Te regalo toda una vida de amor Capítulo 513

Durante nuestro cuarto día en la isla, me llamó mi madre. Me preguntó dónde estaba y me dijo que los niños me extrañaban. Era cierto que algunos niños ya podían empezar a reconocer a las personas a los diez meses, pero debían estar apegados a su niñera y a mi madre en vez de a mí. Al fin y al cabo, yo pasaba muy poco tiempo con ellos. Sin embargo, enseguida caí en la cuenta de que seguro era mi madre quien necesitaba mi ayuda.

—¿Necesitas algo, mamá? —pregunté entonces, atinadamente.

—La señora Galván está en Bristonia ahora, y Leonardo no se está haciendo más joven. Si tu tío siguiera vivo, también estaría preocupado. Tu padre y yo lo hemos conversado y hemos decidido intentar que ellos se arreglen. Sin embargo, como somos de una generación anterior, nos resulta más difícil involucrarnos, así que queríamos pedirte que nos ayudaras.

Lamentablemente, no era algo en lo que pudiera involucrarme. Me apoyé en los brazos de Santiago mientras le respondía con toda sinceridad:

—Conociste a la señora Galván en El Solar, y ella no estuvo de acuerdo entonces. Por lo que sé, no tiene ningún interés en casarse con Leonardo.

—¿De verdad es imposible? —preguntó mi madre apenada.

—Para mí, sí —contesté con honestidad. Fernanda ya había tomado su decisión. No iba a casarse en ese momento, y era probable que nunca lo hiciera.

—Pero Sammy se está haciendo mayor cada día que pasa, y no es bueno que las cosas sigan así. —Soltó un suspiro—. Tengo que hablar con Leonardo sobre esto.

—No depende de él. —La decisión de Fernanda era la que más importaba. Con eso, mi madre desistió de la idea.

Al terminar la llamada, me sentí un poco melancólica. Santiago me estrechó entre sus brazos.

—Fernanda decidirá someterse a la cirugía —me dijo él.

—¿Tan seguro estás? —pregunté extrañada.

—No soporta la idea de dejar este mundo porque aún tiene apegos aquí, pero… nadie puede predecir el resultado de la operación. —Esa cirugía tenía un índice de supervivencia muy bajo.

—Al menos aún hay esperanza —dije con una sonrisa forzada. «Solo queda tener esperanza», pensé. Santiago se quedó callado. Lo tomé del brazo y le dije—: Es la persona a la que más admiro, ¿sabías?

—Ah, ¿sí? —respondió.

—Ella conoce el camino que quiere tomar en la vida y sabe a quién ama. Nunca se ha arrepentido de nada, aunque no pueda perdonar a Leonardo. —Ella estaba convencida de que él había traicionado su amor. Por lo tanto, aunque lo amaba, no podía perdonarlo. Era más valiente que la mayoría por atreverse a seguir a su corazón, ya fuera por amor o por odio. Además, no le pesaban sus decisiones.

—No creo que deba operarse —soltó Santiago de repente.

—¿Por qué? —pregunté sobresaltada.

—Joel me envió sus datos hace un tiempo. Estaba muy claro. Según los análisis, la probabilidad de éxito de esta cirugía es casi nula. Sería casi como una autodestrucción. —Sin embargo, añadió—: No creo que deba operarse, pero espero que lo haga porque al menos aún tendrá esperanza. Si no lo hace, entonces no habrá esperanza alguna.

Hablar de Fernanda hizo que la atmósfera se tornara algo sombría, por lo que me levanté y salí de la cabaña. Hansel y Gretel se encontraban junto a la puerta, montando guardia. Me agaché y les acaricié la cabeza antes de llevarlos a la cocina en busca de comida. Después de darles de comer, los saqué a pasear por la playa. Sin embargo, nada más poner un pie fuera, me sobresaltó ver un hombre con traje de baño negro que hacía surf. Tenía un aspecto de lo más varonil y se movía con soltura. Se formó una ola enorme y Santiago la atravesó con gran destreza. Era un espectáculo digno de ser contemplado. Enseguida corrí hacia el agua. Él se acercó a mí y tiró la tabla de surf en la arena. Le eché los brazos alrededor del cuello y lo besé en la boca mientras lo elogiaba:

—Eres tan apuesto, Santi. Quiero ver más.

—Espera a que las olas vuelvan a ser más grandes —me dijo mientras me acariciaba el pelo. Rodeó mi cintura con el brazo y se adentró en el mar. Me aferré a él y dejé que me llevara de aquí para allá. «Es el encanto de tener un novio. No, mejor dicho, el de tener un marido», me dije a mí misma.

Santiago me adentró más en el agua. Hansel y Gretel nadaban a mi alrededor. Yo no sabía nadar, así que me daba miedo dejar de sujetarme de Santiago.

—Suéltame —me indicó con suavidad. Yo estaba intranquila.

—Me da un poco de miedo.

—No pasa nada. Estoy aquí.

—¿Te has recuperado de tus heridas? —pregunté preocupada.

—Sí. Suéltame y te enseñaré a nadar. —Me desprendí de su cuello, pero no caí al agua. Él me sujetaba por la cintura y me dijo—: Colócate horizontalmente sobre el agua. —Floté en la superficie, mientras él me sostenía por la cintura, impidiendo que me hundiera—. Ahora mueve las piernas para impulsarte hacia adelante, Reina. —Sabía cómo debía funcionar en la teoría, pero incluso después de esforzarme al máximo pataleando, no avanzaba. En cambio, sí sabía nadar estilo perrito—. No pasa nada —me instruyó Santi luego de ver que me quedaba siempre en el mismo sitio—. No te asustes. Mueve los brazos hacia fuera y da patadas con las piernas al mismo tiempo. Intenta avanzar como puedas. Confía en mí. Yo estoy aquí. No dejaré que te hundas en el mar. —Él era alguien que inspiraba confianza a los demás. Me armé de valor, solté el miedo y lo intenté. Sin embargo, después de nadar menos de dos metros, mi cuerpo empezó a hundirse y me agarré a Gretel a toda prisa. Hansel también se acercó a mí. Mi cintura estaba aprisionada entre los brazos de Santiago.

—Lo intentaré de nuevo —jadeé. Él me ayudó a volver a colocarme horizontal en el agua. Justo cuando me disponía a retomar la marcha, una ola enorme rompió contra nosotros y quedamos sepultados bajo el agua, pero Santiago me sacó enseguida—. Tragué un poco de agua salada. —Tosí y enseguida me acercó más a la orilla

—Vamos a intentarlo otra vez aquí —me animó con paciencia. Lo intenté una y otra vez y, media hora más tarde, me di por vencida, pero algo había mejorado. Por lo menos, ya podía nadar unos tres metros. Pensé que era una tonta por progresar tan poco, pero Santiago me dijo que era mejor ir despacio. Incluso me elogió—: Ha mejorado mucho, señora Genova.

Más tarde se lo conté a Lucas y me contestó que Santiago tenía un doble discurso. Al parecer, cuando aprendían juntos finanzas y gestión, él expresaba su desdén cada vez que Lucas y los demás se quedaban un poco rezagados. Incluso los llamaba idiotas.

—No parece el tipo de persona capaz de decir una cosa semejante —dije con fingida inocencia. Lucas puso los ojos en blanco.

—Sí, claro. Sé que solo estás haciendo alarde.

Santi no intentó continuar con las clases de natación. Por petición mía, tomó su tabla de la orilla y se puso a surfear de nuevo. Mientras tanto, yo estaba sentada delante de la cabaña, bebiendo vino tinto y disfrutando de la vista que me ofrecía su cuerpo esculpido y rebosante de masculinidad. Un rato después, volvió a mi lado y me preguntó:

—¿Estás satisfecha ya con el espectáculo?

—Eres de lo más seductor, Santi —declaré con una risita.

—Usted es tan… superficial, señora Genova. —Se dirigió de nuevo al mar y llamó a Hansel y a Gretel, que seguían jugando en el agua. Se apresuraron a nadar hacia él y a mí me hizo gracia lo obedientes que eran. Entonces, me metí en el agua y abracé a Santiago por detrás. Mi mano poco a poco se acercó hacia determinada zona de su anatomía. Él se paralizó y se estremeció. Le besé la espalda y le dije con una sonrisa:

—No soy superficial. Solo admiro el físico inmaculado de mi marido. —En ese momento, me dio la vuelta y lo dejé hacer lo que quisiera conmigo.