Te regalo toda una vida de amor Capítulo 457

La noticia de que Nicolás estaba herido me preocupó, pero eso era algo en lo que no podía interferir. Además, Ariadna era su prometida; ella podía preocuparse por él, era su trabajo, no el mío.

—Te esperaré —me negué.

En épocas anteriores, me hubiera inquietado, pero ya le había pagado a Nicolás mucho de lo que le debía y tenía que asegurarme de que no hubiera ningún tipo de conexión entre nosotros. Además, él tenía a Ariadna, y yo deseaba que pudieran abrirse uno al otro. Al menos para mí, ella era una buena mujer; se notaba en su disposición para arriesgarse a ir allí por él.

Pasó media hora hasta que llegó Ariadna. Gabriel aún no me había dicho si había encontrado a Ezequiel, así que no tenía idea de si Santiago o Silvio Lebrón estaban heridos. Antonio me escribió: «Tanya y el señor Genova se encontraron». Ellos estaban del mismo lado en este caso; yo, en cambio, estaba protegiendo a Ezequiel y a Nicolás. Me sentí un poco mal por tener que enfrentarme a Santiago, pero no quería que nadie peleara, y mi esposo no estaba del todo en lo correcto. Ezequiel jamás lo había atacado, pero lo cierto era que, en esa ocasión, el bien y el mal no tenían nada que ver. Para mí también era una situación complicada.

—Tanya lo hirió —me dijo Ariadna, preocupada, al llegar—. Necesito ir a las montañas ahora mismo.

—Pronto lloverá. Lleva unos impermeables y medicinas. —Asentí. Un guardaespaldas le facilitó los suministros y ella me agradeció.

—¿No vendrás?

—No. —Sacudí la cabeza.

—Entonces, ¿por qué estás aquí? —inquirió. Yo estaba allí para devolver un favor, era un asunto de una sola vez. Sonreí.

—Nicolás ya no es parte de mi vida, pero me alegra que haya conseguido a una buena muchacha —dije. Ella se sonrojó y bajó la mirada.

—Solo le estoy devolviendo un favor. No estaría aquí si no fuera por él.

—Deberías irte —la insté. No tenía interés en su pasado con Nicolás—. Él te necesita.

En realidad, no creía que la necesitara, ya que tanto Nicolás como Ezequiel debían tener muchos hombres de su lado, pero podía entenderla. Quería estar con él para devolverle el favor. Al final, la tozuda Ariadna desapareció de mi vista y yo levanté la mirada hacia el cielo, donde ya colgaban, lejanas, algunas nubes oscuras—. Pronto lloverá.

—Así es, señora —repuso mi guardaespaldas.

—¿Qué pasará si Santiago se enoja?

—Usted es una persona independiente, señora. Tiene sus propias convicciones y debe defenderlas.

Estaba entre la espada y la pared. No tenía manera de ayudar a alguien sin arruinar otra cosa. Técnicamente, estaba ayudando a Ezequiel. Solo estaba asegurándome de que estuviera a salvo, pero ese día todos tenían intenciones asesinas. Si él lograba escapar, iba a ser la primera vez que fallaba en una misión. Se me escapó un suspiro.

—La vida es dura. —Subí al auto mientras repasaba en mi cabeza los mensajes de texto que me había enviado mi abuelo. Había dicho que la enfermedad renal era algo hereditario en nuestra familia. Eso explicaba por qué yo había estado a punto de morir cuando era más joven; mi madre había acortado su vida para que pudiera sobrevivir, pero pronto yo también alcanzaría el final del tiempo que se me había prestado. Además del cáncer endometrial, también tenía insuficiencia renal. Era un milagro que estuviera viva y mucho más que tuviera una familia amorosa y un par de personas dispuestas a dar la vida por mí. Pasara lo que pasara, no deseaba decepcionarlas. Por eso no había castigado a Gabriel tras enterarme de que trabajaba para Ezequiel, por eso aún confiaba en Joel, por eso había hecho todo ese viaje para salvar a un casi desconocido. Debía devolver los favores que me habían hecho. Santiago tenía esa misma forma de pensar y por eso jamás se había desprendido de Joel: había decidido darle una oportunidad. Suspiré de nuevo—. Si se entera, se enojará.

Me preocupaba que Santiago se enfadara si descubría lo que estaba haciendo, pero era algo que debía hacer y que no podía contarle. ¿De qué serviría? Solo le generaría bronca. El resentimiento entre él y Ezequiel no era algo que se podía resolver conversando, y yo tampoco podía hacer nada para solucionarlo, por lo que lo mejor era mantenerme en silencio.

Había pasado un buen rato en el auto cuando recibí otra llamada de Gabriel.

—Encontré al señor Castillo, señorita Esquivel. Está… furioso porque usted vino. Quiere que regrese a Bristonia de inmediato y que finja que jamás estuvo aquí.

—¿Cómo es la situación?

—Mala. Ambos bandos sufrieron grandes pérdidas, pero ninguno logró sacarle ventaja al otro. El señor Lebrón y el señor Ferreiro están heridos, pero el señor Genova se encuentra bien.

—¿Qué hay de Tanya?

—Está con el señor Genova.

«Maldición. Eso es malo», me dije.

—Asegúrate de que él esté bien y de que no le haga daño a Santiago. Intenta que la menor cantidad posible de gente salga herida.

—Lo estoy escoltando montaña abajo ahora mismo.

Santiago y Silvio Lebrón habían ido hasta Gretaña en busca de Ezequiel y Nicolás y solo cuando ellos dos emprendieran la retirada se iban a detener y a poner freno a la batalla. «Espero que todo esté bien», pensé. Diez minutos más tarde, me llegó un mensaje de Gabriel. «Señorita Esquivel, el señor Genova y sus aliados nos están atacando con fuerza. Ya no podemos contenerlos. Nos separamos de Ezequiel en cierto punto y el señor Ferreiro no aparece por ninguna parte», decía. Santiago y los suyos habían ganado la ventaja. Era de esperarse: él y Silvio Lebrón habían estado conversando durante horas la noche anterior para asegurar la victoria en esa misión. Me golpeó una oleada de frustración. Unos minutos después, llamé a Ariadna.

—Lo encontré. Estamos juntos en este momento. Estamos huyendo por la parte de atrás de la montaña, pero él no puede caminar muy rápido, ya que está herido de gravedad. Nos llevaría horas salir de aquí y no sabemos cuánto vamos a durar. ¿Tus hombres pueden recogernos? —me pidió.

Les ordené a mis guardaespaldas que tomaran el auto y los buscaran. Diez minutos más tarde, Gabriel me llamó de nuevo.

—No puedo encontrar al señor Castillo, señora —dijo deprisa. Apreté los dientes.

—¿Por qué trabajas para él?

Le tomó un instante entender lo que quería decir, pero luego respondió con tozudez:

—Porque él lo vale, señorita Esquivel. Usted sabe que Joel y yo trabajamos para él, pero también que jamás la traicionaríamos. Tampoco tenemos miedo. —Hubo una pausa y luego agregó con solemnidad—: Señora, debería conocerlo. Al señor Castillo, quiero decir. Él no es como el señor Genova y sus amigos creen; están equivocados. El señor Castillo solía ser el hombre que mandaba en su momento, así como en la actualidad lo es el señor Genova. Ellos le recordaron a su pasado y por eso quiso ayudarlos y fue amable con ellos, pero el señor Genova y el señor Meza lo traicionaron.

«¿Ezequiel quería ayudar a Santiago y a Raúl?», me pregunté.

—¿No es malvado?

No confiaba en nadie más que en Santiago y una persona más: nada menos que el propio Gabriel. Le hubiera confiado mi vida. Lo único que tenía que decirme era que Ezequiel era una buena persona, y yo los ayudaría. Sí, era capaz de encaramarme en la montaña con mi equipo para ayudarlos aunque Santiago lo descubriera. Todo lo que tenía que hacer Gabriel era decirme que Ezequiel era un buen hombre.

—Con usted, señorita Esquivel, es completamente bueno. Y lo fue con el señor Genova y sus amigos durante un tiempo.