Te regalo toda una vida de amor Capítulo 312

Te regalo toda una vida de amor Capítulo 312

Al notar que el semblante de Santiago se oscurecía, no me atreví a decir nada más y solo me di la vuelta para terminar de lavar los platos que me quedaban. Cuando terminé de limpiar, volví a la sala de estar y descubrí que mi marido se había cambiado de ropa. Llevaba un uniforme negro del ejército, con un cinturón de cuero del mismo color.

—Santi, ¿qué llevas puesto? —le pregunté asombrada acercándome a él.

—¿No me habías dicho que te gustaba esta ropa? —contestó con ligereza.

Me quedé sin palabras. «Había ido a cambiarse la ropa sin decir nada. ¿Son todos los hombres inesperadamente considerados en el fondo? ¡No puedo creer que sea tan adorable!», pensé.

Me arrojé sobre sus brazos y lo besé en la mejilla con cariño.

—Ten cuidado. Si chocas conmigo solo te lastimarás. —Me rodeó la cintura con el brazo para sujetarme bien y se rio por lo bajo.

—Santi, ¿te has cambiado de ropa por mí? —pregunté sin rodeos pensando que no me contestaría. De hecho, ni siquiera esperaba una respuesta de él en primer lugar. Solo quería hacer esa pregunta para divertirme.

—Sí, quería hacerte feliz —respondió con solemnidad a pesar de mis expectativas.

«Sí que se le da bien coquetear», pensé. Sujeté su cara entre mis manos y besé sus finos labios. Al ver que sonreía con la mirada, no pude contenerme y volví a besarlo. Luego, lo besé una vez más, porque no era suficiente. Al parecer notó mis intenciones, pues apretó la palma de su mano contra mi nuca y profundizó el beso, que terminó diez minutos después. En ese momento, sentía los labios entumecidos hormiguear. Me separé de él avergonzada, pero cuando me vio se le dibujó una leve sonrisa en el rostro. Era deslumbrante cuando sonreía.

Preocupada por no poder reprimir mi lujuria, me apresuré a huir al jardín, donde lo esperé. Los albaricoques florecían como de costumbre. Además, más y más capullos crecían en el durazno, y se esperaba que florecieran el mes siguiente. El jardín en plena floración sería sin dudas un paisaje hermoso, pero era una lástima que Santiago no estuviera en casa durante ese período. Para ser sincera, me resistía a separarme de él, pues odiaba que pasáramos tanto tiempo separados. Sin embargo, dado el contexto, no había otra opción: él tenía que mantener su autoridad y yo tenía que ocuparme de Soluciones Genova. No podíamos abandonar las grandes responsabilidades que teníamos. Ni bien lo hiciéramos, seríamos destrozados por quienes esperaban con avidez en las sombras.

—De verdad, no quiero —murmuré para mis adentros tras soltar un suave suspiro. «Cómo desearía renunciar a todo y quedarme junto a él todo el día. Pero, ¿qué me quedaría entonces? No podría siquiera cuidar de mí misma. Si quiero permanecer a su lado, tengo que volverme tan fuerte que nadie pueda ponerme un dedo encima. Me niego a ser una carga que solo lo tire abajo», reflexioné, no podía evitar sentirme un tanto frustrada.

De repente, escuché su voz detrás de mí.

—¿Qué clase de películas te gustan? —indagó.

—¿Vamos a ver una película? —le devolví la pregunta mientras me volteaba.

—Sí, cumpliré tus tres deseos. Después de la película, iremos al chalé Esquivel a comer. Por la noche, pasaremos un rato con tu mejor amiga. Una vez que terminemos las tres actividades, volveremos a casa.

Recordaba todo lo que le había pedido.

—No sé qué películas están dando ahora en los cines. Decidamos cuando lleguemos allí —dije tras acercarme y tomarlo de la mano.

El cine estaba casi desierto por la mañana, y elegí una de las películas más populares en ese momento. Después de comprar las entradas, volví y vi que Santiago había comprado un cubo de palomitas de maíz y un vaso de Coca Cola, que estaba a temperatura ambiente.

—¿No vas a tomar nada? —inquirí, curiosa.

—No bebo Coca Cola —respondió.

La verdad era que llevaba una vida extremadamente restrictiva. Rara vez consumía algún tipo de comida chatarra. De hecho, nunca lo había visto comer bocadillos poco saludables ni beber nada dañino para la salud. Como mucho, bebía té y café.

—También tienen agua mineral —señalé como alternativa.

—Entremos —replicó tras reflexionar en silencio un momento. Me pasó el cubo de palomitas, lo tomé y me lo acerqué al pecho. Él sostenía el vaso de Coca Cola en una mano y con el otro brazo me rodeaba la cintura con confianza. Al entrar en la sala de cine, descubrimos que no había nadie más dentro.

—¡Tenemos todo el cine para nosotros! —exclamé encantada. Muy poca gente iba al cine a esa horas.

Justo antes de que empezara la película, varias personas entraron en la sala. Entre ellos, una pareja que se sentó frente a nosotros. Puede que se debería a su corta edad, pero el muchacho era muy empalagoso. Se pegaba a su novia y le pedía una y otra vez que le diera palomitas. Cuando le daba sed por comer demasiado, le pedía Coca Cola.

—Empieza la película, presta atención —susurró Santiago inclinándose al ver que me quedaba mirando a la pareja.

Volví la atención a la gran pantalla, pero de vez en cuando, a lo largo de la película, no podía evitar observarlos. Tras dudar un rato, empujé con brusquedad el vaso de Coca Cola que tenía en las manos acercándolo a Santiago. Él bajó la mirada y se quedó contemplando la pajilla que tenía delante. Luego de un breve momento de silencio, se llevó la pajilla a la boca con delicadeza y bebió un sorbo. Cuando soltó la pajilla, retiré el vaso y le pregunté con picardía:

—¿Qué tal?¿Acabo de abrirte la puerta a un mundo completamente nuevo?

—Hablas como si nunca hubiera tomado Coca-Cola. No me gusta, pero eso no significa que nunca la haya probado —respondió con calma.

—Entonces, ¿has comido palomitas antes? —seguí indagando.

—La verdad es que no —admitió.

Así que de inmediato le metí un puñado de palomitas en la boca. Parecía un poco sorprendido por mi entusiasmo inesperado.

—Reina, eres una niña difícil. —Suspiró sin poder evitarlo.

—¿No está delicioso? —le pregunté riendo.

—Sí, sigamos viendo la película —cedió asintiendo.

Obediente, me enderecé para mirar al frente. Poco después, giré la cabeza hacia un lado y noté que me estaba mirando a escondidas. Esbocé una enorme sonrisa al verlo, pero Santiago frunció los labios y pareció avergonzarse, por lo que retiré la mirada y seguí viendo la película.

La película, que no duró más de dos horas, terminó muy rápido, pero no era particularmente interesante. Sin embargo, la razón principal de mi desinterés era que la mayor parte de mi atención la había captado el hombre sentado junto a mí, pues no había dejado de mirarle a escondidas durante toda la película.

Cuando terminó la función, eran casi las once de la mañana. Santiago y yo paseamos por el centro comercial, con la esperanza de comprar algunos regalos para llevar a casa cuando volviéramos más tarde al chalé Esquivel. La última vez que habíamos ido de compras juntos había sido en Finlandia, en busca de un regalo para Jeremías. En aquel momento yo no sabía que Jeremías era tan hipócrita. Frente a Santiago, me daba la bienvenida, pero, la verdad, era que en secreto me persuadía para que me marchara. Siempre había querido contarle a mi marido ese incidente, pero no me atrevía a mancillar la impresión que guardaba de él en lo profundo de su corazón. Al fin y al cabo, Jeremías lo había salvado, por lo que si se enteraba de la verdad, se entristecería.

Era casi mediodía cuando llegamos al chalé Esquivel. Cuando Juliana nos vio llegar juntos a casa, no pudo ocultar su asombro:

—Gina, ¿por qué no me dijiste con antelación que vendrían juntos a casa? Podría haberles preparado el almuerzo.

—Quería darles una sorpresa. —Me reí.

Al ver todos los regalos que Santiago llevaba, mi padre se apresuró a ayudarlo con ellos.

—Señor Esquivel —lo llamó Santiago con voz suave.

No estábamos casados así que esa era la única manera apropiada de dirigirse a mi padre, que se mostró estupefacto al oír el modo en el que se dirigía a él. Parecía que tenía algo que decir, pero al final guardó silencio. Luego, fue a guardar los regalos en su habitación.

Mientras tanto, Juliana le pidió a Santiago que le hiciera compañía a Rita:

—¿Por qué no subes y le echas un vistazo a Rita?

Santiago siguió a la niñera al primer piso, y yo ayudé a mi madre en la cocina durante un rato antes de marcharme de allí y subir las escaleras. En cuanto abrí la puerta, lo vi sosteniendo a Rita en brazos. Sus movimientos parecían aún más hábiles y versados que los míos.

—Reina, Leo acaba de decirme «papá» —soltó con alegría al verme entrar en la habitación.

 

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Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)

Score 9.2
Status: Ongoing Type: Author: Artist: Released: June, 6, 2023 Native Language: Spanish
Content
  • Te regalo toda una vida de amor (Nicolás Ferreiro)
En secreto, estuve enamorada de Nicolás Ferreiro durante nueve años e incluso cuando era adolescente, solía seguirlo a todos los lados. Cuando crecí, acepté convertirme en su esposa, sin embargo, en nuestra relación nunca hubo amor o piedad, ni siquiera cuando le pedí el divorcio y puse la influencia de mi familia en juego, cambió su trato hacia mí. Para mi mala suerte, él tampoco recordaba a aquella niña temerosa y precavida que lo seguía. Así que, tuve que divorciarme para comprender que durante todo ese tiempo, mi amor por él no era correspondido, porque la persona a la que en realidad había amado de aquí a la luna, jamás fue él; al parecer, estuve equivocada desde un principio.

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