Te regalo toda una vida de amor Capítulo 559

Santiago insistió en llevarme a la cena. Se quedó a mi lado todo el tiempo, como si me fueran a maltratar en cualquier momento, y no les dejó oportunidad a las mujeres para que se nos acercaran. Fui hasta el baño antes de irnos y el hombre me estaba esperando afuera cuando salí. Me pareció gracioso.

—¿Tienes miedo de que me maltraten?

—Es una regla de oro nunca bajar la guardia contra nuestros enemigos. —Sonrió y me tomó de la mano—. Vámonos a casa.

—¿Tienes una casa en Aselia? —Incliné la cabeza.

—Trabajé aquí durante un par de meses en aquel entonces, así que tengo un departamento. El señor Benavides ha llamado al personal doméstico para mi viaje esta vez.

—Ya veo. Un conejo astuto siempre tiene varias madrigueras. —Él frunció los labios y me respondió con silencio. No me molestó porque él era un hombre reservado desde un principio. Cuando estábamos por doblar en una esquina, oímos a alguien regañando a una mujer:

—Olvídate del señor Genova. ¿No sabes quién es la señora Genova? Es la jefa de esa familia. Es alguien a quien debemos tratar con reverencia. ¿Crees que es alguien a quien se le puede tomar el pelo? Déjate de vulgaridades y compórtate. Deja de traerme problemas o serás echada de la familia. —La mujer que estaba recibiendo la reprimenda era una del trío.

—Es solo una mujer…

—¿Y acaso tú no eres lo mismo? ¿Por qué Santiago no puso los ojos en ti? Tú ni siquiera tienes el poder para apoyar mi puesto como jefe de familia. ¡Déjate de payasadas y vuelve a casa en este instante!

Santiago no tenía intenciones de seguir escuchando. Los pasamos y fuimos hacia la salida. De repente, sacó el tema durante nuestro camino de regreso.

—Él conoce su lugar. —se refería a la conversación que escuchamos.

—Sip. Ella lo escucha.

—Es su hermana menor. La conoce muy bien, así que sabe lo que está tramando. Él es consciente de lo que les espera si entran en nuestra lista negra.

Sin querer hablar de unos simples extraños, apoyé mi mentón sobre su hombro.

—¿Estás cansado estos días?

—Es razonable. No esperaba que estuvieras en Aselia.

—Te extraño, así que quería verte. —Mi añoranza por él dibujó una sonrisa en sus labios. Pasó su brazo por detrás de mis hombros.

—¿Cómo va tu recuperación?

—La herida está bien, pero me duele cuando se estira.

—¿Cuánto te duele? —Frunció el ceño.

—Soportable.

—¿Entonces, podrás hacer ejercicio más tarde?

«¿Ejercicio? ¿Qué ejercicio?», me pregunté. Me llevó un rato entender su pregunta.

—Santi, pícaro.

«¡Seguro que el conductor lo escuchó!», pensé.

—Te extraño, nena. —Santiago apretó su brazo a mi alrededor y apoyó el mentón en mi cabeza. Me di cuenta de lo cansado que estaba al escuchar su respiración intensa sobre mí. Por fin, me relajé en su abrazo. En el instante en el que pusimos un pie en la habitación, me quitó toda la ropa y nos deleitamos con la caricia del otro. Es lógico que sea placentero y excitante hacer el amor con la persona que uno ama. Quizá fue debido al agotamiento que se quedó dormido abrazándome. De más está decir que yo también dormí bien entre sus brazos.

Al día siguiente, Santiago se levantó de la cama y yo me desperté al escuchar el crujido. Por lo general, tenía sueño profundo, pero en ese momento mi vientre estaba herido. Cada vez que él se movía, yo daba vueltas en la cama, por lo que la herida se estiraba. Al sentir el ardor en la panza, abrí los ojos. Lo aguanté porque no quería preocuparlo.

—¿Qué hora es? —le pregunté.

—Las seis. Duerme un rato más.

—¿Y tú?

—Tengo trabajo que terminar. —Me acarició la cabeza y me dio un besito en la mejilla, después de eso me aferré a su brazo.

—Creo que nunca antes hemos peleado.

—Porque no vale la pena pelear por cosas sin importancia. Y también soy malo peleando. —respondió, recostado de lado sobre la cama.

—No tengo sueño. ¿Y si te preparo el desayuno? —ofrecí. Santiago siempre era indulgente conmigo. Me incorporé para besarle la mejilla antes de abrazarlo por el cuello.

—Eso será un placer.

Fui a la cocina con su camisa blanca puesta, pensando en sus favoritos. «Pero ¿qué le gusta?», me pregunté. Nunca había hecho el esfuerzo de hacerlo feliz, por eso la ignorancia. Siempre era él el que me cuidaba. Me fui de la cocina para estar segura.

—Santi, ¿qué quieres desayunar?

—Cualquier cosa que sea liviana. —Solo opciones nutritivas merecían estar en su plato.

—Pero ¿cuál es tu comida favorita? —Lo abracé por la espalda y puse mi mentón sobre su hombro para acariciar su mejilla con la mía. Él se quedó pensando un momento.

—Nada en particular, pero a mi madre le encantaba hacerme pizza de tocino. Ella pensaba que era muy delgado, así que esperaba que con eso pudiera subir de peso. —Se refería a Alison, que no era su madre biológica, pero encajaba en el rol maternal mejor que nadie.

—¿A qué hora te vas? —Le besé la mejilla de nuevo.

—Mi próxima parada es Soperona, pero solo tengo que trabajar con unos papeles. Y luego tengo una reunión mañana por la mañana.

—Entonces, quiere decir que… —confirmé con agradable sorpresa.

—Tienes mi compañía un día más.