Te regalo toda una vida de amor Capítulo 243

El calor del sol de Bristonia ya se sentía en la piel y la manera en la que un rayo de sol iluminaba su rostro hacía resaltar sus definidos rasgos. Él era una persona que solía llenar mis días de alegría, pero sus palabras ahora solo me lastimaban.

—Eso a ti no te concierne —le dije tras soltar un profundo suspiro.

Del otro lado del teléfono, Nicolás soltó una carcajada.

—Ya han pasado seis meses, Regina. Acabo de regresar de los Estados Unidos. Estuve en tratamiento todo este tiempo y ahora tengo mi condición bajo control. ¿Me extrañaste?

Alicia era responsable de la inestabilidad mental de Nicolás. En el fondo, era consciente de que había estado lidiando con su otra personalidad y sabía que no podía culpar a su versión sana por las cosas que había hecho su otro yo. Pero, aunque lo comprendía, no podía perdonarlo; no podía bajar mi guarda con él cerca.

—Ah. Felicidades —dije con poca emoción.

Desde aquí podía observar la tierna sonrisa de Nicolás. Su apariencia era como aquella del amigable chico de al lado.

—¿Puedo pasar a saludar?

Estaba tanteando el terreno. Podía percibir cautela en su voz y me dolió el pecho. Después de todo, se trataba del hombre que una vez amé y con el cual pensé pasar el resto de mi vida. Lo di todo por él. La gente sentía envidia del amor que nos teníamos. ¿Cómo fue que llegamos aquí? Supongo que no tuvimos opción. Me perdió porque se vio obligado a tomar otro camino y cuando quiso salvarme… fui yo quien decidió no darle otra oportunidad. Estaba frustrada con el mundo y me limité a soltar un suspiro.

—Saldré de camino a Eldamia más tarde, Nicolás —dije llamándole por su nombre.

Dije, además, que lo perdonaba por todo lo ocurrido en el pasado. Creo que, de cierta manera, estaba dejando ir el pasado yo también. Y así di por terminado mi amor por él.

Tras oír lo que dije y notar que lo llamaba por su nombre de forma tranquila y pacífica, rio un poco. Parecía que comprendía lo que decía y se notaba feliz

—Gracias, Regina —respondió.

—Bueno, ya debo colgar —dije.

—Regina, espera —dijo apresurado.

—¿Sí? —respondí mientras apretaba el teléfono en mi mano.

—¿Alguna vez me amaste? —preguntó con voz suave.

Incluso ahora, Nicolás no podía creer que estuviera enamorada de Santiago. No… ¡Santiago ya quedó en el pasado!

—Lo hice en algún momento. Eso es todo —respondí.

Alguna vez lo amé, pero ya no lo hacía. Tras finalizar la llamada, le pedí a José que preparara el auto para regresar a la ciudad. No tenía planeado regresar a Eldamia, pero quería que Nicolás se fuera. Una vez en la ciudad, Antonio me dio los anillos que pertenecían a la familia Genova. Al momento de colocármelos, noté que aún traía puesto el anillo de compromiso que Santiago me había dado en mi dedo angular. Si bien, nunca me propuso matrimonio como tal y solo colocó el anillo en mi dedo, me emocioné mucho cuando lo hizo.

—Deshazte de él —ordené a Antonio mientras me quitaba el anillo.

Antonio no podía creerlo:

—Pero… Señorita, esto es…

—Deshazte de él —repetí.

No veía el beneficio de conservar cosas del pasado.

Después de tomar el anillo, Antonio me dio un libro.

—El señor Genova dejó este libro en el chalé de Monte Amarillo. Me pidió que se lo diera a usted pensando que debería darle un vistazo —explicó Antonio.

Leí la portada de reojo. El libro se titulaba El guardián entre el centeno. Se veía usado y maltratado. Luego, volteé una de las páginas y me encontré con la siempre elegante firmade Santiago y una fecha escrita bajo esta. La fecha era de principios de siglo, lo que significa que Santiago había tenido este libro desde su adolescencia. También venía un marcador de libros justo a la mitad del libro, pero decidí ya no verlo.

—Quédatelo —dije al tiempo que se lo aventaba a José.

No estaba segura de por qué Carlos quería darme este libro, pero pensé que no perdería nada con darle una hojeada un día de estos, considerando que de verdad deseaba que lo leyera.

Momentos después, José me acompañó al chalé Esquivel, donde ya se encontraban mamá, papá y Leonardo. Mamá me platicó que Leonardo pasaría las fiestas aquí con ellos. Al parecer, Leonardo por fin se sentía cómodo en este lugar. Mi padre, por su parte, estaba sorprendido de verme.

—¿Qué te trae a Bristonia? Tu cumpleaños número veinticinco ya es en tres días, justo en Nochebuena. ¿Tienes planes? ¿Celebrarás tu cumpleaños con Santiago?

A los ojos de mis padres, Santiago era su futuro yerno y ya lo consideraban prácticamente mi esposo. De ahí que esperaran que Santiago se viera muy envuelto en todo lo que tuviera que ver conmigo. Pero me dolía el corazón tan solo de recordar lo cruel que había sido conmigo aquel día y ni hablar de la herida en mi estómago.

—Sí. Tenemos planeado pasar Navidad en Finlandia, así que no estaremos aquí para celebrar con ustedes —mentí.

No quería que mis padres se enteraran de lo ocurrido entre Santiago y yo y mucho menos en Navidad. Quería que pudiesen disfrutar al máximo la celebración.

—¿Vendrás después de Año Nuevo? —preguntó mi madre.

Sabía que mi madre se preocuparía si no venía a verlos después de los festejos de Año Nuevo, pero no había manera de traer conmigo a su futuro yerno. Además, verme llegar sola aumentaría su preocupación.

—Últimamente he tenido mucho qué hacer. Hay muchas cosas pendientes con la familia Genova, así que vendré a verlos ya que logre desocuparme de mi trabajo —mentí de nuevo.

Leonardo, quien había pasado todo este tiempo sentado en el sillón, interrumpió nuestra conversación:

—¿Cuándo planeas casarte? ¡Necesito comenzar a planificar mis finanzas para comprarte un buen regalo de bodas!

Tras esta pregunta, mis padres dirigieron su mirada hacia a mí.

—El próximo año, quizás. Veremos si tenemos algo de tiempo libre. Santiago también está muy ocupado —respondí intentando mantener el control sobre la situación.

Una vez que di respuesta a todas las preguntas difíciles, mis padres me dejaron libre. Solo pude soltar un suspiro antes de dejarme caer a un lado de Leonardo en el sillón.

—¿Cómo has estado? —pregunté.

—Como siempre —respondió indiferente.

Su «como siempre» por lo general significaba que no andaba tan bien. Evité preguntar por Fernanda y, en cambio, le entregué un cheque.

—Esto es para mamá y papá, pero quiero que tú se los des cuando ya me haya ido —expliqué.

Leonardo asintió con la cabeza.

Para este momento, el dolor en mi estómago se había vuelto casi insoportable y sabía que no podría quedarme más tiempo, así que me puse de pie y fui a despedirme de mis padres en la cocina.

—Tengo que retirarme. Hay algunos asuntos que necesito atender —dije mientras forzaba una sonrisa.

—¿Por qué la prisa? ¿No vas a quedarte para el banquete? Al menos come algo antes de que te vayas —dijo mi madre con voz cariñosa.

—Son asuntos del trabajo. Ya tengo que irme. Vendré a verlos después de Año Nuevo, mamá —dije intentando aguantar el dolor antes de salir deprisa de la casa.

Justo antes de lograr subirme al auto, mi cuerpo cedió y José tuvo que sujetarme para evitar que cayera.

—Ayúdame a subir al auto —dije con dificultad.

No quería que mis padres me vieran así. Yo siempre he sido una persona capaz de hacerse cargo de mí misma y mis asuntos. Entonces, José me ayudó a subir al auto y le pedí que me diera un calmante que tomó su tiempo en hacer efecto.

—Sentía tanto dolor que creí que moriría —dije bromeando mientras me limpiaba el sudor de la frente.

Antonio me había mencionado que mi útero había sufrido algo de daño debido a la patada de Santiago. Sabía que no lo había hecho deliberadamente puesto que no sabía que se trataba de mí mientras estábamos en el campo de combate. Sin embargo, también fue él quien me apuñaló.

En el transcurso del viaje, le eché un ojo al libro que Antonio me había dado antes. Saqué el marcador del libro y me llevé una gran sorpresa. Había palabras escritas en él que leían: «Eres la primera persona a la que he amado en toda mi vida. Tengo miedo de no hacer un buen trabajo y tengo miedo de que mi amor te decepcione».