Te regalo toda una vida de amor Capítulo 366

Jamás había imaginado que la verdad detrás del conflicto de la generación anterior a la nuestra era tan complicada. Elisa tenía motivos de peso para haber odiado a Jaime durante toda su vida. ¡Mi padre la había lastimado primero! Y mi madre había llegado después. De pronto sentí que tanto ella como Elisa eran dignas de lástima, y que mi padre también había tenido una vida lamentable. Su enfermedad lo había atormentado y se había encerrado por el bien de la familia Genova. ¡No cualquier persona podía demostrar tanta determinación! Por todo eso, no me era posible definir quién había hecho las cosas bien y quién mal. Todos habían hecho cosas que parecían estar erradas, pero tenían motivos que los respaldaban, por lo que era muy difícil culparlos.

Le entregué la carta a Santiago. Cuando terminó de leerla, lo llevé hasta el cuarto secreto. Él también se quedó mudo de asombro al conocer el secreto que, finalmente, había salido a la luz.

—La contraseña para el cuarto secreto era el cumpleaños de tu madre.

Santiago pasó un rato en silencio antes de volver a hablar, y cuando lo hizo fue con gravedad:

—Tu padre me habló una vez de este cuarto secreto. Dijo que ya no recordaba la contraseña, pero tenía la sensación de que escondía secretos que pertenecían a la primera mitad de su vida. De todas formas, nunca quiso abrirlo: su pensamiento era que, si el destino había decidido que él se olvidara la clave, entonces el cuarto secreto debía permanecer intacto. Después de su muerte, mi madre probó con miles de contraseñas y hasta contrató un experto para que rompiera la cerradura, pero no funcionó. La fecha de su cumpleaños debió ser el único código que no probó. Al final enfureció tanto que quiso destruir el lugar, pero la detuve, porque si mi padre había querido conservarlo así toda su vida, no le hubiera gustado verlo destruido. ¡Quizá las cosas no hubieran terminado así si yo le hubiese permitido derrumbarlo! —Si él no hubiera detenido a Elisa, ella hubiera desenterrado el secreto y, probablemente, hubiera entendido a mi padre. No era que él no la quisiera, solo se había olvidado de ella. Había olvidado su amor. Mi padre no había tenido la opción de elegir. Si Elisa hubiera descubierto la verdad… Las dos madres de Santiago hubiesen estado vivas en ese momento. Al menos, las cosas no hubieran llegado hasta donde habían llegado. Mientras intentaba desenredar el lío que tenía en la mente, oí que Santiago decía con pesar—: Lo siento, mamá. —Estaba casi desbordado por emociones complejas que ni siquiera podía identificar. Al final suspiró y me abrazó mientras murmuraba en voz baja—: Dejemos el pasado atrás. No es necesario que sigamos revolviendo. Hazme compañía en la vigilia, Reina.
Jamás había imaginado que la verdad detrás del conflicto de la generación anterior a la nuestra era tan complicada. Elisa tenía motivos de peso para haber odiado a Jaime durante toda su vida. ¡Mi padre la había lastimado primero! Y mi madre había llegado después. De pronto sentí que tanto ella como Elisa eran dignas de lástima, y que mi padre también había tenido una vida lamentable. Su enfermedad lo había atormentado y se había encerrado por el bien de la familia Genova. ¡No cualquier persona podía demostrar tanta determinación! Por todo eso, no me era posible definir quién había hecho las cosas bien y quién mal. Todos habían hecho cosas que parecían estar erradas, pero tenían motivos que los respaldaban, por lo que era muy difícil culparlos.

Con esas simples palabras, puso fin al asunto. Sin embargo, yo sabía que había mil cosas en su mente en ese momento. Al fin y al cabo, había sido él quien había impedido que su madre descubriera la verdad. Lo seguí hasta el salón principal para la vigilia. No había señales de la presencia de los niños, por lo que supuse que Emilia los había llevado a su dormitorio. Le pedí a Joel que le transmitiera un mensaje a Emilia:

—Dile que los haga dormir temprano. Suelen tener hambre por la noche, que preste atención a eso también.

Joel fue en busca de Emilia, pero, veinte minutos más tarde, volvió con malas noticias.

—No pude encontrar a la señorita Delgado ni al señor Reynosa. Tampoco contestan mis llamadas.

El corazón se me encogió dentro del pecho. Deprisa, saqué mi teléfono para llamar a Emilia, pero la línea estaba ocupada. Recordé con un estremecimiento lo que le había dicho antes de que se fueran y el miedo comenzó a crecer en mi interior. De inmediato le pedí a José que investigara y Santiago, al oír lo que estaba pasando, también le pidió a Joel que enviara gente a buscarlos. A continuación, él mismo se dispuso a salir.

—¿A dónde vas, Santi? —pregunté con ansiedad al tiempo que lo agarraba de la muñeca. Él sabía qué era lo que me preocupaba, por lo que me acarició la mejilla y me tranquilizó:

—Espera aquí. Encontraré a Pedro y a Rita. No te preocupes, Reina, aunque alguien los tenga en su poder, no les hará daño.

—Haré la vigilia por ti mientras buscas a los niños —dije mientras asentía—. ¡Los esperaré a todos aquí, Santi!

Él asintió y se fue del salón a toda prisa. Me di vuelta y tomé posición frente al féretro. A pesar de que la preocupación me consumía, rememoré las cartas que ella y mi padre habían escrito. Con vacilación, me levanté para mirar el rostro pálido y sin vida de la mujer. Para mi sorpresa, ¡tenía los ojos abiertos! Eran grandes y redondos y parecía que me estaba fulminando con la mirada. Aterrada, trastabillé y caí al suelo y comencé a gatear hacia la puerta. En ese momento, la luz del salón titiló y se apagó. Llamé a José de inmediato a los gritos y él llegó corriendo.

—¿Qué sucede, señora? —preguntó mientras me ayudaba a ponerme de pie. Me refugié en sus brazos y exclamé:

—¡Tiene los ojos abiertos!

Tenía tanto miedo que estaba fuera de mí. José se acercó al féretro y luego me guio fuera del salón.

—Es verdad, los tiene abiertos. ¡Alguien aquí está tramando algo, estoy seguro!

¿Alguien aquí? ¡No había ningún otro invitado al funeral de Elisa! Excepto Carolina. Ella era la única persona ajena.

—¿Dónde está Carolina? —pregunté de inmediato.

—Salió con el señor Genova a buscar a los niños. Lo llamaré ahora mismo —repuso José.

Hizo la llamada sin perder tiempo, pero, lamentablemente, Santiago dijo que Carolina no estaba con él. Entonces, mandamos a alguien a buscarla, pero no estaba por ningún lado. El hecho de haber desaparecido al mismo tiempo que Emilia y los niños no la ayudaba mucho.

Cuando Santiago regresó, no vi a los niños a su lado. Comencé a lagrimear, pero intenté mantenerme entera.

—¿No los encontraste, Santi? —Ya sabía la respuesta, pero pregunté de todos modos con voz trémula.

—Joel los está buscando —repuso él en voz baja.

—Bueno. Está bien, todo estará bien —repetí para calmarme.

Él me abrazó para darme tranquilidad y luego fue hacia el féretro de su madre. Al verla, cerró los ojos y, con una expresión sombría y embravecida exclamó:

—¡Alguien tuvo las agallas de conspirar contra mí bajo mis propias narices!

Con una mirada gélida, se estiró para cerrar los ojos de Elisa. Luego, me llevó de regreso a su dormitorio, donde me senté en la cama y me obligué a mantener la calma. Unos minutos después llegó Joel con novedades.

—Señor Genova —anunció desde la puerta—, hemos confirmado que la señorita Carolina envió a alguien para que secuestrara a Emilia, al señor Reynosa y a los niños.

—¿Y qué ocurrió con nuestros guardaespaldas? —inquirí con el rostro lívido. ¿Cómo habían podido permitir que los secuestraran así como así?

—Señorita Esquivel, la señorita Carolina se crió aquí y, por eso, conoce bien el lugar. No es sorprendente que pudiera evitar a los guardias. Es más: la mayoría de los guardaespaldas solían trabajar para la familia y la conocen, por eso debió agarrarlos desprevenidos —explicó.

Era un grave error para el equipo de seguridad, pero no era el momento para ocuparse de ese tema.

—¿A dónde los llevó? —Mi interrogatorio tenía a Joel muerto de miedo.

—La señorita Carolina tiene un avión privado. Lo abordó y se marchó hace dos horas, pero no sabemos a dónde va. Estamos intentando averiguarlo ahora mismo y lo sabremos en poco tiempo.

—¡No vuelvas a llamarla «señorita Carolina»! —espeté. Joel se puso tieso.

—Entendido —acató. Santiago se puso de pie y le ordenó:

—Sé a dónde va. Prepara mi avión y los documentos que hagan falta para poder ingresar a Tailandia. —De alguna manera, él sabía a dónde se dirigía Carolina.