Te regalo toda una vida de amor Capítulo 322

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 322
—¿Lo volví loco? ¿O tonto? ¿Ni una cosa ni la otra? No estoy segura. Como sea, si no puedo tenerlo, tampoco lo dejaré vivir una buena vida.

—¡Estás loca! —grité. Colgué y llamé a Antonio, que se ocupó enseguida de localizar a Nicolás y de llevarlo al hospital. Fui hacia allá deprisa y lo encontré en coma, cubierto de heridas y con un corte en la mejilla. Al verlo en ese estado, salí como un rayo al pasillo—. ¿Dónde está María? —exigí con bronca.

—La hemos atrapado y la estábamos esperando para que se ocupe de ella.

—¡Tráiganla aquí! —ordené con los ojos enrojecidos. Nicolás despertó un momento más tarde. Cuando entré de nuevo a la habitación, me percaté de que había abierto los ojos y estaba mirando a su alrededor con nerviosismo. Al ver que me acercaba, se encogió como lo haría un niño ante una situación o persona potencialmente peligrosa. Ver cómo un hombre así de poderoso e imponente se derrumbaba me generó enojo, depresión y angustia. A pesar de mis esfuerzos por evitarlo, me largué a llorar. ¿Qué estaba pasando? Él me había lastimado mucho y nuestra relación ya había terminado, pero era mi exesposo, el hombre que alguna vez había amado, y por eso deseaba que estuviera bien y a salvo—. Nicolás —lo llamé con suavidad. Él, sorprendido, preguntó en voz baja:

—¿Quién es Nicolás?

—Es tu nombre —respondí con el rostro bañado en lágrimas.

—¿Me llamo Nicolás? —repitió señalándose a sí mismo.

Asentí.

—¿Qué recuerdas? —Se lo veía macilento y tenía el cabello negro desarreglado. Me apuntó tímidamente con un dedo y dijo:

—¿Quién es usted?

—Soy Regina, tu… amiga. —Por el momento, iba a decirle eso. Cuando estiré el brazo para tocarle la herida de la mejilla, retrocedió por instinto para protegerse y todo mi ser se hundió en la desesperación.

—Señora, María está aquí. —La voz de Antonio llegó desde el otro lado de la puerta de la habitación y me di vuelta para enfrentar a la mujer. Estaba hecha un desastre, pero se las rebuscó para sonreír. En un ataque de ira, le di una bofetada en la cara, pero no mostró ninguna señal de temor y siguió sonriendo a pesar de mi actitud. Le pegué una vez más con fuerza.

—¿Qué le hiciste? —la interrogué. Soltó una risa.

—¡Lo torturé por algunos días! —respondió.

«Algunos días», pensé, y luego recordé el mensaje que él me había enviado dos días atrás: «Gina, ¡estoy muy dolorido!», decía. Ese, de seguro, no había sido él.

—¿Tú me enviaste ese mensaje? —le pregunté a María.

—Sí, ¡pero no esperaba que fueras tan indiferente con él! —dijo ella, solo por decir algo. Yo, en el fondo, me había preocupado, pero dada nuestra situación, no tenía por qué responderle. En ese momento, se acercó el médico.

—El señor Ferreiro sufrió una sobredosis de psicofármacos. Le realizamos un lavado estomacal, pero no parece que haya surtido efecto. Por el momento, su estado mental seguirá siendo el mismo.

«Entonces, ¿Nicolás perderá la cabeza?», me pregunté. De pronto me sentí sofocada, por lo que le pedí a Antonio que se llevara a María de inmediato y que hiciera que la deportaran a Finlandia para evitar mayores complicaciones.

—¿La envío con el señor Genova? —preguntó. Santiago tenía un calabozo en Finlandia que estaba al cuidado de Dante y David; enviarla allí nos iba a ahorrar muchos problemas.

—Sí, envíala allí, ¡y haz que le prohíban volver a entrar a Bristonia por el resto de su vida! —Cuanto más lo pensaba, más me enfadaba. Le atiné una patada y, al verme así, Antonio se apresuró a pedirle a un subordinado que se la llevara.

En ese momento, las palabras de Santiago resonaron en mi mente: «¡Reina sabe lo que hace!». Entonces, tomé precauciones para no acercarme demasiado a Nicolás. Mi novio confiaba en mí y yo debía ser digna de esa confianza. Decidí firmemente no volver a ingresar a la habitación y llamé a Cristóbal enseguida. Cuando él llegó, me fui de inmediato. Al llegar a mi casa, me encerré en mi cuarto; estaba inquieta y odiaba a María. Pasara lo que pasara, no podía involucrarme con Nicolás, porque no iba a soportar que Santiago se sintiera mal. Tenía que elegir entre los dos. Por fortuna, ya no era tan inocente, buena y débil como antes: sabía qué tenía que hacer y qué no, y a quién debía acudir y acercarme. Nunca antes había estado tan decidida a estar con un hombre.

El viento y la nieve en Islandia eran cada vez más fuertes y el cuerpo de Maya estaba entumecido. Ella bajó la vista y susurró:

—No lo merezco.

No merecía al hombre puro y apuesto que tenía enfrente, que parecía recién salido de un cuadro. Un complejo de inferioridad se había abierto paso en su corazón y las palabras de él pidiéndole que no se menospreciara no servían para resolverlo. Además, muy en el fondo, tenía un deseo de venganza.

Al oír su respuesta, Alfredo cesó en su intento de consolarla, ya que sabía que no iba a cambiar de parecer en tan poco tiempo. Decidió dejarla en paz y volver a conversar sobre el tema en otro momento. Al fin y al cabo, iban a pasar el resto de su vida juntos y les quedaban, por lo menos, un par de décadas. Ese pensamiento, el de las décadas, le resultó interesante. El presente era muy distinto del pasado, cuando aún estaba solo; tenía una esposa a su lado, la única persona con la que deseaba compartir sus días. «La señora Lebrón, ¡mi señora Lebrón!», se regocijó en su interior.

—Mi querida esposa, mañana iremos al hospital a que te borren las cicatrices del rostro. Les he pagado a los mejores médicos del mundo y me han prometido que te devolverán la apariencia que tenías antes. —Al oír eso, Maya lo miró con los ojos como platos. Él la observaba atontado. Entonces estiró sus dedos blancos y delgados y le acomodó el flequillo mientras le decía, con una sonrisa dulce—: ¿Te arrepientes de no haberte ido de Bristonia conmigo en aquel entonces? ¿Has lamentado tu decisión de esperarlo?

Cinco años antes, Alfredo había viajado a Bristonia y la había conocido por casualidad. En aquel momento, estaba herido y lo perseguían sus enemigos, y ella le había dado refugio; vivieron juntos durante dos meses, lo cual no era ni mucho tiempo ni poco. Sería mentira si dijera que ella no se había sentido tentada, pero en ese tiempo aún creía que Alán estaba vivo y por eso había ocultado sus deseos y había decidido esperar. Al momento de irse, Alfredo le había propuesto: «Maya, ¿por qué no vienes a vivir conmigo a Islandia? Te prometo una vida sin preocupaciones». Maya intentó recordar qué respuesta le había dado en aquella oportunidad, y le llevó un buen rato. «Lo siento, tengo un ser amado a quien esperar y debo hacerme cargo de Minino Café. Nací en Bristonia y no quiero irme de aquí», había dicho. Alfredo había aceptado su decisión y luego habían estado separados durante cinco años. Cada Año Nuevo intercambiaban mensajes: ella le escribía «Feliz año nuevo, señor Lebrón», y él respondía «Igualmente». ¡Era tan perezoso que ni siquiera se gastaba en devolverle el «Feliz año nuevo»! Muchas cosas cambiaron en esos cinco años: al sentir que Alfredo la había olvidado, Maya dejó ir a Alán y formó pareja con Raúl, a quien se aferró por su gran necesidad de cariño. Ella había vivido demasiadas cosas y él, por el contrario, era como una hoja en blanco que, por otra parte, no la merecía en absoluto.

—No me arrepiento de nada. Al menos, lo que hice lo hice sin culpa y al final logré conservar el amor —respondió por fin.

—Entonces, ¿podrás amar en el futuro? —inquirió él de repente. Maya no entendió bien a qué se refería. Pronto, frunció los labios y repuso:

—Será difícil.

Alfredo la tomó de la mano y se puso de pie enseguida. Su reacción tomó a Maya por sorpresa, pero se recuperó de inmediato y lo siguió por el sendero. Entonces, él estiró el brazo y señaló unas campanillas de viento que pendían del alero. Las mangas de su túnica se agitaron en el aire con el movimiento.

—Cada vez que el viento sopla —dijo con un tono cálido y magnético—, se queda solo un momento y se marcha. Es despiadado, pero, a pesar de eso, las campanillas se mantienen en su lugar y esperan al viento año tras año, día tras día, sin quejarse jamás.

—¿Qué quieres decir? —preguntó Maya confundida.

—No pierden su amor por el viento; pase lo que pase, se mantienen firmes en su mejor versión, sin dejar que nadie las cambie. —Estaba intentando reconfortarla, pero ella no se daba cuenta.

—Alfredo…

—Siempre fui como esas campanillas de viento. —Él se había quedado allí en Islandia, esperando por un corazón que nadie sabía si iba a regresar a él o no. Quizás nunca lo hiciera; quizás su destino fuera quedarse solo para siempre. Sin embargo, por fortuna, después de cinco años ella lo había recordado y estaba, por fin, dispuesta a aferrarse a él. Pero no, eso no era correcto: su señora Lebrón jamás se iba a aferrar a nada, ¡la señora de la familia era la persona más honorable! ¡La mujer a la que los hombres de la familia más respetaban!

Las palabras enigmáticas de Alfredo desconcertaron a Maya, que no llegó a entender lo que quería decir.

—Alfredo, ¿de qué estás hablando? —preguntó desorientada.

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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