Te regalo toda una vida de amor Capítulo 339

Cuando me desperté, todavía estaba en el hospital. Era una sala vip, y la cama era grande y suave. Al otro lado, Santiago estaba sentado en el sillón con los ojos cerrados. Traté de levantarme, pero Santiago estaba alerta y de inmediato abrió los ojos cuando escuchó el ruido. Luego, los cerró de nuevo para recuperarse del movimiento repentino. Se levantó y caminó hacia mí.

—¿Está despierta? —Mientras hablaba, se le llenaba la voz de dulzura.

—Sí. ¿Qué hora es? —pregunté. Él levantó el brazo y miró el reloj.

—Son las tres de la mañana —contestó. Asentí.

—Gracias.

—No es nada.

—Gracias por acompañarme al hospital.

Santiago asintió. Luego, caminó hacia la ventana y observó el clima húmedo del exterior. De repente, dijo:

—David y Lucas tienen la esperanza de que se convierta en mi esposa, pero no quiero una novia en este momento.

Al escuchar lo que dijo, me sentí confundida.

—¿Eh?

—Puedes llamarme Santi, como lo hace el resto.

«Santi… Dos años atrás, Santiago también me pidió que lo llame Santi. Todo ha vuelto a ser como era antes», pensé. Con eso en mente, le pregunté adrede:

—¿Y qué gano yo con eso?

—¿Qué es lo que quieres? —inquirió volviendo sobre sus pasos. En ese momento, me acordé de lo que había dicho cuando estaba ebria y que me había resultado interesante. Por eso, repetí mis propias palabras y dije:

—Quiero que me desees.

—Pero yo no quiero cortejarte —Santiago respondió con una sonrisa.

—No seas tan engreído. Soy fácil de complacer.

—No me interesa —respondió de la misma manera que esa noche.

—¡En ese caso, tomemos distintos rumbos! —Sonreí. Cuando Santiago escuchó esas palabras, se asustó y me preguntó:

—¿Por qué no estás siguiendo el guion?

—¿Qué guion? —pregunté asombrada.

—Las palabras que dijiste cuando estabas ebria esa noche.

«¡Se acuerda de lo que pasó aquella noche!», me dije sorprendida. Pensando en eso, me encogí de hombros y mentí:

—Ya me había olvidado de eso. ¿Cómo puedo acordarme de lo que dije cuando estaba ebria?

De repente, se inclinó hacia mí y me increpó:

—¿De verdad estabas ebria?

En ese momento, me pregunté si había descubierto que estaba actuando. Cuando su mirada oscura se encontró con la mía, pude ver mi reflejo y mi aspecto nervioso. Luego, evité su mirada y dije:

—¡Por supuesto!

Al escucharme, pasó por alto mis mentiras. Santiago no era de los que delataban a las personas, después de todo.

—¿Quieres descansar un poco más? —preguntó con suavidad.

—Sí, pero estoy hambrienta. —Después de todo, solo había tomado un vaso de leche en todo el día.

—¿Qué quieres comer? —preguntó él, paciente.

—Ese no eres tú —pregunté confundida.

—¿Por qué lo dices? —Me miró fijo.

—No le hubiese dado mucha importancia si Lucas me trataba así, pero tratándose del todopoderoso Santiago Genova, no puedo creerlo. ¡Estás siendo demasiado amable!

—Ese es el beneficio de llamarme Santi.

Al escucharlo, me quedé muda. «De hecho, Santiago tiene un talento para coquetear sin siquiera saberlo».

Mientras tanto, en Islandia, Maya debía quedarse en el hospital por unos pocos días para recuperarse de la operación, pero insistió en volver a la cabaña porque Silvio no se podía adaptar al hospital. Nevaba mucho cuando regresaron, y Silvio estaba excitado, algo poco común en él. Cuando regresó a la cabaña, se sacó el traje y tomó un baño en la piscina de agua termal. Maya era demasiado tímida para mirar y se escondió en el cuarto. En ese momento, sonaron las campanillas de viento. Se estaba poniendo ventoso.

Islandia, con su clima de tormentas de nieve, era similar a Bristonia, y Maya sentía que vivir allí parecía una buena idea. Al empujar la puerta para abrirla, vio que Silvio se había puesto un traje carmesí. Sin embargo, esos colores no lo hacían ver ostentoso. Al contrario, le daban un toque de carisma. En ese momento, Silvio se sentó con las piernas cruzadas en el piso con una guitarra en los brazos. La guitarra tenía hermosos labrados y hasta su segundo nombre, Alfredo, grabado.

—¿Sabes tocar la guitarra? —preguntó Maya mientras se sentaba al lado de él.

La nieve se apilaba contra el pasto, pero la piscina de agua termal todavía humeaba vapor caliente. Silvio rasgó la guitarra con delicadeza y respondió:

—Aprendí a tocar cuando era más joven.

«¡Silvio emana una buena vibra! Parece la figura masculina principal de un animé, es atractivo, amable y delicado», exclamó Maya por dentro.

—Sabe mucho, Silvio Lebrón —dijo halagándolo.

—Sí. Como mi familia es rica, no me urge trabajar, tampoco tengo que aprender cosas que no me gusta hacer. Por el contrario, tengo mucho tiempo para explorar mis intereses —dijo con un sentido de justicia al referirse a su familia rica.

—Me da envidia —dijo Maya con desánimo. Al escucharla, Silvio frunció el entrecejo y preguntó:

—¿Por qué?

—Eres rico —respondió Maya. Cuando Silvio escuchó la respuesta, se quedó mudo. Luego, decidió terminar la conversación ahí. Mirando el cielo nevado, bajó la cabeza y empezó a tocar una canción de amor llamada «No puedo evitar enamorarme». Sin embargo, Maya nunca había aprendido a tocar la guitarra y no pudo identificar de qué canción se trataba. Por eso, pasó por alto su significado oculto, aunque sabía que era increíble. Justo cuando estaba sentada escuchando la música en paz, sonó su teléfono. Cuando lo sacó, vio que era Raúl. Para ser honestos, no quería contestar la llamada, pero tenía miedo de que la encontrara. Después de todo, él era capaz de hacer una cosa como esa. Luego de dudar por un momento, Maya se levantó y caminó hacia el final del pasillo. Luego, contestó diciendo—: ¿Es necesaria esta llamada?

—Regina me dijo que estás casada —Raúl suavizó el tono de voz al hablar. Como Maya había imaginado que tarde o temprano se enteraría, no le escondió la verdad y admitió:

—Regina me dijo que estás casada —Raúl suavizó el tono de voz al hablar. Como Maya había imaginado que tarde o temprano se enteraría, no le escondió la verdad y admitió:

—Sí.

Del otro lado del teléfono, Raúl cerró los ojos de golpe y sintió un nudo en la garganta. En ese momento, ¡quería romper en pedazos al hombre que se había casado con Maya! Después de calmarse, preguntó:

—¿Cuándo fue?

—Hace casi un mes —respondió con sinceridad.

«Casi un mes atrás… ¡se había casado mientras yo la estaba buscando en Minino Café!».

—Maya, ¿no tienes miedo de que lo mate?

Cuando Maya escuchó esas palabras, sonrió con frialdad. Mirando las campanillas de viento celestes que le colgaban sobre la cabeza, dijo calmada:

—¿Pensaste que me iba a conformar con un hombre común solo para competir contigo? ¡No eres el único hombre rico, Raúl! ¡Lo conocí tres años antes que a ti!

—¿Quién es? —Raúl preguntó a regañadientes.

—No es de tu incumbencia, ¡pero tarde o temprano lo sabrás!

Al otro lado del teléfono, Maya pudo escuchar las palabras amenazantes de Raúl:

—¡No me provoques!

«¡Hasta en este momento me amenaza!», pensó. En ese momento, cortó el teléfono de manera abrupta y Raúl se quedó pasmado porque no esperaba que lo tratara de esa manera. De inmediato, arrojó el teléfono y le preguntó a su asistente:

—¿Averiguaste dónde está?

—Señor Meza, alguien ha borrado la localización de la señorita Silva. Y con respecto a Silvio Lebrón, ¡parece que no podemos descifrar su identidad!

—¡Es inútil! Ve e investiga a la persona que se casó con Maya, entonces… —Mientras hablaba, se detuvo de golpe al recordar la vez que había ido a buscar a Maya a Islandia. En ese entonces, Maya se había arrodillado en el piso y pedido por alguien llamado Alfredo Lebrón. «¡¿Podría ser Alfredo Lebrón!?», se preguntó Raúl. Había escuchado las noticias acerca de Alfredo. Si uno quisiera nombrar a las personas con la más alta autoridad, esas serían Santiago, él, la familia Genova, varios fundadores y la familia Hayes en Finlandia. De todas maneras, si uno fuera a preguntar por el hombre más adinerado de todos, no sería otro más que Alfredo. «Él no tiene ninguna autoridad, pero eso no significa que sea inofensivo; es solo que nunca se molestó en ejercerla. ¡De hecho, él es más rico que cualquier otra persona en el mundo! ¡Hay un simple dicho que dice que el dinero es poder!», reflexionó. Al pensar en eso, Raúl se apagó como si hubiese perdido el rumbo en la vida. Luego, le dijo a su asistente—: Resérvame un vuelo a Islandia ahora mismo.