Te regalo toda una vida de amor Capítulo 318

El corazón me dio un vuelco y la mano con la que sostenía el teléfono comenzó a temblar. Mi pecho se tensó a tal punto que me sentí ahogada y me costaba respirar. ¿Cómo podía ser que Fernanda tuviera insuficiencia renal? ¡Igual que mi madre! Con razón le había dejado a la niña a Leonardo; no era que quisiera deshacerse de la bebé ni que lo hubiera perdonado, ¡solo estaba desesperada por la situaciónSin perder tiempo, la llamé. Pero me atendió el contestador automático una y otra vez, por lo que al final llamé al teléfono de Leonardo. Él contestó enseguida.

—¿Pasó algo malo?

—¿Has visto a Fernanda? —pregunté con vacilación.

—No —respondió, algo irritado—. No quiere verme y no sé dónde está. ¿Por qué me preguntas por ella de repente?

Dudé nuevamente, ya que no estaba segura de si debía contarle la situación en la que ella se encontraba. Tras pensarlo unos instantes, decidí que era mejor ocultárselo, al menos por el momento.

Estaba tan preocupada por Fernanda que, cuando terminé de hablar con Leonardo, conduje hasta El Solar. Como José estaba de licencia, había decidido darle también unos días libres a mi asistente, por lo que no contaba con más compañía que la de algunos guardaespaldas. Cuando llegué era casi mediodía. Mi asistente me había enviado la dirección del hospital general de El Solar, que era donde se encontraba Fernanda. Al ingresar al hospital, para mi sorpresa, vi a mi cuñada, pero ella entró deprisa en la sala de emergencias, así que decidí que iría a verla después.

Encontré a Fernanda en la terraza, sentada tomando sol en su silla de ruedas, casi inmóvil. Hacía un largo tiempo que no la veía. Tenía el rostro pálido y parecía haber perdido mucho peso, ya que se la veía delgada como una hoja. solo piel y huesos, parecía que una ráfaga de viento se la iba a llevar volando de un momento para otro. ¿Cómo había terminado así? Mi corazón se aceleró cuando me acerqué a ella.

—Fernanda —la llamé. Percibí un temblor en sus pestañas antes de que abriera los párpados con lentitud para mirarme. Con ojos tristes, susurró:

—Regina, aquí estás.

Asentí. Me puse en cuclillas frente a ella con los ojos empañados y tomé su mano, que era liviana como una pluma.

—Estás muy delgada.

—No te preocupes —dijo con una sonrisa—. Mi cuerpo se está debilitando y perdí peso durante la internación.

—Pero mi asistente me dijo que…

—Es solo una insuficiencia renal leve —me interrumpió—. No es tan terrible. Es mi culpa por tener una vida tan desordenada: siempre me quedo despierta hasta tarde y no como alimentos nutritivos. Durante este tiempo en el hospital, me estuve recuperando. Temía que esto pudiera afectar a la niña. Por eso, la dejé con Leonardo para que la cuidara. —Mientras hablaba, conservaba la sonrisa—. Después de todo, es su padre, y Sammy tiene derecho a disfrutar del amor paternal.

—Pero, ¿de verdad estás bien? —indagué, preocupada.

—Sí. El médico dijo que, si sigo el tratamiento, no habrá complicaciones. En ese caso, ¡viviré diez años más!

Diez años… ¡Diez años era muy poco tiempo! De todas maneras, me sentí aliviada de que estuviera bien en ese momento.

—Mi madre me donó un riñón. —Decidí ser sincera—. Ahora está en la etapa terminal de la enfermedad y vivirá solo unos pocos meses. En cuanto a ti, estoy preocupada. No tengo derecho a condenarte por haberle donado el riñón a Camila, ¡pero quiero que sepas que no le debías nada!

Fernanda no tenía ninguna obligación hacia Camila, ¡ni siquiera la conocía! No tenía motivos para haberle donado su riñón, por más que Leonardo se lo hubiera pedido. Pero lo hecho, hecho estaba, y no tenía sentido traer el pasado a ese momento. En cualquier caso, yo estaba del lado de Fernanda. ¡Camila era muy egoísta! Sin embargo, también entendía que ella deseaba vivir, y era normal que las personas pensaran solo en ellas mismas al momento de enfrentarse con la muerte. En una situación así, no era difícil tomar una decisión semejante, y por eso tampoco podía culparla por haber presionado a Leonardo. Suspiré. Fernanda me apretó la mano y murmuró:

—No somos las personas más saludables del mundo, pero hay esperanza de que vivamos. Tú has tenido más experiencias cercanas a la muerte que yo y sabes que no tiene sentido gastar la energía en discusiones sobre cosas que ya pasaron. No importa si lo que hice valió la pena o no; después de todo, cada cual vive por sí mismo. Camila es parte del pasado.

—¿Has perdonado a Leonardo? —la interrogué, entonces, con algo de vacilación. Ella me respondió sonriente.

—Sí, ya lo perdoné. De lo contrario, no hubiera permitido que cuidara a Sammy. ¡Perdí la batalla conmigo misma! —Mejor dicho, perdí la batalla contra el amor.

—¿Volverán a estar juntos?

—No. —Sacudió la cabeza. Yo fruncí los labios y dudé antes de preguntar:

—¿Por qué?

—Lo perdoné, pero aún no puedo olvidar lo que me hizo. Aún no pude soltar el rencor y no creo poder hacerlo en esta vida. Incluso si volviéramos a intentarlo, no podría confiar en él como antes. —Levantó la mirada hacia el cielo y añadió—: Todos debemos tener nuestros límites, ¡y debemos protegerlos con la vida!

El amor de Fernanda era puro gracias al ejemplo de sus padres, que se amaban muchísimo. Y Leonardo había cruzado una línea.

—Entiendo. Respeto tu postura. —Fuera cual fuera su decisión, solo ella podía tomarla, y yo la iba a apoyar.

—Quizás conozca a alguien mejor en el futuro, —dijo tras una larga exhalación— tal como te pasó a ti con Santiago. Es difícil saber qué pasará con mi vida; tal vez me espere mucha más felicidad de la que jamás tuve.

—Si es así, tendrás mi bendición —repuse con una sonrisa—. Cuando te cases, debes invitarme. Soy la jefa de la familia Genova y estaré ahí para apoyarte. Tu futuro marido no se atreverá a hacerte daño. —Ella esbozó una sonrisa amplia.

—Definitivamente.

Estábamos en el mundo real, no en una película o en un programa de televisión. Además, ya éramos adultas y no teníamos la confianza ni la energía de la juventud. Deseaba que tanto ella como Maya y Carolina encontraran a la persona correcta, aunque tuvieran que pasar tribulaciones en el camino, aunque se llenaran de cicatrices… Deseaba que, a pesar de todo, tuvieran la capacidad de amar a otra persona.

—Fernanda, ¡vas a conocer a tu príncipe azul algún día!

—Bueno, tampoco me molestaría terminar sola —respondió. Enseguida rebatí:

—¿Cómo puede ser? ¡Eres hermosa! Debe haber más de un hombre que te desea en secreto. —Por dentro, sin embargo, seguía anhelando que esa persona fuera Leonardo. Al fin y al cabo, él era parte de la familia Esquivel y eso hacía que tuviera cierta preferencia hacia él. De todas formas, si era con otro hombre, igualmente le deseaba felicidad. Se merecía ser feliz porque era una persona maravillosa.

—Eso no me preocupa. Tengo a Sammy para hacerme compañía —repuso con una sonrisa. Me quedé con ella otro rato antes de bajar de la terraza. Antes de marcharme, le dije que me avisara si necesitaba algo y que haría lo posible por ayudarla—. Gracias, lo haré. Si surge alguna dificultad que no pueda resolver, te avisaré de inmediato —accedió sonriente, y yo sentí un gran alivio al oírla.

En ese momento, volvió la sensación de preocupación por mi cuñada. Tras bajar las escaleras, fui deprisa a la sala de emergencias. Al abrir la puerta, la vi sentada con los brazos llenos de heridas y, sobre una bandeja de metal a su lado, había un montón de trozos de vidrio.