Para mi sorpresa, el sol se hizo presente en Bristonia después de la tormenta. Me senté bajo el sol en el columpio que José había movido al exterior para mí mientras hojeaba el mapa de la influencia global de los Genova que le solicité a Antonio. Esta era la primera vez que investigaba con detenimiento la influencia de los Genova alrededor del mundo. Entre más descubría, más miedo me daba. Santiago no tenía ni idea de la existencia de este mapa.
Mientras meditaba en esto, me percaté de lo cuidadoso que mi padre en vida había sido con su hijo. Al tiempo que hojeaba el mapa, vi a algunos niños jugar en el jardín del chalé al final de la calle. El más grande parecía tener siete u ocho años máximo y el más pequeño se veía de tres o cuatro años. Pensé en lo afortunados que eran de poder disfrutar de su infancia lejos del caos de la ciudad, así que bajé el mapa por un momento para observar a los chicos un rato. Creo que mi fascinación con estos niños se debía a que ya había sido madre en una ocasión.
Momentos después, Roxana salió con un bebé en brazos que parecía tener alrededor de seis meses. La seguían dos guardaespaldas y uno de estos también cargaba a otro bebé de aproximadamente la misma edad que el primero. «No cabe duda de que los Mora son una máquina de bebés», pensé. Roxana, entonces, dejó a los bebés sobre la alfombra del jardín antes de salir de la casa. Los ocho niños se quedaron en casa jugando entre ellos. José no tardó en darse cuenta de lo entretenida que estaba viendo a los niños y sugirió:
—Puede ir a visitarlos cuando desee, señorita.
Lo miré de reojo y dije:
—¿De verdad crees que el señor Mora me querría cerca después de lo que le hice a Alicia?
José asintió con la cabeza y contestó con sinceridad:
—No tendrían razón para rechazar a un miembro de la familia Genova. Los potenciales beneficios que pudiesen obtener de los Genova sobrepasan todo resentimiento que pudiesen guardar en su contra.
No estaba del todo de acuerdo con él; me costaba creer que todo el mundo se dejase llevar tanto por el poder y el interés.
—Me daré una vuelta —dije poniéndome de pie tras aceptar su sugerencia.
José me cubrió con un abrigo y nos dirigimos al chalé. De camino allí, nos encontramos con un gato naranja de aspecto sucio. En ese momento recordé como este mismo gato solía colarse a la casa de Nicolás por comida y siempre estaba acompañado de un gato negro. Luego, me agaché para acariciarlo antes de dirigirme a José.
—¿Tenemos algo de pescado en casa?
—Tenemos pescado fresco —respondió.
—Por favor pide a alguien que filetee un poco y alimente a los gatos —ordené.
—Como ordene —respondió antes de darse la vuelta y continuar la caminata rumbo al chalé.
Me adelanté un poco por mi cuenta, pero José no tardó en alcanzarme de nuevo. Para el momento que llegamos al chalé de Nicolás, comencé a dudar un poco y, justo antes de que tocara el timbre, la niñera alcanzó a verme y caminó hacia mí con uno de los bebés en brazos.
—¿A quién busca, jovencita?
El bebé en sus brazos era muy hermoso; ¡sus pestañas eran gruesas y sus ojos brillaban tanto como las estrellas en el cielo! Su cabello era largo, por lo que supuse que era una niña.
—Vivo en uno de los chalés aquí cerca y al ver a tantos niños jugar en el jardín, pensé en venir a saludar —expliqué con una sonrisa.
Aunque ni mi vestimenta ni mi manera de expresarme me hacían parecer una mala persona, la niñera fue cautelosa y no nos abrió la puerta para dejarnos pasar. En cambio, nos presentó a todos los niños desde detrás de la puerta.
—Esta es la pequeña Leo, la nieta del señor Mora. Este es León, hermano de Leo. Son gemelos. Aquel jugando con los bloques es el octavo de la familia. El sexto tiene tres años y el quinto es un poco más grande. Aquel al lado del quinto es el cuarto y el tercero está al lado del cuarto. El mayor aquí es el segundo hijo y el primogénito está visitando a unos amigos en la ciudad. La señora Mora va de camino a recogerlo.
Si bien la niñera me dio el nombre de todos los niños, yo estaba más interesada en los gemelos debido a que mis hijos también eran gemelos. La bebé en los brazos de la niñera reía al verme y estiró su manita para que jugara con su dedo al tiempo que le preguntaba a la niñera:
—¿A qué se debe que Leo y León tengan nombres tan distintos a los demás niños?
La niñera había presentado a la mayoría de los niños en secuencia, a excepción de los gemelos. Si los hubiera presentado por edades, Leo y León serían los novenos y décimos en la lista.
—Como ya son muchos niños en la familia, el señor Mora ha decidido que, a partir del octavo hijo, el resto recibiría el nombre de su signo zodiacal. De hecho, en pocos días tendremos con nosotros otro pequeño y el señor Mora ya eligió el nombre de este: Escorpio. La señora Mora bromeó con él sobre ser muy flojo para pensar en un buen nombre, pero llegaron a la conclusión de que no importaba mucho porque, al fin de cuentas, estos solo eran apodos —explicó la niñera con una sonrisa.
—Ya veo… —murmuré mientras lo procesaba.
—El día de mañana saldremos a Aselia para celebrar el Año Nuevo y regresaremos después de las fiestas. Puede regresar entonces y podrá jugar con los niños, si así lo desea. También puede venir cuando la señora Mora se encuentre en casa. Yo solo soy la niñera y no me corresponde abrirle la puerta —explicó con amabilidad.
Le agradecí por su amabilidad y, en ese momento, Leo sujetó mi dedo y balbuceó un poco.
—M-Ma…mi —expresó con su dulce voz.
¡Mi corazón se detuvo por un momento y sentí que iba a llorar! La miré y pregunté de manera amigable:
—¿Qué dijiste Leo?
—Leo la llamó Mami. Le pido la disculpe, solo tiene seis meses y aún no sabe hablar, solo balbucea palabras de vez en cuando. Sabrá a lo que me refiero cuando tenga a los suyos —intentó explicar la niñera.
«Espera… ¿Dijo que la bebé tiene seis meses? Leo… ¿Los gemelos son Leo? Son gemelos… Tienen seis meses… Leo… Esas son las características de los hijos que perdí», pensé. Y Leo acababa de decirme mamá. «Pero ellos son hijos de los Mora y llevan su sangre. No pueden ser mis hijos».
—¿Dónde están sus padres? —pregunté mientras intentaba contener mis lágrimas.
—Están trabajando en Aselia en este momento. Vendrán por los bebés el día de mañana —respondió la niñera.
—Ah… —murmuré con tristeza.
Al notar esto, la niñera me preguntó si todo estaba bien, a lo que asentí con la cabeza y aseguré:
—Estoy bien.
Después de esta interacción, salí corriendo como si fuese una fugitiva. José sabía lo que ocurría en mi mente, por lo que, después de un rato, vino a mí con información.
—Señorita, los gemelos cuentan con sus respectivos certificados de nacimiento expedidos por el hospital en el que nacieron. Los detalles sobre sus padres los podrá encontrar en el documento —dijo.
José intentaba explicarme que estos niños no guardaban relación conmigo. Pero si esto era cierto, ¿por qué me llamó mami la pequeña Leo? Cerré mis ojos mientras sentía el sol en mi cara.
A la mañana siguiente, tras despertar, me quedé echada en el sillón hasta que vi a toda la familia Mora llegar al chalé. Cada uno de los adultos cargaba o sostenía de la mano a sus hijos. Leo y su hermano veían en brazos de una pareja joven cuyos rostros me parecieron un tanto familiar. Parecían ser parte de la familia extendida de los Mora. La escena me entristeció y decidí cerrar mis ojos. Para cuando volvía a abrirlos, todos ya se habían ido del chalé.
De pronto, vi a un hombre de pie afuera de mi casa. No podía creer lo que veían mis ojos. El hombre estaba de pie cerca de un árbol afuera de mi chalé y junto a él se sentaba el sucio gato naranja del otro día. Parecían llevarse muy bien; el gato no dejaba de frotarse la cara contra su tobillo. Pensé en la última vez que vi al hombre y ya habían pasado casi seis meses. Pasé seis largos meses sin que me molestara.
Nuestras miradas se encontraron por un momento y él me sonrió. Luego, sacó su teléfono y tocó su pantalla un par de veces. Acto seguido, mi teléfono comenzó a sonar. Contesté al tiempo que lo veía saludar con la mano y me llevé el teléfono a mi oreja. Fue entonces cuando oí una voz áspera proveniente del otro lado de la línea.
—¿Piensas en tus hijos cuando ves a esos niños, Regina?
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