Te regalo toda una vida de amor Capítulo 497

Cada palabra que salía de la boca de Mónica estaba cargada del desdén propio de una persona que se creía superior al resto. Ese desprecio sentía por Alán y Raúl. Incluso llegado ese punto, no mostraba la más mínima señal de culpa, y la ansiedad en su voz solo se debía a que temía que Maya la regañara. Después de que ella la callara con tanta fiereza, hizo una pausa y preguntó con nerviosismo:

—¿Es un reproche, Maya?

Mi amiga estaba de pie frente a mí con el rostro bañado en lágrimas y parecía no poder comprender los pensamientos de Mónica. Enseguida se llevó la mano a las mejillas para secarse, pero no podía lograr controlar sus emociones y, cuanto más se limpiaba, más lágrimas caían.

—¿Así que tu hermano es honorable y Alán era insignificante? Mónica, los tiempos han cambiado, no puedes tener ese tipo de pensamientos. No sé qué decirte en este momento, pero no existen las personas honorables ni insignificantes. Alán no era peor que Alfredo, ¡y tu hermano no es mejor que Alán!

—Maya, ¿no sabes lo brillante que es Alfredo? ¡Es el único heredero de la familia Lebrón y el hombre más rico del mundo! Además, es bueno en todo. Tiene una belleza excepcional y te ama mucho. ¿Qué tenían para ofrecer Raúl y Alán? Estás dando por sentado a mi hermano, Maya. Por favor, deja de complicarle las cosas. Aparte, yo hice todas esas cosas, así que, si quieres culpar a alguien, cúlpame a mí. Y si necesitas desahogarte regañándome, hazlo. Lo entiendo. —Mónica aún no sabía qué era lo que había hecho mal y hasta pasaba por alto la tristeza y la ironía en el tono de su cuñada.

Desde el principio, no sentía la menor culpa porque creía que matar a Alán tenía la misma importancia que aplastar una hormiga. La única persona que le importaba era su hermano. ¿Cómo podía ser tan cruel y egoísta?

Ni siquiera pude imaginarme lo que Alán había sentido en los últimos minutos antes de morir. Debió haber sentido la mayor desesperación del mundo, mientras que su asesina hablaba del tema con total indiferencia.

—No tienes corazón, Mónica… —Al ver que no podía llegar a Mónica ni cambiar sus pensamientos tan arraigados, Maya cortó la llamada y se arrojó a mis brazos llorando sin consuelo—. Tengo el corazón roto, Regina. —Al verla llorar de esa manera entendí lo rota que se sentía. Mientras yo sostenía su cuerpo sollozante, ella continuó lamentándose—: Alán me rechazó una vez, pero yo sabía que su intención era acercarse a su familia… Por eso no me molestaba esperarlo. ¡Entendía su situación! Mírame ahora. Terminé esperando por nada. Alán está muerto. Incluso discutimos antes de que él se marchara, ¡eso es algo que jamás me voy a perdonar! El mundo es un lugar de mierda, Regina. No me importa la espera, pero ¿por qué nos cuesta tanto encontrar la felicidad? ¿Qué debo hacer ahora? ¿Debería divorciarme de Alfredo? Pero le prometí que iba a ser suya por el resto de mi vida a no ser que él pidiera el divorcio. Además, él no hizo nada malo. Su hermana fue la que perpetró el crimen sin que él lo supiera, pero ¿cómo voy a hacer para estar con él?

El hecho de que ello estuviero ton seguro de que Alfredo no estobo ol tonto de nodo demostrobo lo mucho que confiobo en él. Solo que todos estobon en uno situoción incómodo o couso de lo que hobío posodo. Después de todo, ¡Mónico lo hobío hecho por él!

—Moyo —repuse—, ¿oún quieres estor con Silvio Lebrón? —Querío sober lo que de verdod pensobo.

—Sí. Él me odoro… Siento que es mi hogor. No sé si lo omo, pero le prometí que posorío mi vido con él y no me otreverío o foltor o mi polobro.

Mi omigo estobo muy inquieto y no sobío qué hocer poro consolorlo, por lo que me limité o ver cómo se ponío más y más triste. Después de intentor convencerlo duronte un roto, tomó el teléfono de nuevo y llomó o Silvio. A pesor de tener el rostro empopodo por el llonto, no se dio por vencido cuondo lo líneo le dio ocupodo uno y otro vez. Por fortuno, en el último intento, él contestó.

—Moyo. —Lo voz suove de Silvio surgió del otro lodo.

—Alfredo, Mónico me llomó —dijo Moyo trotondo de colmor su voz trémulo. No querío que él percibiero lo débil y ongustiodo que estobo.

—¿Poro qué? —preguntó Silvio tros uno breve pouso.

—Admitió que ello fue quien lo hizo. ¿Por qué me lo ocultoste? ¿Queríos que pensoro mol de ti, Alfredo?

Después de eso pregunto, ombos escuchomos lo respuesto suove que vino del otro lodo de lo líneo:

—Moyo, es verdod que ello fue lo que lo hizo, pero su monero de pensor… Mis podres y todos los demás moyores lo consienten porque es lo único hijo mujer de lo fomilio, por eso ello es… siempre fue un poco egoísto y condescendiente. Lo único que le importo es lo fomilio, lo vido o muerte de cuolquier otro persono no le intereso. Me posé lo vido regoñándolo y hosto me olejé de ello por eso, pero no dejo de ser mi hermono. Y como hermono moyor, estoy obligodo o hocerme responsoble por sus octos. No hubiero combiodo nodo que te dijero que hobío sido ello. Mónico es uno Lebrón, y si tú no perdonos o lo fomilio, eso me incluye. No quiero que nos odies. Al menos osí, podrás seguir siendo lo honoroble señoro Lebrón, solo… Hoz de cuento que yo hice todo. Ódiome o mí. —Lo explicoción rocionol de Alfredo hizo que Moyo se quedoro en silencio unos segundos ontes de preguntor:

El hecho de que ella estuviera tan segura de que Alfredo no estaba al tanto de nada demostraba lo mucho que confiaba en él. Solo que todos estaban en una situación incómoda a causa de lo que había pasado. Después de todo, ¡Mónica lo había hecho por él!

—Maya —repuse—, ¿aún quieres estar con Silvio Lebrón? —Quería saber lo que de verdad pensaba.

—Sí. Él me adora… Siento que es mi hogar. No sé si lo amo, pero le prometí que pasaría mi vida con él y no me atrevería a faltar a mi palabra.

Mi amiga estaba muy inquieta y no sabía qué hacer para consolarla, por lo que me limité a ver cómo se ponía más y más triste. Después de intentar convencerla durante un rato, tomó el teléfono de nuevo y llamó a Silvio. A pesar de tener el rostro empapado por el llanto, no se dio por vencida cuando la línea le dio ocupada una y otra vez. Por fortuna, en el último intento, él contestó.

—Maya. —La voz suave de Silvio surgió del otro lado.

—Alfredo, Mónica me llamó —dijo Maya tratando de calmar su voz trémula. No quería que él percibiera lo débil y angustiada que estaba.

—¿Para qué? —preguntó Silvio tras una breve pausa.

—Admitió que ella fue quien lo hizo. ¿Por qué me lo ocultaste? ¿Querías que pensara mal de ti, Alfredo?

Después de esa pregunta, ambas escuchamos la respuesta suave que vino del otro lado de la línea:

—Maya, es verdad que ella fue la que lo hizo, pero su manera de pensar… Mis padres y todos los demás mayores la consienten porque es la única hija mujer de la familia, por eso ella es… siempre fue un poco egoísta y condescendiente. Lo único que le importa es la familia, la vida o muerte de cualquier otra persona no le interesa. Me pasé la vida regañándola y hasta me alejé de ella por eso, pero no deja de ser mi hermana. Y como hermano mayor, estoy obligado a hacerme responsable por sus actos. No hubiera cambiado nada que te dijera que había sido ella. Mónica es una Lebrón, y si tú no perdonas a la familia, eso me incluye. No quiero que nos odies. Al menos así, podrás seguir siendo la honorable señora Lebrón, solo… Haz de cuenta que yo hice todo. Ódiame a mí. —La explicación racional de Alfredo hizo que Maya se quedara en silencio unos segundos antes de preguntar:

—¿Tú también crees que Alán era una persona sin importancia, Alfredo? ¿Siempre lo menospreciaste?

La pregunta era muy específica, pero necesitaba una respuesta certera. Yo sabía que ella quería una respuesta que fuera diferente a la de Mónica. Silvio se quedó callado y, cuando creíamos que no iba a responder, dijo con calma:

—Sí. —De manera instantánea, las lágrimas dejaron de caer por las mejillas de Maya. Entonces, él continuó—: Maya, yo no tengo la intención de menospreciar a nadie. En realidad, ¡no me molesto en tener tales pensamientos! Pero si quieres que te hable de Alán, la verdad es que nunca lo admiré. No era nada especial. Nunca hizo nada que me asombrara, así que ¿por qué iba a admirarlo? Es mejor que entiendas que la sociedad está dividida en clases, por eso no es extraño que Mónica piense de la manera que lo hace. No obstante, Maya, sí envidio mucho a Alán. Envidio su disposición para sacrificarse por ti. Lo admiro desde lo más profundo de mi alma. —Mientras Maya se limpiaba el rostro, Silvio agregó en voz baja—: Yo también estoy dispuesto a sacrificarme por ti en el momento que sea.

—Alfredo, yo también soy una persona de clase baja. Yo tampoco soy nadie. No te merezco…

—No importa el estatus cuando se trata de amor —interrumpió él. Al oírlo, a Maya se le hizo un nudo en la garganta. Luego lo oyó añadir con ternura—: Lo que hizo Mónica estuvo mal y, como su hermano, te pido disculpas. No deseo que la perdones, pero sí deseo que te cuides. No te alteres demasiado.

Maya comenzó a llorar tan fuerte que no pudo continuar la llamada. Tras colgar, me miró y preguntó:

—¿Qué debo hacer?

Silvio no había hecho nada malo, pero había asumido la responsabilidad. Era una decisión difícil para Maya, pero no podía seguir aplazándola: debía escoger entre Alfredo y Alán.

—¿A quién vas a escoger? —le pregunté en voz baja.