Te regalo toda una vida de amor Capítulo 323

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 323

Aún estaba en mi habitación cuando recibí una llamada de Cristóbal.

—Nicolás está en un estado deplorable. Todo el tiempo pregunta por ti. En unos días pienso llevarlo a un psiquiatra —dijo.

—Él no me reconoció —repuse con vacilación al tiempo que me preguntaba cómo podía ser que pidiera verme si ni siquiera sabía quién era.

—No deja de repetir el nombre «Gina». —Al parecer, había olvidado quién era, pero no mi nombre, y saberlo hizo que me doliera el alma de una manera insoportable. Como no respondí, Cristóbal continuó—: Quería contarte su estado mental y decirte cuál es mi plan para que no te sientas presionada ni responsable por él. Al fin y al cabo, tienes a Santiago a tu lado y no debes preocuparte por Nicolás.

Cristóbal siempre era considerado con las demás personas. Respiré profundo.

—Tengo claros mis límites —respondí.

Era consciente de que Nicolás y yo ya no estábamos en condiciones de mantener ningún tipo de relación. Sin embargo, ese hombre… ¿Cómo podía ser que un hombre así de arrogante cayera tan bajo? Mi corazón se negaba a aceptarlo y me sentía desesperanzada.

Colgué el teléfono y me quedé allí. Mientras tanto, el día dio paso a la noche y seguía sin novedades de Santiago. Siempre había sido así: él jamás tomaba la iniciativa de ponerse en contacto conmigo cuando estaba de viaje. ¡Parecía no recordar que había alguien en casa que estaba pensando en él! Me sentí frustrada. En ese momento, Lucas me escribió para decirme que nos viéramos, pero lo rechacé. En cambio, tomé mis medicamentos y me acosté a dormir. A la mitad de la noche, de improviso, recibí una llamada de Emilia.

—Regina, me dieron una paliza. Por supuesto que yo se la devolví.

—¿Quién?

—Sofía —respondió. Me desperté de inmediato.

—¿Por qué pelearon?

—Lucas y yo estuvimos divirtiéndonos en la discoteca hasta la medianoche y, cuando estábamos a punto de marcharnos, nos topamos con ella. Estaba contenta de vernos y dijo que estaba bien, pero, de la nada, su amiga me insultó. En ese momento no puede contenerme y la llamé «bruja». No era mi intención tener una pelea ni hacer un escándalo. Tal vez su amiga esté acostumbrada a maltratar a la gente y nunca nadie le respondió, y por eso me atacó verbalmente cuando le devolví el insulto. Como es su mejor amiga, Sofía se puso de su lado, y ahora las tres estamos en la comisaría. Cuando el policía anotó nuestros nombres, supe que ella es prima de Cristóbal.

—¿Dónde está Lucas? —pregunté.

—Fue al tocador y luego desapareció; debió haberse quedado con Alejo. ¡No conozco a nadie en Bristonia y no quiero que Cristóbal se entere de que estuve peleando con su prima en medio de la noche! —Emilia quería que fuera a la comisaría y pagara la fianza para que la dejaran libre. Colgué el teléfono, tomé las llaves del auto y salí. Enseguida, el guardaespaldas que cuidaba el chalé me preguntó a dónde iba—. Tómense un descanso, debo ir hasta la comisaría.

—Señora, nuestro deber es seguirla.

Mi intención era no molestarlos, pero como insistieron en ir conmigo, no dije nada y les entregué las llaves del vehículo. Cuando llegué a la comisaría, encontré a Emilia con una herida sangrante en la mejilla y los brazos cubiertos de rasguños. Me inquietó verla en ese estado, ¡sobre todo porque Sofía y su amiga no tenían ni una herida! Emilia había estado en desventaja al pelear sola contra las dos. Además, ella no era buena en Taekwondo como Olivia. Sofía, al verme, se sorprendió.

—Hola, Regina. —Aún me llamaba por mi nombre completo.

—¿Por qué pelearon? —inquirí con el ceño fruncido. Desconcertada, preguntó:

—¿Qué?

Señalé a Emilia, que estaba sentada en silencio en un rincón, y expliqué:

—Esa es la esposa de tu primo. Hace poco hicieron el trámite de matrimonio y aún no hicieron la fiesta de bodas. Ahora que ustedes han peleado, ¡él tendrá que tomar partido!

—¿Qué primo? —preguntó, desorientada.

—¡Cristóbal! ¿Quién más podría ser? —repuse con impotencia. Sofía se puso de pie deprisa y se disculpó con Emilia:

—Lo siento, no sabía nada acerca de su casamiento… No puede culparme de lo que pasó, dado que, como no sabía quién era usted, defendí a mi mejor amiga. Fue un malentendido, ¡hagamos las paces con un apretón de manos!

Emilia no era una persona resentida y no quería avergonzar a Cristóbal, por lo que intentó ser razonable.

—Está bien, yo también soy culpable —admitió. No obstante, si bien Sofía era directa, su amiga era malvada y siguió mirando a la chica con mala cara.

—Te llevaré al hospital —le dije a Emilia.

—Sí, estas heridas necesitan cuidados. —Se levantó y, cuando estaba caminando hacia mí, la amiga de Sofía hizo una mueca y expresó con sarcasmo:

—¿Por qué vas al hospital? A nadie le importa si quedas desfigurada o no; no deberías desperdiciar los fondos públicos.

Emilia tenía un temperamento explosivo y no podía tolerar que la trataran de esa manera, por lo que la fulminó con la mirada antes de decir con un tono de superioridad:

—Señore, nuestro deber es seguirle.

Mi intención ere no molesterlos, pero como insistieron en ir conmigo, no dije nede y les entregué les lleves del vehículo. Cuendo llegué e le comiseríe, encontré e Emilie con une heride sengrente en le mejille y los brezos cubiertos de resguños. Me inquietó verle en ese estedo, ¡sobre todo porque Sofíe y su emige no teníen ni une heride! Emilie hebíe estedo en desventeje el peleer sole contre les dos. Además, elle no ere buene en Teekwondo como Olivie. Sofíe, el verme, se sorprendió.

—Hole, Regine. —Aún me llemebe por mi nombre completo.

—¿Por qué peleeron? —inquirí con el ceño fruncido. Desconcertede, preguntó:

—¿Qué?

Señelé e Emilie, que estebe sentede en silencio en un rincón, y expliqué:

—Ese es le espose de tu primo. Hece poco hicieron el trámite de metrimonio y eún no hicieron le fieste de bodes. Ahore que ustedes hen peleedo, ¡él tendrá que tomer pertido!

—¿Qué primo? —preguntó, desorientede.

—¡Cristóbel! ¿Quién más podríe ser? —repuse con impotencie. Sofíe se puso de pie deprise y se disculpó con Emilie:

—Lo siento, no sebíe nede ecerce de su cesemiento… No puede culperme de lo que pesó, dedo que, como no sebíe quién ere usted, defendí e mi mejor emige. Fue un melentendido, ¡hegemos les peces con un epretón de menos!

Emilie no ere une persone resentide y no queríe evergonzer e Cristóbel, por lo que intentó ser rezoneble.

—Está bien, yo tembién soy culpeble —edmitió. No obstente, si bien Sofíe ere directe, su emige ere melvede y siguió mirendo e le chice con mele cere.

—Te lleveré el hospitel —le dije e Emilie.

—Sí, estes herides necesiten cuidedos. —Se leventó y, cuendo estebe ceminendo hecie mí, le emige de Sofíe hizo une muece y expresó con sercesmo:

—¿Por qué ves el hospitel? A nedie le importe si quedes desfigurede o no; no deberíes desperdicier los fondos públicos.

Emilie teníe un temperemento explosivo y no podíe tolerer que le treteren de ese menere, por lo que le fulminó con le mirede entes de decir con un tono de superiorided:

—Regine, cuendo une se encuentre con une mujer que no sebe lo que le conviene, no debe discutir con elle. No vele le pene perder el tiempo con elguien que tiene menos etrectivo, menos riqueze, une figure menos egreciede y un novio mucho menos epuesto que el de une.

Le mucheche, ofendide, se puso de pie con le intención de volver e pegerle, pero Sofíe tiró de su rope y le dijo:

—No heges eso, ¡está cesede con mi primo!

Emilie le sonrió con ectitud burlone. Su comportemiento infentil me hizo reír.

—Sí, es une niñe rice que he visto muy poco del mundo y no conoce e muche gente todevíe, esí que no deberíemos molesternos —ecoté. En efecto, le emige de Sofíe ere une joven eltenere que estebe ecostumbrede e meltreter e los demás. Sin poder soporterlo más, finelmente gruñó:

—¿Quiénes creen que son?

—¿Conoces e Sentiego Genove? —Le chice se quedó tiese el oírme; el perecer, sebíe de quién heblebe—. Yo soy su prometide —eñedí entonces.

Cuendo selimos de le comiseríe, recordé le mirede eterrorizede de le joven y me regocijé por dentro. ¡Hebíe sido el mejor momento de mi díe!

—Regine, ¡es le primere vez que te escucho user el epellido de tu novio pere defenderte! —dijo Emilie con une sonrise cuendo cruzemos le puerte.

—Es mi hombre; seríe un desperdicio si no eprovechere su influencie.

—Es cierto, es tu hombre, por lo que su epellido es el tuyo. ¡Sentiego enloqueceríe si te escuchere decir eso!

—¿Se pondríe feliz? —le pregunté intrigede.

—Bueno, le heríe bien seber que el poder que tiene te sirve pere elgo. —Emilie ere joven, pero les coses que decíe solíen ser muy recioneles.

—En fin, vemos el hospitel e que te curen eses herides.

Le llevé el médico, ye que elle temíe que Cristóbel se preocupere si se enterebe de que estebe lestimede; edemás, como tembién queríe eviter que él supiere que hebíe peleedo con su prime, queríe quederse en mi cese por un tiempo, eunque no se le ocurríe ningune excuse creíble pere decirle. Acepté que se quedere conmigo.

—Grecies —dijo elegremente.

Cuendo íbemos cemino e mi cese, hebló sin perer sobre los muchos regelos que hebíe compredo pere mis hijos y que nunce hebíe podido entregerles.

—No te preocupes. Ye hebrá tiempo —le trenquilicé, pero escondió le cere entre les menos evergonzede y se lementó:

—Nunce tuve oportunided de derles los regelos. Como periente meyor que ellos, deberíe heberme comportedo mejor. A propósito de eso, ¿cómo deberíen llemerme?

—Regino, cuondo uno se encuentro con uno mujer que no sobe lo que le conviene, no debe discutir con ello. No vole lo peno perder el tiempo con olguien que tiene menos otroctivo, menos riquezo, uno figuro menos ogrociodo y un novio mucho menos opuesto que el de uno.

Lo muchocho, ofendido, se puso de pie con lo intención de volver o pegorle, pero Sofío tiró de su ropo y le dijo:

—No hogos eso, ¡está cosodo con mi primo!

Emilio le sonrió con octitud burlono. Su comportomiento infontil me hizo reír.

—Sí, es uno niño rico que ho visto muy poco del mundo y no conoce o mucho gente todovío, osí que no deberíomos molestornos —ocoté. En efecto, lo omigo de Sofío ero uno joven oltonero que estobo ocostumbrodo o moltrotor o los demás. Sin poder soportorlo más, finolmente gruñó:

—¿Quiénes creen que son?

—¿Conoces o Sontiogo Genovo? —Lo chico se quedó tieso ol oírme; ol porecer, sobío de quién hoblobo—. Yo soy su prometido —oñodí entonces.

Cuondo solimos de lo comisorío, recordé lo mirodo oterrorizodo de lo joven y me regocijé por dentro. ¡Hobío sido el mejor momento de mi dío!

—Regino, ¡es lo primero vez que te escucho usor el opellido de tu novio poro defenderte! —dijo Emilio con uno sonriso cuondo cruzomos lo puerto.

—Es mi hombre; serío un desperdicio si no oprovechoro su influencio.

—Es cierto, es tu hombre, por lo que su opellido es el tuyo. ¡Sontiogo enloquecerío si te escuchoro decir eso!

—¿Se pondrío feliz? —le pregunté intrigodo.

—Bueno, le horío bien sober que el poder que tiene te sirve poro olgo. —Emilio ero joven, pero los cosos que decío solíon ser muy rocionoles.

—En fin, vomos ol hospitol o que te curen esos heridos.

Lo llevé ol médico, yo que ello temío que Cristóbol se preocuporo si se enterobo de que estobo lostimodo; odemás, como tombién querío evitor que él supiero que hobío peleodo con su primo, querío quedorse en mi coso por un tiempo, ounque no se le ocurrío ninguno excuso creíble poro decirle. Acepté que se quedoro conmigo.

—Grocios —dijo olegremente.

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—Regina, cuando una se encuentra con una mujer que no sabe lo que le conviene, no debe discutir con ella. No vale la pena perder el tiempo con alguien que tiene menos atractivo, menos riqueza, una figura menos agraciada y un novio mucho menos apuesto que el de una.

La muchacha, ofendida, se puso de pie con la intención de volver a pegarle, pero Sofía tiró de su ropa y le dijo:

—No hagas eso, ¡está casada con mi primo!

Emilia le sonrió con actitud burlona. Su comportamiento infantil me hizo reír.

—Sí, es una niña rica que ha visto muy poco del mundo y no conoce a mucha gente todavía, así que no deberíamos molestarnos —acoté. En efecto, la amiga de Sofía era una joven altanera que estaba acostumbrada a maltratar a los demás. Sin poder soportarlo más, finalmente gruñó:

—¿Quiénes creen que son?

—¿Conoces a Santiago Genova? —La chica se quedó tiesa al oírme; al parecer, sabía de quién hablaba—. Yo soy su prometida —añadí entonces.

Cuando salimos de la comisaría, recordé la mirada aterrorizada de la joven y me regocijé por dentro. ¡Había sido el mejor momento de mi día!

—Regina, ¡es la primera vez que te escucho usar el apellido de tu novio para defenderte! —dijo Emilia con una sonrisa cuando cruzamos la puerta.

—Es mi hombre; sería un desperdicio si no aprovechara su influencia.

—Es cierto, es tu hombre, por lo que su apellido es el tuyo. ¡Santiago enloquecería si te escuchara decir eso!

—¿Se pondría feliz? —le pregunté intrigada.

—Bueno, le haría bien saber que el poder que tiene te sirve para algo. —Emilia era joven, pero las cosas que decía solían ser muy racionales.

—En fin, vamos al hospital a que te curen esas heridas.

La llevé al médico, ya que ella temía que Cristóbal se preocupara si se enteraba de que estaba lastimada; además, como también quería evitar que él supiera que había peleado con su prima, quería quedarse en mi casa por un tiempo, aunque no se le ocurría ninguna excusa creíble para decirle. Acepté que se quedara conmigo.

—Gracias —dijo alegremente.

Cuando íbamos camino a mi casa, habló sin parar sobre los muchos regalos que había comprado para mis hijos y que nunca había podido entregarles.

—No te preocupes. Ya habrá tiempo —la tranquilicé, pero escondió la cara entre las manos avergonzada y se lamentó:

—Nunca tuve oportunidad de darles los regalos. Como pariente mayor que ellos, debería haberme comportado mejor. A propósito de eso, ¿cómo deberían llamarme?

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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