Te regalo toda una vida de amor Capítulo 317

Bajé del escenario a toda prisa y fui tras bambalinas a cambiarme de atuendo. Luego corrí en dirección al auditorio para buscarlo, pero, por desgracia, la última fila ya se encontraba vacía. Entonces, salí de la sala de conciertos y vi a Santiago en el callejón mirando la farola de la calle sobre su cabeza. Caminé hacia él.

—¿Qué estás mirando?

—La luz está rota —respondió. Era cierto: la bombilla estaba apagada. Me acerqué y me colgué de su brazo como siempre lo hacía.

—Se debió haber descompuesto hace poco. Es una zona transitada, estoy segura de que la van a reparar pronto.

Me miró de reojo y me hizo una pregunta incomprensible:

—Mayra, ¿hay algo en lo que hayas creído siempre a lo largo de tu vida?

—¿Algo en lo que crea? —repetí con cautela. Había una sola cosa en la que siempre había creído, ¡y era en el hombre que estaba enfrente de mí! Sin embargo, nunca se lo había dicho. Él frunció los labios y sonrió sin decir una palabra. Estaba un poco extraño esa noche y me pregunté si su madre, que yacía aún en el hospital, le habría dicho algo para sembrar discordia entre nosotros. Tuve la intención de preguntarle, pero no me animé.

Esa noche llegamos tarde a casa. Él se metió en el baño con sus pijamas y yo cambié las sábanas por unas de color carne, ya que la mujer que limpiaba la casa cuando no estábamos siempre elegía sábanas blancas o negras y, a mi gusto, no resultaban tan acogedoras. Me gustaban los colores cálidos porque me alegraban el corazón.

Santiago salió de la ducha media hora más tarde y, cuando terminé de asearme, lo encontré fumando en el balcón. No tenía el hábito de fumar, ¡debía estar preocupado por algo!

—¿Qué sucede? —pregunté.

—Nada.

—Me doy cuenta de que estás molesto —insistí. Entonces, me clavó la mirada y repuso:

—Mi madre lleva mucho tiempo deprimida y enferma. Hoy me dijo que extraña a tu padre.

Elisa odiaba a mi padre casi tanto como lo amaba, ¡pero él estaba muerto! Se podía decir que lo había matado de disgusto, ya que aquella noche habían tenido una discusión feroz.

—Sin embargo, no puede deshacerse del odio que tiene dentro —le respondí. De hecho, su incapacidad de soltar ese odio había provocado que Santiago y yo nos separásemos. Él cerró los ojos.

—Lo siento, Mayra. Luego te lo explicaré.

Ya había dicho una vez que se iba a ocupar del tema, pero, hasta ese momento, aún no lo había hecho, y yo no lo presionaba porque no quería generar asperezas entre él y su madre.

—No te preocupes. No voy a obligarte, Santiago. Estoy feliz de cómo estamos ahora, ya sea que nos casemos o no… —¡Sí, era importante para mí ser su esposa! Pero no quería alterarlo, y era verdad que estábamos muy bien en ese momento. Sin embargo, él me interrumpió con frialdad.

—No digas tonterías. —Él podía estar ante un dilema, pero su personalidad seguía intacta: siempre quería resolver los conflictos y jamás huía de ellos. Me quedé en silencio. Apagó el cigarrillo y me abrazó—. ¿Estás cansada? —preguntó en voz baja. Era algo tarde.

—Un poco —admití. Sin dejar de abrazarme, me llevó hasta la cama.

—Mayra, —susurró cuando estaba a punto de dormirse— hay muchas cosas en la vida que tienen un destino. Mi objetivo final es que tú seas mi esposa, no importa cuán difícil sea o cuánto tiempo nos tome. Espero que tú te mantengas firme en tu decisión y no te dejes distraer por las cosas que suceden a tu alrededor. Y también quiero que no te culpes. Eso también es, de hecho, un salto de fe. —Su deseo era que yo reforzara mi decisión y que no permitiera que nada me corriera de mi objetivo de casarme con él. Me mordí el labio inferior y murmuré un «Ajá». Entonces él agregó en un susurro—: Cariño, eres el amor de mi vida. Santiago, que pocas veces expresaba verbalmente sentimientos como esos, me acababa de decir que era el amor de su vida. Una sensación de inquietud me invadió.

—¿Por qué me sales con todo esto ahora? —pregunté preocupada.

—Porque mañana me voy —respondió. Me di vuelta y me abracé a su cuello.

—Pero hablas como si no fuéramos a vernos más, ¡y te veré en pocos días!

—Solo quiero que sepas lo que siento por ti antes de irme, cariño. Quiero amarte de la mejor manera y quiero que te sientas amada, ¿de acuerdo? —Esa noche, él era una persona completamente diferente del hombre frío que yo había conocido.

—Está bien. ¡Yo también te amo! —Le besé la mejilla y él, presionándome más contra su cuerpo, me dijo entre murmullos que durmiera. Sin embargo, estaba tan inquieta que no pude dejar de moverme y de dar vueltas durante toda la noche. Cuando Santiago despertó, antes del amanecer, me apresuré a cerrar los ojos y fingí que dormía. Él se metió en el baño, se vistió con una camisa blanca y el traje negro de siempre. Luego se acercó, estiró una mano y me acarició el rostro—. ¿Ya te vas? —le pregunté, simulando que acababa de despertarme.

—Sí. —Se agachó para besarme la comisura de los labios y su aliento tibio me rozó la mejilla.

—Santiago.

—¿Sí?

—Recuerda extrañarme —pedí con una sonrisa.

—Lo haré. —Dicho eso, se incorporó y salió de la habitación. Con los ojos llenos de lágrimas, me levanté, fui hasta la ventana y la abrí. Cuando lo vi salir del chalé, le grité:

—¡Santiago!

—Hace frío —dijo al mirar hacia arriba y verme en la ventana.

—Cuando regreses a casa en unos días, traeré a los niños para que los veas. ¡Recuerda traerme un regalo! A las chicas les gustan los presentes, y yo no soy la excepción. No te olvides de traer también algo para Pedro y Rita.

—Mmm, de acuerdo —respondió con los labios fruncidos. Mi rostro ya estaba empapado por las lágrimas. Me las sequé con una mano y le sonreí.

—Hay demasiado viento, cerraré la ventana.

¡Santiago se iba a Finlandia! Una sensación de desasosiego me inundó el corazón, como si supiera que iba a suceder algo.

Permanecí en la cama un rato más antes de levantarme para tomar los medicamentos contra el cáncer. No parecía que fuera a surgir ninguna complicación en el examen médico de ese día. Me dirigí al hospital y busqué a mi médico, quien, tras examinarme, anunció:

—Estás mejorando, pero aún debes cuidarte. Presta atención a tu cuerpo, come saludable, vive una vida sana y haz lo posible para nor caer en tu círculo vicioso de nuevo, de lo contrario… —Mi cuerpo no iba a poder soportar el estrés una vez más.

—De acuerdo, lo haré —repuse. Ahora que tenía a mi prometido, valoraba muchísimo mi vida porque no quería perderlo. Además, ¡tenía a mis dos hijos!

Mi plan original para después de la cita con el médico era ir a la empresa, pero no pude cumplirlo, pues al poco tiempo me llegó un mensaje de Gabriel: «Señora Esquivel, pude averiguar algo sobre el estado de la señorita Galván. No se trata de una infección, sino de una insuficiencia renal… ».