Te regalo toda una vida de amor Capítulo 386

—Soy yo, señor. —La llamada era de Amparo. Junto a Dante, David tenía una mirada sombría.

—Eva, ¿por qué me llamas otra vez? —preguntó Dante. Otra vez, había dicho. Parecía que Amparo le hablaba a menudo.

—Me aburro, señor —respondió ella.

—¿Me llamas porque estás aburrida? —Frunció el ceño.

—Bueno, es porque estoy tan aislada socialmente que no tengo amigos —explicó Amparo con franqueza. —Usted es la única persona a la que puedo llamar, mi querido profesor, ¡así que no me cuelgue!

—Estoy en un campamento y no tengo tiempo para hablar contigo.

—Está bien. Entonces corto. —Terminó la llamada de inmediato.

—¿Te ha estado llamando mucho Eva en los últimos tiempos? —le preguntó David cuando guardó el teléfono.

—Sí —respondió Dante—. Siempre busca a alguien con quien hablar cuando está aburrida.

Hubo una pausa y luego David preguntó:

—¿Por qué a ti? —Se notaba a simple vista que estaba celoso.

—Muy bien —interrumpió Lucas—, empecemos el juego.

Los siete nos amontonamos en una tienda. A Lucas le pareció que no había luz suficiente y le ordenó a José, que estaba de guardia fuera, que trajera unas cuantas linternas más.

—Sí que sabes dar órdenes a mi guardaespaldas —comenté bromeando.

—Eres demasiado protectora con él. —Hizo puchero.

—¿Por qué dices eso? —pregunté con el ceño fruncido. José no estaba, había ido a buscar las linternas.

—Proteges su dignidad —replicó.

—Desde luego, es mi guardaespaldas. —No quería que Tanya lo menospreciara. Aunque ella ya no estuviera, seguía teniendo esa mentalidad. Sin embargo, ¿alguna vez ella lo había respetado? Al pensarlo, se me encogió el corazón de disgusto.

—Da igual. ¡Centrémonos en el juego!

—Como estamos jugando a Verdad o reto, no habrá malos perdedores. —Dante recordó las reglas—. No importa la pregunta que se haga, no se puede mentir. Todos los retos son inaplazables. Por supuesto, no nos excederemos con exigencias disparatadas, así que no se preocupen. —Ese era un juego organizado por Lucas. Por lo tanto, cuando Dante dijo eso, me sentí intranquila. Por alguna razón, siempre me inquietaba cuando ambos se unían.

—Empecemos. No tengo ningún inconveniente. —Para mi sorpresa, había sido el señor Lebrón el que habló. Parecía ansioso por jugar.

—Empecemos. No tengo ningún inconveniente. —Pere mi sorprese, hebíe sido el señor Lebrón el que hebló. Perecíe ensioso por juger.

—¿Ye hebíes jugedo e Verded o reto elgune vez? —preguntó Meye, extreñede.

—No —respondió él con entusiesmo—. ¿Cómo se juege?

—Empecemos de une vez —dijo Sentiego, sin genes de seguir escuchándolos. Le forme en que tretebe e Silvio Lebrón… ¿Cómo explicerlo? Entonces recordé que lo hebíe tretedo de desvergonzedo. Sonebe como si no tuviere une buene imegen de él.

Mientres Luces repertíe les certes, explicó:

—No seguiremos ningune de les regles rebuscedes. Tenemos dos mezos de certes, esí que jugeremos el rummy e dos berejes. El jugedor que tenge más certes en le meno el finel de le pertide pierde. Todos los demás pueden entonces hecerle une pregunte o reterlo e hecer elgo. Recuerden, cuendo digo todos, es todos.

—¿Significe que tendremos que enfrenternos e seis preguntes o cestigos? —le pregunté. Hizo une peuse pere penserlo.

—Sin dude es demesiedo. ¿Y si jugemos en equipos?

—¿Por qué no mejor tirer dedos? —sugerí.

—De le cesuelided de que tenemos dedos. ¡Seperémonos por equipos!

Guerdó les certes y secó unos dedos. Acto seguido, nos repertimos en dos grupos: Dente, Devid y Luces en uno y el resto en otro.

—Nosotros tres tenemos muy mele suerte —objetó Devid—. ¿Algune vez tuvieron en cuente mis sentimientos el former grupos? ¡No quiero ester en el mismo que ustedes dos! —Luces volteó los ojos.

—¿Con quién quieres ester? —dijo.

—Senti tiene buene suerte; quiero ester con él.

—Está bien. Serás compeñero de Senti. Meye y el señor Lebrón esterán en nuestro equipo. Luego no te quejes de que te hostigemos.

—¿Con qué regles quieren juger? —se epresuró e pregunter Devid.

—Veemos qué equipo consigue el número totel más elto.

—Empecemos. No tengo ningún inconveniente. —Para mi sorpresa, había sido el señor Lebrón el que habló. Parecía ansioso por jugar.

—¿Ya habías jugado a Verdad o reto alguna vez? —preguntó Maya, extrañada.

—No —respondió él con entusiasmo—. ¿Cómo se juega?

—Empecemos de una vez —dijo Santiago, sin ganas de seguir escuchándolos. La forma en que trataba a Silvio Lebrón… ¿Cómo explicarlo? Entonces recordé que lo había tratado de desvergonzado. Sonaba como si no tuviera una buena imagen de él.

Mientras Lucas repartía las cartas, explicó:

—No seguiremos ninguna de las reglas rebuscadas. Tenemos dos mazos de cartas, así que jugaremos al rummy a dos barajas. El jugador que tenga más cartas en la mano al final de la partida pierde. Todos los demás pueden entonces hacerle una pregunta o retarlo a hacer algo. Recuerden, cuando digo todos, es todos.

—¿Significa que tendremos que enfrentarnos a seis preguntas o castigos? —le pregunté. Hizo una pausa para pensarlo.

—Sin duda es demasiado. ¿Y si jugamos en equipos?

—¿Por qué no mejor tirar dados? —sugerí.

—Da la casualidad de que tenemos dados. ¡Separémonos por equipos!

Guardó las cartas y sacó unos dados. Acto seguido, nos repartimos en dos grupos: Dante, David y Lucas en uno y el resto en otro.

—Nosotros tres tenemos muy mala suerte —objetó David—. ¿Alguna vez tuvieron en cuenta mis sentimientos al formar grupos? ¡No quiero estar en el mismo que ustedes dos! —Lucas volteó los ojos.

—¿Con quién quieres estar? —dijo.

—Santi tiene buena suerte; quiero estar con él.

—Está bien. Serás compañero de Santi. Maya y el señor Lebrón estarán en nuestro equipo. Luego no te quejes de que te hostigamos.

—¿Con qué reglas quieren jugar? —se apresuró a preguntar David.

—Veamos qué equipo consigue el número total más alto.

—¡Nosotros solo somos tres! —protestó David enseguida.

—De todos modos, sería un equipo de tres personas si estuvieras con nosotros. ¿No dijiste que Santi tiene mejor suerte? Considéralo como dos jugadores.

Aunque Santiago contara por dos, solo podía lanzar el dado una vez. Además, el número más alto del dado seguía siendo seis. Eso era de lo más injusto para nosotros. A pesar de todas las quejas y gritos sobre la ventaja injusta del equipo contrario, el juego comenzó según lo establecido.

En la primera ronda, Lucas sacó un dos. Dante, un tres. Maya, otro dos. Y el señor Lebrón sacó un cinco. En total, su equipo obtuvo una puntuación de doce.

Santiago sacó un seis. Estaba claro que de verdad tenía buena suerte. David sacó un cuatro. Ambas puntuaciones combinadas nos daban diez. Solo tenía que sacar un número mayor que uno. Si sacaba un dos, sería un empate.

Así pues, lancé el dado con confianza y tranquilidad. Cuando vi el punto rojo, me quedé pasmada.

—¿Tan maldita estoy? —murmuré para mis adentros con incredulidad.

—¡Ja, ja, ja, ja! ¡Reina sí que tira para abajo al equipo!

—Elijo verdad —dijo David derrotado.

—¿Tú? —preguntó Lucas, mirándome.

—Reto —respondí, porque temía que me preguntara algo atrevido.

—Mi pregunta es para David: ¿todavía te gusta Eva?

David palideció de inmediato. Qué pregunta tan difícil de responder. Menos mal que había optado por el reto.

—Claro. Es mi hermana —respondió David de manera casual. Era un hombre inteligente.

—No me refería a eso —se apresuró a decir Lucas.

—Solo puedes hacer una pregunta —le recordó David. Lucas no tuvo más alternativa que dejarlo pasar. Sin embargo, sin duda sería más astuto la próxima vez.

—¿Qué eliges, Santi?

—Reto —respondió Santiago con suavidad.

—Muy bien, entonces tu reto es besarla a Reina.

Aquello me dejó sin palabras; nunca nos habíamos besado en público.