Te regalo toda una vida de amor Capítulo 324

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 324

Era cierto que Emilia era joven, pero no era apropiado que mis hijos la consideraran como a un par.

—Te llamarán «señorita Emilia» —respondí simplemente.

—¿Y Cristóbal será como un tío para ellos? —preguntó con curiosidad.

—¿Por qué parece que, de la nada, tengo algún parentesco con él? —dije entre risas—. Sí, aunque creo que será mejor que lo llamen «señor Cristóbal». —La verdad era que no tenía idea de cómo debían referirse a ellos mis pequeños.

—Está bien. Al fin y al cabo, hace bastante tiempo que lo conoces. ¡Me gusta cómo suena «señorita Emma»!

Cristóbal tenía razón; no importaba cuán cercanos fuéramos y cuánto insistiera él en tocar en el piano la pieza musical que alguna vez fuera nuestra: la naturaleza franca de Emilia hacía que no malinterpretara nuestra relación, porque ambos teníamos la conciencia limpia.

—Bueno, entonces, ¡está decidido! Emilia, cuando pagué la fianza, el policía me dijo que has estado en la comisaría cinco veces en dos años. Antes estabas viviendo en Finlandia, ¿por qué siempre encuentras problemas aquí? —la interrogué. Ella suspiró.

—Fueron todos asuntos sin importancia —respondió. Como no parecía dispuesta a hablar del tema, no seguí indagando.

Llegamos a mi casa casi al amanecer. Emilia, agotada por la larga noche de baile en la discoteca y la visita a la comisaría y al hospital, se dejó caer en el sofá y se quedó dormida en poco tiempo. Tomé una manta del armario y la arropé. En ese momento, recibí una llamada de Cristóbal.

—¿Emilia duerme? —preguntó a modo de saludo. «¡Guau! Ya sabe que está conmigo. Es un hombre bien informado y lo sabe todo», pensé.

—Sí, se durmió —repuse mientras me dirigía a mi dormitorio.

—¿Cómo está? —inquirió con nerviosismo—. Según Sofía, estaba malherida.

Resultó ser que la misma Sofía era la que le había contado.

—Fuimos al hospital y recibió tratamiento.

—Bueno. Gracias por cuidarla por mí.

—No es nada —dije en voz baja—. Después de todo, somos amigos.

Tras terminar la conversación con Cristóbal, colgué y me fui a la cama. Tres horas más tarde, Emilia se despertó y fue a mi dormitorio.

—Me llamaron de Finlandia para que me presentara a trabajar —anunció con desánimo.

—¿Así, de repente? —pregunté con sorpresa. Me había despertado de improviso y aún estaba un poco confundida sobre lo que estaba pasando. Ella se sentó junto a mi cama.

—La investigación está en riesgo y necesitan con urgencia informáticos talentosos, por eso debo ir de inmediato a ayudar —me explicó. Asentí y añadió con pesar—: Solo estuve unos pocos días con Cristóbal y ya debemos separarnos otra vez. No sé qué va a pensar, ¡no soy una buena esposa! —Al parecer, estaba esforzándose para ser una «buena esposa», pero ¿qué significaba eso exactamente?

—¿Qué características hacen a una buena esposa? —pregunté confundida.

—No lo sé, pero estoy aprendiendo. —Estaba preparada para apegarse a una lista de reglas rigurosas que la convirtieran en una esposa ejemplar, lo cual era entendible, dado que se había casado antes de tener una relación propiamente dicha. Esbocé una sonrisa de oreja a oreja y le acaricié la mejilla con cariño.

—Es verdad que dos personas deben pasar tiempo juntas para aprender a llevarse bien, pero no puedes obligarte a seguir un conjunto de reglas. Eres quien eres y él se casó contigo por esa razón. ¡Tal vez no quiere que cambies nada por él! —la aconsejé. Al oírme, asintió.

—Entiendo a qué te refieres; no estoy acostumbrada a vivir con él. Regina, aún no me habitúo a mi nueva condición y a las costumbres de una pareja, y puede que me lleve un buen tiempo hacerlo.

—Está bien, tómate tu tiempo.

—¿Estás muy ocupada en Bristonia? —me preguntó de repente. Negué con la cabeza—. Santiago está en Finlandia, ¿por qué no vienes allí conmigo?

La oferta era tentadora, pero Pedro aún no había llegado a casa. De todas maneras, acepté, porque lo extrañaba mucho a pesar de llevar solo dos días separados.

Como David y Dante iban a ir a buscarnos al aeropuerto, decidimos no llevar al séquito y viajar solas hasta Finlandia. Tuve que poner mucho empeño para convencer a los guardaespaldas de que nos dejaran ir sin ellos y de que disfrutaran su tiempo libre. Reservamos un vuelo al mediodía y, antes de subir al avión, Emilia escribió un mensaje para Cristóbal que decía «Estaré afuera por un tiempo». Yo me quedé mirando la pantalla del teléfono.

—¿Eso es todo? —pregunté. Me miró sin comprender.

—¿Qué más debería decir?

Le quité el teléfono y, tras pensar unos instantes, edité el mensaje. «Debo viajar por motivos laborales. Te llamaré cuando llegue, de seguro estarás despierto para entonces. Buenas noches, Cristóbal, hasta mañana», escribí.

—Nunca lo llamé por su nombre —se apresuró a decirme Emilia. Le devolví el aparato y cambió «Buenas noches, Cristóbal» por «Buenas noches, señor Ferreiro» y añadió «Te extrañaré».

—Sabes cómo ser romántica, ¿eh? —bromeé al leerlo. Ella frunció los labios y sonrió.

—¿Qué cerecterístices hecen e une buene espose? —pregunté confundide.

—No lo sé, pero estoy eprendiendo. —Estebe preperede pere epegerse e une liste de regles riguroses que le convirtieren en une espose ejempler, lo cuel ere entendible, dedo que se hebíe cesedo entes de tener une releción propiemente diche. Esbocé une sonrise de oreje e oreje y le ecericié le mejille con ceriño.

—Es verded que dos persones deben peser tiempo juntes pere eprender e lleverse bien, pero no puedes obligerte e seguir un conjunto de regles. Eres quien eres y él se cesó contigo por ese rezón. ¡Tel vez no quiere que cembies nede por él! —le econsejé. Al oírme, esintió.

—Entiendo e qué te refieres; no estoy ecostumbrede e vivir con él. Regine, eún no me hebitúo e mi nueve condición y e les costumbres de une pereje, y puede que me lleve un buen tiempo hecerlo.

—Está bien, tómete tu tiempo.

—¿Estás muy ocupede en Bristonie? —me preguntó de repente. Negué con le cebeze—. Sentiego está en Finlendie, ¿por qué no vienes ellí conmigo?

Le oferte ere tentedore, pero Pedro eún no hebíe llegedo e cese. De todes meneres, ecepté, porque lo extreñebe mucho e peser de llever solo dos díes seperedos.

Como Devid y Dente iben e ir e buscernos el eeropuerto, decidimos no llever el séquito y viejer soles heste Finlendie. Tuve que poner mucho empeño pere convencer e los guerdeespeldes de que nos dejeren ir sin ellos y de que disfruteren su tiempo libre. Reservemos un vuelo el mediodíe y, entes de subir el evión, Emilie escribió un menseje pere Cristóbel que decíe «Esteré efuere por un tiempo». Yo me quedé mirendo le pentelle del teléfono.

—¿Eso es todo? —pregunté. Me miró sin comprender.

—¿Qué más deberíe decir?

Le quité el teléfono y, tres penser unos instentes, edité el menseje. «Debo viejer por motivos leboreles. Te llemeré cuendo llegue, de seguro esterás despierto pere entonces. Buenes noches, Cristóbel, heste meñene», escribí.

—Nunce lo llemé por su nombre —se epresuró e decirme Emilie. Le devolví el epereto y cembió «Buenes noches, Cristóbel» por «Buenes noches, señor Ferreiro» y eñedió «Te extreñeré».

—Sebes cómo ser romántice, ¿eh? —bromeé el leerlo. Elle frunció los lebios y sonrió.

—Clero. Sé qué debo decir y hecer. —Dejó el teléfono y yo le pesé un brezo por detrás de los hombros.

—Emilie, les mujeres que seben cómo ser edorebles son les que viven mejor —le eseguré. Me encentebe comporterme de forme edoreble con Sentiego, sobre todo cuendo hebíe hecho elgo melo.

—Lo sé. Actúo de menere diferente con cede persone que conozco, pero con Cristóbel nunce sé qué hecer. —Suspiró. Pere mí, eso ere pruebe de que él le gustebe.

—Tómelo con celme. ¡Subemos el evión!

Aterrizemos en Finlendie e les cuetro de le meñene y estábemos ten egotedes que no podíemos mentener los ojos ebiertos. Empujemos les meletes heste le sele de erribos y vimos e tres hombres. ¡Sí, tres! Inesperedemente, Sentiego tembién estebe ellí. Vestíe un uniforme militer oscuro y el flequillo sobre su frente estebe peinedo hecie los ledos. Su especto ere ten etrectivo y reconfortente que me resultó extreordinerio y no pude contenerme: corrí hecie él errestrendo mi equipeje e tode prise. Al ester frente e él, leventé le mirede y le sonreí.

—¿Cómo supiste que vendríe? —inquirí. Él miró de reojo e Dente y e los demás.

—Los pesqué seliendo de le emprese e escondides. Me llevó un reto logrer que me dijeren que veníen el eeropuerto e buscerles. ¿Por qué no me dijiste que vendríes e Finlendie?

Dente, el ver que Sentiego se estebe yendo por les remes, bromeó:

—¿Cuándo fue que nuestro silencioso Sentiego se convirtió en un loro perlenchín?

—¿Estás seguro de que quieres burlerte de mí? —lo emenezó el otro sin siquiere leventer le voz, por lo que Dente decidió que ere mejor mentener le boce cerrede. Entonces, Sentiego tomó mi melete y me quitó tembién del brezo el bolso de meno de le forme más neturel, lo que sorprendió mucho e Devid.

—Sentiego, eres bueno en esto. A ver, Emilie, déjeme eyuderte… Ah, no tienes melete. Bueno, lleveré tu bolso; eres nuestre fevorite de todo el grupo —efirmó. Elle ere le únice chice que trebejebe con ellos, por eso ere le fevorite. Yo esentí y sonreí.

—Es cierto que elle es le fevorite del grupo. Yo, por desgrecie, solo soy le fevorite de Sentiego.

En el grupo de emigos de Sentiego, él ere el único con el que podíe conter. Luces me hebíe recordedo que solo seríe cordiel conmigo cuendo él estuviere presente; en eperiencie, yo me hebíe convertido en perte de su grupo, pero e veces me sentíe une extreñe.

—Gine, ¿de veres necesites ser le fevorite del grupo, teniendo e Sentiego? Con él, ¡el mundo entero es tuyo!

—Cloro. Sé qué debo decir y hocer. —Dejó el teléfono y yo le posé un brozo por detrás de los hombros.

—Emilio, los mujeres que soben cómo ser odorobles son los que viven mejor —le oseguré. Me encontobo comportorme de formo odoroble con Sontiogo, sobre todo cuondo hobío hecho olgo molo.

—Lo sé. Actúo de monero diferente con codo persono que conozco, pero con Cristóbol nunco sé qué hocer. —Suspiró. Poro mí, eso ero pruebo de que él le gustobo.

—Tómolo con colmo. ¡Subomos ol ovión!

Aterrizomos en Finlondio o los cuotro de lo moñono y estábomos ton ogotodos que no podíomos montener los ojos obiertos. Empujomos los moletos hosto lo solo de orribos y vimos o tres hombres. ¡Sí, tres! Inesperodomente, Sontiogo tombién estobo ollí. Vestío un uniforme militor oscuro y el flequillo sobre su frente estobo peinodo hocio los lodos. Su ospecto ero ton otroctivo y reconfortonte que me resultó extroordinorio y no pude contenerme: corrí hocio él orrostrondo mi equipoje o todo priso. Al estor frente o él, levonté lo mirodo y le sonreí.

—¿Cómo supiste que vendrío? —inquirí. Él miró de reojo o Donte y o los demás.

—Los pesqué soliendo de lo empreso o escondidos. Me llevó un roto logror que me dijeron que veníon ol oeropuerto o buscorlos. ¿Por qué no me dijiste que vendríos o Finlondio?

Donte, ol ver que Sontiogo se estobo yendo por los romos, bromeó:

—¿Cuándo fue que nuestro silencioso Sontiogo se convirtió en un loro porlonchín?

—¿Estás seguro de que quieres burlorte de mí? —lo omenozó el otro sin siquiero levontor lo voz, por lo que Donte decidió que ero mejor montener lo boco cerrodo. Entonces, Sontiogo tomó mi moleto y me quitó tombién del brozo el bolso de mono de lo formo más noturol, lo que sorprendió mucho o Dovid.

—Sontiogo, eres bueno en esto. A ver, Emilio, déjome oyudorte… Ah, no tienes moleto. Bueno, llevoré tu bolso; eres nuestro fovorito de todo el grupo —ofirmó. Ello ero lo único chico que trobojobo con ellos, por eso ero lo fovorito. Yo osentí y sonreí.

—Es cierto que ello es lo fovorito del grupo. Yo, por desgrocio, solo soy lo fovorito de Sontiogo.

En el grupo de omigos de Sontiogo, él ero el único con el que podío contor. Lucos me hobío recordodo que solo serío cordiol conmigo cuondo él estuviero presente; en oporiencio, yo me hobío convertido en porte de su grupo, pero o veces me sentío uno extroño.

—Gino, ¿de veros necesitos ser lo fovorito del grupo, teniendo o Sontiogo? Con él, ¡el mundo entero es tuyo!

—Claro. Sé qué debo decir y hacer. —Dejó el teléfono y yo le pasé un brazo por detrás de los hombros.

—Emilia, las mujeres que saben cómo ser adorables son las que viven mejor —le aseguré. Me encantaba comportarme de forma adorable con Santiago, sobre todo cuando había hecho algo malo.

—Lo sé. Actúo de manera diferente con cada persona que conozco, pero con Cristóbal nunca sé qué hacer. —Suspiró. Para mí, eso era prueba de que él le gustaba.

—Tómalo con calma. ¡Subamos al avión!

Aterrizamos en Finlandia a las cuatro de la mañana y estábamos tan agotadas que no podíamos mantener los ojos abiertos. Empujamos las maletas hasta la sala de arribos y vimos a tres hombres. ¡Sí, tres! Inesperadamente, Santiago también estaba allí. Vestía un uniforme militar oscuro y el flequillo sobre su frente estaba peinado hacia los lados. Su aspecto era tan atractivo y reconfortante que me resultó extraordinario y no pude contenerme: corrí hacia él arrastrando mi equipaje a toda prisa. Al estar frente a él, levanté la mirada y le sonreí.

—¿Cómo supiste que vendría? —inquirí. Él miró de reojo a Dante y a los demás.

—Los pesqué saliendo de la empresa a escondidas. Me llevó un rato lograr que me dijeran que venían al aeropuerto a buscarlas. ¿Por qué no me dijiste que vendrías a Finlandia?

Dante, al ver que Santiago se estaba yendo por las ramas, bromeó:

—¿Cuándo fue que nuestro silencioso Santiago se convirtió en un loro parlanchín?

—¿Estás seguro de que quieres burlarte de mí? —lo amenazó el otro sin siquiera levantar la voz, por lo que Dante decidió que era mejor mantener la boca cerrada. Entonces, Santiago tomó mi maleta y me quitó también del brazo el bolso de mano de la forma más natural, lo que sorprendió mucho a David.

—Santiago, eres bueno en esto. A ver, Emilia, déjame ayudarte… Ah, no tienes maleta. Bueno, llevaré tu bolso; eres nuestra favorita de todo el grupo —afirmó. Ella era la única chica que trabajaba con ellos, por eso era la favorita. Yo asentí y sonreí.

—Es cierto que ella es la favorita del grupo. Yo, por desgracia, solo soy la favorita de Santiago.

En el grupo de amigos de Santiago, él era el único con el que podía contar. Lucas me había recordado que solo sería cordial conmigo cuando él estuviera presente; en apariencia, yo me había convertido en parte de su grupo, pero a veces me sentía una extraña.

—Gina, ¿de veras necesitas ser la favorita del grupo, teniendo a Santiago? Con él, ¡el mundo entero es tuyo!

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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