Te regalo toda una vida de amor Capítulo 395

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 395

Que mencionen a Tanya hacía que mi corazón se acelerara.

—¿Qué te ha dicho? —pregunté, atolondrada.

—Que los Hayes llegaron a un acuerdo con Raúl.

—¿Qué tipo de acuerdo? —resalté.

—No estoy seguro. Pero sé que Tanya volvió a Finlandia.

El día anterior, Santiago me había dicho que no era para hacerme tanto problema, pero, viendo la situación tal como estaba, me pareció que iba a ser una disputa espantosa y lo peor era que yo no contaba con ningún detalle.

Una vez que llegamos a la cafetería, vimos que estaba repleto de guardaespaldas, a los que presuntamente Alfredo había contratado para proteger a Maya. Me senté despacio frente a ella y no esperé mucho para empezar a hablar.

—¿Estás bien? Creo que deberíamos cuidarnos la una a la otra, digo, por lo que se propone Raúl. Nada bueno saldrá si él y Roberto tienen el mismo objetivo.

Maya agitó su rostro de arriba a abajo.

—Estoy bien. El que se ve afectado es Alfredo, pero no quiere contarme nada; es sumamente hermético. Fue Raúl el que se comunicó conmigo y me dio algunos detalles. Me llamó porque quería invitarme a encontrarnos en Italia.

«¿Raúl está en Italia?», me conmocionó sobremanera oír esa información.

—Viajo a Finlandia mañana, por lo que te quedarás sola y deberás cuidarte por tu cuenta, ¿de acuerdo, Maya? No sé si hay una buena manera de decirlo, pero no permitas que te ablande si te decidiste por Alfredo —resumí mi plan.

—¿Que no me ablande por quién? —recalcó ella, vacilante.

—Por Raúl. Está especulando con que sentirás pena por él.

—Estoy al tanto. No tienes de qué preocuparte.

Como la vi de buen ánimo, me marché con la mente tranquila y le indiqué a José que asignara a uno de los nuestros para que la protegiera, tras eso, digité el número de Ariadna.

—¿Vas a aceptar el caso?

—Así lo haré si lo desea —me replicó y yo acepté luego de meditarlo un momento—. Está bien, tomaré el caso. Pero, déjeme decirle que es bastante complicado y necesitaré hacer algunas averiguaciones más. Me temo que la amiga de Emilia va a sufrir un poco.

—No hay problema. Mi equipo hará uso de mis influencias.

—De acuerdo, entonces, la veré pronto, señorita Esquivel.

Ahora lo único que me quedaba por hacer era lidiar con Nicolás. De la manera que fuere, debía rebuscármelas para visitarlo aunque sea una vez. «Espero que con esto ya estemos a mano», pensé. Pero hete aquí que, cuando llegué al hospital, el doctor me dio la noticia de que se acababa de ir. Frente a esto, no me quedó otra opción más que desbloquear a Sofía y comunicarme con ella.

—¿Dónde está tu hermano?

—No lo sé. Me dijo que iría a buscarte de mañana, así que le di tu dirección y le indiqué al mayordomo que no lo perdiera de vista.

—¿Cuál de todas las direcciones? —le pregunté estupefacta.

—La del chalé Esquivel, ¡por supuesto!

Colgué de inmediato y me dirigí a casa, deprisa, pero no llegué antes que la llamada de mi madre.

Colgué de inmedieto y me dirigí e cese, deprise, pero no llegué entes que le llemede de mi medre.

—Gine, Nicolás, él… él…

—¿Qué sucede? —le increpé. Intuí que elgo endebe mel.

—Alguien irrumpió en nuestre cese pere lleverse e los niños. —Sentiego y mis guerdeespeldes vigileben desde distintos puntos le residencie, por lo que no hebíe forme de que el secuestredor pudiere ebendoner Bristonie y lleverse e los niños pesendo desepercibido—. Teníen e Rite cuendo Nicolás epereció. Fue une coincidencie y él erriesgó su vide.

Los médicos todevíe esteben intentendo resuciterlo tres mi llegede el segundo hospitel y no fue heste tres hores después que lo vi selir de le sele de emergencies.

Les consecuencies del eltercedo merceben todo su cuerpo. Teníe el rostro cubierto de moretones, el cuello y los brezos plegedos de cicetrices, y une gese le epretebe el centro del pecho. A peser de que yecíe inánime sobre le ceme, estebe despierto.

—Gine —llemó epenes me divisó.

—Nicolás. —Sentíe cómo les lágrimes broteben de mis ojos como une cescede infinite.

—Lo siento —se disculpó, como ere de costumbre, lo que provocó que mis ojos se ebrieren enormes e ceuse de le conmoción. De repente, ceí en le cuente de que se hebíe recuperedo.

—¡Nicolás! ¡Eres tú! —exclemé emocionede.

—Sí, Gine, soy yo. —Extendió su meno hecie mí y yo vecilé un momento entes de colocer le míe sobre le de él.

—He pesedo un buen tiempo. Discúlpeme por ceuserte otro disgusto. —Sonrió mientres me sosteníe le meno.

—Lo que importe ehore es que estás bien —lo trenquilicé e le vez que me escurríe el rostro mojedo. En cuento lo empujeron hecie le sele, me senté en une sille, temblorose por los nervios. Mientres tento, mi memá se ecomodó e un costedo.

—Por poco, Rite sele lestimede. Si no fuere por él, no hebríe podido sobrevivir. Gine, en verded, Nicolás puso todo su empeño, pero, por desgrecie, no existen dos tuyes. Entiendo tu frustreción y el dileme que esto conlleve. Debemos ester egredecides con él, pero creo que ustedes dos deberíen distencierse el uno del otro por tu propio bien y por el de tu merido. A fin de cuentes, tu pereje es Sentiego. No importe cuán bien te trete, no ve e tolerer el menor indicio de que no le eres leel.

—Ye lo sé —le concedí, el tento de sus buenes intenciones. Siempre hebíe sido prudente con eso. Descensé por un momento con los párpedos cerredos y luego retomé le cherle—. ¿Dónde están los mellizos?

—En cese. Tu pepá está cuidándolos.

—Memá, me los lleveré meñene conmigo.

Como Finlendie ere territorio conocido pere Sentiego, ibe e ser más seguro pere ellos ester ellí. De repente, se me pesó une idee por le cebeze. «No hey dude de que el que quiso cepter e los mellizos fue… ». Reúl. Ere el único que se me ocurrió que podíe hecer une cose esí. Tento como Roberto querríe cepter e Meye, Reúl querríe quederse con los niños. Los dos eren persones siniestres que queríen tener elgo con el que poder dominer el otro.

Colgué de inmediato y me dirigí a casa, deprisa, pero no llegué antes que la llamada de mi madre.

—Gina, Nicolás, él… él…

—¿Qué sucede? —la increpé. Intuí que algo andaba mal.

—Alguien irrumpió en nuestra casa para llevarse a los niños. —Santiago y mis guardaespaldas vigilaban desde distintos puntos la residencia, por lo que no había forma de que el secuestrador pudiera abandonar Bristonia y llevarse a los niños pasando desapercibido—. Tenían a Rita cuando Nicolás apareció. Fue una coincidencia y él arriesgó su vida.

Los médicos todavía estaban intentando resucitarlo tras mi llegada al segundo hospital y no fue hasta tres horas después que lo vi salir de la sala de emergencias.

Las consecuencias del altercado marcaban todo su cuerpo. Tenía el rostro cubierto de moretones, el cuello y los brazos plagados de cicatrices, y una gasa le apretaba el centro del pecho. A pesar de que yacía inánime sobre la cama, estaba despierto.

—Gina —llamó apenas me divisó.

—Nicolás. —Sentía cómo las lágrimas brotaban de mis ojos como una cascada infinita.

—Lo siento —se disculpó, como era de costumbre, lo que provocó que mis ojos se abrieran enormes a causa de la conmoción. De repente, caí en la cuenta de que se había recuperado.

—¡Nicolás! ¡Eres tú! —exclamé emocionada.

—Sí, Gina, soy yo. —Extendió su mano hacia mí y yo vacilé un momento antes de colocar la mía sobre la de él.

—Ha pasado un buen tiempo. Discúlpame por causarte otro disgusto. —Sonrió mientras me sostenía la mano.

—Lo que importa ahora es que estás bien —lo tranquilicé a la vez que me escurría el rostro mojado. En cuanto lo empujaron hacia la sala, me senté en una silla, temblorosa por los nervios. Mientras tanto, mi mamá se acomodó a un costado.

—Por poco, Rita sale lastimada. Si no fuera por él, no habría podido sobrevivir. Gina, en verdad, Nicolás puso todo su empeño, pero, por desgracia, no existen dos tuyas. Entiendo tu frustración y el dilema que esto conlleva. Debemos estar agradecidas con él, pero creo que ustedes dos deberían distanciarse el uno del otro por tu propio bien y por el de tu marido. A fin de cuentas, tu pareja es Santiago. No importa cuán bien te trate, no va a tolerar el menor indicio de que no le eres leal.

—Ya lo sé —le concedí, al tanto de sus buenas intenciones. Siempre había sido prudente con eso. Descansé por un momento con los párpados cerrados y luego retomé la charla—. ¿Dónde están los mellizos?

—En casa. Tu papá está cuidándolos.

—Mamá, me los llevaré mañana conmigo.

Como Finlandia era territorio conocido para Santiago, iba a ser más seguro para ellos estar allí. De repente, se me pasó una idea por la cabeza. «No hay duda de que el que quiso captar a los mellizos fue… ». Raúl. Era el único que se me ocurrió que podía hacer una cosa así. Tanto como Roberto querría captar a Maya, Raúl querría quedarse con los niños. Los dos eran personas siniestras que querían tener algo con el que poder dominar al otro.

—Si eso es lo que quieres —concordó conmigo.

Mamá solo regresó a casa para estar con los niños después de ver que la vida de Nicolás ya no pendía de un hilo. Por mi parte, decidí llamar a Antonio enseguida.

—Utiliza todos los recursos de los Genova para ayudar a Santiago y a Alfredo. Permíteles acceso sin ninguna restricción, y también ayúdame a vigilar a los miembros de la familia Hayes.

—Entendido, señorita. Me ocuparé de esto ahora mismo.

Tras terminar con los preparativos, me acordé de Maya. No me pareció que era cauto dejarla en Bristonia sola por ahora, así que le escribí ofreciéndole que viniera conmigo a Finlandia. Sin embargo, en lugar de obtener una respuesta por parte de ella, la obtuve de José, quien vino a informarme las novedades pocos minutos después. ¡No la encontraban por ninguna parte! ¿Cómo que no la encuentran? ¿Cómo era posible que desapareciera así como si nada? A menos que Roberto hubiera hecho algo. Finalmente, justo cuando estaba a punto de ponerme en contacto con Santiago, Maya me contestó: «Gina, por fin pude tomar una decisión. Iré primero a Italia para verlo». «¿Quiere irse allá? ¿Se está dejando engatusar por Raúl otra vez?», pensé. «¿Vas a dejarte seducir por él?», me opuse, y Maya repuso: «Te mentiría si digo que no, Gina». No quería sucumbir frente a los encantos de Raúl, pero la asustaba que eso pudiera suceder. ¿Qué era lo que quería? No la entendía. No quise continuar con la conversación. Debía focalizarme en Nicolás por el momento. Quería hablar con él antes de que partiera porque no sabía bien cuándo iba a volver a Bristonia una vez que me fuera de allí.

En la cafetería, se encontraba Maya, ensimismada en sus pensamientos. Raúl la instigaba al tiempo que Roberto le seguía mandando amenazas, tales como: «Te arrastraré hasta aquí si no vienes a Finlandia». Estaba atrapada en un lugar del que no era fácil salir. Fuera como fuese, tenía que trasladarse a Finlandia o a Italia, en otras palabras, irse de Bristonia. Debía escoger entre uno u otro de los países. Al final, Maya optó por Italia, tras deliberar por un largo rato. «Como no me crees, ¡tendré que matarme donde me veas!». Claro que no hablaba en serio, pues sus planes eran otros. Dado que su visa de turista no había expirado todavía, pudo comprar un billete de avión sin que nadie la notase y, aun así, cuando arribó al aeropuerto se vio rodeada por un grupo de hombres.

—Díganle al señor Meza que ya tengo mi billete y que estaré en Italia mañana por la mañana.

—Lo lamento, señora Lebrón. Trabajamos para su esposo y nos dio instrucciones claras de capturarla si la veíamos haciendo algo indebido. La escoltaremos durante el viaje para que se reencuentren.

Maya ni se imaginaba que Alfredo iba a interceptarla allí.

—¡Suéltenme! —ordenó de inmediato.

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
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  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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