Te regalo toda una vida de amor Capítulo 45

Nicolás estaba siendo muy paciente el día de hoy. Sin importar lo mucho que me burlaba de él, no se molestaba. A pesar de mi sarcasmo, solo se detuvo por un momento antes de decir:

—¿Quieres que busque un doctor para ti? Conozco a los mejores en su campo.

Me quedé callada y él tampoco habló más. Se fue después de eso, sin siquiera insistir en quedarse. Me acerqué a las ventanas y lo vi parado afuera del chalé, debajo del poste de luz. Su sombra se extendía debido a la iluminación, lo que lo hacía lucir triste y cabizbajo. ¿Triste? ¿Pero por qué? Presioné mi frente contra la ventana y me le quedé mirando.

Tenía sentimientos encontrados hacia él, de la misma forma que me preguntaba por qué rechacé a Cristóbal; me gustaba mucho, pero lo rechacé de todos modos. Mis razones eran tonterías también. Podía haber hecho cualquier cosa si de verdad lo quería, pero no lo hice. Le dije que no lo quería y recordar esto me dolía.

Me hinqué y miré que Nicolás sacó un cigarro y lo prendió. El humo se amontonó a su alrededor y luego hice una llamada en su celular. Frunció y toda su expresión se desmoronó. Era probable que alguien lo hubiese molestado. Colgó, apagó su cigarro y poco después llegó su asistente a recogerlo. Le abrió la puerta del carro, pero antes de que Nicolás se subiera, miró hacia mi habitación.

Mi corazón se aceleró y me pregunté si me podía ver desde su lugar, pero recordé que era de noche y mi cuarto estaba oscuro. Al final, Nicolás se fue y yo suspiré con alivio. ¡Vaya! Debía estar muerta de aburrimiento si observé todo eso. Fui a bañarme. En lo que esperé a que se calentara el agua, me tomé mis píldoras. Para cuando me fui a acostar, recibí un mensaje de Olivia.

«Regina, ¿por qué le dijiste que no a Cris?».

No era cercana a Olivia y tampoco tenía ninguna necesidad de explicarme con ella. Además, a ella le gustaba Cristóbal. Debió de andar muriendo de los nervios solo para sacar el valor para preguntarme esto. Reflexioné mi respuesta por un momento y le mandé un mensaje.

«Soy la exesposa de Nicolás».

Lo más probable era que esto quería escuchar, además de que era el motivo más realista. Se quedó callada por un rato, pero después me contestó:

«Entonces, ¿te gusta Cris?».

A Olivia le gustaba llamarlo así, «Cris»; sonaba cariñoso, de la misma forma que le decía «Nick» a Nicolás. Tal vez era su forma de intentar acercarse a ellos. Como mentir me era difícil, estuve a punto de decirle que sí, me gustaba, pero borré el mensaje en cuanto terminé de escribirlo. Recordé a Nicolás o, más en específico, lo tolerante que fue hoy y lo solitario que lucía.

Parecía que me enamoré de los dos hombres al mismo tiempo, pero no era así; en realidad, no tenía idea de quién me gustaba. Me gustaba con quien estuve hace tiempo, pero cuando se trataba de Nicolás, siempre fui impaciente y siempre lo herí con mis palabras. Conocía desde hace tiempo a Cristóbal y Nicolás, pero eso era diferente a amarlos, por lo que ahora estaba completamente confundida. Cubrí mis ojos llenos de lágrimas, tratando de hallar una lógica a mis pensamientos.

¿A quién amaba más? ¡Maldición! ¿Por qué me equivoqué de persona hace tres años? Me odiaba por ser tan indecisa. Hubiera sido mucho mejor si no me hubiese enamorado de nadie, sin mencionar el hecho de que no tenía ningún derecho para amar a alguien. Al final, no le contesté a Olivia, aunque el sueño se me escapó esa noche.

La lluvia comenzó a caer, lo que era normal en Bristonia, donde todo el año estaba mojado. Era una ciudad triste en ese aspecto, pero a mí me encantaba. Era la casa de mis padres y el lugar donde la familia Esquivel echó raíces.

Me fui quedando dormida alrededor de las cuatro de la mañana. Al día siguiente, me levanté con algo de dificultad, pero me obligué a salir de la cama, tomar mis píldoras y ponerme un vestido dorado. Maya siempre me dijo que me vestía como si fuera a asistir a algún evento de alfombra roja. Recuerdo que en una ocasión me dijo:

—¿No te cansas de vivir así?

Sí, pero ya estaba acostumbrada. Aprendí a vivir la vida de un aristócrata solo para complacer a Nicolás. Cuando quise deshacerme de todo esto, me di cuenta de que este estilo de vida ya era parte de mí.

Le mandé un mensaje a mi asistente y me senté para maquillarme. Tenía una pequeña cicatriz en mi mejilla y sería difícil quitármela. Al final, lo único que pude hacer fue cubrirla, aplicando una base sobre mi rostro. Me puse un par de tacones dorados, aunque eran molestos debido a mi tobillo, pero podía soportarlo. Mi asistente llegó cuando terminé de maquillarme.

Como no podía conducir, le pedí a él que me ayudara. Pasé la mañana poniéndome al corriente con los últimos proyectos de la compañía. Para la tarde, mi asistente me dijo que era la hora para reunirnos con la familia Mora.

—No te preocupes; tenemos mucho tiempo —contesté con una sonrisa.

Alicia se retiró ayer debido a que llegué tarde, pero ella ya tenía planeado dejarme plantada, aunque yo llegara a tiempo. Tuve la sensación de que hoy sucedería algo grande, sobre todo porque, si invitaron a la familia Meza, entonces también invitaron a la familia Ferreiro. ¿Acaso querían intimidarnos? Pero bueno, yo tenía que presentarme a fuerzas.

…

Mi asistente y yo llegamos tarde. Cuando abrí la puerta, vi a una hermosa mujer del otro lado. A su costado estaba esa señora grosera, Jimena Mora. Entonces, escuché hablar a alguien detrás de mí. Me giré para ver quién era y me quedé sorprendida.

—Llega tarde, presidenta Esquivel.

—¿Tú?

El hombre ante mí estaba en silla de ruedas y no lucía nada amigable. Me hice a un lado y alguien lo ayudó a entrar al cuarto. Me quedé en la puerta, frunciendo. Ante eso, Jimena habló:

—¡No te quedes ahí parada!

—Recuerda tus modales, Jimena. —Intervino la mujer a su lado.

Ella debía ser Alicia Mora y estaban haciendo la vieja rutina del policía bueno y el policía malo. Les hice un gesto de molestia, pero no me moví. Mi asistente sabía que yo podía ser terca, pero necesitamos este contrato, por lo que no podíamos irnos solo porque sí. Aun así, me decidió apoyarme.

—Está bien. La presidenta Esquivel es una mujer generosa; en realidad no deberíamos molestarnos conversando con tanta basura.

El rostro de Jimena pasó de molesto a furioso y se puso de pie de golpe.

—¿Qué rayos dijiste? ¡Te reto a que lo digas de nuevo!

—¿Estás segura de que quieres que te insulten una segunda vez? —La miré y le sonreí.

—¿¡Cómo te atreves…!? —Jimena chocó su pie contra el piso, pero Alicia la detuvo.

—Cálmate o la próxima vez no te traeré conmigo.

Jimena se sentó y le hizo caso. Parecía que le tenía miedo a Alicia. Una vez que la colmó, Alicia se levantó.

—Tome asiento, presidenta Esquivel —comentó, sonriendo.

Entré y busqué asiento, pero mis ojos se enfocaron en el hombre en la silla de ruedas. Fui demasiado obvia y él frunció. Le sonreí antes de saludarlo:

—Hola, Alán.