Te regalo toda una vida de amor Capítulo 252

—Luego te lo explicaré. Ahora, vamos a llevarte de regreso a Suiza —le dijo.

—Ni siquiera tratas de ocultar cuánto deseas deshacerte de mí.

—Ana, tengo mis motivos —respondió él con el ceño fruncido. Estaba tan concentrado en ella que en ningún momento se dio cuenta de que Maya estaba presente, por lo que mi amiga volvió a sentarse con lentitud en su lugar.

—No necesito tu ayuda, puedo regresar por mi cuenta.

La pareja cruzó la puerta. Cuando los perdió de vista, Maya se desplomó sobre la mesa y se le escapó un llanto desconsolado, como si hubiera sido víctima de una gran injusticia. Me levanté y me senté frente a ella.

—Debe haber un malentendido —dije. Raúl y Santiago estaban cortados por la misma tijera; ambos eran magnánimos y su reputación no tenía ni una mancha. Tal vez se tratara de una confusión. Mi amiga levantó el rostro empapado en lágrimas y me respondió con voz apenada:

—Jamás lo vi consentir a una mujer de esa manera. Además, ¿por qué ella tendría la confianza para patearlo así?

Lo que insinuaba tenía sentido. Me cambié de asiento para ubicarme a su lado y le pasé un brazo por detrás del cuello.

—Deberías hablarlo con él en casa, más tarde. Quizás las cosas no son como crees —la consolé. Algo en mi interior me decía que él no era capaz de hacerle algo así.

—No hablemos más del tema —me pidió mientras se secaba las lágrimas, aún sollozando—. Ya no quiero pensar en esas tonterías. ¿Me acompañas a comprar un vestido?

—¿Para qué? —pregunté, confundida.

—Mañana se celebra el vigésimo aniversario de la compañía Ferreiro. Hay muchas familias de otras ciudades invitadas y Nicolás me invitó a mí especialmente.

«¿Veinte años? Qué rápido», pensé. Recordé que, en su momento, era tan solo una pequeña empresa de tecnología; luego se había desarrollado y expandido a la escala actual gracias a Nicolás. Él siempre jugaba bien sus cartas.

Acompañé a Maya al centro comercial y escogió un vestido de un precio razonable. Como quería que la acompañara al evento del día siguiente, también quiso elegir uno para mí. Los valores eran increíblemente accesibles para el público común. El precio del segundo vestido no llegaba ni a la mitad de lo que valía el de ella, por lo que bromeé:

—Eres una tacaña, ¿sabes? —Yo no tenía ganas de ir a la residencia de los Ferreiro, más allá de que no me habían invitado a la celebración, pero no podía decirle que no a mi amiga cuando estaba mal, por lo que decidí tomarlo como una salida de chicas.

—Estoy desempleada, no tengo tanto dinero —se excusó.

—No me vengas con eso —respondí.

Cuando terminamos de comprar los vestidos ya era bastante tarde, pero Maya no tenía ánimo de volver a su casa, así que me presionó para que la acompañara a ver una película de trasnoche. Al final, Raúl fue a buscarla y tuve la sensación de que ella no iba a preguntarle esa noche por lo que había sucedido, de lo contrario, se hubiera apresurado a confrontarlo cuando estábamos en la cafetería. Sin embargo, el miedo a perderlo hizo que decidiera tolerarlo, no decir nada y hacer como si el problema no existiera. Me dio lástima verla en ese estado. Ella no era la única que se había visto envuelta en una situación complicada: Cristóbal, Leonardo, Fernanda y yo misma teníamos problemas en nuestras relaciones. No éramos mejores que ella. Cuanto mucho, Cristóbal estaba un poco mejor que el resto porque no había llegado a estar con Emilia, por ende, no había vivido el verdadero calvario del amor.

Llegué a mi departamento a las dos de la madrugada y, tras dar vueltas y revolverme en la cama durante dos horas, por fin me dormí. A la mañana siguiente, cuando me desperté, Emilia había respondido mi mensaje. «Estoy en Finlandia. Santiago me transfirió para que trabaje aquí». Hice una captura de pantalla y se la envié a Cristóbal, que me respondió un momento más tarde. «Gracias, chiquilla». Si debía elegir entre él y Dante, lo elegiría a él. Mi deseo era que encontrara la felicidad.

Dejé el teléfono y fui al baño a asearme. Luego me dirigí a la cocina y herví una pasta instantánea. Siempre que estaba sola me daba el gusto. Después de comer, recibí una llamada de Nicolás y me sorprendí, ya que nunca antes me había llamado. Quizás quería invitarme a la celebración de esa noche, lo cual era ideal, ya que, a pesar de que ya le había dicho que sí a mi amiga, me daba vergüenza ir sin invitación.

—¿Hola? —dije algo insegura.

—Esta noche celebraremos el vigésimo aniversario y quiero que estés aquí, Gina. Después de todo, los Ferreiro no habrían llegado a donde están sin tu ayuda.

Mi instinto había acertado.

—Está bien. Estaré ahí —acepté sin dudarlo, lo que lo desconcertó.

—¿Estás…?

—Voy a acompañar a Maya —expliqué.

Cuando terminó la llamada, bajé la vista hacia mi reloj de pulsera: era hora de maquillarme. Justo en ese momento, me llegó un mensaje de mi amiga para recordarme que nos encontraríamos en la residencia Ferreiro más tarde. «Nos vemos allí», le respondí.

Me tomé mi tiempo frente al espejo para maquillarme y lo hice de manera sutil, añadiendo algo de rubor para darle una expresión más cálida a mi rostro pálido. Después me puse el vestido blanco que Maya me había regalado el día anterior y salí del departamento con un abrigo en la mano. José y los demás estaban montando guardia abajo.

—Dile a Antonio que alquile otro departamento junto al mío, así pueden descansar mientras estoy en casa —le sugerí a José tras subir al auto.

—Gracias, señora —respondió agradecido. Al fin y al cabo, ser mi guardaespaldas no era una tarea fácil.

Cuando llegué a la residencia Ferreiro ya era casi de noche. Entré a la vivienda escoltada por José y encontré sin problemas el camino hacia el jardín para esperar la llegada de mi amiga. A los pocos minutos apareció Nicolás vestido con un traje gris plata. Me clavó una mirada impenetrable, con la añoranza patente en los ojos. Esa noche se había peinado el cabello hacia un costado y tenía la frente descubierta. Era la primera vez que lo veía con un traje de ese color, y me resultó llamativo.

—¿Quieres esperar en el primer piso? —me preguntó, preocupado.

—No es necesario —repuse, rechazando su oferta.

—Arriba hay salones de invitados. Falta un buen rato para el comienzo de la ceremonia y Maya me avisó por teléfono que llegará dentro de más de una hora. ¿Por qué no descansas allí mientras tanto? Te avisaré cuando ella llegue. —Su comportamiento era tan amable que ya no pude declinar la invitación y le hice caso. Algunos invitados habían llevado a sus hijos al piso de arriba; de pronto, uno de ellos me chocó mientras corría y me hizo perder el equilibrio, por lo que Nicolás estiró un brazo y me tomó por la cintura para evitar que cayera. Cuando estaba por agradecerle, vi a Santiago, que estaba saliendo del ascensor. Como Raúl estaba con él, supuse que ellos también habían venido a esperar, y mi intuición me dijo que la noche no iba a terminar bien si esos hombres se encontraban en el mismo lugar. Nicolás me soltó y abrió la puerta de uno de los salones—. Puedes descansar aquí, Gina. La contraseña es el número que soñaba cambiar en el pasado.

La pista era clara: se trataba del número 2712, que era la fecha en la que yo había conocido a Cristóbal y también su cumpleaños. Recordé que Nicolás solía tomarse un buen rato para recorrer el chalé Esquivel con el solo objetivo de cambiar las contraseñas. Pero ahora eso estaba en el pasado y era un simple recuerdo. Nada más. Hacía mucho tiempo que me había olvidado de lo que sentía en aquella época. Sin embargo, cuando Santiago lo oyó, las palabras cobraron un sentido diferente: estábamos compartiendo un secreto, uno que no pertenecía a nadie más que a Nicolás y a mí. De repente me di cuenta de que Nicolás lo estaba provocando a propósito y respondí, incómoda:

—Bien. Puedes seguir con lo tuyo.

Él entró en el ascensor y desapareció. Entonces, Raúl le dio una palmada en el hombro a Santiago y susurró:

—¿Esa no es tu mujer?