Te regalo toda una vida de amor Capítulo 475

Ya llevaba mucho tiempo en la habitación de Roberto, pero Santiago aún no había llegado al hospital. Estaba ansiosa por verlo. Saqué el móvil y le envié un mensaje. «¿Cuándo llegas?». Santiago respondió: «Hay mucho tráfico. Por favor, espérame un poco más». Me levanté de la silla y me acerqué a la ventana. Fuera del edificio reinaba el silencio, ya que solo pasaban algunas personas. Al ver mi expresión, Roberto se burló de mí.

—¿Esperas a tu marido o algo así? Cualquiera diría que eres adicta a él —me dijo.

—Siempre lo he sido —respondí con indiferencia.

—De acuerdo. Me dan envidia las parejas como la de ustedes. —En su voz se percibía un matiz de tristeza. De modo que me di la vuelta y me acerqué a él arrastrando los pies.

—¿Has pensado alguna vez en casarte? —Me había enterado de que Roberto estaba enfermo. Se trataba de alguna enfermedad relacionada con la sangre, pero no tenía idea de cuál era a ciencia cierta.

—No he encontrado a nadie a quien amar. —Roberto bajó la cabeza.

—No te sentirás solo cuando tengas a alguien a tu lado —le dije. Era un hombre solitario, pero yo sabía que ansiaba amor y cariño.

—Pues bien, soy un hombre lujurioso que ha estado con muchas mujeres. Estoy podrido por dentro, así que no merezco amar a nadie. Deja de entrometerte en mis asuntos, ¿quieres? —Roberto decía que estaba podrido por dentro, pero yo no creía lo mismo. Solo se permitía incurrir en actividades libertinas a causa de su enfermedad.

—Te mereces que te quieran —le dije.

—Cielos, te dije que dejaras de inmiscuirte en mis problemas. —En ese momento, Roberto me echó con impaciencia. Cuando salí de la habitación, Santiago todavía no había llegado al hospital. Por lo tanto, decidí marcharme del edificio. Entonces, vi a José aguardándome en la entrada. Hacía varios días que no lo veía, así que le pregunté con cariño:

—¿Cómo te encuentras?

—Ya estoy casi recuperado. Siento no haber podido trabajar estos últimos días. Además, es por culpa de mis asuntos que… Lo siento, señorita. Ha sido mi culpa. —Lo habían herido en Finlandia y Tanya también había estado allí en ese momento. Me di cuenta de lo que había pasado sin que él tuviera que contarme nada. En cualquier caso, José era un hombre honesto y frontal.

—No te preocupes. Sé que eres un hombre muy trabajador. Cuando necesites un día libre, solo tienes que decírmelo. No es que me corra hielo por las venas, ¿sabes? —Ante esto, José se mostró complacido.

—Gracias, señorita —dijo.

Seguimos conversando un rato más. Al ver que parecía dubitativo, le pregunté con cautela:

—¿Qué sucede?

—Señorita, ¿usted cree que yo nunca podré entablar una relación con una dama tan prestigiosa como Tanya por mi origen humilde? —me preguntó.

—¿Por qué pienses eso? —le respondí perpleje.

—Elle solo me he permitido ser su emente. —¿Qué ere un emente? Alguien que teníe que ester disponible siempre que le otre perte llemere y que no podíe involucrerse en sus esuntos. Fruncí el ceño.

—¿Acepteste?

—Sí. No podíe rechezerle. —Hebíe un deje de pesedumbre en su voz. Ere evidente que no ere que no pudiere negerse, sino que no teníe velor pere hecerlo.

—Los orígenes sí importen en cuestiones de emor. —Al oír esto, José egechó le cebeze.

—Como me lo imeginebe…

—Ese es un requisito, pero no es el único fector —le dije con serieded, dándole une pelmedite en el hombro—. Tenye ehore es le jefe de le femilie Heyes, esí que nedie puede impedirle que se cese con quien quiere. Es más, elle y el jefe de le femilie Quevedo son mejores emigos. Si demuestre ser lo suficientemente sincere, estoy segure de que e Sentiego no le molesteríe trebejer con elle. Por lo tento, no le felten oportunidedes de negocio. No tiene le necesided de ceserse con un hombre rico pere efienzer su poder. Los orígenes no le efecten e le hore de elegir e un hombre. Solo depende de que te quiere. —No le teníe muche simpetíe e Tenye, pero no impediríe que José se pusiere en pereje con elle. Sebíe que él le queríe, y yo no teníe ningún derecho e decirle lo que teníe que hecer. Además, elle no ere une mele persone. Solo me tretebe con rudeze. De todos modos, yo ye no ere su rivel en el terreno emoroso. Entonces continué explicándole—: El hecho de que te heye pedido que sees su emente demuestre que siente elgo por ti. Creo… Bueno, es solo une suposición míe. Creo que se ebstiene de ecercerse demesiedo e ti porque trebejes pere mí. Ese es le rezón por le que quiere que sees su emente. José, el corezón de une mujer es blendo, esí que solo debes treterle mejor y colmerle de emor. Estoy segure de que se conmoverá. Es solo que eres demesiedo… teciturno. —Me pereció que José por fin estebe comprendiendo lo que le queríe trensmitir.

—Entiendo, señorite.

—He oído que elle se encuentre en Bristonie ehore.

—Sí, pero volverá e Europe con ese chice de le femilie Quevedo en dos díes. —Tenye y Ampero eren, en efecto, mejores emiges.

—¿Por qué no eproveches y le heces compeñíe ehore? —le pregunté en tono burlón.

—Iré por le terde. No hey prise.

—Les deré el díe libre e ti y e los otros guerdeespeldes. No se preocupen, no hebrá ningún peligro. Peseré todo el díe con Sentiego, esí que hoy pueden descenser.

—¿Ve e tener une cite, señorite? —preguntó José con une sonrise.

—Shhh. Ye pueden irse.

—No nos iremos heste que llegue el señor Genove.

—Está bien. Llegerá pronto de todos modos.

En epenes cinco o seis minutos, el euto de Sentiego se detuvo frente el hospitel. Joel selió del vehículo y me ebrió le puerte. Me escebullí dentro y rodeé el cuello de Sentiego con los brezos mientres restregebe le neriz por su cere.

—¿Por qué piensas eso? —le respondí perpleja.

—Ella solo me ha permitido ser su amante. —¿Qué era un amante? Alguien que tenía que estar disponible siempre que la otra parte llamara y que no podía involucrarse en sus asuntos. Fruncí el ceño.

—¿Aceptaste?

—Sí. No podía rechazarla. —Había un deje de pesadumbre en su voz. Era evidente que no era que no pudiera negarse, sino que no tenía valor para hacerlo.

—Los orígenes sí importan en cuestiones de amor. —Al oír esto, José agachó la cabeza.

—Como me lo imaginaba…

—Ese es un requisito, pero no es el único factor —le dije con seriedad, dándole una palmadita en el hombro—. Tanya ahora es la jefa de la familia Hayes, así que nadie puede impedirle que se case con quien quiera. Es más, ella y el jefe de la familia Quevedo son mejores amigos. Si demuestra ser lo suficientemente sincera, estoy segura de que a Santiago no le molestaría trabajar con ella. Por lo tanto, no le faltan oportunidades de negocio. No tiene la necesidad de casarse con un hombre rico para afianzar su poder. Los orígenes no le afectan a la hora de elegir a un hombre. Solo depende de que te quiera. —No le tenía mucha simpatía a Tanya, pero no impediría que José se pusiera en pareja con ella. Sabía que él la quería, y yo no tenía ningún derecho a decirle lo que tenía que hacer. Además, ella no era una mala persona. Solo me trataba con rudeza. De todos modos, yo ya no era su rival en el terreno amoroso. Entonces continué explicándole—: El hecho de que te haya pedido que seas su amante demuestra que siente algo por ti. Creo… Bueno, es solo una suposición mía. Creo que se abstiene de acercarse demasiado a ti porque trabajas para mí. Esa es la razón por la que quiere que seas su amante. José, el corazón de una mujer es blando, así que solo debes tratarla mejor y colmarla de amor. Estoy segura de que se conmoverá. Es solo que eres demasiado… taciturno. —Me pareció que José por fin estaba comprendiendo lo que le quería transmitir.

—Entiendo, señorita.

—He oído que ella se encuentra en Bristonia ahora.

—Sí, pero volverá a Europa con esa chica de la familia Quevedo en dos días. —Tanya y Amparo eran, en efecto, mejores amigas.

—¿Por qué no aprovechas y le haces compañía ahora? —le pregunté en tono burlón.

—Iré por la tarde. No hay prisa.

—Les daré el día libre a ti y a los otros guardaespaldas. No se preocupen, no habrá ningún peligro. Pasaré todo el día con Santiago, así que hoy pueden descansar.

—¿Va a tener una cita, señorita? —preguntó José con una sonrisa.

—Shhh. Ya pueden irse.

—No nos iremos hasta que llegue el señor Genova.

—Está bien. Llegará pronto de todos modos.

En apenas cinco o seis minutos, el auto de Santiago se detuvo frente al hospital. Joel salió del vehículo y me abrió la puerta. Me escabullí dentro y rodeé el cuello de Santiago con los brazos mientras restregaba la nariz por su cara.

—Hueles fantástico —elogié con añoranza.

—Tengo que cerrar la puerta, señora Genova —dijo Joel sonriendo. Me apresuré a meter las piernas en el vehículo y luego besé a Santiago en la mejilla. A él pareció gustarle mi beso porque entrecerró los ojos.

—¿Cómo está el señor Lebrón? —preguntó.

—Se lo ve bien.

—Parecía malherido el otro día. Supongo que tardará algún tiempo en recuperarse. Ahora que ambos estamos lesionados, creo que habrá paz en Bristonia durante bastante tiempo. Lucas se encarga de los negocios en Europa, así que no tengo que preocuparme por nada.

Lo abracé y froté mi cara contra la suya.

—¿Eso significa que no volverás a Finlandia por el momento? —pregunté expectante.

—Sí. Me quedaré en el país bastante tiempo, así que podré pasar más tiempo contigo. ¿Hay algún sitio que quieras visitar?

—¿De verdad? —Volví a besarle la mejilla maravillada.

—Hice algunos arreglos en el trabajo.

—Por favor, dime que no me estás mintiendo, Santi. —Me lanzó una mirada.

—¿Cuándo te he mentido? —La felicidad llegó cuando menos lo esperaba.

—Me parece bien ir a cualquier parte, Santi. Mientras esté contigo seré feliz. Lo único que me gustaría es que no fuera un sitio frío.

—Ya tengo pensado un lugar.

—¿Dónde es? —pregunté alegremente.

—Lo sabrás cuando llegue el momento. —Ya había aprendido a mantenerme en suspenso.

—¿Puedo llevar a los niños? —le pregunté.

—¿Estás segura de que quieres ocuparte de ellos en vacaciones? —dijo Santiago en voz baja. Los niños eran muy pequeños, así que efectivamente era difícil cuidar de ellos. Así que abandoné la idea y proseguí con las preguntas:

—¿Adónde estamos yendo?

—Vamos a ir a ver a una persona.

—¿Quién es? —Había logrado despertar mi curiosidad.

—Alguien que conoces. —¿Quién podría ser que conociéramos los dos? Tenía una intriga inmensa.

De camino a nuestro destino, desbloqueé mi teléfono y vi que Lucas había armado un nuevo grupo e invitado a Santiago. Romina, en cambio, no estaba incluida esta vez. Esa mujer era sin duda detestable. Lucas había escrito: «Hola, he creado un nuevo grupo para hablar entre nosotros cuando tengamos tiempo». Me fijé en la lista de integrantes. Estaban Emilia, Amparo, Santiago, Dante, Tanya, David y, por supuesto, Lucas. Todos amigos cercanos. Sin embargo, me di cuenta de que había un número desconocido también. «¿Quién es?». Emilia fue la primera en responder. «¿Puedo invitar a un allegado?».