Te regalo toda una vida de amor Capítulo 385

—Sí, es Tanya —admitió José. La mujer a la que amaba se había referido a él como «perro». Sin embargo, su apasionado anhelo y su tenaz persecución de ella le valieron esa respuesta, que era la palabra más tortuosa que un hombre pudiera tolerar. Cuando ladeé la cabeza, vi a Tanya sentada detrás de mí con una cerveza en la mano. El calor del fuego le había sonrosado las mejillas. Con todo, parecía distinta de su aspecto habitual.

Era el arquetipo de joven adinerada y que desde su nacimiento se hallaba en la cumbre de la escala social. Además, era hermosa y tenía una personalidad arrolladora. Sin embargo, Tanya se había enamorado sin remedio de otra persona y no tenía sitio en su corazón para nadie más. Su sarcasmo inagotable, de todos modos, transmitía la sensación de que era una mujer intrépida y segura de sí misma, a la que le importaba poco lo que otros pudieran pensar de ella. Ese tipo de mujeres eran las más difíciles de tratar, porque no tenían debilidades ni miedos. Yo la detestaba en algunos aspectos, pero nunca había cruzado la línea con su comportamiento para que tuviera que tomar medidas drásticas. Lo que sí, esa lengua mordaz no le fallaba en ninguna oportunidad que se le presentara para hablar mal de mí. Como no respondí, José se arrodilló a mi lado y dijo—: Es una persona desinteresada y estupenda que antepone las necesidades de su mejor amiga y del señor Genova a las suyas. Su problema es que nadie la comprende.

—Ah —musité. Sin duda, yo no la entendía a Tanya, ni falta que me hacía.

José se percató de que no conseguiría cambiar mi impresión hacia ella con unas pocas palabras, así que suspiró y continuó:

—Puede resultar antipática, pero no tiene ningún motivo para adular o complacer a ninguna de ustedes. Del mismo modo que usted no se esfuerza por agradarles a Alicia o a Carolina. Todos atravesamos momentos difíciles y vemos el mundo desde ópticas particulares. En pocas palabras, la señorita Hayes tiene una lengua mordaz. La verdad es que es bastante cortés con usted, mientras que, si se tratara de cualquier otra persona, le hubiese gritado y la hubiese insultado.

¿Estaba intentando decir que debía estar agradecida? A pesar de sus esfuerzos por realzar la imagen de Tanya, no se me ocurría nada positivo que decir de ella. Teniendo en cuenta que él era mi guardaespaldas y ella la mujer por la que él suspiraba, yo, que estaba en el medio, lo tenía difícil. Como quería aliviar su sufrimiento, dejé de criticarla y le contesté:

—Bueno, pero no hay razón para que te rebajes delante de ella.

Aunque José trabajara como guardaespaldas, se lo consideraba uno de los mejores en su campo. La diferencia entre él y Raúl y Santiago era que ellos eran sus propios jefes, y él era un empleado, pero, por lo demás, los tres eran muy similares.

¡Ay! Una persona que mirara siempre hacia arriba nunca encontraría el diamante que brillaba en el suelo junto a ella. De todas formas, me seguía irritando que lo hubiera llamado perro. Cuando ella le decía así, él parecía imperturbable, como si no fuera nada fuera de lo común.

Mientras tanto, Maya se percató de que hablábamos en voz baja y se acercó para averiguar qué estábamos comentando. Entonces, él se levantó enseguida y la saludó con cortesía:

—Señorita Silva.

—¿Por qué actúas de forma extraña? —inquirió ella. José sonrió y no dijo nada. Cuando abrí la boca para hablar, me interrumpió la voz airada de Tanya que hablaba por teléfono en la zona de la fogata.

—¿Ya eres un hombre adulto, así que, por qué sigues molestándome? ¿Estás buscando amor? Si es así, pregúntale a la última mujer con la que estuviste. ¿No fueron suficientes para ti? ¿Qué demonios te crees que soy? ¿En serio piensas que debo esforzarme por consolarte porque me echas de menos? ¡Lárgate! No tengo tiempo para perder contigo.

José tenía razón; si se hubiera tratado de cualquier otra persona, ella se habría puesto a gritar y chillar. Era innegable que había sido cortés con nosotros. En ese momento, cortó la llamada de golpe y, como no estábamos muy lejos, oí que Dante le preguntaba:

—¿Estás bien? ¿Quién te ha llamado? ¿Por qué sigo viéndote conversar con hombres por teléfono? ¿Has estado saliendo a escondidas últimamente?

—¿Qué otra cosa puedo hacer? —replicó ella—. Llevo años intentando conquistar a Santiago, pero siempre me rechaza. ¿Me estás sugiriendo que continúe intentando, aunque esté casado y tenga hijos? Ya aposté y perdí, así que será mejor que asuma la derrota. Yo había visto el mensaje que le había enviado Tanya a Santiago, en el que reconocía haber sido vencida. ¿Sobre qué habían apostado? Aquel mensaje, por cierto, seguía despertándome curiosidad. Cuando Lucas asomó la nariz y le preguntó cuál era la apuesta, ella replicó enfadada—: ¿Y a ti qué te importa? ¿Crees que soy tonta? ¿Piensas que te lo voy a decir para que te rías de mí?

—Ya lo averiguaremos a su debido tiempo —dijo Dante con paciencia.

—Hagan lo que les dé la gana. No soporto más los enjambres de mosquitos, me quiero ir. ¿No sería más divertido ir a un bar en vez de quedarnos acá? ¿Por qué estoy juntándome con un montón de perdedores como ustedes?

Al oír eso, a Dante se le ensombreció la cara.

—Nadie te pidió que vinieras, de todos modos.

—¡Ja! ¡Cómo te atreves, siendo un hijo bastardo, a ser maleducado conmigo!

¡Tanya se había pasado de la raya con ese comentario tan cortante! En el pasado, Santiago me había presentado a Dante como hijo ilegítimo de la familia Hayes. Sin embargo, no parecía ofenderse cuando lo llamaban así, sino que parecía estar acostumbrado. Como era de esperar, no le respondió mal. En ese momento me di cuenta de que, a pesar de sus protestas en sentido contrario, la gente que me rodeaba era bastante tolerante con las payasadas de esa mujer.

Además, Santiago no había roto del todo su relación con ella; de lo contrario, no habría participado en esa apuesta. Me intrigaba saber a ciencia cierta de qué se trataba. Más tarde, cuando llegara Santiago, tendría que preguntárselo.

Sin vacilar, Tanya me lanzó una mirada llena de odio, le dirigió una breve mirada a José y salió corriendo montaña abajo. A Lucas le pareció que había algo raro en su comportamiento y comentó:

—Pareciera que llegara tarde a una cita por la velocidad a la que va. ¿Será que la llamó su amante?

—No estoy seguro —negó Dante con la cabeza—, pero un hombre la estuvo llamando hace un rato. A lo mejor sigue detrás de ella, pero, sea quien sea, es un alivio que ella ya haya dejado atrás sus sentimientos por Santiago.

Me dio tranquilidad su respuesta y caí en la cuenta de que ya había dejado de molestar a mi marido hacía un tiempo, como si por fin hubiera entrado en razón y se hubiera dado cuenta de que algunas personas estaban fuera de su alcance.

Dos horas después de que Tanya se marchara, llegaron Santiago y el señor Lebrón, y Maya y yo nos quedamos boquiabiertas al ver a esos dos hombres tan guapos.

—Reina, date prisa y saluda a tu hombre —exclamó Lucas de repente—. ¡Ah! Maya, he oído que ahora eres la señora Lebrón, así que apúrate y demuéstrale tu afecto. ¿Cómo pueden estar las dos tan tranquilas? —Al parecer, se había enterado de la boda de Maya por el señor Benavides.

Maya permaneció de rodillas a mi lado y ambas mantuvimos la compostura porque no queríamos ser objeto de burla. Esperamos mientras los dos hombres se acercaban a nosotras, pero el señor Lebrón fue el primero en hablar una vez que estuvieron al alcance de nuestros oídos.

—Maya —saludó. El afecto en su voz al referirse a ella como «Maya» o «mi querida esposa» era palpable. A pesar de su actitud siempre distante e imperturbable, era un hombre amable y cariñoso. Daba la impresión de que toda su calidez estuviera reservada para Maya.

—Cariño —respondió Maya con ternura.

Él había esperado que ella lo llamara «cariño» cuando estaban hablando por WhatsApp, pero ella no había respondido a su mensaje. Por lo tanto, lo tomó por sorpresa cuando lo hizo delante de otras personas. El sonido de esa palabra mejoró en gran medida su autoestima. Además, fue la mujer que tenía delante la que le proporcionó esa satisfacción. Mientras extendía la mano para acariciarle con dulzura la cabeza, sus ojos se iluminaban por la calidez que sentía por ella.

—Aquí estoy —respondió.

Me percaté entonces de lo talentosa que era Maya. Sabía cómo hacer feliz a un hombre. A continuación, ella se puso en pie y señaló una carpa que había al fondo.

—Cariño, esa carpa es nuestra. ¿Necesitas tomar un descanso?

—Sí, vamos. — Entonces, la pareja se alejó y desapareció más allá de la fogata.

—¿Ya comiste, Santi? —inquirí.

—Todavía no —respondió él.

—Te prepararé algo. —Habíamos llegado al camping ya entrada la noche, después de dedicarle un buen rato a preparar la cena y armar las carpas. Además, Dante, David y Lucas habían estado charlando durante un buen rato y estaban pensando en volver a sus respectivas carpas cuando llegaron Santiago y el señor Lebrón. Ante la presencia de Santiago, los demás hombres dudaron de si debían irse y, para cuando él terminó su cena, Maya y su marido ya habían regresado a la fogata a acompañarnos—. ¿Has cenado ya? —le pregunté al señor Lebrón.

—Sí. Comí antes de venir.

—¿Qué hacían juntos? —le preguntó Maya.

—Me encontré con Santiago en el camino y le pedí que me trajera. —Santiago había mencionado que no tenía vergüenza y que insistía en que eran familia. Lucas ya se había aburrido de la conversación, así que intervino:

—¿Qué tal si jugamos una partida de cartas?

—¿Por dinero? —pregunté.

—¡Juguemos a Verdad o reto! —Ese juego suponía que el afectado lo pasara mal. Además, como Lucas poseía una imaginación muy fecunda, nunca se podía predecir la naturaleza de las indagaciones que podría plantear o los retos que podría proponer. Por consiguiente, no tenía ningún interés en participar de ese juego con él.

—De acuerdo —respondió el señor Lebrón cuando yo estaba a punto de rechazar la sugerencia. Luego le preguntó a Santiago—: ¿Qué te parece?

—Como quieras —respondió Santiago con indiferencia.

Dado que los dos hombres con más influencia del grupo se habían comprometido a jugar, no había forma de que los demás pudiéramos evitarlo. Lucas había sacado una baraja de cartas cuando Dante recibió una llamada de alguien de quien no habíamos previsto tener noticias.