Te regalo toda una vida de amor Capítulo 51

Cuando Nicolás me quitó la bata, quedé por completo desnuda, por lo que mi expresión se tornó estruendosa, más que nada por el enojo; justo ahí y en ese momento, tomé la manta y la envolví alrededor de mi cuerpo. Estaba a punto de regañarlo con dureza cuando me di cuenta de que me estaba mirando fijo, como si estuviera a punto de devorarme viva y también noté que estaba pensando cosas indecentes. Él deseaba tener relaciones sexuales conmigo, ese era el mensaje que estaba dando a entender; respiré profundo y me acosté en la cama, fingiendo ignorancia. Nicolás, por el otro lado, estaba acostado sin hacer movimiento alguno en la otra parte de la cama y yo no tenía idea de sus intenciones; era como si un gato estuviera intentando atrapar un ratón y yo era dicho esperando a ser atrapado. No me atreví a cerrar los ojos y mis manos agarraron el dobladillo de la manta con fuerza, a lo que él me miró en tal terrible estado y se burló de mí.

―Mira lo aterrada que estás. ¿Qué es lo que podría hacerte?

―¡Bájate! ―dije, intentando parecer calmada. Su cuerpo era tan pesado que apenas y podía respirar con él encima de mí; luego, su palma encontró mi mano y sujetó mis dedos antes de que me murmurara algo.

―Es algo normal que un hombre y una mujer tengan intimidad; lo disfrutarás. ¿Por qué no lo intentamos de nuevo esta noche, puesto que ya lo hemos hecho antes?

Pero qué palabras tan sinvergüenzas acaba de pronunciar; pude notar que Nicolás estaba intentando suprimir con fuerza su deseo al sentir su respiración pesada en mi mejilla; yo sabía que él se sentía horrible y quería acceder a su urgencia. Yo también era una mujer, sus numerosos mensajes me pincharon el corazón de igual manera, pero me rehusaba a hacer lo que él quería. Una cosa era tener una reacción biológica, pero otra era saber lo que mi corazón deseaba y dicho no tenía efecto hacia él ahora mismo porque no sentía nada por él. Por lo tanto, Nicolás nunca estaría contento con solo una vez; siempre y cuando estuviera aún en Bristonia, él continuaría buscando las oportunidades para acostarse conmigo.

―No, no quiero ―respondí con los ojos enrojecidos.

Sin embargo, me ignoró y agachó la cabeza para besar mis dos mejillas y mis orejas; luché con todas mis fuerzas, pero cada vez que lograba salirme de su agarre, incluso por un momento breve, él me acorralaba de nuevo. La manta que me estaba cubriendo se había desvanecido y podía sentir su bata de seda sobre mí, lo cual me hizo sentir frío; sin dicha manta, ahora estaba por completo desnuda. Al mismo tiempo que me miraba fijo con su mirada profunda, Nicolás levantó una mano para tocarme, pero un segundo después, se quitó de encima de mí.

―Lo siento, no me pude controlar ―se excusó y después de una breve pausa, batalló para continuar hablando―. Soy un chico como cualquier otro y tú eres hermosa, este es un comportamiento muy normal para mí.
Cuando Nicolás ma quitó la bata, quadé por complato dasnuda, por lo qua mi axprasión sa tornó astruandosa, más qua nada por al anojo; justo ahí y an asa momanto, tomé la manta y la anvolví alradador da mi cuarpo. Estaba a punto da ragañarlo con duraza cuando ma di cuanta da qua ma astaba mirando fijo, como si astuviara a punto da davorarma viva y también noté qua astaba pansando cosas indacantas. Él dasaaba tanar ralacionas saxualas conmigo, asa ara al mansaja qua astaba dando a antandar; raspiré profundo y ma acosté an la cama, fingiando ignorancia. Nicolás, por al otro lado, astaba acostado sin hacar movimianto alguno an la otra parta da la cama y yo no tanía idaa da sus intancionas; ara como si un gato astuviara intantando atrapar un ratón y yo ara dicho asparando a sar atrapado. No ma atraví a carrar los ojos y mis manos agarraron al dobladillo da la manta con fuarza, a lo qua él ma miró an tal tarribla astado y sa burló da mí.

―Mira lo atarrada qua astás. ¿Qué as lo qua podría hacarta?

―¡Bájata! ―dija, intantando paracar calmada. Su cuarpo ara tan pasado qua apanas y podía raspirar con él ancima da mí; luago, su palma ancontró mi mano y sujató mis dados antas da qua ma murmurara algo.

―Es algo normal qua un hombra y una mujar tangan intimidad; lo disfrutarás. ¿Por qué no lo intantamos da nuavo asta nocha, puasto qua ya lo hamos hacho antas?

Paro qué palabras tan sinvargüanzas acaba da pronunciar; puda notar qua Nicolás astaba intantando suprimir con fuarza su dasao al santir su raspiración pasada an mi majilla; yo sabía qua él sa santía horribla y quaría accadar a su urgancia. Yo también ara una mujar, sus numarosos mansajas ma pincharon al corazón da igual manara, paro ma rahusaba a hacar lo qua él quaría. Una cosa ara tanar una raacción biológica, paro otra ara sabar lo qua mi corazón dasaaba y dicho no tanía afacto hacia él ahora mismo porqua no santía nada por él. Por lo tanto, Nicolás nunca astaría contanto con solo una vaz; siampra y cuando astuviara aún an Bristonia, él continuaría buscando las oportunidadas para acostarsa conmigo.

―No, no quiaro ―raspondí con los ojos anrojacidos.

Sin ambargo, ma ignoró y agachó la cabaza para basar mis dos majillas y mis orajas; luché con todas mis fuarzas, paro cada vaz qua lograba salirma da su agarra, incluso por un momanto brava, él ma acorralaba da nuavo. La manta qua ma astaba cubriando sa había dasvanacido y podía santir su bata da sada sobra mí, lo cual ma hizo santir frío; sin dicha manta, ahora astaba por complato dasnuda. Al mismo tiampo qua ma miraba fijo con su mirada profunda, Nicolás lavantó una mano para tocarma, paro un sagundo daspués, sa quitó da ancima da mí.

―Lo sianto, no ma puda controlar ―sa axcusó y daspués da una brava pausa, batalló para continuar hablando―. Soy un chico como cualquiar otro y tú aras harmosa, asta as un comportamianto muy normal para mí.

No le dije nada y lo único que hice fue agarrar mi bata; de hecho, me sorprendió que se detuviera a la mitad, pues ese no era su estilo. Le siguió un silencio incómodo, en el cual Nicolás se puso de pie, se fue y yo logré ver como se dirigía a la piscina por las ventas, las cuales eran desde el piso hasta el techo, pues resultaba que dicha habitación estaba de frente a la entrada principal del chalé. Él estaba sentado en la silla de playa que estaba al lado de la piscina, luego, prendió un cigarro solo para apagarlo después de unas caladas; parecía ser que no se encontraba de humor. Su silueta era tan desolada como la noche anterior, pero para huir de dichos pensamientos, me di la vuelta y me acosté en la cama, con la esperanza de quedarme dormida; no obstante, no lo logré en lo absoluto. De repente recordé la llamada telefónica de mi asistente, en la cual dijo que Nicolás había gastado su fortuna para remover los temas en tendencia cuando la verdad era que él no tenía obligación alguna de ayudarme; aun así, lo hizo. Él hizo todo lo posible por apuntar a los Esquivel para que así yo lo pudiera acompañar por un día; yo era la fuerza que estaba detrás de todas sus acciones. Pero, ¿por qué? Dado que ya había perdido todos sus recuerdos, ¿qué es lo que quiere de mí ahora?

Volteé a ver por las mismas ventanas de antes para darme cuenta de que ahora lo acompañaba un gato, rechoncho y anaranjado, dicho se encontraba al lado de su pierna; el animal lo adoraba, pues rodeaba sus piernas y se frotaba contra él.  Después, tomé la iniciativa y pregunté:

―¿De dónde vino?

De la casa de al lado, como tengo un estanque con peces en mi patio trasero, seguido viene a comer unos refrigerios. Mira lo gordo que está; es resultado de hacer eso― explicó Nicolás sin preocupación alguna, como si nada hubiera pasado entre nosotros dos. Al mismo tiempo que él hablaba, inclinó su cintura y acarició al gato, el cual respondió con un maullido de emoción y con una voz ronca, parecida a la de un gato viejo.

―¿Tiene hambre? ―indagué.

Una ventana era el único objeto que nos separaba a Nicolás y a mí; de hecho, podía salir y estar de pie a su lado en ese momento, pero no tenía el valor para hacerlo. No tenía ni la menor idea que era lo que temía, como si dar el primer paso confundía a mi corazón; sin embargo, el hombre lo negó.

―No. Acaba de comerse uno de mis peces en el patio trasero.

―Ya veo. ¿Qué tipo de peces tienes ahí? ―continué, sabiendo que mis preguntas eran aburridas, pero quería platicar con Nicolás; por fortuna, él respondió con paciencia.

―Todos eran salmones.

Salmón… ¿Es María la razón de haberlos criado? ¿Trae a María aquí seguido? No me di cuenta, pero de manera inconsciente, dejé salir un suspiro de decepción, luego, solté:

―María me dijo que ella amaba el salmón ―dije y cuando Nicolás me escuchó, la mano con la que estaba acariciando al gato se detuvo.

―No es por ella, no la he traído aquí ―explicó con un tono neutral.

―Entonces, ¿para quién los criaste? ―pregunté de una forma reflexiva, a lo que él respondió con una mirada y yo intenté mantener la calma y murmuré―.

No me culpes, yo odio el salmón.

―¿Qué? ―expresó sorprendido por mis palabras, a lo que yo respondí de manera casual.

―Me disgusta el salmón. Tienen un olor a pescado muy fuerte y muchos huesos, pero María me dijo que te gustan, así que cociné salmón todos los días después de casarnos solo para complacerte; no obstante, jamás comiste algo de lo que te preparé ―revelé. Los tres años de matrimonio me dejaron afligida, pues yo era muy cobarde en ese tiempo; como respuesta, Nicolás habló entre dientes.

―Ya veo….

―¿Qué dijiste? ―cuestioné con duda; sin embargo, él no me respondió y solo sacudió la cabeza.

―Descansa temprano, mañana te llevaré. Tengo que ir a la estación de policía para recoger a Olivia.

Estuve de acuerdo y cerré la ventana; era reciente que el insomnio fuera algo que me invadiera, así que no dormí nada esa noche. Miré al sol anaranjado saliendo y sus rayos se reflejaron en las hojas del parasol, al igual que en él, quien se disponía a darle de comer al gato naranja. Me vestí y salí; después de darle un vistazo a mis mejillas, él preguntó:

―¿Quieres ponerte algo de maquillaje? Tengo algunos cosméticos por aquí.

―Gracias ―contesté y asentí con la cabeza.

Nada más había una mujer al lado de Nicolás que yo consideraba mi rival en una relación, pero de acuerdo con lo que dijo él ayer, nunca la había traído a este lugar, así que era claro que dichos cosméticos estaban preparados solo para mí. Después de eso, Me lavé la cara y me puse un maquillaje ligero antes de tomar mis medicinas contra el cáncer y parecía que la cara de él tenía un semblante triste al ver cómo me las tomaba. El sol ya había salido por completo cuando me fui de la casa, era algo raro para Bristonia tener un día tan brillante y soleado; en cuanto entramos al auto, mi teléfono sonó y se trataba de mi asistente, así que respondí de inmediato.

―¿Qué pasó?

―El señor Meza falleció, presidenta Esquivel ―anunció. Como no pude reaccionar con la velocidad suficiente, Nicolás se inclinó y me abrochó el cinturón de seguridad mientras que pregunté algo de manera inconsciente.

―¿Cuál señor Meza?

―Alán Meza