Te regalo toda una vida de amor Capítulo 558

Había pasado una semana desde la última vez que había visto a Santiago. Su cuerpo fornido se hizo presente ante mi vista; la indiferencia se asentó en su rostro y su expresión permaneció sin emoción. Alguien le dio la bienvenida al llegar y él siguió a la persona dentro del edificio.

Me quedé en el auto durante diez minutos, imaginándome que la reunión llevaría un largo rato. Por eso, le pedí al conductor que me llevara hasta una florería cercana. Encontrar una florería abierta a esa hora de la noche fue difícil; el conductor manejó hasta casi cada rincón de Aselia para encontrar tan solo una. Había una jóven sentada en la puerta.

—¿Tiene rosas? —le pregunté desde el auto.

—Sí, tengo diecinueve. ¿Cuántas quiere?

Una era suficiente porque la intención era más importante. A veces, solo quería sorprender a Santiago, como por ejemplo regalándole flores.

—Una. ¿Me la podría envolver bien?

—Sí, pero necesitaré un poco de tiempo. —La señorita era bastante agradable, pero la forma en que actuó a continuación me sorprendió. Sosteniendo el bastón que estaba escondido entre las sombras, entró a la florería a paso lento pero firme. Su espalda parecía frágil y su actitud solitaria. La dueña era ciega.

La seguí y la observé mientras sacaba una flor de la sección de rosas y los papeles de regalo. Se sentó y la envolvió con lentitud, mientras que yo esperé junto a la puerta observando la tienda. La luz tenue brillaba en la decoración interior estilo vintage, como también en los ramos ubicados con esmero. Ninguna de las flores estaba seca.

Miré por la ventana. «No creo que sea la única manejando la tienda. Está en el centro y hay un centro comercial enorme al lado de su negocio. La decoración… De alguna manera, me hace acordar a la casa de té de Maya. De seguro, esta señorita no es una persona común».

—¿Usted es la única trabajando aquí? —pregunté con indiferencia.

—Hay otro muchacho, pero solo atiende los fines de semana.

—Ah.

—¿Por qué necesita solo una rosa? Déjeme adivinar. Se la va a regalar a alguien, porque la quiere envuelta —aventuró.

—Sip. Es para mi esposo. —Sus manos se detuvieron en el aire en el momento en que mencioné la palabra «esposo». Sus ojos vacíos me miraron fijo, lo cual me llevó a preguntar—: ¿Sucede algo malo?

—Tengo un prometido que trabajaba en el ejército. Se convirtió en guardaespaldas luego de retirarse. Aunque cualquier trabajo da igual, ¿cómo puede alguien excepcional como él trabajar como empleado de otra persona?

«¿A qué se debe esta conversación emotiva repentina? No soy más que una extraña», me pregunté.

—¿Y todavía trabaja como guardaespaldas?

—Falleció —expresó al final con serenidad.

—¿Cómo? —Estaba sorprendida.

—Su empleador lo mató. Nadie hizo justicia por él hasta el día de hoy y yo no tengo el poder para vengarlo. Se convirtió en guardaespaldas solo para devolver el favor de su padre. Incluso había prometido casarse conmigo, pero murió ese año. Murió hace nueve años.

—Lamento mucho su pérdida. —No sabía cómo consolar a la señorita.

—Estoy bien. Ya pasaron nueve años. No sirve mortificarse por el pasado. Solo quiero hablar. Por favor, no me vea como a una charlatana. Suelo conversar con los clientes si veo que están libres. Disculpe, es que me siento un poco sola.

«Hace nueve años… Pero parece joven», rumié.

—¿Puedo preguntarle su edad?

—Cumpliré treinta y dos en unos meses. No parezco de mi edad, ¿no? La gente dice que me veo más joven y que la edad nunca deja rastros en mí, pero yo no sé cómo me veo. Perdí la visión el día en que él me dejó. —La señorita era cordial para poder contarle sus historias a una extraña como yo. Podía ser por la soledad—. Aquí tiene la rosa. —Me entregó la flor envuelta.

—¿Cuánto es? —La tomé.

—Sin cargo. Considérelo un regalo.

—Es mi regalo de afecto para mi esposo. Debo pagar.

—Son siete dólares. —La joven se rio por lo bajo.

Me fui luego de pagar la flor. Miré a la florista ciega desde el auto y observé cómo volvía a su asiento junto a la puerta. Yo regresé al lugar donde Santiago aún se encontraba en la reunión. Me bajé del auto y me paré junto a la puerta con la rosa.

Veinte minutos después, me ganó el aburrimiento, así que me agaché y me puse a mirar las redes sociales. Como los artículos en tendencia trataban los mismos temas de siempre, decidí leer las noticias, lo cual tampoco eliminó mi aburrimiento. Al final, hice clic en la cuenta de Twitter de Ave Fénix, pero parecía que lo habían mandado a la cárcel de Twitter, tal como había dicho Lucas. Suspiré y mandé un mensaje al grupo de conversación. «¿Dónde está Luc?». «Me pregunto si habrá encontrado a Dante», pensé. «En casa. He estado vigilando su casa durante tres días enteros y no conseguí nada. Ahora estoy esperando la muerte en la mía», escribió. «No estoy en Bristonia. Atrápame si puedes, amigo. Te daré un regalo si me encuentras», lo provocó Dante. «No se pasen de la raya, muchachos. Dante, cuanto más descarado seas ahora, más puñetazos tendrás que sufrir después». Intenté mediar la tensión entre ellos. «Luc no se lo tomará a pecho», respondió. «¡No me conoces! ¡Solo espera!». La conversación grupal quedó en silencio una vez más, y yo guardé el teléfono en el bolsillo para esperar a Santiago.

Una hora más tarde, Santiago por fin bajó la escalera. Estaba por correr hacia él en el momento en que lo vi, pero estaba rodeado de tres mujeres. Mi corazón se hundió al ver sus atuendos sensuales y reveladores porque sabía que deseaban a mi hombre. A toda velocidad, corrí para lanzarme a sus brazos y abrazarlo por el cuello. No solo sorprendí a Santiago, sino que las mujeres también estaban estupefactas.

—¿Quién es esta…?

—Es mi esposa —interrumpió él. Dado que estaba viajando de aquí para allá todo el día, Santiago tenía muchas cosas en la cabeza últimamente. El cansancio le pegaba duro. Se había detenido en Aselia solo por una reunión importante, así que no esperaba que una mujer saliera corriendo a abrazarlo. Ninguna mujer podría haberse acercado a él a causa de su mecanismo reflexivo y defensivo. ¡Nadie tenía las agallas para hacerlo! Por lo tanto, adivinó de inmediato quién era la invitada especial. Por eso fue que no le dio un empujón y la dejó arrojarse a sus brazos. El aroma aireado y lácteo le llegó a la punta de su nariz. Era el aroma que tenía Regina desde que tenían hijos. No era penetrante, sino más bien encantador. Santiago envolvió la cintura de ella con sus brazos y el cansancio desapareció de sus hombros—. ¿Por qué estás aquí? —le preguntó en voz baja.

—Te extraño —respondió la mujer con coquetería—. ¿Estás sorprendido?

—Sí, y me gusta.

Las mujeres que observaban fueron tomadas por sorpresa por la muestra pública de afecto. Tenían la misma expresión estupefacta por descubrir el costado amable de Santiago. Nunca hubieran esperado que un hombre despiadado pronunciara esas palabras tan amables. Nunca en sus sueños más salvajes se hubieran imaginado que él fuera así de blando. Fue una agradable sorpresa para ellas. Pensar que un hombre sofisticado y rígido tenía un costado humano las hacía imaginar que tenían chance de acercarse a él. Incluso hasta podrían ganarse su corazón, porque los hombres eran seres que se dejaban llevar por el sexo. Las mujeres tocaban el cielo con las manos, pero no sabían una cosa: la compasión y gentileza de Santiago eran para Regina y solo para Regina.

—Mira, tengo una rosa para ti. —Regina soltó las manos de él para darle la flor—. Anduve por cada rincón de la ciudad buscando una florería solo para conseguirla. ¿No es bonita? —Su expresión de orgullo le agradaba a Santiago, que la abrazaba con fuerza.

—Sí, es bonita. —Tomó la bella rosa antes de sostener las manos de ella para irse, pero las mujeres no cedieron y rodearon a la pareja. Una de ellas se puso audaz.

—Señor Genova, prometió cenar con mi padre. ¿Va a…? —Al ver sus intenciones, Regina mantuvo la sonrisa en el rostro.

—¿Tienes que ir a una reunión, Santi?

—Sí, hice una promesa. —Santiago era un hombre de palabra, pero eso no importaba si se trataba de Regina. Justo cuando estaba por posponerla, Regina le preguntó:

—¿Cuánto tiempo más necesitas? Te espero en el hotel.

—Veinte minutos. Más o menos.

—De acuerdo, iré al hotel. —Se dio vuelta, pero Santiago la tomó de la mano y afirmó:

—La señora Genova irá con nosotros.

—¿Está bien que me sume? —Lo miró.

—¿Por qué no? —retrucó él —. Tienes derecho a saber todo lo que hago. —Su anuncio asertivo le levantó el orgullo como señora Genova.