Te regalo toda una vida de amor Capítulo 250

¡No tenía derecho a decir eso! ¿Quién se creía para acusarme? Yo no me apuñalé en el pasado, ¿o sí? Hubo muchas veces en las que deseé devolverle la apuñalada a Santiago, pero cuando el momento finalmente llegó, tuve miedo y me sentí mal de hacerlo. Me detuve frente a él y dije.

—Santiago.

Ya no llamaba «Santi» al hombre frente a mí. Era de estatura alta y tenía que mirar hacia arriba para encontrarme con su mirada. Él bajó su cabeza despacio y me devolvió una mirada inexpresiva. Quería decirle algo, pero las palabras sobraban en ese momento. Mi cabeza daba vueltas mientras me acercaba a él y ponía la punta del cuchillo sobre su abdomen. No se movió ni un centímetro y eso me irritaba; ver su mirada sin miedo. Era como si siempre hubiera sabido que no le haría daño.

—Reina, me lo merezco.

Incluso él sabía que se lo merecía, pero yo ya no quería hacerlo. Quería que viviera con la culpa por el resto de su vida. Empecé a marearme, mis pasos eran ligeros y no pude mantenerme más de pie. Quería regresar al lado de Antonio, pero mi cuerpo caía al suelo con rapidez. Santiago reaccionó de inmediato y me sostuvo en sus brazos, aunque su voz permaneció con un tono de frialdad cuando hablo.

—¿Qué pasa?

Desde que él se había ido de Eldamia a Finlandia, tuvo muy poco contacto conmigo y muy rara vez contestaba mis mensajes. Aunque siempre esperaba a que le diera las buenas noches antes de irse a dormir. Era en extremo feliz en aquel entonces. Estaba convencida de que había encontrado a un hombre en quien podía depender por el resto de mi vida, pero lo que hizo hace un mes, me despertó de golpe de aquel sueño. Habían pasado dos meses, dos meses desde que había dejado Eldamia y ahora otra vez estaba apoyándome en él.

Cuando me vi envuelta en su fresco aroma, mi cuerpo se sacudió con violencia. Sentía como si estuviera sobre hielo fino de un mar congelado. Un movimiento en falso abriría una grieta en la delgada superficie y la recorrería. Estaría destinada a caer en ese mar y me ahogaría en el agua congelada hasta que se llenaran mis pulmones y no pudiera respirar más. Apoyé sin fuerzas mi mentón sobre el hombro de Santiago. Antonio me hablaba preocupado cuando Santiago preguntó con un tono frío.

—¿Qué le pasa?

Antes de venir aquí, le ordené a Antonio que no le dijera a nadie sobre mi condición, por lo que, le dio una explicación superficial.

—La señorita recibió un golpe en la cabeza, por eso todo el tiempo se siente mareada. Quizá se deba al repentino cambio de clima y su cuerpo aún no se adapta al frío. Traeré al médico para que la revise.

Santiago repitió sus palabras.

—Recibió un golpe en la cabeza.

Antonio trajo a un médico a donde estábamos. Sentía que mis ojos se cerraban solos. Mientras los tenía cerrados, podía sentir los suaves dedos de Santiago acariciando mi mejilla. Eran suaves y dulces, pero tenían el efecto de veneno que me destrozaban. Terminé por caerme en sus brazos y al final no pude apuñalarlo. Fallé.

El frío envolvió mi cuerpo. Balbuceaba en busca de José para que me diera ropa gruesa, pero sentía que alguien me sostenía con fuerza en sus brazos, pero no era suficiente para mantenerme caliente. Volví a llamar a José.

—¿Estás aquí?

Hasta que obtuve una respuesta.

—Aquí estoy.

—Quiero ver a Leo.

—¿Quién es Leo? —preguntó.

¿Quién era? No podía recordar quién era Leo, pero recordaba que era un adorable bebé. Contesté en pánico.

—Leo es mi bebé.

Después de eso, no recibí ninguna respuesta. Una sensación de pánico me inundó mientras caía en sueño y este me llevó hasta el chalé Esquivel. Mis padres, Leonardo, Sammy y mis gemelos estaban en el chalé, pero Santiago y Fernanda no se miraban por ningún lado. Ya había tenido ese sueño, pero ¿por qué lo estaba soñando otra vez? Un gran temor me desgarraba, intenté abrir mis ojos, pero mis parpados se sentían pesados. Era como si estuviera sin vida.

Había perdido la noción del tiempo para cuando desperté y me encontraba en una cama antigua. Por alguna razón se me hacía conocido el lugar. Me tomé un momento y después recordé aquel lugar como el chalé Genova y el patio de Santiago. Me sentía exhausta, pero me levanté de la cama y me puse la ropa que habían dejado ahí. Abrí la puerta y lo encontré de pie dándole la espalda a la puerta.

Llevaba puesto un traje negro que marcaba su distante silueta. Quería cerrar la puerta y volver a la habitación, pero sabía que no debía huir de mis problemas. Así que, salí de la habitación y le lancé una pregunta.

—¿Por qué estoy aquí?

Usé un tono de voz tranquilo tratando al hombre frente a mí como si fuera un extraño. Pero la depresión y la tristeza en mi interior me decían lo contrario. En ese momento, sentía que algo me pasaba, me era difícil mantenerme de pie mientras lo miraba; él me observaba como una extraña. Santiago siempre era indiferente con muchas cosas. Nevaba en el patio y las luces en el pasillo estaban encendidas cuando Santiago empezó con su explicación.

—Estás en pésimas condiciones. El médico dijo que necesitas recostarte y recuperarte. Creo que el tranquilo chalé y la hermosa vista son buenos para tu salud, así que te traje aquí para que estés por un tiempo.

Reprimí las emociones que causaban una tormenta en mi interior y mi odio hacia él y respondí con tranquilidad.

—Bueno, puedes irte ahora.

Santiago no se movió de donde estaba. Se quedó en silencio por un largo tiempo y después se dio la vuelta. Me miró y me preguntó.

—Acerca del otro día, si yo…

No tenía idea de lo que estaba por decir, pero no tenía nada de paciencia, así que, lo detuve.

—¿Te vas a ir o no?

Entrecerró las cejas.

—Reina, ¿me odias?

—Santiago, no hay nada entre nosotros. Me lo dejaste claro el otro día. ¿Cómo puedo olvidarme de eso?

Frunció los labios como si quisiera responder, pero se quedó en silencio hasta el final. Su mirada se tornó gélida y me observó como si fuera una extraña. Después murmuró en voz baja.

—Debes descansar.

Cuando se fue, no pude mantenerme de pie. Mis manos se aferraron al marco de la puerta, después me impulsé hacia la cama y me recosté. Él fue quien me hizo daño. También fue él quien terminó conmigo. Yo no hice nada malo.

…

Santiago se fue del patio con una mirada fría en su rostro. En cuanto salió de la puerta, uno de sus empleados lo llamó.

—Señor Genova.

Se detuvo y después respondió sin interés.

—¿Qué pasa?

José respondió con respeto.

—El bebé «Leo» que mencionó la señorita es una niña de la familia Mora y también una de las gemelas nacidas en agosto. Cuando la señorita los vio, recordó a sus hijos y desde entonces han estado en sus pensamientos. También investigué su contexto.

Santiago frunció el ceño al escuchar eso y después salió de la casa. En la salida se encontraba Joel esperándolo. Cuando lo vio salir se acercó a él para informarle.

—Señor Genova, tenemos a Armando como prisionero en un calabozo en Europa.

—¿Qué hay de Dimitri? —preguntó.

—Los tenemos juntos.

En el pasado, Santiago había permitido que TM hiciera lo que quisiera porque había sido la primera organización que lo había acogido. Ahí aprendió mucho y usó ese conocimiento para después conquistar Europa. Para él, TM era su «alma mater» porque se había «graduado» de la organización. Pero eso era todo. Le perdonó la vida a TM sin esperar que le diera la espalda. Santiago nunca pensó que, hace un mes, Dimitri le tendería una trampa y lo aprisionaría. Razón por la cual se había creado el malentendido entre él y Regina. Dado que Santiago no dijo nada, Joel añadió.

—Señor Genova, la señorita Esquivel ha hecho desaparecer TM y yo he encubierto el resto por ella. La organización llamada TM ya no existe en el mundo.

Santiago asintió como respuesta. Retomando las palabras que José le acababa de decir le ordenó al otro hombre.

—Que alguien investigue a los gemelos de la familia Mora. Si no encuentran nada… —continuó con el resto de su oración sin titubear—. Tomen un pedazo de su cabello y uno mío para una prueba de paternidad. Los resultados nos dirán todo.

Joel no podía esconder su sorpresa.

—Señor Genova, acaso sospecha…

—¿Estás cuestionando mis ordenes? —interrumpió Santiago.

Joel se dio cuenta que Santiago no estaba de buen humor, así que, lo entendió de inmediato y bajó la cabeza.

—Sí, señor Genova, lo haré de inmediato.

Cuando Joel se fue, Santiago dejó que su mirada se perdiera en las distantes nubes del cielo. A decir verdad, nunca pensó que tuviera algo que ver con los gemelos Mora. Sin embargo, los Mora tenían cierta relación con los Ferreiro y Nicolás de la familia Ferreiro era un hombre problemático. Santiago lo hacía por si acaso.