Te regalo toda una vida de amor Capítulo 514

Tras nuestro arrebato de pasión, entré en la cabaña y me di una ducha caliente antes de meterme en la cama para relajarme. Santiago siguió entrenando a Hansel y Gretel durante media hora antes de entrar también.

—¿Qué quieres comer? —me preguntó mientras se cambiaba—. Tengo pensado prepararte un bistec.

—¿Tenemos aquí? —pregunté con pereza.

—Sí. Lo trajeron esta mañana. —Tras una pausa, preguntó—: ¿Quieres que vayamos a divertirnos un rato a la feria esta tarde?

—¿Dónde? —Me levanté encantada.

—La feria más cercana está a cuatro horas de aquí. Serán dos horas en barco y dos en auto —contestó. Me desinflé al oír su respuesta.

—No quiero sentarme en un auto.

—Le he dado instrucciones a Joel para que prepare el helicóptero. Tardaremos poco más de una hora. El helicóptero ya está viniendo hacia aquí. —«Él ya tenía decidido ir a la feria, así que ¿por qué me consultó si quería ir o no?», me pregunté.

—De acuerdo. —Volví a escabullirme bajo las sábanas—. Antes puedes prepararnos algo de comer. —Santiago se dirigió obediente a la cocina mientras yo elegía un vestido blanco adecuado para el tiempo que hacía y me ponía un sombrero beige para protegerme del sol. Me maquillé un poco y elegí un pintalabios de un tono marrón cálido que me hacía parecer aún más vivaz.

Luego, entré descalza en la cocina en busca de Santi. Estaba asando un bistec, y cuando me vio vestida y lista, se rio y dijo:

—Estar varada en la isla los últimos días debe haberte aburrido de muerte.

—No me aburro. —Negué con la cabeza—. Solo estoy entusiasmada por salir contigo. Me encanta cuando tenemos una cita los dos solos. Me hace sentir muy a gusto. —Cuando estaba con él, no tenía que preocuparme por nada. Él se encargaba de todos los preparativos. Podía apagar mi cerebro y confiar completamente en él.

—Está bien. Llevaremos a Hansel y a Gretel con nosotros.

—¿Vamos a llevar a los perros con nosotros en el paseo? —pregunté. Santiago dio vuelta la carne y explicó:

—Ellos tampoco han viajado antes, así que saquémoslos también. No causarán ningún problema.

—De acuerdo —acepté—. Tendremos que ponerles una correa.

—Sí. Alguien más se encargará.

Solo comí la mitad del bistec, ya que quería reservar algo de espacio para probar las delicias locales. Cuando terminé de comer y de retocarme el labial llegó el helicóptero y de él bajaron dos guardaespaldas. Llevaban un par de correas, que rápidamente pusieron alrededor de Hansel y de Gretel. Luego, también les pusieron unos chalecos. En el de Gretel se leía: «Soy un perro militar retirado. Nadie puede tocar a mi mami». El de Hansel también tenía unas palabras que decían: «Mi mami es una preciosidad». «Cielos. Esto es demasiado», pensé. Me paré frente a la cabaña y le pregunté a Santiago:

—¿Quién compró los chalecos?

—¿Qué? —preguntó con curiosidad. Se estaba cambiando de ropa y se había puesto unos pantalones cargo ligeros. Desde que le dije que le quedaba bien el estilo militar, se había estado vistiendo así en su tiempo libre. «¿Intenta complacerme?», me pregunté.

—Los chalecos de Hansel y de Gretel. —Después de cambiarse, echó un vistazo a los perros y explicó con el ceño fruncido:

—Joel los compró. Él y Lucas… —Santiago hizo una pausa y preguntó—: ¿Qué zapatos llevarás? —Estaba segura de que había estado a punto de decir que Lucas había sido una mala influencia para Joel.

—Mis sandalias; son cómodas. —Santiago entró en la cabaña, encontró el par de sandalias y me las llevó. Cuando vio la arena de mis pies, frunció el ceño y me los limpió con cuidado antes de ponérmelas. Primero la izquierda, luego la derecha. Estaba atento a todos los detalles.

—Gracias, cariño —le dije agradecida. Se rio entre dientes.

—Eres tan dulce.

Me tomó de la mano y me llevó hasta el final de la pasarela. Estaba a punto de pisar la arena cuando me alzó y me llevó en brazos hasta el helicóptero. Se notaba que no quería que me entrara arena en las sandalias. Siempre era tan gentil. Dentro del helicóptero, me aferré a su brazo. Cuando estábamos a punto de llegar a la feria, dije de repente y en presencia de los guardaespaldas:

—Hay tantas mujeres enamoradas de ti, pero ninguna se atreve a acercarse. Todas anhelan acostarse contigo… No. Espera. Con solo cenar contigo cumplirían sus sueños, en cambio, yo puedo pasar todos los días contigo y besarte siempre que quiera. Puedo hacerte lo que yo quiera. Soy tan… Santiago, ¿por qué crees que tengo tanta buena suerte? —Él suspiró mientras entrelazaba sus dedos con los míos.

—Últimamente dices las cosas más bonitas, Reina. ¿Dónde aprendiste a hablar así?

—Estás arruinando el ambiente. —Volteé los ojos.

El helicóptero se detuvo frente a la feria. Yo bajé primero. Santiago bajó a los perros y luego me alcanzó las correas.

—Puedes sujetarlos. No correrán por ahí. —Agarré las correas y lo seguí hasta la feria. Hansel y Gretel se portaban de maravilla. Me prestaban atención mientras caminábamos y no tiraban de la correa. Era muy fácil pasear con ellos. Y muy divertido también. La feria estaba llena de extranjeros.

—¿Hay un autódromo por aquí? —pregunté por curiosidad, tras oír autos acelerando a lo lejos.

—Está a lo largo de la costa. La gente hace apuestas sobre las carreras.

—¿Apuestan por quién ganará?

—Sí. Apuestan por el vencedor. Es lo mismo que en las carreras de caballos. —Al instante, comprendí cómo funcionaba. A continuación, volví a centrar mi atención en la feria y paseé de forma relajada. Probé mucha de la comida local. Yo no tenía dinero, así que fue Santiago quien pagó. Era demasiada comida y no pude acabármelo todo, así que les di las sobras a los perros. Ellos estaban encantados y no paraban de moverme la cola.

Seguí caminando con Santiago a mi lado. De repente, oí a una mujer que preguntaba en weliano:

—¿Estás solo, guapo? ¿Por qué no te diviertes un rato con nosotras? Es gratis. —Me giré con recelo y vi a dos rubias de ojos azules, junto con una morena de pelo largo. Iban vestidas de forma provocativa y parecían demasiado atrevidas aún en el calor del verano.

Fruncí el ceño mientras oía que Santiago respondía:

—Estoy con mi esposa.

—Vaya, así que el hombre guapo ya tiene dueña. —Me dedicaron miradas burlonas.

—¿Así que están posando sus ojos en mi hombre? ¿Quieren ver lo que pueden hacer mis perros? —pregunté en weliano. Hice de cuenta que iba a soltar a los perros y las tres retrocedieron a toda prisa tras llamarme tigresa. Fruncí el ceño y me volví hacia Santiago—. Te estaban intentando seducir; parecía como si fueran a abalanzarse sobre ti y devorarte. Probablemente te hayan desnudado con la mirada.

—¿Está celosa, señora Genova? —preguntó riendo entre dientes.

—¿Tienes siquiera que preguntar? No me gusta que otras te echen el ojo.

—No te preocupes. —Se rio— Estoy aquí contigo.

Ya no me apetecía pasear por la feria, pero el sonido de las carreras de autos volvió a llamar mi atención. Le pedí a Santiago que me acompañara a echar un vistazo. Caminamos unos siete u ocho minutos antes de llegar a la costa. Había cinco autos en la pista.

—¿Dónde hacen las apuestas? —le pregunté a Santiago.

—Allá. Alguien lleva un registro. —La zona estaba abarrotada y bullía de energía. Un extranjero, de pie frente a la multitud, tomaba nota de las apuestas.

—¿Quién crees que ganará? —Le pregunté a Santiago.

—No estoy muy seguro. Nunca he profundizado en este asunto.

—Oh, vaya. ¿No es la arpía de antes? ¿Tú también apuestas en la carrera, guapo? ¿Por qué no te pones al volante y te diviertes un poco?