Te regalo toda una vida de amor Capítulo 237

Tras escuchar a Eric hablar de Francia, recordé que mi madre biológica Sandra solía pasar tiempo por esos rumbos disfrutando su vida de duquesa.

—No me da tiempo —respondí mientras me envolvía más en mi abrigo de plumas.

Eric dibujó una sonrisa y dijo:

—Tu madre fue quien me pidió que te invitara. Quiere verte. Te espera en el castillo de Francia.

Oír esto me cayó por sorpresa.

—¿Conoces a mi madre?

Eric extendió la mano para darme unas palmaditas en la cabeza, pero, tras dirigirle una mirada fulminante, la retiró y se sobó la parte posterior de su cabeza.

—Sí, la conozco de hace tiempo. De hecho, el vestido que te pusiste la última vez fue un regalo de su parte.

—Dada la manera en la que me diste aquel vestido, dudo que ella te haya instruido a hacerlo así. No te creo —respondí de manera contundente.

—¿No me crees que conozco a tu madre? —preguntó.

Continué mi camino hacia el helicóptero. Eric me siguió detrás y continuó explicando la situación:

—Te lo digo en serio. Conozco a tu mamá, es la esposa de mi tío. De niño, pasé un par de años de mi vida con ella. Aunque es mi tía, también la veo como mi mamá.

Me detuve en seco tras recordar que Eric ya me había dicho que su madre amaba las flores lisianthus. Mi madre también las amaba, de ahí que hubiera tantas al pie del Monte Amarillo y en la colina cerca del chalé Genova. Eric me estaba convenciendo poco a poco.

Al notar que estaba dudando, de inmediato sacó su teléfono e hizo una llamada.

—Si todavía no me crees, averígualo por ti misma —dijo antes de pasarme el teléfono.

—¿A quién estás llamando? —pregunté confundida.

Él solo me sonrió sin decir una palabra. Acerqué el teléfono a mi oreja y oí una gentil y sofisticada voz que llamaba mi nombre.

—Regina, soy yo —dijo la voz.

—¿Quién eres? —pregunté mientras fruncía el ceño.

Pero, tan pronto salió esta pregunta de mi boca, comprendí de quién se trataba. No esperaba que Eric se atreviera a llamarle directamente.

—Regina, soy Sonia.

No tenía las agallas de presentarse como mi madre.

—Ah, Eric fue quien te llamó —respondí tranquila, tan tranquila como si hablase con un extraño.

—Quiero conocerte, Regina —dijo.

Ella había sido la que me había abandonado, pero también era la persona que me había dado la vida. Estos dos hechos me causaban un conflicto en mi mente. «Además, …me dio uno de sus riñones cuando lo necesitaba en mi niñez. Fue ella quien me brindó una segunda oportunidad para vivir, así que supongo que sí le debo mi vida». Y así, decidí que sería educado de mi parte acceder a vernos. Pero este encuentro no significaba nada especial para mí; solo era regresarle el favor por haberme donado su riñón.

—Bien. Te veré en Francia.

Tras esto, devolví el teléfono a Eric, quien me siguió al helicóptero sintiéndose avergonzado. Pedí a José que corriera a Eric, pero este se colgó de mí y soltó una risita incómoda.

—Déjame irme contigo. Al fin de cuentas, nos dirigimos al mismo sitio, ¿no? Además, no podrías llegar al castillo por ti misma.

Pretendí que no lo estaba escuchando, pero él siguió ofreciendo razones para acompañarme:

—Santiago está atrapado en Finlandia gracias a la familia Fontana. Si me llevas contigo a Francia, prometo no meter en problemas a Santiago por los siguientes seis meses.

Entonces, decidí dejar que viajara conmigo en el helicóptero.

Eric parecía un niño asombrado por todo a su alrededor, incluyendo el uniforme negro que José portaba.

—Nuestros diseños son un tanto distintos. ¡Tú llevas un cinturón! —exclamó Eric.

Yo estaba sin palabras y solo solté un suspiro mientras observaba a Eric jugar con el cinturón de José. Este, por su parte, lo ignoró durante todo el camino hasta que Eric dejó de molestarlo. Tras aburrirse, Eric se dirigió a mí.

—Estás mostrando debilidad. ¿Por qué decidiste ceder ante la familia Ornelas?

—Son ciudadanos promedio y no quise mostrarme tan tiránica. Además, son los futuros suegros de Olivia y debo mostrarles respeto. Cristóbal también decidió no hacer uso del auto de lujo para evitar que el doctor pasase por una vergüenza y evitó malgastar sus recursos para no causar una escena, pero decidiste entrometerte y arruinaste sus planes. Ahora la familia Ornelas, los doctores, otros colegas y todos saben que Oliva tiene dinero. ¡Esto podría traerle problemas en el futuro! Puede que solo vean a Olivia como una máquina de dinero ahora que saben que viene de familia pudiente y, si se rehúsa a ayudarlos, podrían comenzar a esparcir rumores sobre ella —expliqué.

Eric se sentó a mi lado.

—Vaya que lo tienes claro. Tienes razón. Esas personas se van a dirigir a Olivia cada vez que necesiten dinero en el futuro y es muy probable que Olivia acepte considerando que se trata de la familia o colegas de su futuro esposo. Cuando vean lo generosa que es, ¡podrían intentar aprovecharse! Pero, me parece que te olvidas de algo. ¿Crees que el futuro esposo de Olivia deje que abusen de ella? Además, después de lo que ocurrió hoy, puede que eso ayude a mitigar problemas futuros. Ahora bien, dudo que alguien tenga las agallas de hablar mal sobre ella. Según mi investigación, algunos de los doctores ya la han molestado antes.

—No estoy muy convencida de eso —respondí.

Yo esperaría que alguien con el temple de Olivia sería capaz de lidiar con la situación por su cuenta. Al fin de cuentas, ella fue quien me salvó de un grupo de chicos tras darles una buena paliza.

—Ya olvídalo. Hablemos de otra cosa —dijo Eric, quien ya había perdido el interés en la conversación y recargó su cabeza en mi brazo como si fuese su almohada.

Justo cuando me proponía empujarlo, dijo:

—Tengo tres días sin dormir. ¿Me dejas recargarme aquí contigo un ratito?

—No deberíamos estar tan cerca. Yo tengo pareja y tú y yo no somos tan cercanos —respondí seriamente.

—Tu madre es mi madre también. ¡Técnicamente somos hermanos, así que no deberías preocuparte! —exclamó.

Yo no sabía qué decir. Tenía razón.

Al verme tan callada, me envolvió en sus brazos y dijo con voz suave:

—Soy tu hermano, Regina. Tienes que ser amable conmigo.

No supe qué decir y me olvidé de la idea de rechazarlo. Tal vez sentí pena por él o quizás se ganó un lugar especial en mi corazón por llamar mamá a mi madre.

Apenas cinco horas después, llegamos a Francia y, por la cuestión de la diferencia de horario entre los países, ya era mediodía para cuando aterrizamos. El sol colgaba sobre nuestras cabezas de manera directa. El clima estaba muy cálido como para portar un abrigo, pero también era muy frío como para no traerlo puesto. Así que Eric me llevó a un centro comercial para comprar algo de ropa más apropiada.

Sus gustos se inclinaban por la ropa tradicional francesa, pero yo rechacé todas sus sugerencias y elegí una blusa simple y una minifalda para combinar.

—Horrendo —dijo Eric, mirándome de reojo.

Todo lo que no fuese acorde a sus gustos lo consideraba «horrendo». Yo no estaba de humor para discutir, por lo que solo le pedí que me llevara al castillo. Una vez que el auto se detuvo frente al castillo, me invadió un gran sentimiento de nostalgia. Eric, por su parte, pidió a mis guardaespaldas que se quedaran en la puerta principal, pero yo me rehusé.

—No, ellos están aquí para protegerme en todo momento.

—Vas a conocer a tu madre. No hay ningún peligro aquí.

—Estos son mis principios —respondí.

Yo no tenía tales principios, pero no quería entrar al castillo sola.

—Bien —dijo Eric frunciendo el ceño.

Acto seguido, me guio adentro.

La vegetación se extendía a lo largo y ancho frente a mí y en medio de la pradera se visualizaba un pabellón. En el centro había una mesa de cristal de un diseño moderno y frente a ella estaba una mujer que vestía un traje tradicional. Estaba de espaldas hacia a mí, pero aun así podía observar en su postura que se trataba de una mujer orgullosa y elegante. Su carisma era mayor que el de la madre de Santiago.

—¡Madre! —exclamó Eric con una sonrisa.

Tan pronto la mujer oyó su voz, se dio la vuelta para recibirlo y yo me quedé fría ante su perfil.

—Somos casi idénticas —murmuré para mis adentros.