en que naciste, cortamos todos los lazos entre nosotros. Ya no necesito hacerme responsable de tu vida, ni tampoco espero que tú te hagas responsable de la mía. ¡Pase lo que pase con mi vida en el futuro, no tiene nada que ver contigo ni viceversa! Mis intenciones son claras, pero te niegas a irte de la casa. Sé que anhelas una familia, pero nosotros nunca te recibimos con alegría. Por eso es que parece que no tuvieras ningún sentido de dignidad personal. —Las palabras de la mujer fueron tan duras que Nataniel no pudo evitar jalar el dobladillo de su blusa, pero Roberto de pronto dijo con una risita:

—Tienes razón. De verdad me he estado avergonzando después de todos estos años. Ma… Selma, solía creer que tu objetivo al casarte con la familia Fontana era tener un hijo para mantener tu posición, pero no esperabas dar a luz a un hijo enfermo. No es que yo quisiera estarlo. Tú fuiste la que no me dio un cuerpo sano. De acuerdo, no te culpemos por eso. Todo es mi culpa. Es mi culpa que no fuera un hijo sano, lo que motivó que los Fontana te evitaran por años. La culpa recae de lleno en mi nacimiento… Tienes razón, Nataniel y yo no somos iguales. Yo siempre he sido un hijo prescindible ante tus ojos. Sí, yo era el que, con descaro, insistía en quedarse en la residencia Fontana. Aun así, todo lo que yo quería era el afecto de una madre. Si me hubieras demostrado aunque sea una fracción del amor que le demuestras a Nataniel, no me habría importado el dolor que he tenido que soportar en el pasado. No te culparía si muriera ahora, pero ¿y tú? Selma, ¡¿olvidaste que yo también estuve en tu vientre durante nueve meses?!

Mis lágrimas cayeron sin querer al escuchar su declaración. Miré fijo a Roberto y me di cuenta de que su mirada ya estaba borrosa y lágrimas cristalinas caían desde el rabillo de sus ojos. ¿Qué pasaba con su madre? Ella, por el contrario, estaba calma como agua estancada mirando la cara triste de su hijo. De pronto, me percaté de que, durante años, él había estado tratando de entibiar una piedra fría y endurecida. Por fin pude comprender, también, su insistencia en quedarse en el chalé Esquivel. En ese lugar, el cariño y la calidez que mi madre le ofrecía eran un lujo que nunca iba a obtener de su madre biológica. Por otro lado, ¡su hermano menor estaba acostumbrado a eso!

—Roberto, mamá no quiso decir eso. —Nataniel corrió hacia él, pero Roberto se sacó los auriculares rosados que siempre llevaba en las orejas y lo tiró de una patada. Su madre se sorprendió con su reacción y enseguida levantó al joven. Al ver lo nerviosa que ella estaba, Roberto pareció sentirse mejor. De repente, dijo con suavidad:

—Ya que no sirve de nada complacerte, ¡hagámoslo al revés! Recuerda ser amable y obediente conmigo a partir de ahora, si no… Debes estar al tanto de mi reputación en el mundo de los negocios. Así que, cada vez que me ofendas, demandaré el 10 % de las acciones del Corporativo Fontana. Sabes que puedo hacerlo, ¡pero no esperabas que te amenazara abiertamente! ¡Selma García, mi madre biológica, a partir de este día, tú y tu hijo, Nataniel Fontana, y mi tonto padre y abuelos, harán todo el esfuerzo necesario para complacerme!

Su declaración dejó pasmada a Selma. como si nunca hubiera esperado que él dijera eso. Abrió la boca para decir algo, pero cuando vio que Roberto se agachaba para alzar sus auriculares, levantó a Nataniel y rezongó:

—¡Tarado! ¡¿Cómo te atreves a amenazarme?! ¡Mi mayor arrepentimiento en la vida es no haberte matado al nacer!

—Mamá… —Nataniel se quedó horrorizado al escuchar las palabras de su madre. Sin embargo, Roberto no podía escucharla porque se había quitado sus audífonos, ya que no tenía intenciones de escuchar lo que ella tenía para decir. Después de escupir las amenazas, él solo se marchó echando humo por las orejas. Cuando se fue, aparecí yo y llamé a Selma.

—Señora Fontana, quisiera hablar con usted sobre unas cosas que me dejaron sin palabras.

—¿Escuchó nuestra conversación, señora Genova? —Se refería a la conversación entre ella y Roberto.

—Sí —respondí con una sonrisa.

—¿Qué es lo que la tiene confundida? —preguntó Selma frunciendo el ceño.

—Yo también soy madre —respondí.

—¿Qué? —Espetó la mujer sin pensar.

—Tengo dos hijos, pero amo a los dos por igual. Siempre me preocupa que se lastimen porque estaría devastada si algo les pasara.

—¿Qué es lo que está tratando de decirme? —Selma sonaba impaciente.

—¿Por qué somos tan distintas si compartimos el mismo rol? Señora Fontana, acabo de descubrir que existen madres en este mundo que están resentidas con sus hijos. ¿Está intentando empujar a Roberto hacia la muerte?