Te regalo toda una vida de amor Capítulo 244

De inmediato reconocí la letra de Santiago y el mensaje venía acompañado de la fecha en la que nos comprometimos. Santiago me amaba, era así de sencillo. Pero no pudo con la presión por parte de su madre. Comprendía el estrés por el que pasaba, pero ¿cómo podría perdonarlo? Ahora solo sentía odio hacia él por la herida que me había hecho y por el dolor que me había traído. Dejé el libro a un lado; ya no quería leer nada.

Una vez en el departamento, me di un baño y después me recosté en la cama con los ojos cerrados. Después de pasar por tantas cosas, ya había aprendido a controlar mi temperamento y la tristeza de mi corazón. Pero, cuanto más me controlaba, más me deprimía. Al final, ya no pude dormir.

«Eres la primera persona a la que he amado en toda mi vida. Tengo miedo de no hacer un buen trabajo y tengo miedo de que mi amor te decepcione».

Esas eran las palabras de amor que me dejó ese hombre, pero también eran palabras tóxicas; retumbaban en mi cabeza sin cesar. El amor entre nosotros se había vuelto algo doloroso.

Me sentía molesta, así que tomé un respiro antes de levantarme a tomar mi teléfono y leer la información que Antonio había enviado. La organización se hacía llamar TM y era una de las organizaciones más antiguas de Europa y estaba conformada por personas sin miedo a nada.

«Todavía recuerdo cómo Dimitri tomó mi mano para que tocara su miembro sin pensarlo ni un momento. ¡Jamás me he sentido tan humillada! ¿Así que no le tiene miedo a nada? Ya lo veremos cuando la familia Genova llegue por ti. ¡Pronto llegará la venganza de los Genova! Disfruta esta Navidad, pues será tu última».

Me sentía mareada, así que puse el teléfono a un lado. No estaba segura de si se trataba de los efectos secundarios o de alguna conmoción, por lo que me levanté y me tomé la medicina recetada por el doctor. Después de esto, pasé en vela el resto de la noche y pude observar el amanecer. No fue sino hasta que se hizo la luz que me dirigí de nuevo a la cama. Para cuando me desperté, ya había comenzado a nevar y se había formado una capa fina de nieve sobre el suelo. «Las lluvias y nevadas de Bristonia jamás decepcionan».

Luego, me levanté y me senté junto a la ventana para contemplar el paisaje nevado del exterior. No estaba de buen humor y quería fumar un cigarrillo, pero tampoco quería seguir dañando mi cuerpo. Al final, opté por levantarme y dirigirme a la cocina donde me preparé unos fideos instantáneos para calmar mi hambre. Después de comer, se hizo de noche otra vez. Por suerte, mi estómago había dejado de doler, pero seguía sin conciliar el sueño.

A la mañana siguiente, desperté a un nuevo día y la nieve ya se había acumulado sobre la carretera. Estos dos días de recuperación me ayudaron a que mi cuerpo recuperara un poco de su vitalidad. «Mañana en Nochebuena y mi cumpleaños número veinticinco». Por alguna razón, me sentía vacía por dentro.

Entonces, saqué mi teléfono y vi que tenía un mensaje de Cristóbal.

«Chiquilla, nos vemos mañana en auditorio».

A lo que respondí «¿De qué hablas?».

«Tengo un recital».

El mensaje de Cristóbal me alegró un poco y le respondí «¿Por qué tienes un recital en el día de Nochebuena?».

«Es tu cumpleaños» respondió.

«¿Sabe que mi cumpleaños es mañana? ¿Pero cómo? ¿Sabrá que estoy sola? ¿Sabrá sobre lo mío con Santiago?» Recibí otro mensaje de Cristóbal no mucho después.

«En lo que a mí respecta, tú eres mi familia sin importar nada y, como no tienes con quien pasar tu cumpleaños, daré un concierto para ti. Después saldré a Eldamia a buscar a Emilia. Te deseo una feliz Navidad».

«Así que ya está enterado del conflicto entre Santiago y yo. Parece que sabe más de lo esperaba». Solté una risita y respondí «Gracias». Le agradecí por darme un poquito de su cariño y por mantenerse a mi lado y protegerme como a una vieja amistad y no solo por amor.

El recital era la tarde siguiente, lo que encajaba perfecto con el ciclo de sueño que venía manejando. Tras despertar, me puse un vestido azul llenos de estrellas con una falda que tocaba el suelo pero que, al ponerme los tacones, se me subía hasta los tobillos. Me sentía como si trajera sobre mí toda una constelación; era brillante, resplandeciente, abrazador y luminoso.

En Bristonia me sentía refinada. Estar sin Santiago me permitía cuidarme a mí misma y a sentirme siempre bonita. Disfrutaba de la vida al máximo, pero también quedaba exhausta. Maya alguna vez me preguntó si me sentía cansada. «¿Cansada? Esa es mi decisión». Luego, elegí un abrigo blanco y me dirigía afuera. Al verme, José me preguntó desconcertado:

—¿A dónde se dirige, señorita?

—A un recital. No tienes que vigilarme hoy.

Tras oír esto, José murmuró entre dientes, preocupado por mi bienestar:

—Pero…

—Acompáñame, entonces —dije.

Entonces el respondió intentando ser comprensivo:

—No tiene que preocuparse por nosotros. Nos mantendremos fuera de su vista, pero podrá comunicarse con nosotros con el botón de activado en su teléfono cuando lo necesite y ahí estaremos para encargarnos de cualquier situación. Asentí con la cabeza y José me acompañó al auditorio.

Una vez ahí, esperé un poco en la entrada hasta que el recital estaba por comenzar y, justo cuando tomaba asiento, escuché una melodía que me pareció muy familiar. Era Street Where Wind Resides y Cristóbal la estaba tocando para mí. Aunque la música ya no me hacía sentir igual, el cariño seguía presente. Cerré mis ojos mientras la disfrutaba en silencio mientras frotaba el anillo en mi dedo de forma inconsciente; era un hábito de Santiago. Al pensarlo, me detuve de inmediato y abrí los ojos solo para quedar boquiabierta al ver a la persona sentada a mi lado.

—¿Qué estás haciendo aquí?

Su apariencia era casi idéntica a la de Cristóbal en el escenario. Él solo me sonrió y dijo:

—Es tu cumpleaños.

Bajé mi voz lo más que pude y susurré:

—Esto no tiene que ver contigo.

Sin embargo, me respondió:

—Te ves muy linda hoy, Regina.

—Nicolás, ¿qué es lo que quieres?

No tenía miedo puesto que sabía que mis guardaespaldas estaban en la entrada del lugar.

Él solo guardó silencio y llevó su mirada al escenario para disfrutar de la pieza que Cristóbal tocaba en el piano. Lo único que dijo con voz baja al terminar la música fue:

—Esta es tu pieza favorita. ¡Feliz cumpleaños, mi querida Regina! Es la primera vez que te doy buenos deseos en persona después de tantos años y este es mi primer regalo hacia a ti.

Entonces, colocó una caja de regalo en mis brazos, probablemente presintiendo que se la rechazaría. Luego, explicó modesto:

—No te preocupes. Solo quiero darte este pequeño detalle. Ya no te molestaré más. Me retiro.

Acto seguido, Nicolás se levantó de su asiento y abandonó el auditorio. Se fue tan rápido como llegó. «No puedo evitar sentir… Nicolás es un pobre hombre, igual que yo». Luego, expresé con voz suave:

—Gracias. Te deseo suerte en la vida.

Decidí no abrir el regalo porque en realidad no me importaba lo que hubiera en su interior y solo lo coloqué en el asiento de al lado. Pasó mucho tiempo antes de que me diera cuenta de lo que me estaba perdiendo. Dentro de la caja se encontraba el regalo más importante que Nicolás me ha dado en la vida; ¡se trataba del paradero de mis dos hijos! Él intentó regresármelos con corazón sincero, pero, desafortunadamente, los rechacé con mis manos, lo que me llevó a pasar más tiempo separada de ellos.

Tras colocar el regalo en el asiento, mi teléfono comenzó a vibrar. Era un número desconocido e indicaba ser una llamada internacional. Contesté llevando el teléfono a mi oreja y pregunté:

—¿Quién es?

Entonces, la persona en el teléfono preguntó con acento extranjero:

—¿Me recuerdas?