Te regalo toda una vida de amor Capítulo 365

La carta era breve: «Este es mi decimosegundo año de amor por ti, y nuestro tercer año de matrimonio. Tengo tanta suerte de tenerte como esposa y fui tan afortunado de ser tu marido, pero, al final, ¡no podré amarte por el resto de mi vida!

Lía, mi memoria está empezando a fallar. El médico dijo que pronto olvidaré a las personas que tengo cerca. Podría suceder esta noche, o mañana, o Quizá tan pronto como salga de este cuarto secreto. Odio pensar en la posibilidad de olvidarte. Hubo un tiempo en que creí que podría evitarlo, pero, lamentablemente, no se puede huir del destino.

Una vez que pierda todos los recuerdos que tengo de ti, puede que no vuelva a recordarte jamás. Podría, incluso, llegar a olvidar a todos y cada uno de los miembros de esta familia, pero, aunque eso pase, no puedo dejar que nadie sepa de esto. Ni siquiera tú. Es porque soy el jefe de los Genova y, por el papel que me tocó y las responsabilidades que tengo, no puedo demostrar ningún tipo de debilidad.

Lo siento, Lía. Volveré a conocerte. Confía en mí. Jamás te voy a decepcionar».

Abrí el resto de las cartas. Estaban todas dirigidas a Elisa, pero la primera que leí era la más reciente. Había sido escrita durante el tercer año de matrimonio de mi padre y Elisa, eso quería decir que mi padre había pasado más de treinta años sin entrar al cuarto secreto. ¡Era más que los veintisiete años que había mencionado Carlos!

—Esto explica por qué encontré un voluminoso diario junto a la almohada del señor Jaime cuando estábamos sacando sus pertenencias —exclamó José al caer en la cuenta—. Tenía el nombre «Sonia Belmonte» escrito en la tapa. Creo que eran las memorias de Jaime y de su madre. El señor Genova llevó ese diario a Finlandia.

¡Aquellas cartas documentaban la historia de mi padre y Elisa! Estaban escritas con mucho detalle, incluyendo lo que había sucedido cada día. Pasé un largo tiempo leyendo y, al final, encontré, en la última carta, la respuesta que buscaba.

«Tengo amnesia. En este tiempo ha ido ocurriendo de forma intermitente. A veces recuerdo el pasado, pero en otras ocasiones no puedo recordar absolutamente nada. En estos últimos años he recibido tratamiento, pero el médico dice que la enfermedad solo empeorará. ¡Puede que llegue el día en que ni siquiera recuerde a Lía!».

Mi padre sufría de pérdida de memoria, pero nadie sabía su secreto, ni siquiera Carlos, que siempre había estado a su lado. Toda su vida había hecho lo mismo, llevado por la necesidad de no demostrar debilidad. Por eso había registrado todo en su diario. Por eso recordaba que amaba a mi madre. Por eso jamás salía de su recámara. Por eso había contraído matrimonio con otras mujeres tras olvidarse de su primera esposa. Al final, había conocido a mi madre en Bristonia y ella había tenido mucha mejor suerte que Elisa, ya que, al parecer, Jaime había olvidado la contraseña para entrar al cuarto secreto y toda su historia había quedado enterrada allí. En cambio, él había conservado a su lado el diario con el nombre de mi madre. Al final, ¡había sido él quien había traicionado a Elisa!
La carta era breve: «Este es mi decimosegundo año de amor por ti, y nuestro tercer año de matrimonio. Tengo tanta suerte de tenerte como esposa y fui tan afortunado de ser tu marido, pero, al final, ¡no podré amarte por el resto de mi vida!

—¿Había un solo diario? —pregunté con voz trémula. José no entendió.

—¿A qué se refiere, señora?

—Él debió haber llevado un registro de todo lo que pasó cada día, si no, no hubiera podido mantener esa fachada. ¡No puede haber sido fácil mantener en pie a toda la familia Genova dependiendo solo de un diario!

—Ah, sí. Había varios, pero el señor Genova se los llevó a todos. La señora Genova quería conservarlos, pero el señor Genova se rehusó y por eso ahora están todos en Finlandia. —Hizo una pausa y, de repente, exclamó—: Señora, ¡aquí hay un CD!

—¿Podemos reproducirlo? —pregunté.

José salió y regresó unos minutos más tarde con un reproductor de CD. Si bien no íbamos a poder ver nada, al menos podíamos escuchar el audio. Presionó el botón de reproducción y lo primero que oímos fue la voz de Elisa: «Jai, estuve practicando para cantar “Habanera”, de la ópera Carmen. ¿Quieres escucharla?». Era la voz de una Elisa muy joven, en la flor de la edad, y su tono era juguetón. «Bueno», respondía una voz masculina grave y firme. La voz de la chica oscilaba al cantar; a decir verdad, lo hacía bastante mal. Sin embargo, al terminar, gorjeaba con alegría buscando un cumplido: «¿Se oyó bien, Jai?». «Sí», era la simple respuesta del hombre. «Siempre eres tan frío y distante, Jai», se quejaba la Elisa. Entonces él la contradecía con tono cariñoso: «Claro que no. Tú sabes que no me sale ser romántico, pero jamás fui frío contigo». La chica se echaba a reír. «Sé que te casarás conmigo, Jai», respondía, y él admitía: «Así es. Serás mi esposa legal». «Jai, ¿tendrás muchas amantes, como tu padre? ¡No quiero casarme contigo si estarás con otras mujeres!», espetaba ella de repente, lo que provocaba una risa cálida de Jaime. «No lo haré. No soy como mi padre. Sé lo que quiero, ¡y tú eres la única que deseo! Lía, nos conocemos desde hace muchos años. Fuimos noviecitos en la niñez y tú seguiste dándome todo tu amor y atención estos años. ¿Crees que toleraría verte mal?», le aseguraba él. ¡Pero luego había terminado causándole toda una vida de tristeza! La obsesión eterna de Elisa había sido culpa de él por haberla tratado con frialdad durante décadas. Al final, ¡mi padre sí había sido como mi abuelo! Una vez más, se oyó la voz vacilante de la joven cantando. Al final de la grabación, se la oía reír y decir: «Nunca te traicionaré, y espero que tú tampoco lo hagas, de lo contrario, ¡no te perdonaré! No me importa nada, Jai. Si me engañas, yo te engañaré el doble. ¡Lo digo en serio!». Había cumplido su palabra: se había acostado con todos los guardaespaldas y, fruto de sus relaciones extramatrimoniales, había tenido a Santiago.

Salí del cuarto secreto deprisa y regresé al salón principal. Santiago se dio cuenta enseguida de que algo me había afectado y me preguntó con seriedad:

—¿Qué sucede?

El féretro aún no estaba cerrado. Al ver el rostro descolorido de Elisa, una visión de su apariencia de joven pasó frente a mis ojos y casi pude escucharla cantando una «Habanera» desentonada para su amado. En ese tiempo, todavía era una muchacha inocente con el corazón rebosante de alegría. Santiago me vio con la mirada fija en su madre y se puso de pie para abrazarme.

—Santiago, ¿qué clase de mujer era? —pregunté comenzando a lagrimear. Él no pudo darme una respuesta clara, así que cambié la pregunta—. ¿Cómo la trataba tu padre?

—Siempre fue frío con ella —repuso tras pensarlo un momento.

El hombre al que Elisa amaba nunca había dejado de quererla, solo le había fallado la memoria y, en el camino, ¡se había enamorado de otra persona! Ese hombre, con el que ella había pasado la vida resentida, había muerto sin darle una explicación. Me fui deprisa a buscar a Carolina y le pedí que me diera la carta. Leí el contenido con atención una vez más: hablaba del tiempo que mi padre había pasado con Elisa. Ella se refería a él como Jai la mayor parte del tiempo, como solía hacerlo cuando eran dos jóvenes enamorados. Ella se había pasado la vida sintiendo odio y resentimiento, pero, al mismo tiempo, no había dejado de amarlo en todos esos años. Sin embargo, incluso al final, no pudo entender por qué su esposo, la persona que solía adorarla y tratarla tan bien, había cambiado tanto de un día para otro. Leí el final de la carta:

«Jai, mi Jai, es el hombre más frío y, a la vez, más amable y amoroso que existe en el mundo. Viajó hasta las peligrosas montañas de Tresamia solo para traerme las flores de potentilla que brotan en abril. Estuvo dispuesto a casarse conmigo y solo conmigo a pesar de que su padre se oponía. Cuando había alguna amenaza, su reacción instintiva era abrazarme para protegerme. Se exponía al enemigo y, cuando estaba lastimado, me tranquilizaba con dulzura y me aseguraba que estaba bien. ¡Era un hombre amable y cariñoso! ¡Me amaba más que a nadie en el mundo! ¿Por qué, de repente, dejó de hacerlo? Incluso ahora, sigo sin poder entender la razón de su insensibilidad. El día de su muerte quise sacarle una respuesta, pero él no me la dio, solo me acusó de haber traicionado mi rol como matriarca de la familia Genova. ¡Me acusó de haberlo traicionado! Eso me hirió profundamente. ¡Él fue quien me engañó primero! Traicionó nuestro amor. Hizo de mi vida un infierno. Si me hubiera dicho desde el comienzo que su amor tenía fecha de vencimiento, si me hubiese dicho que un día me iba a dejar, si nunca me hubiera tratado con tanta dulzura y calidez, ¡jamás me hubiera casado con él! ¡Me engatusó! Me arruinó. ¡Estabas podrido desde el principio, Jai!».