Te regalo toda una vida de amor Capítulo 367

—Cuando mi madre estaba viva, tenía interés en la religión y en los asuntos espirituales, por eso tenía una casa en Tailandia y una en India. Carolina no es religiosa, pero Adriana se encuentra en Tailandia en este momento, por lo que creo que ese es el destino más lógico para su viaje. —Santiago me explicó su teoría cuando íbamos en el avión.

—Pero los niños estarán bien, ¿no es así? —pregunté preocupada.

—Sí. No tiene un corazón malvado.

Que no fuera malvada no quería decir que no fuera capaz de hacer algo con crueldad. De todos modos, cuando aterrizamos en Tailandia nos encontramos con que Carolina estaba sola. Miró a Santiago de frente, con la actitud de quien no tiene nada que ocultar, y dijo:

—Van tras la persona equivocada. Esa mujer y los dos niños no están conmigo.

—¿Dónde están? —inquirió él con un tono gélido, pero ella no respondió, por lo que Santiago agregó sin levantar la voz—: Carolina, aún no estamos a mano por el incidente con mamá.

El rostro de la joven se puso pálido al escuchar el nombre de Elisa.

—Le prometí a alguien que no te diría dónde están los niños —declaró con vacilación. ¿A quién se refería?

—¿Con quién te aliaste? —inquirí.

Santiago tenía muchos enemigos, más de los que podía imaginar. Mi familia, los Genova, por su parte, también habían acumulado una gran cantidad de adversarios con el paso del tiempo. A decir verdad, ambos teníamos enemigos alrededor de todo el mundo, y por eso debíamos asegurarnos de no perder el poder que teníamos, de lo contrario, cuando cayéramos, miles de personas iban a ir tras nosotros.

—¿Crees que te lo diría? —respondió ella riéndose. Llevaba puesto un vestido de seda color violeta, el color de la realeza. Giró hacia Santiago y le dijo—: Si bien Maya Silva mató a tu madre, todos sabemos bien que la señorita Esquivel estuvo detrás del crimen. Sin embargo, tú se lo perdonaste. No solo eso, ¡sino que ni siquiera la culpas!

Tenía razón: Santiago siempre me había permitido que hiciera lo que quisiera. Miré de reojo la expresión de él, pero seguía tan indiferente como antes y ni siquiera prestaba atención al parloteo de Carolina, como si se tratara de un insecto molesto.

—Llévala de regreso a Finlandia —le ordenó a Joel—. Y libérala solo si está dispuesta a hablar.

Su decisión inflexible dejó atónita a la chica, que, dejando de lado la elegancia y amabilidad que la caracterizaban, chilló:

—¿De verdad vas a ser tan inhumano conmigo, Santiago? —Santiago la ignoró y giró para marcharse conmigo. Ella soltó una risa y preguntó con tono risueño—: ¿No te preocupa que yo termine siendo como Elisa en el pasado? ¿No te da miedo traicionarme?
—Cuando mi madre estaba viva, tenía interés en la religión y en los asuntos espirituales, por eso tenía una casa en Tailandia y una en India. Carolina no es religiosa, pero Adriana se encuentra en Tailandia en este momento, por lo que creo que ese es el destino más lógico para su viaje. —Santiago me explicó su teoría cuando íbamos en el avión.

Él se detuvo en el lugar. Un momento después se dio vuelta y gruñó:

—¡Cierra la boca! —Carolina estaba hablando por hablar, pero no mostraba ni una señal de temor. Al ver eso, tuve una extraña sensación. Santiago me sacó de allí y, cuando estuvimos en el avión, me aseguró—: No soy como mi padre. ¡No tomes en serio las tonterías que ella dijo! Reina, ¡te juro que jamás estuve involucrado con esa mujer de ninguna manera, ni lo estaré!

«No soy como mi padre», dijo. Las palabras exactas que mi padre había dicho antes. Además, Santiago siempre se refería a él como «tu padre», pero esa vez había dicho «mi padre». Las palabras llenas de odio de Carolina habían dejado mi mente hecha un desastre, pero yo sabía que no podían existir tantas coincidencias en la vida. Sin embargo, en la realidad las cosas no podían ser siempre tan teatrales, así que me obligué a no darles lugar a esos pensamientos ridículos. ¡Me preocupaban más los niños!

Durante el viaje, Santiago dio instrucciones a su gente de que buscaran a los pequeños, y en un momento alguien descubrió que los habían llevado a Francia. ¡Francia! De pronto pensé en Roberto Fontana. Francia era su territorio. Santiago frunció el ceño. La distancia entre ambos países era grande y no podíamos ir en nuestro avión, pero tampoco habíamos llevado los pasaportes. Joel pasó dos horas intentando encontrar una solución y, finalmente, pudimos aterrizar en Francia a la medianoche.

Tomamos un auto y nos dirigimos al castillo a toda prisa. En el camino me quedé dormida varias veces sin darme cuenta, ya que estaba exhausta. Estaba consciente de que, esos últimos días, mi cuerpo no estaba en la mejor de las condiciones, ya que cualquier esfuerzo, por pequeño que fuera, me dejaba agotada. Por suerte esa no era la primera vez que me pasaba algo así: llevaba dos años en esas condiciones. Por empezar, no tenía un cuerpo de lo más sano, de hecho, tenía suerte de haber podido agregar algo de tiempo a mi contador. Cuando llegamos al castillo, Santiago me pellizcó la mejilla con suavidad y abrí los ojos al instante.

—¿Ya llegamos? —pregunté mirándolo medio dormida. Tenía la mente algo nublada.

—Sí, pero Roberto no está aquí —respondió él. Me recosté contra su hombro.

—¿Y dónde está?

—Joel dijo que acaba de viajar a Irlanda. —Estaba claro que nos estaba haciendo jugar al gato y al ratón, y que los niños estaban con él. ¡Debía estar al tanto de que Elisa había matado a nuestra madre! De lo contrario, no hubiera hecho un arreglo con Carolina para secuestrar a mis hijos. ¿Qué tramaba? Saqué mi teléfono para llamarlo, pero no contestó—. ¿Quieres descansar otro poco? —me preguntó Santiago. Negué con la cabeza.

—¡Primero encontremos a Roberto! —dije. Él murmuró una respuesta afirmativa.

—Los niños están con él, eso es seguro. Y está intentando esconderse de nosotros, así que no podremos hallarlo tan rápido. Quédate en el castillo esta noche y descansa; mañana te llevaré a Irlanda. Antes debo organizar algunas cosas.

—¿Qué cosas? —inquirí confundida.

—Debo hacer que mi gente rodee Irlanda. —Quería acorralar a Roberto.

—Está bien. Entonces entraré al castillo.

Sabía que Roberto no les iba a hacer daño a mis hijos, solo iba a mantenerlos ocultos, por lo que no me preocupaba su seguridad. Con eso en mente, pensé que sería una buena idea descansar allí esa noche. Entré al castillo sin Santiago, solo me acompañó José, pero entonces recibió una llamada inesperada,

—Te estoy esperando en Suiza, José. —La voz me sonó muy familiar. Creí que podía ser Tanya, pero no estaba segura. Cuando terminó la llamada, José no dijo nada.

—¿Quién era? —pregunté con curiosidad.

—La señorita Hayes —repuso con honestidad. «Entonces, sí era Tanya», me dije, y me sentí más intrigada todavía.

—¿Y por qué te está buscando?

—No estoy seguro —explicó él pacientemente—. La conozco del tiempo en que solía trabajar para el señor Genova. Me pedía ayuda cada dos por tres. Como era la amiga del señor Genova y yo trabajaba para él, además de tener estatus de empleado, siempre que ella requería mis servicios, la ayudaba. Al final se le hizo costumbre pedirme asistencia.

—Te acaba de pedir que vayas a Suiza —le recordé. Él soltó una risita.

—Ahora estoy trabajando. No tengo tiempo de ayudarla. Se lo explicaré cuando todo esto esté resuelto. Ahora, debe descansar, señora —dijo. Asentí antes de indagar un poco más:

—¿Estás seguro de que quieres ignorarla así? Es una jovencita de una familia poderosa. No será fácil lidiar con ella si se enfurece. ¿No te preocupa hacerla enfadar?

—Tengo prioridades, señora. Además, usted me paga para permanecer a su lado, así que eso haré, aunque me dé el día libre.

Lo que quería decir era que quería irse, pero debía quedarse conmigo. Yo sentía que estaba desesperado por viajar a Suiza, y se notaba que Tanya era especial para él.

—No eres el único guardaespaldas que tengo —comenté—. Si quieres ir, no te detendré. ¿Entiendes lo que quiero decir?

—Señora, digamos que fuera hasta allá, después ¿qué? —dijo con pesar.