Te regalo toda una vida de amor Capítulo 467

Pensé en David de inmediato y procedí a revisar las tendencias de Twitter. La canción «Quiero ser tu novio», de Tomás, estaba en la lista, junto con un video de él y de Amparo mirándose a los ojos. El joven le sostuvo la mirada durante toda la canción. Era un hombre gentil, con la mirada brillante de una persona de nuestra edad, algo con lo que David no contaba. Estaba segura de que Amparo debía estar por los cielos, ya que nadie hubiera podido ignorar la electricidad que había entre ellos mientras Tomás cantaba. Además, era tan apuesto que le provocaría celos hasta al mismísimo Adonis. La tendencia iba a llegar a ojos de David, sin dudas.

Los días de Amparo en Bristonia estaban contados. ¿Y qué iba a ser de David? Al recordar cómo me llamó «Gina» y me pidió ayuda, se me estrujó el corazón. En el fondo, deseaba que él consiguiera su cometido. «Es el hermano de Amparo, David. Acabo de ver el video de Amparo cumpliendo el sueño de toda fanática. ¡Fue muy audaz!», le respondí a Maya.

«También acabo de verlo. Creo que ese joven es el mejor candidato para Amparo. El hombre que vino a la casa de té es demasiado ceñudo. No es buen pretendiente para una chica joven como ella», aseguró Maya, con lo que se me escapó una risita. «Solo está admirando a una celebridad. ¿Ahora eres Cupido?», bromeé. «La chica ha estado pidiéndome que le presentara a alguien, pero no conozco a nadie apropiado para ella. Pero, de repente, se convirtió en super fanática de Tomás. Es la líder de la familia Quevedo, es obvio que encontró un chico que le gusta y que se está acercando a él paso a paso», declaró mi amiga. Estaba pensando lo mismo que yo. «Sí, puede ser. Ahora ve a cuidar de Alfredo», le dije.

Después, le escribí a Fernanda para pedirle que cuidara a mis hijos cuando volviera en unos días. «¿Cómo estás?», me preguntó ella con preocupación. Ya no me pasaba nada, así que la tranquilicé: «Estoy bien. No te preocupes por mí». Luego pensé en mi abuelo y en que debía visitarlo cuando tuviera tiempo. Era un hombre bastante triste porque vivía solo hacía muchos años. Tras decidir eso, dejé el teléfono y volví a recostarme. Esa fue otra noche de insomnio y, para peor, mi humor era de perros.

Al día siguiente, volví a visitar el hospital para recibir el tratamiento intravenoso. Ya era mediodía cuando terminé y, de camino a la salida, vi a Ezequiel sentado en una silla de ruedas en el jardín de abajo. Tenía la mirada perdida en el horizonte, como si estuviera perdido en sus pensamientos, por lo que parecía desolado. Siempre pensé que se sentía solo, una soledad alojada en lo profundo de su ser. Después de pensarlo un poco, me acerqué a él.

—¿Se siente mejor, señor Castillo? Me gustaría hacerte una consulta, si tienes tiempo.

—Señorita Esquivel —dijo sorprendido al verme. Nunca se había referido a mí de otra forma.

—Edmundo me dijo que eres un psiquiatra excelente. Él se negó a tratar mi problema, y yo no pude buscar a otro médico. Ya que estás aquí, pensé en preguntarte al respecto. He tenido náuseas y vómitos ocasionales; me siento bastante mal. El médico me dijo que se debía a que me exijo demasiado, ¿es posible?

—¿Está molesta, señorita Esquivel?

—Sí. Santiago ha estado ignorándome últimamente. —Hacía días que no me llamaba, como si se hubiera olvidado de que era su esposa.

—¿Y es capaz de ignorarla?

«Eh, ese no es el punto».

—Lo hice enojar.

—Fue por mi causa. —Él lo entendió de inmediato—. Lamento haberla puesto en una situación difícil. Santiago se interesa mucho por usted —afirmó. Nunca creí que fuera a defender a mi esposo.

—Entonces, ¿qué puedes decir de mi salud mental? —insistí. Él me hizo algunas preguntas profesionales para poder evaluarme.

—Sus náuseas y vómitos son producto de la depresión. Si dura poco, estará bien, pero si se extiende en el tiempo, su salud mental se verá afectada de forma permanente. Sugiero que mantenga una actitud positiva, aunque sea algo vago. En conclusión, soy el culpable de sus problemas, así que le prometo que no volveré a verla.

—No eres culpable —aseguré. Ezequiel se estaba comportando con mucha cautela y modestia. «¿Por qué se me ocurrió la palabra “modestia”?», pensé.

—Perdón por ponerla en una situación difícil, señorita Esquivel. —Su mirada era como un mar en calma, pero para mí era profunda como un océano que albergaba un dolor inimaginable y una soledad infinita.

—Ezequiel, no tienes de qué disculparte. —No había un culpable; ni él, ni yo ni, mucho menos, Santiago. Nuestras formas de pensar tampoco eran el problema. El inconveniente era que los tres nos habíamos encontrado, y nadie quería ver eso.

—No todo es blanco o negro, señorita Esquivel.

—Eres un hombre empático —comenté con una mueca.

—Soy psiquiatra, es parte de mi trabajo. —Nunca ocultaba ese hecho y me recordaba que podía analizar mis pensamientos más profundos. Cuando me dispuse a marcharme, volvió a llamarme—. Señorita Esquivel. —Giré y solo vi su nuca—. No quiero que esté molesta, así que nunca le causaré dificultades, pase lo que pase. También espero que no discuta con su esposo por mi causa. En el futuro, si… —Se quedó callado.

—¿Si qué?

—Si su esposo y yo nos convertimos en enemigos mortales, le suplico que esté del lado de él. No deben disgustarse por una persona sin importancia como yo. Si vivo o muero, no tiene nada que ver con usted.

—Ezequiel —pronuncié desconcertada.

—A partir de ahora, haremos de cuenta que no nos conocemos.

Mi corazón se detuvo y se sintió pesado de repente, como si los engranajes se hubieran atascado. «Los psiquiatras son hombres singulares. Él sabe tocar mi corazón con facilidad», pensé maravillada.

Me marché enseguida después de eso. Cuando llegué al departamento, Amparo ya se había ido. La casa había estado muy animada gracias a ella y, en su ausencia, se sentía vacía, al igual que mi corazón. Al principio, Santiago era el que estaba enojado conmigo, y yo pensaba que todo estaría bien una vez que se tranquilizara, pero después fui yo la que me enojé, pues me decepcionó al ignorarme de ese modo. Me había dicho que nunca le contaba las cosas, pero ¿no era lo mismo que hacía él? Se suponía que iría a Europa, pero, al final, ¡estaba en Gretaña! Exasperada, me recosté para intentar dormir.

Creí que estaba soñando cuando sentí algo en la mejilla.

—¿Quién eres? —pregunté al sujetar la mano que estaba tocándome.

—¿Qué? —respondió una voz burlona—. ¿No puedes reconocer a tu hombre apenas después de unos días separados?

—¡Santiago! —exclamé y abrí los ojos. ¿Quién más iba a estar sentado a los pies de mi cama?

—¿Enfurruñada? —preguntó con el ceño fruncido cuando no respondí. Seguí en silencio, así que agachó la cabeza y me besó en la frente—. Dejemos esto atrás, ¿de acuerdo?