Te regalo toda una vida de amor Capítulo 43

La chiquilla al fin recibió la respuesta que estuvo esperando por tanto tiempo, a la vez que sintió a su corazón acelerarse como loco. La salvación al fin le llegó, aunque, para entonces, ya había perdido el valor para recibirla.

…

Sí, perdí mi valor. Los ojos de Cristóbal eran claros, clarísimos; podía ver a través de mí con facilidad. Él sabía que me gustaba desde hace mucho tiempo y yo todavía lo escuchaba preguntarme:

—¿Por qué me sigues, chiquilla?

—Porque te quiero. —Porque lo quería.

—¿Serías mi novia, chiquilla? —Ahora preguntó con gentileza delante de mí.

Sí quería; ansiaba tanto ser su novia. Hace nueve años le hubiera dicho que sí, pero ahora era demasiado tarde. No regresé a Bristonia para ser su novia; estaba dispuesta a solo verlo, a ver a la persona que amaba de verdad.

—¿En verdad me quieres? —murmuré, agachando la vista.

La pregunta lo tomó por sorpresa. Se detuvo por un momento antes de contestar:

—Así es. Tú eres la mujer a quien amo.

Cristóbal lucía formal, vistiendo una camisa blanca debajo de su traje negro. Era un hombre alto y músculo y parecía lo suficiente fuerte como para someterme con facilidad. Yo solo llegué a pensar en eso cuando Nicolás se aprovechaba de mí. Sí, Nicolás podía ser intimidante en la cama. Él me apresaba y hacía lo que quisiera conmigo.

A mí nunca me gustó eso, pero jamás le dije nada. Estaba dispuesta a soportarlo si se trataba de la persona a la que quería. Supuse que eso era amor, pero ahora sé que yo era la única a la que le importaba eso y mi sufrimiento no fue más que un chiste para él.

—Demos un paseo —comenté y me bajé del carro. Me dirigí al río cercano al vecindario.

Nicolás asintió y, al caminar delante de él, de repente me tomó de la mano. Su agarre era cálido, opuesto a su forma de ser. Entrelacé nuestros dedos, sin poder apartarme de él. Él sostuvo mi mano, mientras caminábamos al lado del río. Lo seguí, observándolo y tratando de encontrar alguna excusa para rechazarlo. No había modo en que nosotros estuviéramos juntos.

En primer lugar, yo era la exesposa de su hermano; ya había dormido con Nicolás y su padre jamás me permitiría ser la novia de Cristóbal. Tal vez él era bueno conmigo, pero nunca permitiría algo como esto. Además, su madre quería que él se casara con Olivia, no conmigo. Era imposible que dejase que la exesposa de uno de sus hijos se casara con el otro. Olivia tenía razón, para fines técnicos, esto era incesto y sería devastador si me convertía en su novia.

En segundo lugar, mi cuerpo se estaba desgastando. Podría morir en cualquier momento, así que no tenía derecho alguno para amar a alguien o que me amaran. En tercer lugar, Nicolás se interpondría entre nosotros personalmente. Por último, y la razón más importante, Cristóbal dudó cuando le pregunté si me quería.

Era probable que él no diferenciara entre amarme o solo sentir lástima por mí. Nadie podría creer que un hombre indiferente, quien además no tenía idea de cómo relacionarse con los demás, terminaría enamorándose de una mujer con la que se encontró un par de veces. Pensaba que él solo se sentía mal por mí e incluso dijo que mi situación era penosa, aunque esto ya no me importaba. Al fin obtuve su respuesta, pese a ya estar decidida a rechazarlo.

Caminamos por casi quince minutos y, por un momento, sentí que al fin estaba en paz. Ya no tenía que caminar detrás de él, siguiéndolo, evitando que se escapase de mi vista. Curvé mis labios y, algo reacia, le dije:

—Nosotros no tenemos ningún futuro juntos.

Él apretó su agarre sobre mi mano y volteó a verme. Alzó su otro brazo para acariciar mi cabeza, como si estuviese tratando de calmarme.

—Sé qué te preocupa, pero me haré cargo de ellos si aceptas ser mi novia.

—No puedes. —Quise hundirme en sus caricias, pero me resistí.

—Confía en mí, Regina —replicó. Pude escuchar lo determinado que estaba y era la primera vez que me llamó por mi nombre.

—Ya no me gustas, Cristóbal. —Volví a rechazarlo.

Él frunció. Parecía que quiso decir algo más, pero se lo terminó por guardar. Sostuvo mi mano y me acercó en un abrazo.

—Lo siento, chiquilla —susurró.

Apoyé mi cabeza sobre su hombro y vi que Olivia nos vigilaba de cerca. Un hombre que lucía similar a Cristóbal estaba a su lado. Él me miró con frialdad, a lo que comencé a parpadear, confundida.

—¿Por qué te disculpas?

—Te hirieron porque yo dejé que esto se alargara desde hace mucho tiempo. En esta ocasión, ahora es mi turno para esperarte. Regresa cuando estés lista. Yo siempre estaré esperando, aunque tenga que hacerlo toda la vida.

¿Él me esperaría toda la vida? ¿Solo porque yo me esperé nueve años para recibir su respuesta? Olivia y Nicolás alcanzaron a escuchar eso. Ella se puso pálida, pero Nicolás parecía calmado. Sin importar lo que ocurriese, él jamás se saldría de su papel, aun cuando su propio hermano me estuviera abrazando.

Cristóbal me soltó y se dio la vuelta. Vio a Nicolás y Oliva, pero no estaba sorprendido. Se despidió de mí y se fue, pretendiendo que no había nadie más ahí. En cuanto Cristóbal se alejó, Olivia se fue tras él. Nicolás y yo nos quedamos solos, a lo que me llevé las manos a los bolsillos y sonreí.

—¿Olivia fue por ti para que nos detuvieras si algo pasaba?

Nicolás vestía un abrigo negro. Se acercó a mí y comenzó a burlarse.

—Te dio lo que querías; ¿por qué lo rechazaste? ¿Acaso no puedes dejar atrás tu pasado?

—¿Cuál pasado? —pregunté.

—El pasado donde tú fuiste mi esposa y tuviste a mi hijo.

No discutiría con él, así que me fui a mi carro. Nicolás me siguió en silencio, cuando nos detuvimos, de repente me preguntó:

—¿Por qué lo rechazaste? ¿Acaso decías la verdad cuando declaraste que ya no lo quieres…?

—No —contesté de inmediato.

—Entonces, ¿cuál es tu motivo?

Me pregunté por qué estaba tan insistente en saber la razón. Terminé por responderle con sus propias palabras.

—Bueno, soy tu exesposa y tuve a tu hijo en el pasado. Además, me estoy muriendo. Él es un hombre perfecto y se merece a alguien mejor.

—Entonces, aléjate de él —murmuró Nicolás.

—Ya lo hice —repliqué.

—No, le estabas mandando señales confusas; él jamás te lo hubiera dicho si hubieras sido clara —comentó Nicolás, enojado. —Regina, te estás muriendo, así que deja de esparcir tu miseria. Mejor quédate conmigo y nos torturaremos el uno al otro hasta que llegué tu final.