Te regalo toda una vida de amor Capítulo 384

Cada vez que se abordaba el tema del pasado, Maya parecía desorientada.

—Como ocurrió hace mucho tiempo, debo admitir que he olvidado la mayoría de los detalles. Teniendo en cuenta que el incidente ocurrió hace cinco años, nunca preví volver a tener contacto con él. De todos modos, ya que le gusta que me dirija a él como «cariño», lo intentaré una vez que mi cara se haya curado del todo. —Su rostro estaba cicatrizando, así que llevaba un fino barbijo sobre él. Cuando le pregunté por su progreso hacia una plena recuperación, me aseguró que sería pronto.

—Todo irá bien —le dije agarrándole con firmeza la mano. Recordé lo que había hecho por mí y, al ver que estábamos a solas y podíamos hablar, retomé la conversación de lo que había sucedido aquel día—. Te agradecemos mucho lo que hiciste por la madre de Santiago, Maya. Me rescataste de esa situación tan desesperada.

—No me gusta que te pongan en una posición difícil. —Levantó la mano para peinarse el pelo, que se le había desordenado con el viento—. Nos conocemos desde hace años y tenemos la confianza mutua de que tú sabes lo que pienso y yo lo que tú piensas. Quiero ayudarte tanto como tú a mí. Has sido quien me ha socorrido todos estos años y, ahora que estás en apuros, no puedo darte una mano. Cuando me soltaron aquel día, me encontré con Raúl, que me arrastró hasta su apartamento. —Al oír eso, se me detuvo el corazón.

—¿Y qué pasó después?

De repente, el viento que entraba por la ventana hizo que su pelo se alborotara de nuevo. Sus ojos estaban sombríos cuando respondió:

—Es un hombre fuerte y no me dejaba marchar; incluso me acosaba. Yo ya estaba casada con Alfredo y lo rechacé. Me encontraba demasiado débil para oponer resistencia, así que no tenía ninguna posibilidad de escapar de él en Bristonia. Más tarde, me puse en contacto con Alfredo y le pregunté si quería venir a hacerme compañía y accedió.

«Ah, por eso Silvio viene a Bristonia. Raúl se sentirá intimidado con él cerca. Por lo tanto, tendrá que aprender a ser más prudente en su trato hacia Maya».

—¿Cómo te las arreglaste para escapar de Raúl? —le pregunté.

—Él quería reconciliarse, alegando que Ana no era un problema, pero yo me opuse rotundamente. Al final me arrancó la ropa, me besó con pasión en los labios y sus manos exploraron cada centímetro de mi cuerpo. Hasta que rompí a llorar y amenacé con suicidarme. Solo entonces me permitió marcharme. —Su mirada estaba cargada de melancolía—. Cuando rompió conmigo, lo hizo de forma decidida, rápida y fría. Incluso ahora me resulta difícil comprender cómo un hombre que antes me había colmado de afecto y me había reconfortado en la cama pudo transformarse de la noche a la mañana en alguien a quien nunca había conocido. ¿Tienes idea de lo horrible que me sentí, Gina? Había depositado toda mi confianza en ese hombre y creía que era el único que podía ayudarme a salir de mi situación. Había empezado a creer que nunca me abandonaría, sin importar cuántas veces me equivocara o cuán irracional me pusiera. Lo único que sabía con certeza era que era mío. Pero entonces, de la nada, cambió a una persona diametralmente opuesta a él. Ese día en el hospital, cuando me dijo que quería el divorcio, fue el momento más miserable de mi vida, y nunca lo olvidaré. —A medida que hablaba, sus ojos se iban apagando cada vez más, como si estuvieran impregnados de desesperanza por su pasado y de dudas sobre su futuro. Cuando por fin comprendí lo que estaba diciendo, asentí con la cabeza.

—Lo entiendo. Me recuerda a aquel día en la capilla… Olvídalo. Tenemos muchos años por delante, así que dejemos de aferrarnos al pasado. Deseemos un futuro en el que ambas podamos ser prósperas y saludables.

—Eso espero —dijo—. No dormí bien anoche, así que descansaré un rato.

Yo tampoco había dormido bien la noche anterior. Al final, nos quedamos dormidas apoyadas la una en la otra y Maya no respondió al mensaje de voz de Alfredo. Cuando llegamos a nuestro destino, José nos despertó. La siesta me había renovado. Cuando Lucas me vio salir del auto, me dijo:

—El sol ya se está ocultando y el cielo está oscureciendo. Se hará muy tarde si esperamos a que llegue Santi, así que comamos algo rápido y armemos la carpa antes de que se haga de noche.

Dante, David, José, Lucas y mis guardaespaldas montaron las carpas con rapidez, así que las mujeres no tuvimos que mover un dedo. Cuando los demás guardaespaldas se marcharon, excepto José, que se quedó a ayudar a los chicos a cocinar, me senté y le pedí que me trajera una botella de agua.

—¿Tienes alguna discapacidad, Regina? —espetó Tanya cuando él fue a buscarla— ¿Por qué no te levantas y vas tú por la botella?

—No te ordené a ti que me la trajeras. —Me reí entre dientes. Sin embargo, su actitud me pareció de lo más molesta, así que agregué—: No tienes mi permiso para interferir en mis conversaciones con mi guardaespaldas.

—¡Vaya fanfarrona! —Luego se vengó volteando los ojos.

José, obediente, me tendió la botella. Mientras la agarraba, le pregunté a Tanya, simulando confusión:

—¿Por qué te entrometes tanto? ¿Acaso te interesa mi guardaespaldas? ¿No será que le has estado echando el ojo todo este tiempo?

—¿Por qué iba a interesarme tu perro? —escupió.

Noté que el cuerpo de José se tensó al oír su comentario ofensivo, y luego regresó en silencio a su actividad anterior. Él y yo conversábamos siempre que estábamos solos. Era un hombre muy reservado en situaciones sociales y me disgustaba verlo tan afligido. Además, él sentía algo por Tanya, así que le debía haber dolido que la mujer a la que amaba lo despreciase de esa manera. Tras desenroscar la tapa de la botella, tomé un sorbo de agua y le expliqué con solemnidad:

—José Genova es un guardaespaldas excepcional para la familia y su posición social es comparable con la tuya. Por lo tanto, en mi opinión, tú eres significativamente inferior a él. —Sin embargo, ella no era de las que se rendían enseguida e intentó rebatir mis argumentos. Entonces, Lucas se acercó deprisa y la atajó.

—¡Por el amor de Dios, ya cálmate! Si Santi te ve comportándote así cuando llegue, ¡te ordenará que te vayas!

—No le tengo miedo —resopló Tanya. Lo decía en serio, no le asustaba Santiago. Era la primera persona que había visto que se atrevía a ir en su contra. Además, no temía a nada ni a nadie, así que menos aún a la amenaza que él suponía. Incluso después de que él la echara a patadas aquel día de nieve, ella siguió siendo la misma arrogante de siempre y se negó a retractarse. Así que, si alguien hubiera querido que se echara atrás, le tendrían que haber pedido que se muriera. En ese momento, respiré hondo y comenté:

—Es un fastidio. —Ella me oyó, pero no dijo nada.

Mientras se hacía la comida, Santiago me envió un mensaje. «Estoy en camino, llegaré en dos horas. El señor Lebrón viene conmigo». «¿Por qué están juntos?». Cuando se lo pregunté a Santiago, me contestó: «No tiene vergüenza». Solté una risita y le pedí más aclaraciones. «¿Cómo?». «Según él, como somos familia, está en su derecho a pedirme un aventón».

No pude evitar echarme a reír mientras miraba el móvil, y Santiago continuó: «Me ha robado muchos negocios en el pasado. ¿Cómo vamos a seguir siendo una familia?». Cuando lo decía así, el señor parecía, sin duda, un desvergonzado.

A causa de la elevada humedad y las constantes precipitaciones de Bristonia, elegimos otro sitio para acampar. Cada vez que miraba al firmamento, notaba que las estrellas brillaban con más intensidad de lo habitual. Entonces, guardé mi teléfono y giré para quedar frente a José, que estaba a mi lado. Había estado junto a mí en todo momento. Es más, nunca dejaba de velar por mi seguridad y de hacer todo lo posible por protegerme. Sin embargo, las cosas no eran fáciles para él, sobre todo teniendo en cuenta que había sido el único guardaespaldas que había sobrevivido al incidente. Por lo tanto, tenía todo el derecho a sumirse en la melancolía; al fin y al cabo, aquellos hombres se habían enfrentado con valor a la muerte junto a él. Y, aun así, la mujer a la que amaba lo había insultado. Le pregunté en voz baja:

—La chica que te gusta…

Pareció paralizarse antes incluso de que pudiera terminar mi pregunta. Luego, tras un momento de silencio en el que reflexionó sobre ello, dijo:

—Mi amada es una mujer valiente y noble que ignora cómo funciona el mundo. —Valiente pero ignorante…

—José, ¿es ella? —le pregunté.