Te regalo toda una vida de amor Capítulo 283

«¿Suárez? Nunca había escuchado ese apellido», pensé. Sin embargo, le confié su nombre a mi memoria y le dije:

—Bueno, volveré mañana.

—De acuerdo. Haré los balances.

Me fui del restaurante y le envié un mensaje a José para preguntarle dónde estaban él y Maya. Él me respondió: «Estamos en el auditorio». Caminé hasta allí y vi que José me esperaba en la entrada. Me entregó el boleto para el concierto y me dijo:

—La señora Silva la está esperando adentro. No me habló mucho y me pareció que estaba con el ánimo por el suelo.

—¿No dijo nada? —le pregunté, tomando el boleto.

—No. Estuvo muy callada.

Llena de preocupación, entré al auditorio y encontré a Maya, que estaba sentada en la anteúltima fila.

—¿Cómo te sientes? —le pregunté angustiada, estirando el brazo para sostener su mano.

—Estoy bien. Las heridas sanarán algún día. Solo que las cicatrices de mi rostro… Consulté a algunos médicos y dijeron que sería difícil quitarlas. Supongo que estoy desfigurada. Bueno, eso es todo por ahora. ¿Luego me recomiendas un cirujano plástico mejor? —respondió con suavidad.

Sonaba imperturbable al hablar, pero yo sentí una punzada en el corazón al escucharla. Verla a ella era como ver a mi yo del pasado, que se sentía desdichada por no poder estar con la persona que amaba. Tanto a Maya como a mí nos habían lastimado una y otra vez en nuestras relaciones. Ambas habíamos intentado encontrar el amor en este mundo, pero era extremadamente difícil. Una vez pensé que ella lo había encontrado cuando conoció a Raúl, pero ese hombre… La había vuelto loca al invitar a Santiago a su boda. Me parecía que la amaba mucho. ¿Por qué iba a divorciarse de ella y decir que ya no la amaba así de repente? ¿Será que un hombre puede dejar de ser fiel a su amada de manera tan imprevista?

—Cuando te recuperes por completo de las lesiones, te presentaré al médico que me trató antes —dije con compasión, ocultando mi tristeza.

—Ajá —respondió Maya, con el barbijo puesto. Sus ojos estaban calmos y mucho más mansos, pero no había más que una difunta quietud en esa gentileza.

Tenía la esperanza de que fuera feliz, pero sabía que ya no abriría su corazón a una nueva relación. Iba a pasar el resto de su vida aferrada a los recuerdos, aunque tuvieran que ver con Alán o Raúl. No iba a dejarse lastimar por amor otra vez.

—La dueña aceptó vendernos el negocio —anuncié.

—Muchas gracias, Gina. —Maya habló muy poco después, solo para responderme cuando le hacía alguna pregunta. Viendo que estaba decaída, decidí no molestarla. Cuando terminamos de escuchar el concierto, dos horas más tarde, la acompañé hasta el restaurante, donde permaneció de pie mirando el frente—. Me gusta mucho este lugar —afirmó en un raro momento de felicidad.

—Sí. Al menos, la vida aquí era tranquila y sin preocupaciones —añadí. La vida transcurría a paso lento cuando se tenía una casa de té, y ni que hablar de los muchos gatos que se tenían como mascotas.

—Gina, este es mi lugar. —Maya levantó la mano izquierda para señalar el frente del restaurante. Luego, con la voz llena de nostalgia, continuó—: He vivido por Alán desde hace un par de años; ahora, solo quiero vivir por mí. Gracias por darme un lugar que puedo decir que es mío. —No levantó la mano derecha, quizá no pudo hacerlo.

Recién en ese momento me di cuenta de que su muñeca derecha estaba más gravemente dañada de lo que pensaba.

—Está bien. Vendré a menudo cuando reabra la casa de té. Cuando esté aburrida, podré escuchar algún concierto para cultivar la mente. Ah, por cierto, podemos firmar el acuerdo de transferencia mañana y empezar a renovar el negocio al día siguiente. Haré que Gabriel se ocupe de eso después —contesté con una voz suave, ocultando la tristeza de mi corazón.

En ese momento, Maya pareció recordar algo.

—Siempre dejándole hacer estas cosas al señor Reyes, ¿no? Recuerdo que él me solía ayudar con Minino Café. Hubiera sido problemático ocuparme de esas cosas yo sola —respondió.

—Ese es su deber —le dije mientras le sostenía la mano derecha.

—De verdad, no sé cómo agradecerte, Gina.

Antes de volver al chalé Esquivel, llevé a mi amiga hasta su casa y la observé mientras subía la escalera Juliana estaba preparando la comida en ese momento.

—¿Qué te trae por aquí? ¿No estás ocupada? —Me preguntó sorprendida al ver que yo había vuelto.

—¿Estás insinuando que vengo a casa demasiado seguido? —Le pregunté enojada al escucharla.

—¿Por qué habría de hacerlo? —Juliana contestó con una carcajada.

Me acerqué y la abracé por los hombros antes de explicarle:

—Santiago y yo vivimos cerca. A partir de ahora, puedo venir a casa todas las mañanas para que me malcríen con comida y pasar tiempo con los dos niños antes de irme a trabajar.

—¿Estás con mucho estrés? —me preguntó. Se refería al asunto de Soluciones Genova.

Mi padre llevó a Rita hasta la cocina. Se la quité y comencé a jugar con ella mientras le contestaba:

—No, el estrés no es mucho. Es que no puedo dejar de intervenir ahora que me hice cargo del Corporativo Esquivel. Hay muchas cosas que tengo que manejar. Además, todavía no me familiaricé con el asunto de Soluciones Genova porque recién estoy empezando.

Cuando mi padre escuchó eso, contestó:

—No es fácil hacerse cargo de una empresa. Hay muchas cosas que debes manejar tú sola. No hay que ser un holgazán en Soluciones Genova.

—Ya lo sé —dije, asintiendo con la cabeza. Luego de unos momentos, pregunté:

—¿Cuánto falta para que esté la comida?

—¿Tienes hambre? —preguntó Juliana.

—Un poco. Ya es casi de noche.

—Estará lista en un momento. Ve a jugar con los niños un rato.

Me fui de la cocina con Rita en brazos. Pedro estaba en brazos de la niñera. Me acerqué, le acaricié la mejilla y lo engatusé con una sonrisa diciendo:

—Pedro, dime mami.

Sacudió los bracitos por instinto sin pronunciar una palabra.

—El joven amo todavía es muy pequeño, así que solo puede llamar a mamá y a papá con gestos. Tomará un poco de tiempo hasta que aprenda a hablar —explicó la niñera.

—¿Nos va a llamar mamá y papá muy seguido cuando aprenda a hacerlo? ¿En qué períodos son más dependientes?

—Lo hará. Los bebés son más dependientes a los cuatro o cinco meses —comentó la niñera.

«Los niños ya tienen seis meses, pero no dependen de mí. Es mi culpa por pasar tan poco tiempo con ellos». Luego de mecer a Rita en mis brazos por un rato, cambié para tomar a Pedro. Estaba muy silencioso y yo quería que fuera tan inquieto como Rita. Confundida, le pregunté a la niñera:

—¿Llora habitualmente?

—Sí, claro. Todos los niños lloran. Solo que el joven amo es más obediente que otros niños y muy rara vez hace berrinches, pero sí hace rabietas cuando tiene hambre —respondió la niñera.

«Bueno, que haga rabietas significa que es un niño normal», pensé. Mientras lo tenía en mis brazos, seguí enseñándole a decirme mami, pero se negaba a aprender con frialdad y mantenía la boca cerrada. Derrotada, le pase los niños a mi padre. Ni bien se los llevaron, recibí una llamada de Emilia.

—Regina, estoy en Bristonia. ¿Quieres salir y nos encontramos? Ah, y llámala a Maya también, podemos juntarnos las tres. Sinceramente, estoy preocupada en el fondo —dijo con un suspiro.

—¿De qué te preocupas? —pregunté con una carcajada.