Te regalo toda una vida de amor Capítulo 44

No me quedaba mucho tiempo de vida y tampoco lo gastaría en algo tan estúpido como la venganza. Jamás hubiera regresado a esta ciudad de no ser porque Nicolás destruyó a la familia Navarro, obligándome a tomar las riendas debido a que su siguiente objetivo era la familia Esquivel.

Hacerse cargo de la familia ya era suficiente duro e invertía mucho tiempo en eso, ¿pero ahora esperaba que yo estuviera con él? ¿Acaso creía que me había vuelto loca? Aunque estos pensamientos me fueron divertidos. Le lancé una mirada, burlándome de él.

—Estás obsesionado conmigo. Ya ni siquiera te reconozco. Si no supiera, pensaría que jamás te olvidaste de mí. —Me detuve para darle unas palmadas en su hombro cuando vi cómo su expresión se desmoronó. —Dijiste que me amabas desde antes de perder tus recuerdos. ¿No me digas que olvidaste todo excepto nuestro amor? ¿De verdad esperabas que me tragara ese cuento?

Nicolás comenzó a reírse sin ganas mientras me tomó del cuello para acercarme a él. Fue sofocante y me obligó a verlo, pero me rehusé a darle alguna satisfacción de esto, por lo que le sonreí y afirmé:

—Parece que le di justo al blanco.

Él me miró antes de presionar sus labios contra los míos, pero eso no fue un beso; era casi una violación y sentí cómo mordía mis labios. Gemí del dolor y Nicolás me soltó de un empujón. Perdí el equilibrio y terminé cayendo al suelo, el cual estaba mojado, por lo que sentí una sensación fría al tocarlo.

Intenté levantarme, pero no pude. Mi tobillo me dolía horriblemente; tal vez se torció cuando caí. Me aguanté el dolor y logré reincorporarme en el piso antes de lanzarle otra sonrisa burlona. Me resultaba divertido verlo tan insistente conmigo, como un exnovio asqueroso. Al notar esto, cerró sus ojos para calmarse. Habló hasta después de un largo rato.

—Regina, de verdad que eres demasiado descuidada para tu propio bien.

Pero cada uno tenía sus propios miedos. En mi caso pasaba que ya estaba lo suficiente dañada como para seguir temiendo, así que me quedé callada. Él se hincó delante de mí y, en un tono molesto y voz baja, comentó:

—¡Te mereces esto! Eres un desastre y solo causas problemas. Fuiste a Eldamia para salir con un cualquiera y toda la red se llenó de videos de ti besándolo. ¿Ahora resulta que estás haciendo todo un drama con Cristóbal? Si por mí fuera, ya te hubiera dado una paliza, pero… —Se detuvo y me tomó en sus brazos. Me miró con seriedad y susurró: —Te vendrás matando un día de estos.

De hecho, mi tobillo me estaba matando, pero no le repliqué. Me llevó a mi carro y abrió la puerta trasera para subirme a él. Me quitó los tacones para revisar mi tobillo. Mentiría si dijera que no me avergonzaba que ese hombre estuviese observando mi pie, así que intente retirarlo, pero él me detuvo.

—Para. Se está inflamando.

Era obvio que sí.

—¿Te duele? —preguntó, sonando preocupado.

Claro que dolía, pero estaba acostumbrada a esconder todo de él.

—No.

—Regina, ¿y si solo admites que te duele?

Por supuesto que no, aunque mi tobillo estuviese tan rojo como la nariz de Rodolfo el Reno. Nicolás tomó mi mano y me preguntó:

—¿Debería llevarte a un hospital?

—No es tan serio.

Nicolás movió un poco mi tobillo y casi gritó del dolor, pero me contuve y solo solté algunos quejidos. Una sonrisa se curvó en sus labios mientras se burlaba.

—Eres una bebé.

—Soy ocho años menor que tú —repliqué, bufando.

—¿Ya tienes 23 años? —preguntó de forma repentina.

—Sí. Mi cumpleaños fue el día de la Nochebuena.

Aquél día estuve muy calmada, ya que pensaba que moriría pronto. En aquella ocasión incluso llegué a perdonar a Nicolás, pues ya ni tiempo tenía para seguir deprimida.

—¿Es verdad?

—¿Qué cosa? —Volteó a verlo, extrañada, al escuchar su pregunta rara.

—Dijiste que ya no quieres a Cristóbal —aclaró, bajando el volumen de su voz. —¿Es verdad?

—Ya te di la respuesta —repliqué, suspirando.

—De verdad espero que lo sea. —Agregó y, curiosamente, no parecía enojado.

Me quedé callada luego de eso. No hace mucho estábamos discutiendo, pero ahora él se dirigía a mí con mucha calma. Supe que al fin decidió retroceder, tratando de controlar su temperamento. Tomó las llaves de mi carro y se subió al asiento del conductor.

—Te llevaré a casa —declaró.

Le quise decir que no, pero me era imposible conducir en mi condición actual, así que le di permiso para hacerlo, aunque no le hablé durante todo el camino. Para cuando llegamos a mi casa ya era muy tarde.

Él estacionó el carro y me llevó al chalé sin siquiera preguntarme. Me sentí algo incómoda porque desde hace mucho no estábamos así de cercanos. Salimos del elevador y nos dirigimos a mi cuarto, en donde Nicolás ingresó el código y abrió la puerta para entrar. Me dejó sobre la cama y de inmediato me reincorporé.

—Gracias por traerme.

Aunque él fuera la razón por la que me torcí el tobillo, debía ser educada. Nicolás se paró en mi lugar favorito, frente a las ventanas, para mirar hacia afuera. Se quedó en silencio por un rato antes de preguntar:

—¿No te sientes sola al quedarte en una casa tan grande por tu cuenta?

—Ya me acostumbré —contesté.

—¿Sueles tomar las quimioterapias?

Nicolás miró hacia uno de mi mueble en donde estaba mi medicina. Sonaba tenso y me sorprendió que me preguntara sobre eso. Jamás le importó mi condición.

—¿Por qué te importa?

—¿Nunca pregunté? —expresó, frunciendo.

—Ni una vez. —Confirmé.

—Lo siento.

Fue todo lo que dijo luego de un momento en silencio. Su disculpa no significaba nada para mí, así que me enfoqué en su pregunta anterior.

—Jamás tomé quimioterapia. No quería perder mi cabello. Luciría horrible si lo hiciera y, ya me conoces, me gusta arreglarme.

Sí, mentí. El doctor dijo que la quimioterapia solo atrasaría lo inevitable. Además, perdí toda esperanza después del divorcio, así que cedí y me rendí. Ahí recayó mi culpa.

—¿Así que mantienes tu condición controlada con píldoras?

Nicolás parecía preocupado por esto, por lo que decidí contestarle con sinceridad.

—Una parte del tumor fue removido hace unos meses. Puedo vivir por un poco más de tiempo, pero mi muerte no demorará mucho en llegar.

—¿Qué dijo el doctor? ¿Hay forma de que mejores?

—Tal vez sí, tal vez no.

—¿Corres peligro? —Sonaba nervioso y su pregunta era tonta. Lo miré como si fuera un idiota.

—Estoy en las últimas etapas del cáncer. ¿Qué crees? —pregunté.