Te regalo toda una vida de amor Capítulo 523

Al parecer, LG solo se comunicaba en ruso cuando hablaba con Santiago. Quedó tirada entre la basura cubierta de sangre, y con el cabello despeinado a causa del viento. Quizá debido a que estaba herida, los labios le temblaron cuando exclamó:

—¿Cómo pudiste tirarme del edificio, Santiago?

Santiago se quedó quieto, pero, justo cuando creí que iba a responderle, continuó caminando y se alejó de ella. La ignoró por completo.

—Le gustas —dije mientras me abrazaba a su cintura. Él bajó la vista y me miró. En sus ojos se adivinaba una sonrisa.

—¿Celosa?

—Nop. De todos modos, a ti no te gusta ella.

Aquella patada había sido muy cruel. Me sacó de allí cargándome en sus brazos y me llevó hacia el helicóptero, donde esperaba Joel.

—Señora Genova —saludó él en cuanto nos vio, acercándose deprisa—. Los otros nos están presionando para que nos demos prisa. ¿Deberíamos ir ahora mismo? —Mi esposo había podido salvarme solo porque había hecho un hueco en su ajustada agenda.

—Ve, ocúpate de tu trabajo —intervine, preocupada por estar reteniéndolo mientras debía hacer algo importante. Él me dejó en el suelo y me cubrió con su chaqueta. Aunque no me había preguntado por qué estaba allí, le brindé una explicación—: LG me prohibió contactarme con cualquier persona, pero ella trabaja para Ezequiel. Me puse en contacto con él para hacer un trato; le ofrecí ayudarlo con mis contactos si dejaba ir a Maya. ¿Quién iba a suponer que ella era una loca rebelde? Él cumplió su promesa, de todos modos… No sé cómo explicarte todo esto, pero quiero que entiendas mi forma de pensar. Lo siento. Hice que te preocuparas de nuevo.

—Sí, lo entiendo. —Me acarició la mejilla—. Sé cómo es LG. Ahora debo irme por asuntos de negocios. Si aún estás preocupada, lleva a Ezequiel al hospital. Haré que Joel te siga. Y recuerda mandarme un mensaje cuando llegues a casa sana y salva.

—¿Permitirías que yo…? —Estaba atónita.

—Sí. —Sonrió—. Es el enemigo, pero no hizo nada malo en esta oportunidad. Llevarlo al hospital no sería más que devolverle el favor. Silvio también llevará a Maya allí más tarde, y, con él cerca, no tengo de qué preocuparme. Pero recuerda no llegar tarde a casa.

—Está bien. Te escribiré.

Joel, sin embargo, estaba asombrado.

—Señor Genova, estará solo…

—Ve con la señora Genova —ordenó Santiago con mala cara.

—Sí, señor.

Solo después de que mi esposo se marchó regresé al sitio en construcción. Al llegar al edificio, LG ya no estaba por ningún lado y Silvio se encontraba intentando detener la hemorragia de Maya. Ezequiel, por otra parte, aún estaba en el suelo. Me acerqué y lo ayudé a incorporarse.

—¿Dónde está LG?

—Se acaba de ir renqueando —intervino Silvio. Me sorprendió oír que había podido irse sin ayuda.

—Súbelo al auto —le ordené a Joel. Para entonces, el sangrado de Maya se había detenido, por lo que Silvio pudo alzarla en brazos y los cinco nos marchamos en dos autos diferentes.

Joel se acomodó en el asiento trasero, sosteniendo a Ezequiel e intentando frenar la sangre que su herida con la ayuda de su camisa. Yo iba adelante, conduciendo. Cuando estábamos llegando al hospital, oí que Ezequiel me llamaba con un hilo de voz:

—Gina…

—¿Dijo algo? —le pregunté a Joel.

—No.

—Lo siento, señorita…

—Está diciendo algo —insistí.

—Señora Genova, por favor, concéntrese en el camino.

Ezequiel fue llevado de urgencia al quirófano. Joel se fue pronto con la excusa de que tenía cosas que hacer, por lo que las únicas personas que quedaron en el pasillo del hospital éramos Silvio y yo. De repente, me invadió un mal presentimiento.

—Algo anda mal.

—¿Qué sucede? —preguntó Silvio con calma.

—Algo en la manera en que sucedieron las cosas me parece extraño —repuse y luego le pregunté—: ¿Por qué dejó que LG escapara?

—Maya no paraba de sangrar. En ese estado mental, no me importaba lo que ella hiciera —explicó. Saqué el teléfono y le envié un mensaje a Gabriel diciéndole que debía matar a LG a cualquier costo. No quería ser despiadada, pero mientras estuviera con vida, ella era una amenaza. Y si de amenazas se trataba, Ezequiel también era una. Sus objetivos eran Santiago, Silvio y los demás, por lo que no debía tener permitido seguir vivo; sin embargo, Santiago había querido que yo lo salvara. No podía entenderlo. Era por su pasado; acababa de ayudar a Maya. Silvio miró hacia el quirófano un momento antes de mencionar de repente a Ezequiel—: Ese hombre no debería estar vivo.

—Ah, ¿sí?

—Sí, pero sería una pena si muriera.

Cerré los ojos y, con curiosidad, indagué:

—Todos ustedes dicen que él tiene un trastorno límite de la personalidad autodestructivo, entonces ¿por qué sería malo que muriera?

—Nosotros lo destruimos. Santiago y Raúl se dividieron Europa entre ellos y continuaron haciéndose más y más fuertes.

—Es la ley del más fuerte —repuse con calma e indiferencia.

—Él solía ayudarnos mucho. Es cierto que el más fuerte es quien gana, pero, así y todo, lo decepcionamos —concluyó Silvio. De pronto recordé que LG había dicho que los métodos de Santiago y los demás eran crueles y turbios. Y Silvio decía que ellos lo habían decepcionado. Ezequiel, alguna vez, los había llamado hermanos… Le conté eso y él pasó del silencio al asombro—. ¿Se refería a nosotros como sus hermanos?

—Sí. Dijo que ustedes eran codiciosos y querían su fortuna —respondí. Silvio volvió a quedarse callado, pensando, y luego vi una chispa de determinación y de arrepentimiento en sus ojos—. ¿Qué fue lo que pasó en aquel entonces?

Yo tenía una vaga idea de lo que había sucedido, y creía lo que Santiago me había contado, pero ¿por qué Silvio había dicho, específicamente, que lo habían decepcionado?

—En ese entonces, Ezequiel aún se llamaba Claudio Migueletes. Nos reunimos en privado en varias ocasiones, pero, como tú sabes bien, nadie en nuestra posición puede ser realmente amigo de otra persona. Solo actuábamos con cordialidad. Puertas adentro, estábamos jugando un juego de manipulación y puñaladas por la espalda. No obstante, Claudio creía que esa amistad era verdadera. En particular, admiraba a Santiago, y siempre nos tendía una mano —relató. Yo ya sabía todo eso.

—¿Y qué pasó entonces? —pregunté con voz tenue.

—Claudio tenía una personalidad autodestructiva y solo quería divertirse. Alguien como él no era adecuado para ese puesto, por lo que llegamos a un acuerdo para destronarlo. Por desgracia, él no lo sabía. Incluso gastó grandes sumas de dinero y usó sus contactos para ayudar a Santiago y a los demás.

—Ya entiendo por qué se sintió traicionado.

—Él creía que éramos mejores amigos, pero nosotros no lo considerábamos uno de los nuestros. Tenía un trastorno límite de personalidad, pero era el más ingenuo de todos. Para ponerlo simple, lo decepcionamos. —Suspiró—. Las responsabilidades que le tocaron en esta vida eran demasiado peso para sus hombros, y la única forma de salvarlo era liberarlo de ellas. La fuente de esa liberación éramos Santiago, yo y Raúl, que ahora ya no nos es útil. —Se refería a que Ezequiel le había quitado todo su poder.

—Al final, terminaron siendo rivales.

—Sí. Yo quiero matarlo, pero es una lástima… Después de todo, ¡nosotros lo decepcionamos primero! Señora Genova, en este punto, todo es un lío. Ni Santiago ni yo sabemos cómo lidiar con él. —Santiago, ese mismo día, también me había dicho que aquella situación le daba pena. Ezequiel era un hombre que daba lástima.

—No sea tan duro con usted mismo, Silvio. Si se quiere, se puede. No creo que Ezequiel sea un villano irracional.

—A sus ojos, nosotros somos los villanos. —La frustración se le notaba en el rostro. Mirándose los pies, agregó—: Puede que no le haga nada a Santiago por ahora por respeto a usted, y tampoco le hará nada a usted, para que él pueda estar tranquilo. Pero Maya y yo estamos en la mira. Nos encontramos entre la espada y la pared.

—¿Qué tengo que ver yo? —pregunté confundida.