Te regalo toda una vida de amor Capítulo 253

—Métete en tus asuntos —le dije con cortesía.

—¿Así que ahora me amenazas? —preguntó. De hecho, no era mi intención; era más bien un recordatorio amable. Entré en el salón y cerré la puerta. Luego llegué a escuchar que Raúl le preguntaba a Santiago, sin demasiado interés—: ¿La hiciste enojar de nuevo? —Como no hubo respuesta, añadió—: Las mujeres solo traen problemas.

¿Por qué había dicho eso? ¿Sería posible que Maya lo hubiera confrontado la noche anterior? La verdad era que no sonaba como algo probable. Me di vuelta y bebí un trago de una botella que había sobre una mesa. Luego, saqué del bolso los medicamentos para el cáncer y me metí en la boca dos pastillas. Solo con mirarme en ese momento se podía saber que mi enfermedad había empeorado. Solo cabía esperar que se estabilizara y no siguiera avanzando, pero el médico, de todos modos, me había recomendado que me sometiera a una cirugía para que me extrajeran el útero. Yo era muy consciente de lo que eso significaba: si bien tenerlo no hacía la diferencia porque no estaba en condiciones de llevar adelante un embarazo, quitármelo significaba quedar imposibilitada para tener hijos de por vida. ¡Había torturado a mi cuerpo hasta un punto insoportable! No estaba previsto que fuera madre en esta vida, era tan simple como eso. Suspiré, me senté y me hice un ovillo en el sofá. Justo en ese momento, alguien tocó a la puerta.

—¿Quién es, José?

—Es el señor Yanez, señora.

«¿¡Lucas!?», pensé. Me levanté y fui, descalza, a abrir la puerta. Cuando abrí, lo vi parado frente a mí con un ramo de rosas de color rojo brillante. Al verme, me encajó las flores y dijo:

—¡Al fin te veo, después de tanto tiempo! Santiago me pidió que te diera esto.

—Puedes ser sincero y decirme que las compraste tú —repliqué. Él se rio.

—¡Solo quería anotar unos puntos en su nombre! —admitió. Santiago y yo ya no estábamos juntos, pero no quería arruinar mi relación con Lucas. Después de todo, él siempre me había tratado bien. Me corrí apenas lo suficiente para dejarlo pasar y entró. —A Nicolás de veras le importas; te dio la mejor habitación —declaró mientras miraba todo a su alrededor. Me incliné y dejé las flores sobre la mesa—. ¿Se van a reconciliar? —preguntó, de pie junto al ventanal.

—No —negué sacudiendo la cabeza. Nicolás se había portado como un caballero, eso era cierto, pero toda nuestra relación formaba parte del pasado.

—Entonces, ¿qué piensas hacer con Santiago? —quiso saber. En ese momento me di cuenta de que había venido a verme en plan de mediador, pero me hice la tonta.

—¿A qué te refieres?

—¿Aún le echas la culpa por haberte dejado?

Me senté en el sofá y, mientras revisaba el teléfono, comenté:

—Ya estamos separados y no hay que buscar culpables. ¡Solo aceptarlo!

En realidad, no tenía nada que mirar en el teléfono, pero en ese momento, Emilia me agregó a dos grupos de conversación diferentes: uno con ella, Jacobo y Manolo y el otro con Dante, Lucas y Santiago. Supuse que David, Romina y el resto también estarían allí. Era una jugada brillante, pero ¿por qué me había agregado a mí? Le mandé un mensaje privado preguntándoselo. Respondió: «Hace tiempo que quería agregarte al grupo en el que está Manolo, pero siempre me olvidaba. Y con respecto al de Santiago… Lucas me pidió que te agregara esta mañana y acabo de ver su mensaje. Es eso, nada más. Puedes ignorarlos si quieres o puedes salir del grupo». Llena de dudas, insistí: «Pero si Lucas quería agregarme, ¿por qué no lo hizo él mismo?». Su respuesta llegó en dos mensajes diferentes: «Bueno…», fue el primero. Y luego: «Quiere que yo sea la responsable». Al parecer, Lucas no se había animado a agregarme al grupo delante de Santiago, y por eso había convertido a Emilia en el chivo expiatorio. Cuando leí el mensaje se me escapó una risita. En ese momento, Lucas se acercó y se sentó a mi lado, por lo que tuve que esconder el teléfono deprisa.

—Santiago lleva desaparecido un mes —dijo—. Recién ayer me enteré de que estuvo con la TM todo este tiempo.

La noche anterior, durante el viaje a Bristonia, José me había informado que Santiago había terminado con la TM. Lo que quería decir, en esencia, era que los había destruido por completo, pero yo no lograba entender por qué había querido hacerlo. ¿No era su territorio? No le pedí a José que siguiera investigando, a pesar de sentir curiosidad. Al fin y al cabo, no quería tener nada que ver con los asuntos de Santiago.

—¿Y? —pregunté mientras me apoltronaba en el sofá. Lucas se acercó un poco más.

—¿Recuerdas cuando te conté que él mató por primera vez a una persona a los catorce años?

Él me había contado que, cuando era joven, en Europa, Santiago había entrado en una pandilla donde lo trataban de malnacido, de parásito e incluso lo escupían, pero él había soportado toda la humillación y el dolor.

—¿La pandilla a la que se había unido era la TM? —quise saber. Lucas asintió.

—Ellos le dieron un espacio donde crecer en el lugar donde más cómodo se sentía.

—Y donde más influencias tenía —añadí con el ceño fruncido. Él también cambió la expresión al escucharme decir eso.

—Te equivocas con Santiago. A pesar de sus orígenes en la TM, ya no está relacionado con la pandilla, es más, han estado compitiendo con él en los últimos años. Santiago no le daba importancia a esa pequeña rebeldía, hasta que, inesperadamente, se las ingeniaron para capturarlo ¡y lo tuvieron encerrado durante todo un mes!

En ese momento entendí por qué estaba tan decidido a destruirlos. Si ellos lo habían secuestrado y lo tenían controlado, el hecho de que me hubiera apuñalado tomaba un matiz diferente.