Te regalo toda una vida de amor Capítulo 235

Caminé con Emilia del hotel a un mercado nocturno cercano, pues ella mencionó que tenía hambre y se le antojaba algo de carne. Cuando me senté, vi que comenzó a ordenar mucha comida.

—¿Nos podremos terminar esto? —pregunté, confundida.

—Llamé a Maya y le pedí que viniera. A ella le encanta beber, así que aloquémonos esta noche —contestó mientras me daba la espalda.

—Recuerdo muy bien que cierta persona no aguanta la bebida —bromeé.

—No te atrevas a subestimarme —gruñó.

Sonreí y me quedé callada. Entonces, saqué mi teléfono y envié un mensaje a Maya, quien no tardó en responderme.

«Lo siento, Raúl está aquí», comentó.

«Jamás me imaginé que Raúl fuera del tipo empalagoso. Después de todo, él se había ido justo después de que Maya llegara a Gretaña», pensé mientras observaba mi pantalla sin poderlo creer.

De repente, recordé a Santiago y lo extrañé. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, así que era difícil no querer verlo después de tanto. En el instante en que pensé en él, le mandé un mensaje de buenas noches. Cuando él no me respondió, le mandé otro mensaje:

«¿Estás dormido, Santi?».

«¿Mmm?». Fue lo que contestó después de un rato.

Cuando vi su mensaje, de inmediato entendí que preguntaba si pasaba algo, usando su propio estilo. Ni siquiera se molestó en escribir un simple saludo. Decidí ignorarlo, bufando un poco. Para entonces, Emilia ya había terminado de ordenar nuestra comida y se sentó a mi lado. Le lancé una mirada de reojo antes de advertirle:

—No te emborraches. Si lo haces, no seré capaz de cargarte al hotel. Todo lo que podré hacer es llamarle a Cristóbal para que te recoja. Si llega a eso, no te puedo asegurar lo que ocurra o no ocurra después.

A pesar de mi advertencia, ella no se retractó y me regresó la mirada desafiante.

—Cristóbal es un caballero. ¡Si fuera a pasar algo entre nosotros, ya hubiera pasado desde hace mucho tiempo! Él es un anticuado; apostaría a que no haría nada a menos que fuera con su propia esposa. ¿Por quién lo tomas?

—¿Esto quiere decir que desearías que algo pasara? —presioné al notar el significado oculto de sus palabras.

—¿Acaso así soné? —bufó Emilia, volteando los ojos.

—Eso parecía —contesté con sinceridad.

—Eres una vieja pervertida, Regina.

Sus palabras me dieron de lleno y comencé a preguntarme si me había vuelto vieja. Esta palabra me había clavado en el corazón, aunque no lo quisiese. No obstante, Emilia se apuró a consolarme cuando vio lo impresionada y herida que estaba.

—Solo bromeo. Sigues siendo tan joven como siempre.

—Eres toda una aduladora.

Mientras hablábamos, la pantalla de su teléfono, el cual estaba en la mesa, se iluminó. En ese momento, vi a un contacto guardado como «Acosador» enviarle un mensaje.

«Nos vemos después, Emilia», escribió.

Acosador…

—¿Ese es Cristóbal? —pregunté.

—Ya lleva tiempo acosándome a cada minuto del día. ¿De verdad cree que siempre me voy a tragar el cuento sobre que nos encontramos por mera coincidencia en cada ocasión? ¿Qué soy, una niña?

—¿Entonces por qué le sigues la corriente?

Pareció que le di al clavo, pues sus ojos brillaron con cierta emoción. Al final, ella no se terminó embriagando, pero salió tambaleando cuando dejamos el lugar. La ayudé a llegar a su cuarto y después fui a buscar a Olivia. Después de tocar a su puerta, ella me abrió y dijo:

—Ya expliqué las cosas con Álex, Regina. Con esto, no habrá ningún malentendido entre nosotros porque ya sabe la verdad.

—¿Y es? —pregunté con algo de duda.

Olivia se mordió el labio, pero con un tono suave, me contó:

—Él durmió conmigo, pero estaba muy borracho esa noche. Todavía no había tenido la oportunidad para explicárselo, pero planeaba contárselo mañana.

Al escuchar sus palabras, me di cuenta de que su plan había sido darle la sorpresa a Alexis, pero arruiné las cosas debido a mi bocota.

—Lo siento, Olivia —dije con culpa.

—Sé que no querías perjudicarme y que solo quieres que sea feliz. —De repente, recibí un abrazo de ella. —Jamás imaginé que yo sería la primera en casarse de nosotras. Después de todo, estaba tan obsesionada con Cris, pero ahora… Regina, encontré a Alexis. Estoy dispuesta a pasar el resto de mi vida con él.

…

Me desperté temprano al día siguiente. Al mismo tiempo, la madre de Olivia llegó al pueblo, quien se sorprendió en el momento en el que me miró.

—Regina.

—Hola, señora Palacios.

—Gracias —dijo cálidamente mientras asentía su cabeza.

Le respondí con una pequeña sonrisa. Poco después, Olivia se apareció entre nosotras una vez terminó de ponerse su vestido de novia. Ya había varias personas en el cuarto. De repente, alguien me reconoció y me apuntó sin educación alguna mientras se quejaba:

—¿Tú no eres Regina, la que se volvió viral en Internet? ¿Cómo puedes ser la dama de Olivia si ya tuviste un divorcio?

La mujer tenía razón. ¿Cómo podría ser la dama de honor de alguien cuando era una divorciada? Ya había pensado en esto antes y Olivia también lo sabía. Pese a esto, ella me escogió y yo estaba feliz de acompañarla. ¡Jamás esperé que alguien fuera a sacar el tema tan a la ligera y siendo tan irrespetuoso! Como era la boda de Olivia, me quedé callada y no quise discutir con la mujer. Sin embargo, Olivia se enojó por mí, así que dejó su maquillaje y, con una voz gélida, comentó:

—Es cierto que Regina se divorció, pero actualmente está soltera. ¿Por qué no puede ser mi dama de honor?

—Te traerá mala suerte —comentó la mujer de forma terca.

—Ella es mi dama de honor y esta es «mi» boda. Además, estamos en el siglo veintiuno; ¿a quién le importa una tonta superstición? —replicó Olivia con firmeza.

—¡Ni sueñes que puedes menospreciarnos solo porque eres rica! Le diré a mi tía. ¡Ya verás!

Cuando escuché sus quejas, me di cuenta de inmediato de que ella pariente de Alexis. La mujer se alejó, molesta. Yo consolé a Olivia y le dije:

—Tiene razón. Estoy divorciada y no soy una candidata indicada para ser tu dama de honor.

Temí que la familia Ornelas la hiciera pasar por un mal rato, sobre todo después de la boda. No obstante, Olivia se rehusó a retractarse y, enojada, contestó:

—¡Quiero que tú seas mi dama de honor y nadie puede hacerme cambiar de parecer!

No supe cómo contestar ante eso. Me cautivó que ella hiciera esto por mí, pero también estaba preocupada por su bien. Para la tarde, Alexis llegó para recoger a Olivia. Sus padrinos eran compañeros del trabajo y amigos. Se notaba que se la pasaban bien e incluso quisieron que les presentaran a las demás; sin embargo, Alexis sabía que Maya y yo teníamos nuestras relaciones, por lo que se apuró a controlarlos.

Cuando llegamos al lugar de la ceremonia, algunos parientes de la familia Ornelas insistieron en que cambiaran de damas. Indicaban que traería mala suerte, por el tema de mi divorcio, si yo continuaba. Alexis al inicio se rehusó a escucharlos y trató de calmar las cosas. No obstante, con el pasar del tiempo, comenzó a ponerse agitado y frustrado después de notar lo molesto que estaban siendo.

Por su parte, Olivia se quitó su velo y lanzó una mirada gélida a los parientes de la familia Ornelas. En ese momento supe que mi presencia le ocasionó muchas molestias a Olivia, por lo que la tomé del brazo y traté de persuadirla con un tono gentil.

—Ellos son los familiares de Alexis. Entiendo la razón de sus preocupaciones, así que no seré tu dama de honor. No te preocupes; me quedaré contigo hasta el final de la ceremonia.

Cuando Olivia escuchó mis palabras, sus ojos se enrojecieron y sollozó:

—Regina. —Entendí que estaba frustrada por mi bien.

—Este es el hombre con el que te quieres casar Olivia. Alza ese rostro y límpiate las lágrimas para que continuemos con la ceremonia —comenté, sonriendo.

Para mi sorpresa, ella aventó el ramo de flores en su mano y se dirigió a los familiares de Alexis, a quienes les declaró:

—¡Si Regina no puede ser mi dama de honor, entonces hoy no habrá boda!

Alexis se sorprendió ante su arrebato, pero después su expresión se ensombreció, pues sabía por qué se enojó. Lanzó una mirada molesta a la familia Ornelas y, con sarcasmo, comentó:

—¿Están felices ahora?

—Alexis, no puedes dejar que hagan lo que quieran solo porque vienen de familias más influyentes que las nuestras. Deben saber que nosotros no somos personas con las que puedan meterse.

En este momento, cuando la gente comenzó a pelearse, una voz firme resonó por el cuarto.

—¡Esta debería ser una boda que todas las partes puedan disfrutar, pero la gente como ustedes lo único que haces es arruinarlo todo por su avaricia! Es cierto que Olivia proviene de una familia extraordinaria, pero ella no ha hecho otra cosa más que tratarlos con educación y cortesía. Todo lo que quería era que la señorita Esquivel fuera su dama de honor porque ella es alguien importante en su vida. Esta es «su» boda; entonces, ¿por qué no puede escoger a su dama? De una vez les digo: yo concuerdo con Olivia en esto. Todavía nos quedan veinte minutos antes que la boda empieza. Después de eso, si habrá boda o no, dependerá de ustedes.

Cristóbal llegó para defenderme, como siempre lo hacía en los momentos más cruciales. No obstante, cuando la familia Ornelas escuchó sus palabras, sus expresiones se volvieron peores. Si era honesta, los padres y abuelos de Alexis no tuvieron problemas con que yo fuera una dama de honor. Para nuestra mala suerte, la familia Ornelas era enorme y con demasiados parientes, muchos de ellos quienes se opusieron a esto.

La mayoría de esas personas eran familiares mayores que no podían soportar ver a la familia de Alexis llegar a nuevas alturas. Alexis, por su parte, quería estar involucrados con esta sección de la familia, pero ellos insistieron en causar un alboroto. Como eran familiares mayores, él tampoco podía hacer nada sin que lo tacharan como un niñato irrespetuoso.

De repente, un grupo de carros llegó al lugar. Cada uno de ellos era un Rolls-Royce o un Porsche recién salido de la agencia. Venían en varios colores brillantes; ni uno solo era de un simple blanco o negro. Cuando la multitud vio a los vehículos, se quedó estupefacta.

—¿Quién los invitó?

La persona que parecía ser el líder de la procesión se bajó de uno de los carros y se detuvo delante de nosotros. En ese instante lo reconocí, pues era alguien a quien quería evitar a cualquier costo. No obstante, para mi desgracia, él me reconoció, se quitó sus lentes de sol y me llamó:

—Señorita Esquivel.