Te regalo toda una vida de amor Capítulo 292

«Quiero amarte para toda la vida», repetí. Al verlo perseverar tanto, un dolor agudo se clavó en mi pecho, que me dejó sin respiración. Después de todo, Nicolás había sido una persona a la que alguna vez le había dado mi amor y fue por eso que no me quedó otra opción más que darme la vuelta e irme. La rabia en mi corazón no paraba de crecer. «¿Cómo es capaz de decirme que me ama después de haberme lastimado incontables veces? Tiene la desfachatez de decir que quiere amarme por el resto de nuestra existencia. ¿Se burla de mí? Se ríe de mis desgracias porque, en el pasado, le dije que iba a ser el único hombre en mi vida, pero al final, tuve que resignarme a dejarlo ir y enamorarme de otro. Pero, ¿me dejó otra alternativa? ¿Quiere que me aferre a la idea de un hombre que me perjudicó de mil maneras distintas y que no pertenecía al mundo de los vivos? ¿Se supone que yo tengo que pasar el resto de mis días junto a Nicolás bajo esa dinámica? ¿No tengo derecho a querer ser feliz?», así eran mis pensamientos.

Haber conocido a Santiago resultó ser un desafío porque era de carácter esquivo, pero, al mismo tiempo, su presencia en mi vida fue como un soplo de aire fresco. Me mostró una faceta dulce de su personalidad y era con quien deseaba compartir mis días. Habían pasado dos años desde que nos habíamos conocido y fue extremadamente difícil llegar al lugar en el que estábamos, pero eso no quitaba todo lo que yo lo adoraba. Cuando decía cosas como «nunca más», «esta es la última vez» y «la única en mi vida», siempre mantenía una actitud de desapego, que era una de sus cualidades más atractivas. Cada vez que se refería a mí como «cariño», lo hacía de una forma sumamente dócil que me derretía el corazón. Un hombre magnánimo que sabía distinguir el bien del mal y que no me lastimó ni una sola vez.

«¡Cuánta fortuna tengo de haberlo conocido! ¡Qué bendición es que me cuide!», pronuncié para mí, aliviada. Aunque era una persona reservada y de pocas palabras, a mí me gustaba su aspecto de ángel caído. Me atraía que pareciera frío y cruel, pero que en su interior fuera gentil y cálido. Además, sentía admiración por su costado conservador, por su habilidad de escribir y hablar de forma elocuente y pintoresca. Estimaba su reticencia aparente, que contrastaba con las ocasiones en las que me seducía con comentarios enigmáticos. Me encantaba todo de él. Empujé la puerta para entrar al salón de invitados, sin percatarme de que había otras personas dentro, y me quedé observando con detenimiento al hombre que estaba de pie junto a la ventana mirando al horizonte. Era Santiago, dije su nombre.

—¡Me gustas y he decidido que te seguiré por siempre! —me apuré a decirle en un tono emotivo. En lo que me restaba de vida, iba a ser su mujer. Era natural siendo la madre de sus dos hijos.

Se dio la vuelta y me miró de costado con ojos pícaros. Estaba provocándome en un momento extraño.

—¿No hay forma de que me abandones? —preguntó. Me hablaba despacio, lo cual hizo que me temblara el pecho.

Asentí frenética, hasta que escuché una tos que llegaba de algún rincón del cuarto.

—¿Hay alguien más en la habitación? —lo interpelé sobresaltada. Seguí el sonido e inspeccioné con mi mirada por encima del hombro. Había un hombre mayor.

—¿Quién es él? —dije curiosa mientras me dirigía hacia donde estaba. La persona que le hacía compañía no debía ser alguien cualquiera. Finalmente, se dispuso a presentarlo.

—Regina, este es el señor Hayes.

«¿Aquel anciano vivaz parado frente a mí era nada más y nada menos que el abuelo de Tanya?». Como todavía estaba presa del asombro, Santiago me empujó hacia donde estaba el señor Jeremías para que tomara asiento.

—Cuando era joven, me separé de la familia Genova y viajé a Finlandia más de una vez. Fue el señor Hayes el que me apadrinó y estuvo a cargo de mi crianza por varios años —me explicó. Hizo una pausa y, en tono agradecido, añadió—: Hizo que mi vida cobrara sentido. Es una persona que se lleva todos mis respetos.

Era la primera vez que me presentaba a alguien con tanta solemnidad. Jamás había sido así, ni siquiera cuando fui a conocer a su madre. Hice un gesto vigoroso con la cabeza y lo saludé obediente.

—Hola, señor Hayes.

Jeremías sonrió bondadoso y luego corrió sus ojos hacia él con expresión de reproche.

—No hace falta que hables siempre de cosas antiguas.

Sus labios se curvaron y una sonrisa se plasmó en su rostro sin que dijera nada. A continuación, posó su mirada sobre mí con amabilidad. Aunque no parecía que tuviera malas intenciones, no pude evitar sentirme intranquila.

—Qué muchacha más bonita —dijo pasado un rato.

—Sí, es preciosa —continuó Santiago.

—¿Cuándo es la boda?

—Pronto —replicó respetuoso.

—Está bien. Cuanto antes empecemos con los preparativos, mejor.

Retomaron su conversación de forma tal que dejaba entrever que ya habían decidido lo que harían conmigo. El tono me resultó poco grato. Por algún motivo que no podía poner en palabras, pero que se relacionaba con la intuición propia de una mujer, no sentí la más mínima sensación de afecto hacia Jeremías, el que tenía enfrente, pese a que era la persona que Santiago más estimaba. Fue poco el tiempo que demoró Lucas en hallar el cuarto. Nos comunicó que había invitados poderosos que estaban queriendo hablar con Santi, lo que lo impulsó a abandonar el salón.

—Espérame aquí —me pidió antes de irse.

—Bueno —respondí leal a la vez que asentía.

Minutos después, partió con Lucas. Desconocía quiénes eran aquellas personas importantes con las que iban a reunirse. Yo, por mi parte, me había quedado a solas en el cuarto con Jeremías. Siendo sincera, me dominó la torpeza y desorientación.

—¿Me tienes miedo? —consultó con una sonrisa al percibir mi desinterés.

—Por supuesto que no, señor Hayes —afirmé y sacudí la cabeza de un lado a otro.

—Santiago te aprecia mucho —dijo de un tirón.

Fruncí los labios y lo escuché con atención.

—Apoyo su deseo de encontrar una esposa, pero su elección no es de mi agrado.

Perdí la capacidad de hablar al comprobar que mi presentimiento era correcto. Casi nunca falla la intuición de una mujer. Mis ojos apuntaron al suelo y permanecí en silencio.

—Santiago es uno de los hombres más sobresalientes que conozco. Es una joya difícil de encontrar y yo cuento con una nieta. Aunque él no la aprecie, sigue siendo de mi sangre y la futura jefa de la familia.

Entendí a la perfección lo que Jeremías trataba de decirme. Desde su punto de vista, la esposa más apropiada para Santiago era Tanya. Continué callada, en actitud sosegada, cuando me acordé de Dante y sentí pena por él. Como era un hijo ilegítimo, no tenía derecho a la herencia y habían reducido su rol a un simple administrador de los asuntos familiares en nombre de Tanya. Pero él también era un Hayes. Jeremías suspiró.

—Quiero que el niño al que crié por tantos años sea feliz porque lo estimo como si fuese mío. No es que te deteste a ti o a la familia Genova, pero mi nieta lo adora y porque velo por el bien de mi familia, creo que el único apropiado para ser nuestro yerno es él. ¿Entiendes lo que intento decir? —insistió.

Entendí que sus intenciones eran que me separara de Santiago. ¿Pero qué podía hacer? No me molesté en alzar la voz ni en replicarle. Jeremías lucía confundido.

—¿No tienes nada para decir?

—¿Qué quiere que le diga? ¿Que le concederé lo que me pide y cortaré lazos con él? Señor Hayes, yo a él lo amo y, por eso, lo respeto a usted, pero la idea era que usted me aprecie a mí también. ¿Con qué derecho me pide que me aleje de él? ¿Cree que podrá apartarme soltando un par de frases? Para serle sincera, no planeo abandonarlo nunca. No soy fácil de amedrentar, sépalo, en caso de que tenga pensada alguna artimaña. Aunque me vea forzada a abandonar a la familia Genova por completo, ¡sepa que no le tengo miedo! —exclamé desencajada.

Mi amenaza era con fines preventivos y, sin embargo, Jeremías no pareció desmoronarse con lo que dije.

—Propio de una descendiente de Jaime. Tienes agallas, pero queda mucho camino por recorrer y muchas cosas pueden cambiar en el transcurso. ¿Crees que no puedo hacer que Santiago cambie de opinión sobre ti? Aunque a ti no te convenza.