Te regalo toda una vida de amor Capítulo 245

—Te recuerdo. ¡No eres más que un montón de basura sentenciado a muerte a manos de la familia Genova!

Dimitri se quedó pasmado y no podía hablar con normalidad.

—¿B-Basura?

Reí y contraataqué con sarcasmo.

—¿No? ¿Preferirías que te llamara porquería?

«Para mí, él no era más que una porquería y una desgracia».

Ante esto, se soltó a reír sin poder esconder su enojo.

—¡La mujer de Santiago salió brava!

Dimitri trajo a colación el último nombre que quería oír, por lo que no le di ninguna respuesta. Luego, tras un momento de silencio, le recordé en voz baja:

—Disfruta de los pocos días de paz que te quedan. Una vez que pase Navidad, … —el agradable sonido del piano en el escenario se oía en el fondo— ¡TM caerá!

Dimitri reía del otro lado de la línea.

—¿Quién te convenció de decirme esto?

Lo ignoré y terminé la llamada.

Lo que no sabía era que Dimitri estaba sentado frente a Santiago, quien se encontraba hojeando algunos libros. Luego, Dimitri preguntó con sorpresa:

—¿Por qué es tan agresiva tu mujer? ¿Crees que tenga algo contra mí?

Santiago respondió sin levantar la cabeza:

—Siempre ha sido buena para guardar rencores.

«Regina guardaba un rencor muy grande y por eso nunca perdonó a Nicolás». De ahí que Santiago estuviera seguro de que la mujer jamás lo perdonaría. Santiago volteó una página y Dimitri expresó con tristeza:

—Debí ser más amable con ella.

Santiago alzó el rostro para ver a Dimitri y preguntó con un tono serio:

—¿Qué le hiciste?

Dimitri no tenía el valor de decir que se había excitado con Regina y la había obligado a tocar su miembro con su pequeña mano. Si Santiago se enteraba, Dimitri no sobreviviría. Así que Dimitri se limitó a reír y decir:

—La empujé al ruedo.

La expresión de Santiago se congeló, La había golpeado duro ese día y estaba preocupado por su condición y su herida. Pero estaba atrapado como una bestia enjaulada. Lucas seguía sin poder localizarlo, pero no era su culpa. No era que la investigación fuese lenta, sino que TM había destruido toda una fundación centenaria para ocultarlo. La única manera de localizarlo era mediante el GPS de la familia Genova. La única persona capaz de encontrarlo en poco tiempo era Regina.

Navidad estaba a la vuelta de la esquina al igual que el cumpleaños de Regina. Santiago observó su anillo de boda y sintió un gran pesar. Un año atrás, le había regalado a Regina su determinación de casarse con ella. No pudo más que suspirar y murmurar para sí:

—Lamento haberte decepcionado.

«Regina, cariño. Te quedé mal sin querer. Pero este es mi mundo y en este mundo el desastre y la gloria van de la mano».

…

El recital solo duró tres horas. Al terminar, Cristóbal se puso de pie y salió de inmediato del lugar. Luego, me envió un mensaje diciendo «Lo siento. Hay mucha gente allá abajo y solo ocasionaría un caos si voy por ti. Me adelantaré. Tengo planeado quedarme en Eldamia esta noche e ir por Emilia mañana antes de regresar a Gretaña».

Cristóbal parecía estar convencido de que Emilia regresaría con él a Gretaña. En el fondo, estaba seguro de que se había ganado su corazón. Mientras leía el mensaje, los presentes en el auditorio se retiraban uno a uno de seguro dirigiéndose a casa para celebras Navidad con sus familias. Puesto que yo no tenía n lugar al cual dirigirme, me quedé ahí sentada un buen rato hasta quedarme dormida.

Al despertar, el auditorio ya se encontraba vacío. Luego, me puse de pie y miré el regalo a mi lado; se veía triste y solo en ese asiento. Después de pensarlo un poco, recogí el regalo y me dirigí a la entrada principal del lugar donde ya estaba José esperando por mí. Le di el regalo y ordené:

—Guárdamelo.

La nieve en Bristonia se había vuelto más pesada. Entonces recordé que hace poco más de un año, cuando me faltaban tres meses, conocí a Cristóbal, cuya silueta parecía alargarse bajo los postes de luz de un callejón cercano. En aquel momento, lo confundí con Nicolás, lo que me hizo sentir feliz en secreto por la calidez que me transmitió. Pensar en esto me recordó lo triste que me sentía en aquellos momentos y hoy me volvía a sentirme igual de miserable y continuaba hecha un desastre.

Al final, respiré hondo y dije a José:

—Espérame aquí.

Me adentré en la nevada noche y caminé hacia el siguiente callejón. El largo pasaje estaba cubierto de nieve y caminé bajo los mismos postes de luz de antes y suspiré.

—¿Por qué tengo que sentirme tan triste en estas épocas?

Ya me sentía lo suficientemente triste como para ponerme a recordar aquella calidez que una vez sentí. Luego, cerré los ojos y comencé a llorar.

—Santiago, …acabaste con mi fe.

Había pisoteado el amor que con tanto esfuerzo había reconstruido.

—Señorita, ¿se encuentra sola?

Abrí mis ojos de una y me encontré con un rostro encantador y delicado. Di un paso atrás para recuperar mi compostura y pregunté:

—¿Qué haces aquí?

Él me sonrió y dijo:

—Te extrañaba.

Me di a vuelta para irme, pero él me siguió y preguntó:

—¿Me odias?

«¡Claro que no!»

Le estaba agradecida por haberme salvado la vida, pero no quería ninguna relación con él. Santiago alguna vez me dijo que le parecía que era una persona un tanto sospechosa y que no era fácil de complacer. Tener trato con una persona así era lo que menos necesitaba. Además, no quería volver a ponerme en una situación tan inestable.

Pese a rechazar todo de él, de repente dijo:

—Feliz cumpleaños, Gina.

Era la segunda persona que me deseaba un feliz cumpleaños; la primera fue Nicolás. Sus buenos deseos eran, además, los primeros que estaba dispuesta a tomar. En eso, mi fuerza y calma se quebrantó. Me quedé allí de pie mientras lágrimas corrían por mi rostro, sin poder entender lo que me causaba esta aflicción o tristeza. Pero no pude controlar la pesadez de mi corazón.

El chico se acercó a mí y preguntó:

—Señorita, ¿por qué llora?

«¿Por qué estoy llorando?»

—Yo tampoco lo sé —murmuré con voz suave.

Luego, volvió a preguntar con gentileza:

—¿Está triste?

—Eric, estoy condenada a ser infeliz en esta vida.

Pero, tras rechazar lo que dije, Eric comentó:

—Su vida apenas comienza.

Sí, apenas comenzaba, pero yo sentía como si ya hubiera vivido toda una vida.

Me sequé las lágrimas en mi rostro y me puse a buscar a José para que me llevara a casa, tras lo cual Eric se paró frente a mí. Lo empujé, pero mi brazo se enredó en el cable de sus auriculares. El pequeño bolso rosa cayó al suelo junto con sus auriculares. Él se agachó para recogerlos y pregunté:

—¿Por qué traes siempre estos auriculares contigo?

Eric me ignoró, así que le pregunté en voz baja:

—¿Por qué te quedas callado?

Pero volvió a ignorarme, por lo que creí que estaba sordo. Acto seguido, le saqué la vuelta para irme cuando lo oí llamar mi nombre de nuevo.

—Señorita, ¿a dónde va?

Eric me llamaba señorita un momento y Gina en otro. Además, hablaba como si nada hubiera pasado. Así que decidí ignorarlo y continué mi camino. Pero él corrió detrás de mí y, al alcanzarme, me hizo una pregunta con voz suave y nerviosa, casi como un niño:

—¿Puedo ir contigo? Quiero pasar Navidad contigo.

Tras oír esto, lo rechacé de forma cruel.

—No.

—Señorita, no tengo con quien pasar Navidad —murmuró con un tono dulce— Apiádese de mí.

Ante esto, pensé en voz alta por accidente.

—¿Por qué habría de llevarte conmigo si no haces más que ignorarme?

Eric estaba confundido y mirándome preguntó:

—¿En qué momento la he ignorado?

Entonces, me detuve de manera abrupta e incliné la cabeza señalando sus auriculares. En ese momento comencé a meditar en mis especulaciones. «Creo que esta es la segunda vez que le llamo sordo».