Te regalo toda una vida de amor Capítulo 223

El hombre que estaba entre mis brazos se mantuvo en silencio todo ese tiempo, hasta que luego de un rato se puso de pie y se fue del estudio, dejándome ahí. Yo lo seguí, pero entonces se giró y me miró con extrañes en sus ojos. Me detuve en seco le pregunté:

—¿Qué sucede?

—Solo un gato sigue a su dueño —dijo él.

A lo que lo corregí:

—Los gatos son animales orgullosos, tal vez estés hablando de un perro. —Cuando me di cuenta de la manera en que le había respondido, me tapé la boca de inmediato, a lo que él me miró con una sonrisa de satisfacción—Tú empezaste —agregué.

Pero Santiago me ignoró, se dio la media vuelta y siguió caminando por el pasillo mientras lo miraba alejarse, sin embargo, cuando estuvo a punto de terminar de bajar los escalones, se giró y preguntó:

—¿No seguirá este perrito a su dueño?

¡Dios mío! ¡Por muy extraño que parezca, había dicho una de las frases más emocionantes! Incluso mi corazón se aceleró de la emoción, por lo que sonreí y caminé feliz en su dirección, lo abracé por la espalda y lo llamé dulcemente por su apodo, Santi. Santiago también me abrazó y no pude evitar decir algo.

—Me gustas. —El hombre sonrió ampliamente mientras me miraba alegre, me acurruqué en sus brazos y me froté ligeramente contra su barbilla, entonces agregué—: ¿Yo te gusto?

—Ajá —respondió Santiago.

—¿Qué quieres decir con eso? ¿Significa que también te gusto o no? —le pregunté llena de impaciencia.

Ante mi interrogatorio, dijo:

—No hagas un escándalo por eso.

Claro, Santiago era un hombre de acero y le resultaba difícil abrirse con los demás, mucho menos sería capaz de decirme que le gusto, pero me encantaba que se pusiera nervioso por mi culpa; así que, una vez más, le pregunté coquetamente:

—¿Entonces, sí te gusto?

Para mi desgracia, Santiago seguía siendo Santiago y no dijo nada, solamente siguió bajando las escaleras con uno de sus brazos alrededor de mi cintura. Mientras tanto, me sentí un poco triste porque no me dio una puesta, y mucho menos la que quería, pero no se lo dije porque sabía que este comportamiento era normal en él.

Una vez que llegamos al piso de abajo me soltó y se dirigió a la cocina, sacó camarones del congelador y comenzó a limpiarlos. Durante todo ese rato me le quedé viendo y mi corazón se llenó de felicidad al verlo moverse de un lado a otro mientras cocinaba; por un momento deseé tener a mis hijos para que pudieran ver a su padre, pero por desgracia… aunque estaba feliz, no podía evitar extrañarlos y a menudo soñaba con ellos, también recordaba lo complicado que había sido estar embarazada.

Estuve en el hospital durante casi medio año y durante el día, tenía a Samanta conmigo y hablaba con Fernanda sobre el amor, pero el resto del día, por lo general estaba metida en mis pensamientos. En aquellos tiempos, Santiago no estaba conmigo y le tenía resentimiento, pero la realidad es que todo lo que me estaba pasando fue por elección propia, pues estaba desesperada por tener a mis hijos, pero al final, no fue así.

Cuando Santiago se dio cuenta de que estaba perdida en el umbral de la puerta de la cocina, dejó a un lado los camarones que tenía en las manos y preguntó:

—¿En qué estás pensando? —sonaba preocupado.

Yo había hablado sobre los niños en varias ocasiones frente a él, y ni siquiera pareció importarle, así que preferí no mencionarlo y negué con la cabeza.

—En nada.

De repente, me ordenó:

—Llama a Lucas y dile que sucedió algo en Europa y que tiene que resolverlo.

Me sorprendió que me estuviera pidiendo que llamara a Lucas, ya que todavía no había arreglado mi relación con él. A lo que respondí:

—No puedo, no me atrevo a llamarlo porque sé que sigue enojado conmigo, así que sé que se va a enfadar… —Aunque entendía las razones de Lucas, no podía evitar sentirme molesta.

—Sé buena chica y hazlo —insistió Santiago.

Me sentí un tanto preocupada, pero tomé mi teléfono y marqué el número de Lucas. Tenía algo de miedo porque sabía que me guardaba rencor y que se burlaba de mí, pero reuní todo el valor que tenía dentro de mí y lo llamé. La primera vez se escuchó como ocupado, pero seguí intentándolo hasta que me di cuenta de que, en realidad, me tenía bloqueada. Bajé las escaleras y le conté a Santiago, quien, para mi mala suerte, no se detuvo ahí y me entregó su teléfono para que yo misma llamara a Lucas desde ahí.

—La contraseña en tu cumpleaños —dijo Santiago.

No podía creer que la contraseña para desbloquear su teléfono fura mi cumpleaños, así que le sonreí sorprendida y pregunté:

—¿Cuándo la cambiaste?

—Solo haz lo que te digo —me ordenó de nuevo mientras me miraba de reojo y regresaba a la cocina.

—¿En serio quieres que lo llame? —me quejé levemente con él.

—Sí, es urgente —respondió.

Si fuera demasiado urgente, no me habría pedido que yo misma lo llamara, de eso estaba segura. Entonces me di cuenta de que lo estaba haciendo porque quería que arregláramos nuestras diferencias; el incidente se había provocado por mi culpa, y por eso Lucas me guardaba rencor, así que tomé el teléfono y salí del chalé para llamarlo.

Dante me había dicho que no tenía que presionarme a mí misma si Lucas todavía no quería hablarme, pero él era hermano de Santiago, y Santiago era el amor de mi vida, así que no quería que tuviera que elegir entre nosotros dos, además, él me había facilitado las cosas. Tras un breve momento de estarlo dudando, llamé al número de Lucas, y la llamada se conectó de inmediato, tal vez porque era el número de Santiago.

—Hola, Santi —se escuchó al otro lado de la línea.

—Hola, Lu —saludé en voz baja.

—¿Por qué me llamas de su número? —preguntó sorprendido.

—Es que Santi me pidió que te llamara, me dijo que te dijera que debes encargarte de unos asuntos en Europa —expliqué.

—Está bien —murmuró y se quedó en silencio por un largo rato. Tal vez Lucas sintió que no tenía sentido que siguiéramos enojados, por lo que dijo—: Santi siempre me habla él mismo cuando quiere que me encargue de algo, no mandaría a alguien. Imagino que ya sabes que quiere, ¿cierto?

Lucas siempre pensó que yo le había tendido una trampa a Santiago, así que, luego de pensarlo un poco traté de explicarle:

—Lu, desconozco que opines sobre mí, pero puedo asegurarte de que mi amor por Santiago es de verdad; sé que piensas que le puse una trampa, pero no fue así, ¡yo misma caí en esa trampa! Tal vez no me creas, pero pertenezco a la familia Genova y fue mi padre biológico, Jaime, quien me manipuló.

—¿Eres hija de Jaime Genova? —preguntó sorprendido.

—Sí, intenté explicártelo antes, pero ni siquiera me escuchabas. Lucas, en verdad, jamás quise nada de Santiago y mucho menos me atrevería a pedírselo, pero el hecho de que no lo haga, no significa que pueda negarme a lo que soy. Además, ya deberías conocer a Santiago y él soltaría cualquier cosa que no le perteneciera. Así que, espero que puedas perdonarme, Lucas.

Me sentí aliviada luego de haber aclarado la situación. Entonces, al otro lado de la línea, Lucas se quedó callado por unos cuantos segundos, hasta que me hizo una pregunta que no estaba esperando:

—¿Sabes quién es el padre biológico de Santi?

«¿Me lo está preguntando porque él sabe?», me cuestioné.