Te regalo toda una vida de amor Capítulo 293

No quise tomarme a pecho las palabras de Jeremías, dado que alguna vez había surgido el tema y lo habíamos conversado con Santi.

—¿Qué pasaría si te pide que fueras su yerno y tú me eliges a mí? ¿Y luego él decide cortar lazos contigo? —le pregunté en esa ocasión.

—Eso jamás sucederá y, si eso pasara, no va a importarme. No soy alguien que vive para complacer a los demás —me había asegurado.

No era que quería complicarle la vida, pero me resultaba imposible alejarme de él y, frente a una amenaza, me convertía en una persona temeraria. Además, Jeremías no lo influenciaba tanto como para hacerlo cambiar de idea. Santiago era claro en muchas cosas y sabía exactamente lo que quería. Con ese pensamiento en mente, mis labios formaron una mueca.

—Puede intentarlo —repuse.

—Me he enterado de tus nobles acciones a través de los años. No te ha servido de mucho asociarte con la familia Esquivel ni con los Genova. Tampoco tienes talento para la toma de decisiones, pero si hay algo que sí tienes, es suerte. Siempre hay un hombre que te apoya sin reprocharte nada. Antes eran los Esquivel, luego de su fracaso, aparecieron los Genova, pero, en cuanto pierdas a Santiago, valdrás muy poco. No podrás siquiera recurrir a los Genova. Los perderás a ellos también llegado el momento —espetó, sarcástico, cuando vio mi expresión calma e implacable.

«En el futuro, iba a perder a la familia Genova», me detuve a meditar sobre lo que había dicho. Mi mirada se endureció.

—No es asunto suyo. —Jeremías se mostró contento con mi reacción—. No pierda tiempo preocupándose por los asuntos de los Genova o de Santiago. Él jamás va a convertirse en su yerno. No busque provocarme; sé muy bien que su nieta no es tan maravillosa como usted dice —enfaticé con aspereza.

Tanya era arrogante y mandona. Mucho peor que yo.

—Por lo menos, no es una divorciada.

No me molesté en contestarle porque lo que decía me parecía irrisorio. Temía no ser capaz de controlarme, por lo que acabé por levantarme y salir del cuarto hecha una furia. Afuera, me topé con Nicolás, que estaba en la misma posición en la que lo había dejado, a pocos pasos. Me observaba con una mirada despejada, como en los viejos tiempos, cuando todavía éramos marido y mujer. Yo también solía perseguirlo con ojos atentos, a la espera de que algún día notara mi existencia. Pero ahora, los roles se habían invertido. La que alguna vez lo seguía se transformó en el objeto de deseo.

Ansiaba demostrarle simpatía, pero no podía perdonarlo cuando pensaba en las cosas terribles que había hecho. Sentí cómo el resentimiento se apoderaba de mí. Aparté la mirada y me fui en busca de Santi, pero no logré hallarlo. En el camino, me encontré a Camilo y a Flor, con quienes quería platicar desde un comienzo. En eso estaba cuando escuché que Camilo se dirigía a ella, en tono inquisitivo.

—Murió hace tantos años. ¿Qué es lo que quieres de mí? ¿Se supone que debo morirme yo también con tal de pagar mis deudas? —rezongó.

—No bastará toda una vida para compensar lo que has hecho. No volveré a mencionar lo que sucedió. Solo quiero tener una vida apacible junto a ti, pero tú insistes en retomar el tema —aventuró ella con frialdad.

Camilo era una persona de buen carácter. Aunque algo tímido con los demás, era sumamente cálido con su familia y, por lo general, no era alguien con poca paciencia. No obstante, allí estaba, todo furioso.

—¡No quería traer el tema! Pero me resulta difícil ignorar que actúas como una sonámbula después de haber conocido a su hermano. Te ha generado demasiada angustia que se le pareciera. Admito que lo que pasó fue culpa mía y lo he aceptado sin importar cuantas veces me lo restregaste en el rostro. Aún así, eres incapaz de olvidarlo. ¿En verdad quieres ser mi esposa y vivir conmigo? Estamos casados hace añares y te niegas a tener hijos. ¿Crees que no estoy enterado de que abortaste en secreto? Eres una mujer cruel y desalmada conmigo. Tienes tanta sed de venganza que no sería extraño que asesinases a un bebé de cuatro meses mientras retoza en su cuna. Sientes debilidad por los niños pequeños, pero hiciste aquello porque yo soy quien… —bramó violento.

Se detuvo de repente. Tenía una mueca de desagrado y sus ojos irradiaban tristeza mientras observaba a su esposa comportarse como si estuviese hipnotizada. A decir verdad, me disgustó bastante escuchar su discusión. Siempre supe que había un conflicto latente entre ellos, pero asumí que lo habían resuelto en los dos años que habían pasado juntos. Por el contrario, lo que sucedió fue que él soportó y contuvo el dolor en su pecho mientras que ella mató a un niño apunto de nacer a espaldas de su marido. ¿Quién estaba equivocado y quién tenía la razón? No sabía bien la respuesta y tampoco entendía sus circunstancias. Pensé que habían tenido suerte de elegir una ubicación remota y que nadie más que yo fuera testigo de aquella conversación. Camilo cerró los ojos de un golpe y dio unos pasos hacia atrás, desorientado.

—Estoy cansado de sufrir. Todos estos años, no has hecho más que culparme. Pero ya no más. Esta vez, te dejaré ir. No quiero estar con alguien que me detesta —concluyó con un dejo de decepción en su voz.

De los ojos de ella comenzaron a brotar las lágrimas, pero su terquedad hizo que se contuviera.

—Muy bien. Adiós —se limitó a contestar.

La frase resonó en mi mente. Fue tan sencillo para ellos separarse y, en cambio, a mí me era imposible porque amaba demasiado a Santiago. En aquel tiempo, no entendía del todo que el amor solo no basta. Una vez alcanzado ese punto, no queda otra cosa más que la desesperación en el corazón. Comprendí por fin que, tanto ellos como nosotros, éramos meros diletantes del amor. Permanecí oculta en un rincón, esperando a que Camilo partiese para ir a buscar a su esposa. Al acercarme, le di unas palmaditas en el hombro.

—Flor —la llamé por detrás.

Ella giró sobre sus talones, sorprendida.

—Gina.

—Oí sin querer tu conversación con Camilo.

—No te preocupes por mí —se anticipó a decir ella.

—¿Qué es lo que ocurre?

—Acabo de conocer al hermano mayor de Gonzalo y me hizo perder el juicio. Incluso cuando Camilo repitió mi nombre, no conseguí oírlo. —Como la inquietaba que no la entendiera, se tomó un momento para explicarme—. Gonzalo Aguilar ha fallecido hace un tiempo. Yo quería estar con él cuando estaba vivo y resultó ser un suceso de lo más desafortunado. Después de su muerte, no conseguía confiar en nadie. Me sentí sola y triste por mucho tiempo. Entonces, Camilo apareció; me brindó contención y compañía. Es por eso que decidí aceptarlo, pero, más tarde, descubrí que estaba relacionado con la muerte de Gonzalo. Con anterioridad, Flor me había comentado acerca de esta tragedia y de sus sospechas.

—Vayamos a comer algo. —Estaba reacia a hablar del tema y, por eso, me tomó del brazo y quiso cambiar de tema.

Decidí seguirla en silencio hacia el buffet, ya que no soy buena consolando a otras personas. Soy la clase de persona que termina aceptando las vicisitudes. Flor calló su dolor y engulló una buena cantidad de postres, como una forma de llenar el hueco en su corazón. Pasé unos minutos meditando sobre lo que era mejor decirle para que se tranquilizara.

—En la vida, lo más difícil de encontrar es alguien que te ame plenamente. No hay dudas de que Camilo te adora ni de tus sentimientos hacia él. Siendo esto lo que sucede, ¿por qué no dejas atrás los malos recuerdos? —la aconsejé.

Lucía algo dudosa, ya que la había tomado por sorpresa. Estiré la mano y le ofrecí una porción de tiramisú en tanto colmaba de halagos a Camilo.

—Antes era tú la que me consolaba, así que ahora me toca a mí. Sé muy bien que no conseguiste del todo olvidar a esa persona y esto, a su vez, provocó que te costara perdonar a Camilo. Pero, quiero que tomes mi palabra, soy alguien que pasó por mucho. Más de una vez, estuve a punto de cruzar la línea entre la vida y la muerte. Gracias a eso, llegué a una conclusión y es que, sin importar lo que suceda, ninguna persona pierde la capacidad de amar. ¿Por qué no le das otra oportunidad?

Flor aceptó el postre, aturdida, y le dio un mordisco. Estaba a punto de hablar cuando una voz desagradable intervino.

—¿A quién tenemos aquí? A Flor Navarro, la que no puede quedar preñada. No pasa un día sin que la señora Navarro diga cuánto anhela un nieto. Dijo que si no te inoculan pronto, deberás ceder tu lugar en el establo.