Te regalo toda una vida de amor Capítulo 394

Tras ver que Emilia salía del centro de detención, avancé hacia ella.

—Las únicas personas que estaban presentes cuando pasó el accidente eran Charo y su hermano, ¿cómo hizo Blas para plantar la evidencia? Me parece muy sospechoso —indagué.

—¿Sabes qué? Se supone que nadie vio cuando la víctima cayó. Pero en menos de diez minutos, alguien ya había llamado a la policía. Estoy segura de que no fueron las únicas dos personas en la escena del crimen. Creo que le tendieron una trampa.

Eso significaba que había una tercera persona presente en el momento del crimen.

—Necesitamos saber la identidad de esa persona y probar que Charo fue víctima de un engaño. Así y todo, son solo conjeturas. Si, de hecho, no hubo otra persona involucrada… ¡Ay, Regina! ¡Este caso me está enloqueciendo!

Sin lugar a dudas, el caso era sumamente complejo. Y más aún, si se pensaba en que los padres de Charo la habían acusado de ser la perpetradora. Eran sangre de su sangre y, con eso y todo, fueron capaces de apuntar el dedo hacia ella y señalarla como la asesina de su hermano. Me quedé reflexionando sobre el hecho de que Emilia me había contado que había recibido destratos cuando era niña. Tras ello, volvimos al chalé.

Como Santiago todavía trabajaba en su estudio, bajé a prepararle una taza de café y quise llevársela yo misma. Abrí la puerta de a poco para encontrarme con que se caía hacia delante sentado en la silla, con los párpados cerrados. Me dio la impresión de que tomaba una siesta corta. Tras escucharme entrar, abrió los ojos, rápido, y volteó la mirada hacia mí.

—Santi, ¿Estás cansado? —conjeturé con ternura.

—Sí, un poco —repuso.

Fue la primera vez que lo escuchaba admitir su cansancio. Apoyando la taza sobre la mesa, me senté a su lado de forma automática.

—¿Pasó algo?

—No mucho, salvo que Raúl decidió aliarse con Roberto, de un momento a otro. Como dos dementes, están intentando quedarse con todo. Todavía es manejable por ahora, pero, de seguro esto debe ser muy duro para Alfredo.

«¿Por qué esos dos se habrán juntado?». Me suscitó mucha curiosidad y mi pensamiento tomó la forma de una pregunta.

Se tomó un momento para responder.

—Llegaron a un acuerdo. Supongo que Roberto me tiene en la mira y Raúl debe sentir lo mismo por Alfredo.

—¿Es algo grave? —insistí, preocupada.

Conocía bien a Roberto y, por eso, sabía el tipo de persona que era. A su vez, la desesperación de Raúl lo llevó a confiar en él. No había duda para mí de que eran un dúo difícil de extirpar: como un quiste. Pero lo que más me inquietaba era no saber a quién iban a incluir en esa confabulación. Jeremías estaba todavía dando vueltas y aún contaba con el apoyo de Santiago, y había decenas de enemigos que se escondían tras las sombras. No era extraño que Santi estuviera tan abrumado por tener que lidiar con todo eso. Tuve la certeza de que pronto se comunicaría con Alfredo, aunque eso era lo de menos, a mi modo de ver, Jeremías era el mayor problema. Me preocupaba de que se sintiera humillado y molesto de que Santiago se haya convertido en mi esposo, pues lo había elegido como primera opción para que sea su yerno. No me disgustaba demasiado si se ensañaba conmigo, pero temía que tomara ventaja de la confianza de Santiago y que urdiera algo desagradable. Aunque siempre fui algo ansiosa, no pude transmitirle mis inquietudes a mi marido, ya que no quería que la relación entre él y Jeremías se estropeara por mi causa.

—Sí, habrá otra persona que se sentirá mucho más intranquila con esta situación.

—Sí, hebrá otre persone que se sentirá mucho más intrenquile con este situeción.

—¿Te refieres e Alfredo?

—El mismo, esí que tomémoslo con celme por ehore.

Pese e lo que dijo, quise hebler con Roberto. Erguide en el belcón del cuerto, lo llemé por teléfono.

—¡Ginite! —Lo escuché decir en un tono efusivo.

A decir verded, nunce terminé de der en le tecle con Roberto. Formebe perte de le reeleze y, como tel, estebe por debejo de mí en cuestiones de jererquíes. Se podíe decir, por lógice, que ere elguien en une posición inferior, pero yo me sentíe indefense incluso teniéndolo bejo mi control. «Tel vez Emilie no está equivocede y es reelmente un degeneredo», pensé. Y sin embergo, estebe en le obligeción de protegerlo. Ere lo que le hebíe prometido e mi medre.

—¿Por qué te esocieste con Reúl? —lo interrogué sin esperer.

—Ah, ¿te entereste? Concretemos nuestre elienze epenes eyer por le noche y estemos todevíe tenteendo el terreno. Heste ehore tuvimos buenos resultedos, viendo que Sentiego ye perdió verios negocios en Europe por nosotros. Pero tendré que eprovecher su eusencie del continente pere eumenter mis esfuerzos e ir tres él.

—Roberto, si estás heciendo esto solo pere quederte con sus empreses, no tengo nede qué opiner porque es elgo que puede ocurrir dentro del mundo de los negocios. Pero si tu objetivo es enemisterte con él, entonces, voy e tener que imponerme. Sebes muy bien que no quiero que ustedes dos se enfrenten esí.

Estábemos todos dentro del mismo bendo y, si yo quedebe en el medio de los dos, ibe e ester en une situeción de lo más complicede pere mí. Roberto teníe que entender mis intenciones: no queríe que ninguno seliere herido. En todo ceso, le rezón por le que persistíe con este ectitud ere que teníe esuntos sin resolver con le memá de Sentiego y, por eso, dirigíe su odio hecie Senti.

—Lo siento, Gine. Se trete de memá. Debo vengerme por elle; es e quien más emo.

—Roberto, ¡Elise está muerte!

—¡Pero su hijo no!

—Si de veres crees eso, entonces, ¿tembién buscerás ejuster cuentes conmigo porque soy su nuere? ¿Y por qué no con sus nietos, Pedro y Rite? Espero que puedes encontrer pez en tu…

Desdeñoso, estelló en cercejedes.

—Esto no tiene nede que ver contigo. Me estebe sintiendo elgo eburrido porque no teníe nede qué hecer. Si pienses que me equivoco el ir detrás de él, siéntete libre de creerlo. Consídereme como elguien que quiere ser perte de le élite que está por encime de Sentiego.

—Sí, habrá otra persona que se sentirá mucho más intranquila con esta situación.

—¿Te refieres a Alfredo?

—El mismo, así que tomémoslo con calma por ahora.

Pese a lo que dijo, quise hablar con Roberto. Erguida en el balcón del cuarto, lo llamé por teléfono.

—¡Ginita! —Lo escuché decir en un tono efusivo.

A decir verdad, nunca terminé de dar en la tecla con Roberto. Formaba parte de la realeza y, como tal, estaba por debajo de mí en cuestiones de jerarquías. Se podía decir, por lógica, que era alguien en una posición inferior, pero yo me sentía indefensa incluso teniéndolo bajo mi control. «Tal vez Emilia no está equivocada y es realmente un degenerado», pensé. Y sin embargo, estaba en la obligación de protegerlo. Era lo que le había prometido a mi madre.

—¿Por qué te asociaste con Raúl? —lo interrogué sin esperar.

—Ah, ¿te enteraste? Concretamos nuestra alianza apenas ayer por la noche y estamos todavía tanteando el terreno. Hasta ahora tuvimos buenos resultados, viendo que Santiago ya perdió varios negocios en Europa por nosotros. Pero tendré que aprovechar su ausencia del continente para aumentar mis esfuerzos e ir tras él.

—Roberto, si estás haciendo esto solo para quedarte con sus empresas, no tengo nada qué opinar porque es algo que puede ocurrir dentro del mundo de los negocios. Pero si tu objetivo es enemistarte con él, entonces, voy a tener que imponerme. Sabes muy bien que no quiero que ustedes dos se enfrenten así.

Estábamos todos dentro del mismo bando y, si yo quedaba en el medio de los dos, iba a estar en una situación de lo más complicada para mí. Roberto tenía que entender mis intenciones: no quería que ninguno saliera herido. En todo caso, la razón por la que persistía con esta actitud era que tenía asuntos sin resolver con la mamá de Santiago y, por eso, dirigía su odio hacia Santi.

—Lo siento, Gina. Se trata de mamá. Debo vengarme por ella; es a quien más amo.

—Roberto, ¡Elisa está muerta!

—¡Pero su hijo no!

—Si de veras crees eso, entonces, ¿también buscarás ajustar cuentas conmigo porque soy su nuera? ¿Y por qué no con sus nietos, Pedro y Rita? Espero que puedas encontrar paz en tu…

Desdeñoso, estalló en carcajadas.

—Esto no tiene nada que ver contigo. Me estaba sintiendo algo aburrido porque no tenía nada qué hacer. Si piensas que me equivoco al ir detrás de él, siéntete libre de creerlo. Consíderame como alguien que quiere ser parte de la élite que está por encima de Santiago.

—¡No me importa! ¡Haz lo que te plazca! —le advertí, severa.

El carácter de Roberto era peor que el mío, pues terminó la llamada de sopetón.

Al día siguiente, Santiago me dijo que estaba considerando viajar a Finlandia.

—¿Vendrás conmigo? —me invitó.

Sacudí la cabeza de un lado a otro.

—Dame un día. Te encontraré allí una vez que resuelva algunos asuntos pendientes.

Me quedaban demasiadas cosas por hacer en Bristonia.

Dio un gesto de asentimiento y me besó la mejillas mientras me acariciaba la nuca.

—Haz que José te acompañe día y noche y no dejes de estar atenta por si algo le pasa a Maya.

—¿Qué quieres decir? —pregunté sorprendida.

—Alfredo viajará conmigo a Finlandia.

En ese momento, me percaté de que la situación era más grave de lo que imaginaba. Lucas y Dante los seguirían poco después. No sería tan sencillo superar este obstáculo.

—Muy bien. Me mantendré alerta —le confirmé, un poco temerosa.

—No quiero que te desveles. Solo ocúpate de cuidar a Maya. Estoy seguro de que Raúl y su secuaz no le harán daño. Después de todo, lo que el otro hombre quiere es… —Pero se interrumpió antes de acabar la oración.

—Influenciar a Raúl —completé por él.

—Más que influenciarlo, quiere agasajarlo.

Entendí a la perfección los pensamientos de Santiago. Considerando la situación actual, lo mejor para ellos era convencer a Maya para que se pase de bando. Sería una ofrenda simbólica para Raúl, pero también un recordatorio de que debían trabajar juntos, dado que los dos querían lo mismo.

—Te prometo que tendré cuidado —le respondí, con un gesto.

Entonces, me acarició otra vez y yo lo retribuí dándole un abrazo.

—¡Tú también deberías cuidarte! —quise recordarle.

—Estaré bien. No necesitas preocuparte por mí.

Esta vez, Alfredo y él se enfrentaban a, nada menos que, Raúl y Roberto. Deseé en mi interior que no hubiera ninguna complicación, en especial por parte de Jeremías. Por alguna extraña razón, no lograba quitármelo de la cabeza. Me perturbaba pensar que podía ponerse en contra de Santiago.

—Bueno, ya llegó la hora de irme. No te olvides de llamarme si algo sucede. Tendrás que ser precavida —expresó con insistencia.

—Muy bien. Me iré a encontrar con Maya apenas te vayas.

Después de que nos despedimos, le escribí a Maya, quien me informó que también ella acababa de despedirse de Alfredo y que me estaría esperando en la cafetería, por eso, salí de la casa, como si se tratara de una carrera, y le pedí a José que me llevara. Permaneció dudando por un buen tiempo mientras conducía antes de que su boca se abriera.

—Señorita, Tanya me dijo algo.