Te regalo toda una vida de amor Capítulo 364

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 364

—¡Ni loca! — Emilia se apresuró a matar mi ilusión—. Soy demasiado joven para tener un bebé. Además, Cristóbal aún no ha conocido a mis padres. Quizá a fin de año. Quizá.

—Ah, ¡gracias a Dios! Creí que estabas embarazada.

—No, no, no. Para nada. —Con Pedro en brazos, se dispuso a dar un paseo. Le recordé que tuviera cuidado y me tranquilizó con una sonrisa.

—Tú eres la dueña de este lugar. Estaré bien. Además, Santiago también está aquí, nadie nos puede hacer daño.

Para mí, nunca sobraban las precauciones. La vida no había sido muy amable conmigo que digamos, y mucho menos con mis hijos, y por eso no estaba acostumbrada a bajar la guardia. Sobre todo, en la residencia Genova.

Emilia se alejó con Pedro sin más y yo le entregué a Rita a Gabriel para que fueran con ellos. Cuando se fueron, quedamos solo José y yo, y le pedí que me acompañara a los aposentos de mi difunto padre. Él estaba chequeando el pronóstico del tiempo.

—Pronto va a llover, señora. Lamentablemente, continuará hasta mañana por la tarde —comentó.

—Ya veo. Por suerte las lluvias de primavera suelen ser suaves.

Entré a la recámara de mi padre, que estaba tan sombría como siempre. Era mi segunda visita, pero me invadió la misma sensación inquietante de la vez anterior y se me puso la piel de gallina. José encendió las luces, pero lejos de iluminar la habitación con un manto brillante, bañaron todo con una luz tenue. El hombre había trabajado para los Genova toda la vida y conocía bien a mi padre.

—Cuando terminó mi entrenamiento y me seleccionaron, me dieron la tarea de vigilar su recámara. Nunca tuve la posibilidad de salir de aquí, dado que el señor Jaime no abandonaba jamás su cuarto. Lo máximo que se alejaba era hasta el salón principal para cenar con su familia en Navidad. Todos decían que permanecía aquí todo el tiempo porque había un secreto oculto en este lugar, uno que él se negaba a revelar. La señora limpió esta habitación cuando el señor falleció, y el señor Santiago estaba presente, pero no encontraron nada. Sin embargo, sí hay un cuarto secreto, pero nadie puede abrirlo sin demoler todo el edificio. La señora quería hacerlo, pero el señor Santiago la detuvo, ya que esta vivienda era el único recuerdo de Jaime que les quedaba.

No había ni una sola mota de polvo en aquel lugar. «Está claro que Carlos se ocupó de que los empleados limpiaran esta habitación de manera regular. Él fue quien se encargó de echar a todos los criados que solían trabajar aquí. Definitivamente se encargó de todo en persona», me dije.

—Entonces, ¿dónde está ese cuarto? —inquirí. José me guio hasta la parte más recóndita del dormitorio y me mostró, detrás de una mampara, una pared con una cerradura en el centro. Era de alta tecnología y requería una contraseña para abrirla—. ¿Huellas digitales? —aventuré. Él negó con la cabeza.
—¡Ni loca! — Emilia se apresuró a matar mi ilusión—. Soy demasiado joven para tener un bebé. Además, Cristóbal aún no ha conocido a mis padres. Quizá a fin de año. Quizá.

—No estoy seguro, pero hay un teclado, así que es probable que se trate de un código.

«¿Mi padre dejó un cuarto cerrado que nadie puede abrir?», pensé. Me estrujé las manos mientras pensaba, y entonces llegó la inspiración.

—La noche en que murió me dio un anillo, Quizá esté relacionado con esto. —Me quité el anillo y se lo entregué a José.

—Veré qué puedo hacer, señora.

Pero, aunque lo intentó, no hubo manera de usarlo para abrir la cerradura, y no tenía ninguna inscripción que pudiera interpretarse como una contraseña. Me quité el otro anillo y se lo alcancé.

—Prueba con este. —Uno era de mi padre y, el otro, de Santiago. Ambos me habían dado su recuerdo más importante. José volvió a intentar.

—Nada, señora.

«Bueno, veo que estamos en una situación complicada», me dije, pero, lamentablemente, la curiosidad no me dejó abandonar el lugar. En ese momento vino a mi memoria la relación que mi madre tenía con él, y se me ocurrió probar con su fecha de cumpleaños. Nada.

—José, ¿cuál era la fecha de nacimiento de la matriarca? —indagué.

—El señor Santiago viene aquí ese día año tras año —rememoró. «Esa no es la respuesta que estoy buscando», pensé. Santiago me había dicho que visitaba a su madre todos los años en su cumpleaños, pero ese no era el punto. Sin embargo, cuando José ingresó la fecha de cumpleaños de Elisa en el teclado, por alguna artimaña del destino, funcionó y la pared se deslizó hacia atrás. «Mi padre dijo que amaba a mi madre, ¡pero la contraseña de esta pared es la fecha de nacimiento de Elisa!», protesté para mis adentros. José estaba igual de sorprendido que yo—. La señora Elisa probó muchas combinaciones la noche en que murió el señor Jaime.

—Pero no su fecha de cumpleaños. Es la única combinación que no se le ocurrió.

—Así es. Nunca le pareció que fuera algo importante.

Era cierto. Pronto me surgieron miles de preguntas más y pensé que Carlos Quizá pudiera responderlas, pero luego recordé que había borrado su número de contacto, por lo que lo llamé desde el teléfono de José. Cuando contestó, le pregunté enseguida:

—¿Por qué la contraseña es el cumpleaños de Elisa?

La pregunta lo dejó confundido por un momento hasta que entendió de qué le estaba hablando.

—Señora, ¿se refiere a la pared en la recámara del señor Jaime?

—Sí. La contraseña es la fecha de cumpleaños de Elisa —repetí en un tono calmado.

—Ya veo. No sé el motivo. Han pasado veintisiete años desde la última vez que el señor Jaime abrió ese cuarto —comentó. «¿No abrió el cuarto durante casi treinta años? Hace veintisiete años, yo ni siquiera había nacido y él acababa de conocer a mi madre», reflexioné. Tenía la sensación de que había algo grande detrás de todo eso. Algo enorme.

Entré al cuarto con cautela y José me siguió de cerca. Lo primero que vi fue una flor de potentilla. Luego, más potentillas. Había llenado el cuarto de aquellas flores, más específicamente, flores secas convertidas en muestras. «Llevan décadas aquí», me dije. También había fotografías desparramadas por todos lados, todas con la figura de la misma mujer. Eran fotografías en blanco y negro y se notaba que el estilo del maquillaje de la mujer era antiguo. «Joven y hermosa, pero algo fuera de moda», me dije. Conocía a la persona de la foto: era una versión joven de Elisa. «¿Papá tenía un cuarto dedicado a Elisa? ¿Qué demonios? Entonces, ¿qué significaba mi madre para él?», me pregunté.

Continué explorando el lugar. Todo lo que había allí era antiguo y tenía el perfume de Elisa. Por fin, José encontró una carta sobre una mesa. Estaba cubierta de polvo. Me entregó el sobre y abrió un cajón que resultó estar lleno de cartas como esa. Sacudí el polvillo. Llegado ese punto, José también se había percatado de que había algo que no encajaba.

—Quizá… Quizá la verdad sea más dura de lo que habíamos imaginado —dijo. «Sé que no me corresponde, pero debo conocerla. Debo saber la verdad», me dije. Abrí la carta y lo primero que llamó mi atención fue una caligrafía imponente—. Es la letra del señor Jaime —confirmó José de inmediato.

«Mi padre escribió esto de puño y letra», pensé. La carta, en principio, estaba dirigida a él mismo, pero luego había otro destinatario: «Para Lía, la mujer que más amo», decía.

—¿Quién es Lía? —inquirí.

—Ah, sí, ese era el apodo de la señora Elisa.

«¿Mi padre escribió que Lía era la mujer que más amaba? ¿Entonces estaba mintiendo cuando decía que amaba a mi madre?», me pregunté. Y mi madre le había creído, había confiado en él durante toda su vida. Elisa la odiaba por eso, y me había atormentado y había matado a mi madre ¡por una mentira! Lo peor era que ya estaban todos muertos. Finalmente, después de tanto tiempo, había encontrado el secreto de mi padre.

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
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  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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