Te regalo toda una vida de amor Capítulo 340

Poco después de que Santiago dejara la habitación, me sentí rara del estómago porque estaba hambrienta. El problema era que no había restaurantes abiertos hasta tan tarde. De igual manera, esperé pacientemente en la sala y Santiago al fin volvió después de 30 minutos, más o menos, con un paquete celeste con comida en una mano y un vaso de leche en la otra. Me pasó la leche y, cuando la tomé, estaba todavía caliente al tacto. Cuando bebí un sorbo, él abrió el paquete de comida. La primera bandeja estaba llena de galletitas y el fondo lleno de sopa de fideos con pollo. Santiago sirvió la mitad de un tazón de sopa para mí, que devoré al instante. Mirando cómo engullía como un lobo, me preguntó:

—¿Tan hambrienta estás?

—Sí, no comí nada en todo el día; solo tomé un vaso de leche a la tarde. Por favor, ¡sírveme otro tazón!

Otra vez, me sirvió medio tazón de sopa. Lo terminé, y lo único que quedó fueron manchas aceitosas alrededor de la boca. Al notarlo, Santiago me dio algunos pañuelos desechables y me dijo:

—Límpiate la boca.

Sonreí mientras tomaba los pañuelos y me limpiaba las manchas. Una vez que terminé la cena, limpió todo y dijo con paciencia:

—Duerme un poco ahora. Podrás irte a casa en la mañana.

Al escuchar eso, me di cuenta de que Santiago había sido muy amable conmigo. Bueno, por lo menos, más amable que el día anterior. Parecía otra persona, ¡y eso me confundió!

«¿Habrá recuperado los recuerdos?», me pregunté. Había quedado paranoica después del incidente en el que Nicolás fingió tener amnesia y me engañó. Por eso, era cautelosa cuando se trataba de esos asuntos. Agudicé la mirada y lo observé con detenimiento mientras él volvía al sillón y se sentaba. En vez de descansar los ojos, tomó un libro de la mesa y comenzó a leer. No pude ver el título porque estaba sentado lejos.

—Deberías ir a la cama —mientras hablaba, esquivé su mirada sintiéndome un poco confundida. Sin embargo, me recosté en la cama y me di vuelta, aunque me costó quedarme dormida. Cuando abrí los ojos, me di cuenta de que Santiago estaba recostado en el sillón; se había quedado dormido muy rápido. Me bajé con cuidado de la cama y fui en puntas de pie hasta el libro que estaba en la mesa.

La amante del teniente francés. Había leído ese libro: trataba sobre un caballero de la época Victoriana que estaba comprometido con la hija de una familia adinerada. Al mismo tiempo, conoció a una enigmática pero fascinante mujer que, según los rumores, había sido abandonada por un general francés después de tener un amorío con él. El caballero estaba embelesado con ella. El libro estaba escrito en weliano. Cuando lo abrí, vi una nota manuscrita en weliano en la primera página. Decía: «Antes de conocerte, nunca pensé que iba a enamorarme perdidamente. Aunque no soy el único para ti, por suerte para mí, tú eres mi único amor. Deseo ser la bestia a la que conquistes. Guardaría mis colmillos y mis garras para tomarte entre mis brazos».

«¿Santiago escribió esto?», me pregunté. Al mirar la fecha que estaba anotada al costado, me di cuenta de que la nota había sido escrita durante el Año Nuevo, el año anterior. Me recordó al libro El guardián entre el centeno, donde estaba escrita la siguiente frase en inglés: «Nunca antes amé a nadie, por lo que eres mi primer amor. Temo que, si no hago las cosas bien, pensarás que el amor es solo eso».

«¿Será Santiago una de esas personas que escriben frases en todos los libros?», pensé. Cuando me invadió ese pensamiento fue como descubrir un secreto. Me urgía ir a su estudio cuando tuviera tiempo, no al estudio de la residencia Genova, por supuesto, pero sí al que estaba en la residencia Espoo. Esa era su casa, y el lugar donde tendría todas sus cosas.

Con suavidad pasé mis dedos por la letra manuscrita y no pude evitar sonreír mientras admiraba su hermosa caligrafía. De repente, sonó tierna su voz:

—¿A qué le sonríes? —me preguntó. Al escucharlo, volví a mirar y respondí:

—Tienes una letra hermosa. —Santiago tenía un par de ojos hermosos y brillantes. Eran especialmente hipnotizantes y en ellos podía ver mi reflejo—. ¿Tú escribiste esto? —pregunté curiosa.

—Sí. Hace mucho tiempo.

—¿Qué significa? —pregunté, fingiendo no entender el idioma.

—¿No la entiendes? —Santiago frunció el entrecejo. Dicho eso, comencé a fingir ignorancia.

—No me creerías si te dijera, pero todavía no me gradué de la secundaria. No tengo educación, ni cultura, sin mencionar que soy divorciada. Y es por cualidades como esas, que no merezco el amor. —Me detuve cuando vi el brillo en sus ojos.

—Continúa. —Levantó la vista y cruzó los brazos al frente mientras hablaba.

—Dicen que soy solo una cara bonita —respondí luego de una breve pausa.

—Ese es un buen cumplido. —Asintió con la cabeza.

—¿Tener una cara bonita es un buen cumplido? —bromeé.

—Ser atractiva es una ventaja —respondió Santiago.

—Más aun, esta hermosa divorciada no vale tu atención. ¡Lamento que hayas tenido que besar a una divorciada! —mencioné. Después de escucharme, su mirada se volvió fría de inmediato.

—No quise hacer eso. Perdón.

—No te preocupes. Así es como te sientes, después de todo. —Santiago se quedó callado después de escuchar la respuesta, pero yo estaba un poco confundida con su comportamiento; él era tan paciente que no parecía que estuviera sufriendo de amnesia, incluso llegué a sospechar que me estaba tomando el pelo—. Bueno, te voy a disculpar esta vez porque ayudaste a que me trajeran al hospital, ¡pero no voy a dejar que te escapes de nuevo si eso vuelve a suceder!

—Parece que tienes un temperamento fuerte —comentó él.

—Parece que tienes un temperamento fuerte —comentó él.

—¿Qué significa la frase escrita en weliano? —le pregunté luego de darle una respuesta poco entusiasta. Luego de una breve pausa, la leyó en voz alta y suave, con esa voz sensual y atractiva:

—Antes de conocerte, nunca pensé que iba a enamorarme perdidamente. Aunque no soy el único para ti, por suerte para mí, tú eres mi único amor. Deseo ser la bestia a la que conquistes. Guardaría mis colmillos y mis garras para tomarte entre mis brazos.

Aunque yo ya sabía lo que significaba, la forma en la que leyó fue simplemente extraordinaria e hizo que mi corazón palpitara. Sin embargo, el antiguo Santiago nunca me lo hubiese traducido. Lo conocía muy bien, tenía una personalidad tan fría que nunca se hubiese molestado en lidiar o pronunciar una palabra a otra persona. Pero en ese momento, me lo estaba traduciendo a mí. ¡Actuaba tan distinto! Mientras trataba de controlar mi curiosidad, le pregunté:

—¿Hay alguien en tu corazón?

—¿Tú esperas que sí? —Me devolvió una pregunta. «Hum… ¿El Santiago amnésico me haría una pregunta semejante?», no pude evitar pensar.

—No estoy segura —le respondí, sacudiendo la cabeza. Entonces se levantó y me sacó el libro diciendo:

—Duerme un poco. Tengo que regresar a Eldamia a encargarme de un asunto.

El antiguo Santiago no se habría molestado en explicar el motivo de su partida; solo se habría ido sin decir nada. De repente, me estiré y toqué su mano fría, frenándolo. Indagué:

—Santiago, ¿yo te gusto?

—¡Qué grosera! —respondió sin galantería. «¿Estoy siendo muy directa?», me pregunté.

—Igual no eres nadie para mí —le expliqué.

—¿Estás tratando de decir que no me conoces? —preguntó mientras observaba. «¿Está tratando de insinuar algo?» pensé.

—¿Sabes quién es Reina? —pregunté de nuevo.

—¿Luc te llama así? —me respondió.

Dicho eso, Santiago salió de la sala, pero la conversación me dejó confundida. Inmediatamente tomé el teléfono y marqué el número de Dante. Había estado durmiendo, por eso su voz sonó ronca cuando me preguntó:

—¿Qué pasó? ¿Dijo el médico cuando va a recuperar la memoria Santiago?