Te regalo toda una vida de amor Capítulo 549

Santiago siempre se burlaba de mí porque me gustaba su apariencia, y yo nunca lo negaba. Con lo guapo que era, era lógico que apreciara su belleza. Y, sin embargo, era mi marido, por lo que lo querría aunque perdiera todo su atractivo y quedara desfigurado.

—Es inevitable; tu belleza intrínseca y tu extraordinario atractivo son difíciles de pasar por alto, Santi. —Me recostó en la cama procurando no moverme mucho por las heridas. Mientras lo contemplaba, presionó mis sienes y las masajeó con delicadeza. Prácticamente, ronroneé de la satisfacción.

—Nací con buena apariencia, pero no durará para siempre. En algún momento envejeceré —lo oí decir.

—Yo también envejeceré. —Cerré los ojos, relajada. Él emitió un gruñido indiferente.

—El nacimiento, la vejez, la enfermedad y la muerte son acontecimientos normales en el mundo. Solo tendremos unas cuantas décadas para disfrutar juntos. —Contesté con una pregunta a su afirmación:

—Tendrás que soportarme durante varias décadas, ¿y te parece poco tiempo?

De repente, sentí su aliento en la cara. Abrí los ojos y vi que su apuesto rostro estaba a menos de un centímetro de mí. Frotó con suavidad la punta de su nariz contra la mía y murmuró con voz apacible:

—¿Cómo puede ser suficiente? Esto es solo el principio. Mi único anhelo es que goces de buena salud. —Su deseo era que pudiera acompañarlo durante muchos años estando saludable. Por desgracia, la salud era algo de lo que siempre había carecido.

—Yo también quiero estar sana —coincidí.

—Lo estarás. En estos días que estarás recuperándote en el hospital…

—¿Adónde irás? —lo interrumpí.

—Reina, tengo que ocuparme de unas cosas de la empresa —explicó en voz un poco más baja al levantar la cabeza. Santiago era un hombre ocupado. En realidad, demasiado ocupado. Era algo que yo siempre había sabido. Además, últimamente había pasado mucho tiempo conmigo. No quería ser un lastre en su vida, así que me limité a preguntar:

—¿Será un trabajo peligroso? —La duda que se reflejó en su cara fue suficiente respuesta. Enseguida me sentí compungida, pero sabía que no tenía excusa para detenerlo. Al fin y al cabo, su trabajo había sido así desde antes de casarme con él. Nunca habría estabilidad en su vida. Levanté la mano y agarré la suya con fuerza para demostrarle mi apoyo—. Solo te pido que regreses a casa sano y salvo, Santi. Los niños y yo te estaremos esperando.

—De acuerdo. Me iré cuando te hayas dormido. —Ni siquiera había anochecido aún, así que sería muy tarde para cuando me durmiera. No obstante, no quería que se quedara despierto hasta tarde. El día anterior, había estado trabajando hasta altas horas de la madrugada, así que le sugerí:

—¿Por qué no te adelantas? No pierdas tiempo, así puedes volver pronto a casa. Además, anoche no descansaste lo suficiente.

—No hay problema. Quiero hacerte compañía.

—En ese caso, deberías dormir a mi lado un rato —le sugerí al ver que insistía en quedarse—. No quiero que te desmayes del cansancio.

—Es verdad, tengo mucho sueño —asintió y se relajó. Se lo veía exhausto. Por lo general, la fatiga se debía a la falta de descanso a lo largo de un periodo prolongado. Sin duda, hacía tiempo que él no descansaba como era debido. La verdad es que su vida nunca había sido fácil. No era fácil para nadie, pero él lo pasaba peor que muchos otros, porque llevaba una carga excesiva sobre los hombros. Si se relajaba un solo día, todo podía desmoronarse con mucha facilidad. Por lo tanto, no se atrevía a bajar la guardia en lo más mínimo. Le hice un lugar en la cama. Santiago se quitó el saco del traje y se quedó solo con una camisa blanca. Luego sacó su móvil, bajó un poco la cabeza y permaneció de pie, utilizándolo durante casi un minuto.

—¿Qué haces? —le pregunté.

—Le estoy pidiendo al señor Benavides que me prepare un juego de ropa limpia para más tarde. —La existencia de Joel era de suma importancia para él. Ya fuera en relación con el trabajo o con asuntos privados, se ocupaba de todo por Santiago. Sin embargo, solía trabajar para Ezequiel en el pasado. Era algo que Santi siempre había sabido, por lo que nunca bajaba la guardia ante él. Sea como fuere, su recelo siempre quedaba de lado. Confiaba bastante en la gente que empleaba y, por suerte, Joel aún no había cometido ningún error. De lo contrario, Santiago no lo hubiera conservado durante tanto tiempo a su lado. En ese momento, dejó el teléfono y se acostó a mi lado. En lugar de rodearme con los brazos como de costumbre, me pasó el brazo por debajo del cuello para sostenerme la cabeza y murmuró—: Voy a dormir un rato.

—Bueno, estaré aquí contigo.

Enseguida se quedó dormido. Una hora más tarde, Lucas apareció en el umbral, señaló a Santiago y luego a la puerta. Como no entendía el significado de sus gestos, le envié un mensaje preguntándole qué quería y él respondió: «No encuentro a Dante». «¿Y por qué has venido a buscarme a mí?», indagué. «Ayúdame a investigar su paradero», me pidió. Yo le contesté: «Deberías poder encontrarlo tú mismo». Entonces, él explicó: «Dante y yo trabajamos para Santi. Todos los que están bajo nuestro mando son como nosotros, así que ninguno se atrevería a ofendernos. Ahora solo puedo confiar en tus facultades, Reina». Si bien Dante me había contado dónde estaba, no podía ser tan descortés como para revelar su secreto. Pero, al mismo tiempo, no podía permitirme ofender a Lucas; después de todo, le tenía mucho aprecio. A pesar de darle vueltas al problema, no podía encontrar una solución. Al final, le envié otro mensaje a Lucas, que seguía junto a la puerta. «¿Por qué no te pones en contacto con Antonio? Pídele que te ayude a investigar. No es de mi incumbencia si tu búsqueda no da resultados». Lucas vio el mensaje e hizo un gesto de asentimiento antes de marcharse. Tras su partida, le envié un mensaje a Antonio con celeridad: «Lucas me pidió que lo ayudara a encontrar a Dante, a quien ya le había prometido que no revelaría su paradero. Sin embargo, tampoco puedo rechazar a Lucas, así que le pedí que se pusiera en contacto contigo. Basta con hacer de cuenta que lo estás ayudando». «Sí, señorita», respondió. Me preocupaba que Lucas acabara encontrando a Dante por sus propias facultades y que él pensara mal de mí. Por lo tanto, también le envié un mensaje para explicarle el asunto, a lo que me respondió con un emoji de pulgar para arriba. No fue hasta que vi esa respuesta que, por fin, respiré aliviada.

—Qué fastidio —me quejé en voz baja. La voz de Santiago sonó en mis oídos.

—¿Qué cosa? —Su tono era ronco e hipnotizante.

—¿Estás despierto?

—Nop. ¿Qué te fastidia?

—Lucas está buscando a Dante. —Santiago emitió un gruñido y volvió a dormirse. No sabía si reír o llorar ante esa reacción.

Ya eran las nueve de la noche cuando Santi volvió a despertarse; había dormido más de cinco horas. Lleno de energía, se quedó recostado en la cama y me contempló durante un buen rato antes de levantarse. Sin embargo, se quedó sentado al lado de la cama un rato hasta que tomó el móvil e hizo una llamada. Tras hacerlo, se levantó de golpe y se fue derecho al baño. Poco después, Joel entró en la sala, dejó un traje y una camisa blanca sobre la mesa y se marchó con la misma rapidez. Santiago solo llevaba una toalla cuando salió del baño. Como se trataba de un pabellón vip del hospital, en la habitación había varios artículos de primera necesidad. Se secó el pelo con un secador y después se sentó a mi lado y me acarició la cabeza.

—¿Qué hora es?

—Las nueve. ¿Le pedimos al señor Benavides que traiga la cena?

—¿Tienes hambre? —preguntó.

—Nop —dije y negué con la cabeza.

—¿Qué más vas a hacer a las nueve de la noche si no es cenar? —Tomó su móvil y volvió a enviarle un mensaje a Joel. Después de dejar el teléfono, se volvió hacia mí—. Reina, por favor, asegúrate de comer las tres comidas a horario mientras no estoy.

—De acuerdo. Lo haré —murmuré, ya que quería dejarlo tranquilo.

—No te muevas mucho hasta que tus heridas estén cerradas.

—Está bien. Lo prometo. —Acto seguido, indagué un poco más—: ¿Cuándo volverás?

—En un mes más o menos. —Rara vez se separaba de mí durante tanto tiempo, así que me sentí muy reticente.

—Te estaré esperando.

—Me voy a…

—¡Santi, estás despierto! —lo interrumpieron a mitad de la frase.